Pompilio Zigrino
30/09/2007, 20:16
La historia es una valiosa fuente de ejemplos. Si los tenemos presentes es posible que nos ayuden a no “tropezar más de una vez con la misma piedra”. Uno de los casos más interesantes que se dio en la lucha entre los “buscadores de la verdad” en contra de los “luchadores por sus ideales” fue el del físico y astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642). Sus descubrimientos en física y astronomía lo ubican en contra de los aristotélicos e incluso en contra de la Iglesia Católica, aunque él tan sólo quería encontrar y difundir la verdad inherente al mundo material.
Aristóteles fue un filósofo destacado que, como todos los grandes pensadores, estuvo acertado en muchas ramas del conocimiento, pero desacertado en otras, como lo fue en física y en astronomía. Sus seguidores, que no buscaban la verdad, sino que trataban de estar en el sitio más alto en la escala social del conocimiento, defendían incluso sus ideas erróneas, no aceptando mirar por el telescopio cuando Galileo se los ofrecía. Albert Schweitzer escribió: “La mayor sabiduría consiste en saber renunciar a las creencias equivocadas”.
Algo similar ocurre con los fanáticos religiosos. Buscan estar en la cima del conocimiento aprendiendo de memoria todo el contenido de alguno de los libros sagrados. Lo hacen con un sentido competitivo sin interesarles demasiado el conocimiento de la verdad.
En ciencia se ve algo parecido, aunque en una escala mucho menor. Muchos científicos eligen un camino de investigación erróneo, pero no les resulta fácil abandonarlo por cuanto han destinado sus mayores esfuerzos, y su vida, detrás de esa búsqueda. Son pocos, sin embargo, los que tienen la suficiente visión y fortaleza anímica que les permite abandonar un camino para emprender otro nuevo. Alejandro Paladini escribe sobre el Premio Nobel argentino Luis. F. Leloir: “Los siete abandonos simbólicos de Leloir señalan su capacidad para advertir cuando un problema está agotado, no está «maduro» o se carece de la instrumentación necesaria para resolverlo. Ésta es una advertencia invalorable para los investigadores noveles que suelen malgastar años de labor por «enamorarse» de su tema, cuando más les valdría abandonarlo por otro” (Del libro “Leloir. Una mente brillante” – EUDEBA)
En nuestros días asistimos a una lucha por la supremacía de una entre varias teorías rivales que buscan establecer la “gravedad cuántica”. Tratándose de físicos y matemáticos de elevado nivel científico, que hacen sus mayores esfuerzos por el perfeccionamiento de sus teorías, no queda otra posibilidad de que varios de ellos no tendrán el éxito que todos merecen. Cuando llegue el día en el cual se llegue a la verdad y se determine quien acertó y quien falló, el resultado será aceptado por todos. En las humanidades, en cambio, aun cuando la aplicación de utopías perjudiciales al hombre fracasen estrepitosamente, seguirán teniendo muchos adeptos.
La ciencia experimental progresa mediante un proceso similar al de la “selección natural”. Proliferan, en una etapa dada, varias teorías rivales hasta que, finalmente, la experimentación “elige” la que mejor concuerde con la realidad. Este proceso requiere, por lo general, varios años de “prueba y error”. Es oportuno mencionar algunas expresiones de los partidarios de la “gravedad cuántica de lazos” respecto de la teoría rival: “teoría de supercuerdas”, afirmando que ésta ha de pasar a la historia como lo hicieron las erróneas teorías del calórico, flogisto, éter, tierra plana y epiciclos, que dominaron temporalmente algunas de las ramas de la ciencia.
La aptitud y la necesidad de encontrar la verdad (respecto de alguna parte del universo) resulta ser una característica poco común en los seres humanos, por cuanto pocos son los que dedican sus vidas detrás de una búsqueda en la que nadie les puede asegurar el éxito, excepto en el propio placer de haber emprendido esa búsqueda.
Generalmente suponemos que las ciencias exactas se han desarrollado mucho más que las ciencias sociales debido a que el hombre y la sociedad son bastante más complejos que la materia inanimada. Sin embargo, se verá que si uno quiere tan sólo conocer el estado actual de la matemática, o de la física, sin hacer ningún aporte concreto a las mismas, requerirá de una total dedicación al tema y aun así nadie podrá asegurarle que lo logre, dada la complejidad del tema a estudiar. De ahí que es posible que en las ciencias exactas predominen los “buscadores de la verdad” respecto de los “luchadores por sus ideales”.
También existen los “buscadores indirectos de la verdad”. Son los que se acostumbran a ver la realidad a través de ojos ajenos sin seguir incluso a uno en especial, por lo cual no puede decirse que sean pseudointelectuales, sino tan sólo que en ellos no predomina la realidad como referencia inmediata, sino la opinión de los filósofos.
El ropaje del pseudointelectualismo consiste en la utilización de lenguaje oscuro y confuso, que muchos confunden con cierta “profundidad” asociada. En lugar de ser una “oscuridad de expresión” en realidad se trata de una “expresión de oscuridad”. Jean Rostand escribió: “La gran seducción de las obras ininteligibles está en que los tontos entienden tanto de ellas como los inteligentes”.
Durante el siglo XX asistimos a importantes catástrofes humanas, como las grandes guerras mundiales y la aparición de los totalitarismos (nazismo, comunismo, principalmente). Los ideólogos del totalitarismo, hábiles políticos, dirigen a las masas exaltando el odio para que sea dirigido contra determinado sector de la sociedad. Sin embargo, aun cuando carecen de toda veracidad en sus fundamentos y en sus conclusiones, el marxismo sigue todavía ocupando un lugar de cierta importancia en determinados sectores intelectuales (o pseudointelectuales hablando con precisión). Florencio José Arnaldo escribió respecto del marxismo:
“¿Cómo explicarse que una ideología que en lo filosófico es de «un primitivismo monstruoso» (Bochenski), en lo sociológico ha sido desmentida por el curso de la historia, en lo económico es «anticuada, errónea y falta de interés» (Keynes), y en lo político merece ser calificada de utópica, pueda haber concitado y seguir concitando la adhesión de decenas de miles de intelectuales que se tienen por progresistas?.
La respuesta no es fácil. Se han escrito muchas páginas para procurar aclarar este aparente contrasentido. He aquí las explicaciones que a nuestro criterio resultan más convincentes:
En primer lugar, de la lectura atenta de las confesiones autobiográficas de conocidos intelectuales que militaron en cierto momento de sus vidas en el comunismo, se desprende que todos llegaron a él a través de una reacción emocional provocada por el espectáculo de la injusticia social del capitalismo y no por adhesión reflexiva a la doctrina comunista que –aunque parezca increíble- desconocían casi totalmente. A este estado de ánimo suele agregarse el explicable resentimiento que surge en los intelectuales al verse socialmente relegados y aun menospreciados, debido a su inferior situación económica dentro del régimen capitalista, por personas las más de las veces incultas, que no poseen otro talento que el necesario para hacer buenos negocios.
En segundo lugar es forzoso reconocer que la doctrina comunista, que se presenta como una cosmovisión moderna científica y materialista, seduce fácilmente a las mentalidades contemporáneas, que descartan a priori toda solución espiritualista, por creerla anticuada, y que están dispuestas a aceptar todo lo que se les presente revestido por un ropaje científico.
En tercer lugar –y esto es fundamental- porque los integrantes de la sociedad «occidental y cristiana» no conocen, ni menos aún practican, una cosmovisión espiritualista que tenga en ellos la suficiente vigencia como para ser un factor de consolidación de dicha sociedad. No es tanto que la ideología comunista tenga valor en sí misma, como que la humanidad ha abjurado de los eternos principios que surgen de la ley natural, tal vez por no conocer su actualización conforme con los nuevos progresos de las ciencias positivas, y ha quedado inerme ante cualquier embate ideológico hábilmente organizado” (De “La lucha ideológica” – EUDEBA)
Aristóteles fue un filósofo destacado que, como todos los grandes pensadores, estuvo acertado en muchas ramas del conocimiento, pero desacertado en otras, como lo fue en física y en astronomía. Sus seguidores, que no buscaban la verdad, sino que trataban de estar en el sitio más alto en la escala social del conocimiento, defendían incluso sus ideas erróneas, no aceptando mirar por el telescopio cuando Galileo se los ofrecía. Albert Schweitzer escribió: “La mayor sabiduría consiste en saber renunciar a las creencias equivocadas”.
Algo similar ocurre con los fanáticos religiosos. Buscan estar en la cima del conocimiento aprendiendo de memoria todo el contenido de alguno de los libros sagrados. Lo hacen con un sentido competitivo sin interesarles demasiado el conocimiento de la verdad.
En ciencia se ve algo parecido, aunque en una escala mucho menor. Muchos científicos eligen un camino de investigación erróneo, pero no les resulta fácil abandonarlo por cuanto han destinado sus mayores esfuerzos, y su vida, detrás de esa búsqueda. Son pocos, sin embargo, los que tienen la suficiente visión y fortaleza anímica que les permite abandonar un camino para emprender otro nuevo. Alejandro Paladini escribe sobre el Premio Nobel argentino Luis. F. Leloir: “Los siete abandonos simbólicos de Leloir señalan su capacidad para advertir cuando un problema está agotado, no está «maduro» o se carece de la instrumentación necesaria para resolverlo. Ésta es una advertencia invalorable para los investigadores noveles que suelen malgastar años de labor por «enamorarse» de su tema, cuando más les valdría abandonarlo por otro” (Del libro “Leloir. Una mente brillante” – EUDEBA)
En nuestros días asistimos a una lucha por la supremacía de una entre varias teorías rivales que buscan establecer la “gravedad cuántica”. Tratándose de físicos y matemáticos de elevado nivel científico, que hacen sus mayores esfuerzos por el perfeccionamiento de sus teorías, no queda otra posibilidad de que varios de ellos no tendrán el éxito que todos merecen. Cuando llegue el día en el cual se llegue a la verdad y se determine quien acertó y quien falló, el resultado será aceptado por todos. En las humanidades, en cambio, aun cuando la aplicación de utopías perjudiciales al hombre fracasen estrepitosamente, seguirán teniendo muchos adeptos.
La ciencia experimental progresa mediante un proceso similar al de la “selección natural”. Proliferan, en una etapa dada, varias teorías rivales hasta que, finalmente, la experimentación “elige” la que mejor concuerde con la realidad. Este proceso requiere, por lo general, varios años de “prueba y error”. Es oportuno mencionar algunas expresiones de los partidarios de la “gravedad cuántica de lazos” respecto de la teoría rival: “teoría de supercuerdas”, afirmando que ésta ha de pasar a la historia como lo hicieron las erróneas teorías del calórico, flogisto, éter, tierra plana y epiciclos, que dominaron temporalmente algunas de las ramas de la ciencia.
La aptitud y la necesidad de encontrar la verdad (respecto de alguna parte del universo) resulta ser una característica poco común en los seres humanos, por cuanto pocos son los que dedican sus vidas detrás de una búsqueda en la que nadie les puede asegurar el éxito, excepto en el propio placer de haber emprendido esa búsqueda.
Generalmente suponemos que las ciencias exactas se han desarrollado mucho más que las ciencias sociales debido a que el hombre y la sociedad son bastante más complejos que la materia inanimada. Sin embargo, se verá que si uno quiere tan sólo conocer el estado actual de la matemática, o de la física, sin hacer ningún aporte concreto a las mismas, requerirá de una total dedicación al tema y aun así nadie podrá asegurarle que lo logre, dada la complejidad del tema a estudiar. De ahí que es posible que en las ciencias exactas predominen los “buscadores de la verdad” respecto de los “luchadores por sus ideales”.
También existen los “buscadores indirectos de la verdad”. Son los que se acostumbran a ver la realidad a través de ojos ajenos sin seguir incluso a uno en especial, por lo cual no puede decirse que sean pseudointelectuales, sino tan sólo que en ellos no predomina la realidad como referencia inmediata, sino la opinión de los filósofos.
El ropaje del pseudointelectualismo consiste en la utilización de lenguaje oscuro y confuso, que muchos confunden con cierta “profundidad” asociada. En lugar de ser una “oscuridad de expresión” en realidad se trata de una “expresión de oscuridad”. Jean Rostand escribió: “La gran seducción de las obras ininteligibles está en que los tontos entienden tanto de ellas como los inteligentes”.
Durante el siglo XX asistimos a importantes catástrofes humanas, como las grandes guerras mundiales y la aparición de los totalitarismos (nazismo, comunismo, principalmente). Los ideólogos del totalitarismo, hábiles políticos, dirigen a las masas exaltando el odio para que sea dirigido contra determinado sector de la sociedad. Sin embargo, aun cuando carecen de toda veracidad en sus fundamentos y en sus conclusiones, el marxismo sigue todavía ocupando un lugar de cierta importancia en determinados sectores intelectuales (o pseudointelectuales hablando con precisión). Florencio José Arnaldo escribió respecto del marxismo:
“¿Cómo explicarse que una ideología que en lo filosófico es de «un primitivismo monstruoso» (Bochenski), en lo sociológico ha sido desmentida por el curso de la historia, en lo económico es «anticuada, errónea y falta de interés» (Keynes), y en lo político merece ser calificada de utópica, pueda haber concitado y seguir concitando la adhesión de decenas de miles de intelectuales que se tienen por progresistas?.
La respuesta no es fácil. Se han escrito muchas páginas para procurar aclarar este aparente contrasentido. He aquí las explicaciones que a nuestro criterio resultan más convincentes:
En primer lugar, de la lectura atenta de las confesiones autobiográficas de conocidos intelectuales que militaron en cierto momento de sus vidas en el comunismo, se desprende que todos llegaron a él a través de una reacción emocional provocada por el espectáculo de la injusticia social del capitalismo y no por adhesión reflexiva a la doctrina comunista que –aunque parezca increíble- desconocían casi totalmente. A este estado de ánimo suele agregarse el explicable resentimiento que surge en los intelectuales al verse socialmente relegados y aun menospreciados, debido a su inferior situación económica dentro del régimen capitalista, por personas las más de las veces incultas, que no poseen otro talento que el necesario para hacer buenos negocios.
En segundo lugar es forzoso reconocer que la doctrina comunista, que se presenta como una cosmovisión moderna científica y materialista, seduce fácilmente a las mentalidades contemporáneas, que descartan a priori toda solución espiritualista, por creerla anticuada, y que están dispuestas a aceptar todo lo que se les presente revestido por un ropaje científico.
En tercer lugar –y esto es fundamental- porque los integrantes de la sociedad «occidental y cristiana» no conocen, ni menos aún practican, una cosmovisión espiritualista que tenga en ellos la suficiente vigencia como para ser un factor de consolidación de dicha sociedad. No es tanto que la ideología comunista tenga valor en sí misma, como que la humanidad ha abjurado de los eternos principios que surgen de la ley natural, tal vez por no conocer su actualización conforme con los nuevos progresos de las ciencias positivas, y ha quedado inerme ante cualquier embate ideológico hábilmente organizado” (De “La lucha ideológica” – EUDEBA)