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Ver la versión completa : Igualdad y mérito



Pompilio Zigrino
19/11/2007, 17:11
Aunque la propia naturaleza, mediante la reproducción sexuada y la herencia genética, busca la variedad y la desigualdad de los seres humanos, se cree que la igualdad es una meta que debemos perseguir (al menos no debiera serlo en algunos aspectos). El biólogo Ernst Mayr escribió:

“Hay muy pocas características humanas que no presenten una enorme variación (poliformismo) en cada población. Esta diversidad es, precisamente, la base de una sociedad saludable. Permite la división del trabajo, pero también exige un sistema social que haga posible que cada persona encuentre el nicho concreto de la sociedad para el que está mejor adaptada”.

“Casi todo el mundo está a favor de la igualdad y está de acuerdo en que igualdad significa igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades. Pero no significa identidad total. La igualdad es un concepto social y ético, no un concepto biológico. Olvidar la diversidad biológica humana en nombre de la igualdad sólo puede provocar daños; ha constituido un impedimento en la educación, en la medicina y en muchas otras actividades humanas” (De “Así es la biología” – Editorial Debate SA).

Desde las épocas de Adam Smith se reconocen las ventajas de la división (o especialización) del trabajo. Para el establecimiento de una productividad aceptable, es imprescindible una gran diversidad en las características y en las preferencias laborales de los distintos seres humanos. Rudoph Emerson expresó: “Todos los hombres que conozco son superiores a mí en algún sentido, y en ese sentido puedo aprender de todos”.

Esta superioridad parcial, existente y necesaria, no es admitida por todos, ya que, respecto de quienes nos superan, se pueden adoptar dos actitudes extremas: una consiste en admirarlos e imitarlos, mientras que la otra actitud implica envidiarlos o bien negar los valores y habilidades que posean. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “El envidioso estima los valores, pero le duele que los posea otro y le hagan más feliz. En cambio, el resentido llega a negar los valores y aun a considerarlos contravalores” (De “La envidia igualitaria” – Editorial Sudamericana-Planeta).

El símbolo de la justicia es una balanza, de ahí que la igualdad se considera como una condición de justicia. Cuando se habla de justicia social, se acepta tácitamente una igualitaria distribución de la cosecha, pero no una previa e igualitaria distribución de la siembra. De ahí que muchos tienden a ser “generosos” con la posibilidad de repartir medios económicos ajenos. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “Los demagogos apelan a la envidia porque su universalidad hace que todos los hombres sean víctimas potenciales y porque la invencible desigualdad de las capacidades personales y la irremediable limitación de muchos bienes sociales hacen que, necesariamente, la mayoría sea inferior a ciertas minorías. El cultivo de ese sentimiento de inferioridad envidiosa es la táctica política dominante, por lo menos, en la edad contemporánea. El demagógico fomento de la envidia, como cuanto se refiere a ese sentimiento inconfesable, no se realiza de modo franco, sino encubierto. Un enmascaramiento muy actual de la envidia colectiva es la llamada «justicia social»”.

El capitalismo privado tiende a producir diferencias económicas y sociales, pero con grandes rendimientos productivos. Las economías dirigidas desde el Estado, por el contrario, buscan la igualdad económica a pesar de una reducida productividad. En un caso tenemos la desigualdad en la riqueza y en el otro caso la igualdad en la pobreza. Respecto de la actitud del que prefiere una u otra opción, podemos ejemplificarla suponiendo el caso de alguien que tiene que elegir a sus vecinos. Si se trata de una persona no envidiosa, preferirá que sus vecinos tengan mucho dinero. De esa manera, en caso de que alguna vez le falten los medios económicos básicos, es posible que reciba alguna ayuda de quienes más tienen. Por el contrario, la persona envidiosa preferirá tener vecinos con menos recursos que él. Cuando le falte algo, casi nadie podrá ayudarlo. Como siempre, las búsquedas de la felicidad y del éxito competitivo son excluyentes. (Se ha ignorado, en el ejemplo mencionado, la tendencia de la gente pobre a ser solidaria, algo que muchas veces no sucede con los que más tienen).

Las tendencias políticas denominadas izquierda y derecha pueden asociarse, respectivamente, a la búsqueda prioritaria de la igualdad y a la búsqueda de la libertad, según lo propone el escritor Norberto Bobbio. La igualdad económica fue la meta de la sociedad comunista, aunque para ello se debió restringir totalmente la libertad. La sociedad liberal tiende a producir desigualdades, de ahí que deban buscarse soluciones intermedias, ya que la falta de libertad hace desdichada la vida del hombre, mientras que las desigualdades sociales notorias crean tensiones que tarde o temprano llevarán a conflictos insuperables. C. Bouglé escribió: “La igualdad de oportunidades no está hecha para borrar, sino para poner de relieve la desigualdad de capacidades”.

Si tratamos de establecer un orden social que satisfaga al que compite con poco éxito, estaremos favoreciendo la existencia de la envidia. En el ámbito educativo, en alguna ocasión se llegó al extremo de aceptarse que el abanderado del establecimiento surgiera de la elección de sus propios compañeros, desconociéndose los logros pedagógicos anteriores. Al no otorgarle la distinción que los reconoce, el establecimiento permitió premiar, algunas veces, al que no realizó méritos suficientes. En estos casos, no se logró una injusta igualdad, sino una injusta desigualdad.

El lema igualitario del marxismo sugiere “De cada uno según su capacidad, para cada uno según sus necesidades”, lo que implica que se debe sembrar según su capacidad (desigual) y cosechar según su necesidad (igualitariamente). Este “igualitarismo” se opone a la “meritocracia” que contempla el esfuerzo y las capacidades individuales, tal como lo impulsan las tendencias liberales.

La mentalidad que “protege” la actitud envidiosa puede ejemplificarse en el caso de una reunión de aficionados a la filosofía. En tal caso, se considera tan valiosa la opinión del que se dedica al tema desde mucho tiempo atrás, como la del adolescente que piensa por primera vez acerca del tema debatido. En un ámbito como el descrito, predominará la mediocridad. La excesiva “igualdad” impedirá la enseñanza y el aprendizaje, ya que se acepta tácitamente que nadie sabe más que otro.

Así como los procesos térmicos requieren de un desequilibrio térmico y los procesos eléctricos requieren de un desequilibrio eléctrico, los procesos sociales también han de ser impulsados por ciertas desigualdades previas. Tal concepto es sustentado por el economista John Rawls. Al respecto, Raymond Boudon escribe: “Consciente de que esta elevación del nivel de base sea obtenida mediante un aumento de las desigualdades, poco importa que el rico se torne más rico si se puede demostrar que ello permite al pobre volverse menos pobre: ése es el mensaje de las curvas rawlsianas. Tal es el contenido del célebre principio de diferencia: la diferencia entre el mejor y el peor dotados debe justificarse por el hecho de que contribuye a mejorar la condición del segundo” (Citado en “Los profetas de la felicidad” de Alain Minc – Editorial Paidós SAICF).

La violencia social tiene dos estímulos principales: el lujo, y la posterior ostentación, por una parte, y, la demagogia izquierdista que culpa de todos los males, con exclusividad, a la clase productiva y empresarial. Se le informa al menos pudiente, día a día, instante a instante, que toda la culpa de sus males y de su sufrimiento la tiene el que posee una aceptable situación económica. Así, luego del asesinato de la mujer de un empresario, víctima de un robo, no resultó extraño que alguien justificara tal acción diciendo que el que tiene dinero suficiente “lo robó antes o lo robó ahora”. El ciudadano común impulsa la violencia urbana de la cual incluso alguna vez podrá ser una víctima.

La búsqueda de la igualdad económica presupone una igualdad en el grado de felicidad a lograr. De ahí los intentos por llegar a ese logro. En cambio, para el cristianismo, la felicidad está ligada a los aspectos afectivos y éticos del ser humano. De ahí que prescinde de los aspectos económicos, intelectuales y sociales como medios para lograr la felicidad; al menos no los considera en un lugar prioritario como los aspectos afectivos y éticos.

La igualdad que debemos contemplar es aquella que surge del hecho de estar regidos por una ley natural única y universal. Sólo desde allí tiene sentido impulsar la igualdad de los hombres. Así, el cristianismo, con su “Amarás al prójimo como a ti mismo”, nos conduce hacia esa igualdad natural, apuntando a lograr la felicidad, pero no a satisfacer su tendencia competitiva. G. Thibon escribió: “El igualitarismo cristiano, basado en el amor que eleva, implica la superación de las desigualdades naturales; el igualitarismo democrático, basado en la envidia que degrada, consiste en su negación” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de P. Foulquie – Editorial Labor SA).

La lucha ideológica entre marxismo y cristianismo sigue todavía vigente; el primero trata de establecer un orden social artificial que busca liberar al individuo de la envidia. El cristianismo, por el contrario, trata de eliminar la envidia a través del sentimiento del amor. A partir de ahí podrá construirse un orden social natural que será beneficioso para todos.

En algun lugar Abril
20/11/2007, 20:39
Hola Pompilio:

Leyendo tu ensayo y a propósito de esta clase de justicia, se me vino a la mente un pasaje del Evangelio. Creo que es una parábola, dice que un dueño de hacienda contrató a varios trabajadores para el campo a hora temprana por tanto dinero, más tarde llegaron otros a pedir trabajo, y fueron contratados por la misma cantidad, y ya para caer la tarde, llegó el último grupo que contrató por el mismo salario. Al finalizar el día les pagó a todos por igual, como si los últimos hubiesen trabajado tanto como el primero y aún el segundo grupo. Los primeros se quejaron, preguntando por qué les pagaba igual si ellos eran los que cosecharon mayor cantidad. El dueño les dijo que ellos habían convenido en ese salario que les pagaba, que no era cosa de ellos lo que él quisiese hacer con su dinero.

¿Te parece justo eso? Pienso que si hubiese yo estado en el primer grupo, me habría quejado lo mismo. Porque somos envidiosos es cierto, pero somos viscerales, nuestras hormonas trabajan como tienen que trabajar, cuando estan sanas, y hay que ser rebeldes y protestar, que no somos seres que viven en la inercia. Nuestra conciencia no se piensa mansa y humilde, se piensa en la medida de nuestro propio cuerpo. :boom: Boom!

Explicame qué piensas tú. Lo del Evangelio no son palabras textuales obviamente, yo leo la Biblia de vez en cuando, como referencia más que nada.

Me gustó mucho tu ensayo,

Ciao.

Pompilio Zigrino
21/11/2007, 10:52
Gracias por la opinión favorable.

En el caso de los Evangelios, el dinero sale del empleador, por lo que tiene esa persona derecho a gastarlo o a regalarlo como le parezca (en principio). De ahí que los demás no tienen derecho a protestar si él le regala algo a otro.

Esto lo veo en el caso de los alumnos secundarios. Si uno favorece en algo a alguno (o le perdona algo), entonces todos quieren esa ventaja, que no se puede dar a todos, por lo que uno termina no dando ventajas ni favores a nadie.

En cuanto a lo que propone el marxismo, se trata del trabajo de todos, que producen algo que va a un fondo común (el Estado). Si todos recibirán igualitariamente, el que trabaja poco recibirá tanto como el que trabaja mucho. Pero no está ahí el problema. El problema es que si varios trabajan poco, la producción total no alcanzará.

Uno no debe hacerse problema por ganar menos que otros, sino de ganar poco, o lo insuficiente.