Pompilio Zigrino
31/10/2007, 09:24
Es importante encontrar un vínculo simple entre ley natural y ley moral. Luego, podrá establecerse una ética objetiva, o ética natural, que trascenderá el marco religioso, filosófico y científico, permitiendo que tal conocimiento objetivo permita establecer un mejor entendimiento entre las distintas ramas del conocimiento y se dejen de lado los aspectos subjetivos que conducen a antagonismos y divisiones.
El concepto de ley natural es, posiblemente, el único concepto objetivo sobre el cual alguna vez podremos ponernos de acuerdo. Podemos disentir acerca de si existe un Creador, si interviene en el mundo, si no interviene, si existe un sentido objetivo de la vida, etc., pero la realidad concreta y objetiva está asociada a las leyes que rigen todo lo existente.
Cuando se inicia la ciencia experimental, comienza la búsqueda de leyes naturales asociadas a los distintos fenómenos. Galileo Galilei (1564-1642) escribió: “Si es verdad que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa y el efecto hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse necesariamente que allí donde se perciba una alteración firme y constante en el efecto habrá una alteración firme y constante en la causa” (Del “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”- Librería del Colegio SA). El físico-matemático Henri Poincaré (1858-1912) da una definición similar: “¿Qué es una ley? Es un vínculo constante entre un antecedente y un consecuente, entre el estado actual del mundo y su estado inmediatamente posterior” (De “Últimos pensamientos” – Ed. Espasa-Calpe SA)
Pero estas leyes no sólo gobiernan lo material, sino también lo viviente; ya que se forman, uno como el otro, en base a átomos y moléculas. Incluso nuestros propios átomos alguna vez fueron parte integrante de una estrella, ya que es en el centro de las estrellas en donde se forman los átomos más complejos. De ahí que, si la materia inerte está regida por leyes naturales, no resulta raro que la propia vida también lo esté.
Hay quienes rechazan la posibilidad de que el ser humano esté regido por leyes invariantes, ya que asocian la existencia de leyes a un determinismo riguroso y, de ahí, a la idea de que seríamos como simples robots sin ninguna libertad. Sin embargo, debemos tener presente que somos nosotros los que elegimos las condiciones iniciales de toda secuencia de causas y efectos. Imaginemos el caso del jugador de fútbol que tiene la libertad de elegir cuál será el destino que le ha de dar a la pelota en un instante próximo. Una vez que toma una decisión, el movimiento del balón será regido por las leyes descriptas por la física. Las leyes vienen dadas por el propio orden natural, pero las decisiones (condiciones iniciales) quedan a cargo del ser viviente.
Si no hubiese una ley natural, no podríamos prever el futuro, ya que, a iguales causas le seguirían distintos efectos. No podríamos prever el lugar por donde habría de pasar un vehículo cuando cruzamos la calle, por ejemplo.
En la actualidad podemos disponer de una imagen más concreta de la ley natural, y es el concepto de “función matemática”. Una vez que podemos cuantificar algún aspecto observable de la realidad, podemos asociarle algún ente matemático. Luego encontramos vínculos funcionales entre los distintos aspectos observables (variables) y así tenemos una imagen matemática del vínculo entre causas y efectos. Si bien no es posible, muchas veces, distinguir entre causas y efectos en una expresión matemática, tal vínculo entre variables nos da una idea de la existencia de ciertas restricciones asociadas a los fenómenos naturales.
La causalidad existente en los fenómenos naturales permite establecer descripciones simples. Cuando se descubre el principio de indeterminación, a nivel atómico, se pone en duda la validez de la causalidad. Sin embargo, ya que este principio implica la imposibilidad de conocer con exactitud todas las condiciones iniciales, simultáneamente, no indica que no exista la ley natural propiamente dicha. Además, las leyes naturales, a nivel atómico, tendrán una validez estadística, pero es posible seguir con la definición antes mencionada.
El comportamiento ético viene determinado principalmente por los sentimientos, o las emociones, que experimentamos ante la presencia o la referencia de otros seres humanos. Esas sensaciones podrán ser agradables o desagradables, con una transición gradual entre ambos extremos. Al ser observables, y comparables, tales sensaciones podrán ser descriptas ya sea como “causas” o bien como “efectos”, y por ello será posible asociarles alguna ley natural simple. Dicha ley ha de ser esencial en el ámbito de las relaciones humanas.
Así, si a la persona A le ocurre algo bueno (causa), la persona B comparte esa sensación (efecto). Lo mismo ocurrirá cuando a la persona A le ocurra algo malo, ya que B compartirá esa sensación. El amor ha de ser la actitud que permite compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes. Puede ocurrir también que las alegrías ajenas nos produzcan cierto malestar, por lo que, seguramente, las tristezas ajenas nos producir cierto placer. Y eso ha de ser el odio. Baruch de Spinoza (1632-1677) escribió: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza”. “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá” (De “Ética” – Ed. Fondo de Cultura Económica”).
Estos aspectos esenciales de la conducta individual ya fueron tenidos presentes por Cristo cuando enuncia el “Amarás al prójimo como a tí mismo”. Incluso antes de Spinoza algunas de las actitudes básicas del hombre aparecen en los escritos de los filósofos griegos. Finalmente debemos ubicarlas dentro del esquema de la ciencia experimental para que tengamos una ética natural a todos accesible.
A la relación permanente entre efecto y causa, o entre respuesta o estímulo, le podemos denominar “respuesta característica” o mejor aún “actitud característica”. Es indudable que habrá tantas actitudes posibles como personas existan. Incluso una misma persona podrá sentir amor por algunos, y odio o indiferencia por otros. Además, esa actitud podrá ir cambiando de una época a otra, materializando un mejoramiento, o bien un empeoramiento, ético.
En realidad, conocer una persona implica conocer su actitud característica, ya que observándola en una circunstancia podremos predecir (a veces no muy bien) cómo actuará en otra circunstancia. Por otra parte, mejorar éticamente significará adoptar una actitud en la que se buscará la preponderancia del amor y se evitará el odio. Esas sensaciones, o emociones básicas, serán las causas primarias de la acción individual.
Hemos visto que la ley natural asociada a las actitudes, se identifica con la ley moral, de ahí que la ley que estudian los científicos no es distinta a la ley de Dios que estudian los religiosos. Es muy importante poder definir las actitudes básicas del hombre, ya que su conocimiento le permitirá ser consciente de la tendencia preponderante adoptada en el presente; posibilitándole hacer una verdadera “introspección sociológica” que, seguramente, le ayudará a orientarse en la vida.
Cuando el hombre elige el Mal, adoptará una actitud de odio, egoísmo e indiferencia. El odio está asociado a la burla (algo que produce mucho daño en quien la recibe) y a la envidia (que produce mucho daño en quien la siente). De ahí que el hombre se premia o se castiga a sí mismo según que elija el camino del Bien o el camino del Mal, que son el camino del amor o bien el camino del odio, el egoísmo o la negligencia. Respecto de la ley natural, Marco Tulio Cicerón escribió: “El universo entero está sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley; desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles, aunque se escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.
El concepto de ley natural es, posiblemente, el único concepto objetivo sobre el cual alguna vez podremos ponernos de acuerdo. Podemos disentir acerca de si existe un Creador, si interviene en el mundo, si no interviene, si existe un sentido objetivo de la vida, etc., pero la realidad concreta y objetiva está asociada a las leyes que rigen todo lo existente.
Cuando se inicia la ciencia experimental, comienza la búsqueda de leyes naturales asociadas a los distintos fenómenos. Galileo Galilei (1564-1642) escribió: “Si es verdad que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa y el efecto hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse necesariamente que allí donde se perciba una alteración firme y constante en el efecto habrá una alteración firme y constante en la causa” (Del “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”- Librería del Colegio SA). El físico-matemático Henri Poincaré (1858-1912) da una definición similar: “¿Qué es una ley? Es un vínculo constante entre un antecedente y un consecuente, entre el estado actual del mundo y su estado inmediatamente posterior” (De “Últimos pensamientos” – Ed. Espasa-Calpe SA)
Pero estas leyes no sólo gobiernan lo material, sino también lo viviente; ya que se forman, uno como el otro, en base a átomos y moléculas. Incluso nuestros propios átomos alguna vez fueron parte integrante de una estrella, ya que es en el centro de las estrellas en donde se forman los átomos más complejos. De ahí que, si la materia inerte está regida por leyes naturales, no resulta raro que la propia vida también lo esté.
Hay quienes rechazan la posibilidad de que el ser humano esté regido por leyes invariantes, ya que asocian la existencia de leyes a un determinismo riguroso y, de ahí, a la idea de que seríamos como simples robots sin ninguna libertad. Sin embargo, debemos tener presente que somos nosotros los que elegimos las condiciones iniciales de toda secuencia de causas y efectos. Imaginemos el caso del jugador de fútbol que tiene la libertad de elegir cuál será el destino que le ha de dar a la pelota en un instante próximo. Una vez que toma una decisión, el movimiento del balón será regido por las leyes descriptas por la física. Las leyes vienen dadas por el propio orden natural, pero las decisiones (condiciones iniciales) quedan a cargo del ser viviente.
Si no hubiese una ley natural, no podríamos prever el futuro, ya que, a iguales causas le seguirían distintos efectos. No podríamos prever el lugar por donde habría de pasar un vehículo cuando cruzamos la calle, por ejemplo.
En la actualidad podemos disponer de una imagen más concreta de la ley natural, y es el concepto de “función matemática”. Una vez que podemos cuantificar algún aspecto observable de la realidad, podemos asociarle algún ente matemático. Luego encontramos vínculos funcionales entre los distintos aspectos observables (variables) y así tenemos una imagen matemática del vínculo entre causas y efectos. Si bien no es posible, muchas veces, distinguir entre causas y efectos en una expresión matemática, tal vínculo entre variables nos da una idea de la existencia de ciertas restricciones asociadas a los fenómenos naturales.
La causalidad existente en los fenómenos naturales permite establecer descripciones simples. Cuando se descubre el principio de indeterminación, a nivel atómico, se pone en duda la validez de la causalidad. Sin embargo, ya que este principio implica la imposibilidad de conocer con exactitud todas las condiciones iniciales, simultáneamente, no indica que no exista la ley natural propiamente dicha. Además, las leyes naturales, a nivel atómico, tendrán una validez estadística, pero es posible seguir con la definición antes mencionada.
El comportamiento ético viene determinado principalmente por los sentimientos, o las emociones, que experimentamos ante la presencia o la referencia de otros seres humanos. Esas sensaciones podrán ser agradables o desagradables, con una transición gradual entre ambos extremos. Al ser observables, y comparables, tales sensaciones podrán ser descriptas ya sea como “causas” o bien como “efectos”, y por ello será posible asociarles alguna ley natural simple. Dicha ley ha de ser esencial en el ámbito de las relaciones humanas.
Así, si a la persona A le ocurre algo bueno (causa), la persona B comparte esa sensación (efecto). Lo mismo ocurrirá cuando a la persona A le ocurra algo malo, ya que B compartirá esa sensación. El amor ha de ser la actitud que permite compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes. Puede ocurrir también que las alegrías ajenas nos produzcan cierto malestar, por lo que, seguramente, las tristezas ajenas nos producir cierto placer. Y eso ha de ser el odio. Baruch de Spinoza (1632-1677) escribió: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza”. “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá” (De “Ética” – Ed. Fondo de Cultura Económica”).
Estos aspectos esenciales de la conducta individual ya fueron tenidos presentes por Cristo cuando enuncia el “Amarás al prójimo como a tí mismo”. Incluso antes de Spinoza algunas de las actitudes básicas del hombre aparecen en los escritos de los filósofos griegos. Finalmente debemos ubicarlas dentro del esquema de la ciencia experimental para que tengamos una ética natural a todos accesible.
A la relación permanente entre efecto y causa, o entre respuesta o estímulo, le podemos denominar “respuesta característica” o mejor aún “actitud característica”. Es indudable que habrá tantas actitudes posibles como personas existan. Incluso una misma persona podrá sentir amor por algunos, y odio o indiferencia por otros. Además, esa actitud podrá ir cambiando de una época a otra, materializando un mejoramiento, o bien un empeoramiento, ético.
En realidad, conocer una persona implica conocer su actitud característica, ya que observándola en una circunstancia podremos predecir (a veces no muy bien) cómo actuará en otra circunstancia. Por otra parte, mejorar éticamente significará adoptar una actitud en la que se buscará la preponderancia del amor y se evitará el odio. Esas sensaciones, o emociones básicas, serán las causas primarias de la acción individual.
Hemos visto que la ley natural asociada a las actitudes, se identifica con la ley moral, de ahí que la ley que estudian los científicos no es distinta a la ley de Dios que estudian los religiosos. Es muy importante poder definir las actitudes básicas del hombre, ya que su conocimiento le permitirá ser consciente de la tendencia preponderante adoptada en el presente; posibilitándole hacer una verdadera “introspección sociológica” que, seguramente, le ayudará a orientarse en la vida.
Cuando el hombre elige el Mal, adoptará una actitud de odio, egoísmo e indiferencia. El odio está asociado a la burla (algo que produce mucho daño en quien la recibe) y a la envidia (que produce mucho daño en quien la siente). De ahí que el hombre se premia o se castiga a sí mismo según que elija el camino del Bien o el camino del Mal, que son el camino del amor o bien el camino del odio, el egoísmo o la negligencia. Respecto de la ley natural, Marco Tulio Cicerón escribió: “El universo entero está sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley; desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles, aunque se escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.