yodudotududas
26/06/2007, 18:03
Apología imaginaria de un ser imaginario.
Por: Juan Sebastián Ohem.
“¡Ecce Homo!” dice el procurador al presentar al reo humillado y bendito, que quiere decir “He aquí al Hombre”, perseguido y torturado por aquellos a quienes bendijo, insultado por quienes dedicó su existencia, en verdad, el héroe en desgracia, como lo es este nazareno, es todavía un héroe, pues la justicia no está en las manos de los tribunales, sino en el alma. Demos pie entonces al último héroe en desgracia, educador y abogado que desde tiempo inmemorial ha sido perseguido y blasfemado, su imagen adulterada y su persona ridiculizada.
Se ha cometido una injusticia al más grande maestro y humanista que se haya visto jamás, aquél que tanto ha contribuido hacia la humanidad yace ahora en el desprestigio, su nombre es el diablo y nos ha hecho humanos. En su desgracia, insultado y maldecido se le acusa de propagar la violencia, la ignorancia, de rebelarse ante Dios nuestro Señor, en resumen, de altísima traición.
¿Es que acaso no fue él quien nos dio de comer del árbol del conocimiento?, ¿es que acaso no fue Lucifer quien nos colma de inquietud?, y ¿no es esa inquietud la que nos lleva a investigar y a filosofar? Es cierto, la filosofía, la ciencia, la técnica e incluso la religión tienen por padre a este personaje.
Pero, “momento” dirán algunos, “el diablo tentó a Adán y Eva, introdujo el pecado y el dolor, ¿cómo puede ser este sujeto inocente bajo el cargo de traición a Dios y padre de la mentira?” Los detengo ahí, mis queridos compañeros y hermanos, y les insto, no, les ruego que reflexionen, ¿Acaso Dios no es omnipresente y todopoderoso? Dios sabía que lo que habría de pasar y lo permite, la verdad es que sin dolor no conoceríamos el placer y sin sacrificio la redención. Es obvio que Lucifer, lejos de traicionar a su magnífico Creador simplemente seguía sus órdenes.
Permaneció entre nosotros desde el nacimiento de la humanidad, algunos dirán que es su culpa que los gobiernos lancen ejércitos, que los hermanos se maten entre sí, que civilizaciones enteras se hundan en el mordaz caos del olvido del mismo modo en que nacieron, por fuerza y espada en un torbellino de sacrificio y dolor. Pero no olvidemos jamás que sobre los cadáveres de nuestros hermanos edificamos nuestra civilización, no es perfecta ni lo pretende pero, por prueba y error, cada vez más países consiguen el equilibrio, y más pueblos la solidaridad. Es en el agua de los ríos, que alguna vez corrió roja con la sangre de nuestros antepasados, que bañamos nuestras heridas, y a sus costados engordamos nuestro ganado. Irónica y sádica la verdad, que nuestros gobernantes bendicen los estandartes de sus tropas en el nombre de los dioses de la compasión, solo para ir a masacrar a sus congéneres.
Los judíos se lamentaban cuando Roma destruyó Jerusalén, “hemos perdido a Dios” decían ellos, “nos ha abandonado”, pero yo sé de alguien que nunca les abandonó, su nombre es Lucifer, la estrella de la mañana que vela por sus hermanos, nosotros tan desafortunados como él.
El sacrificio es inútil sin el dolor, edificamos nuestras iglesias para el sacrificado, pero nos olvidamos del adolorido, en verdad, blasfemamos contra aquel que hizo uso de su astucia e inteligencia, dos virtudes indispensables para el visionario, el filósofo o el profeta, e hizo uso de ellas, no para esclavizar al Hombre, sino para hacerlo libre. Adán y Eva, aquella pareja primigenia, ¿acaso conocían el amor?, ¿acaso Adán hubiera sido capaz de elaborar poemas de amor para su amante?, ¿era capaz él de suspirar en alivio y tranquilidad alrededor del delicioso perfume de su compañera? No, pues el amor no se goza sino hasta que se ha padecido el dolor, esclavos inertes sin capacidad de decisión, ignorantes simios revoloteando sin destino ni sueños, a la deriva de un Dios incomprensible que esculpe a sus criaturas de vulgar barro para más tarde maldecirles por eventos que sabía El, de antemano, que habrían de ocurrir.
Adán y Eva, ignorantes del sentimiento dulce del amor, del amargo odio, de la estrepitosa lujuria, de la inquebrantable ambición, de la tierna amistad, de la curativa fe, en una existencia sin más sentido que adorar a aquel que no necesita de adoración, son puestos en libertad por una bestia que se arrastra entre sus pies.
¡Funesta ironía! El libertador y eterno compañero del Hombre, leal servidor de la corte celeste en la apuesta contra el alma eterna del pobre y desamparado Job, destinado a traer luz pero por siempre arrastrarse en la oscuridad, la grotesca burla de un orden cósmico que, como Prometeo, nos ha traído la luz eterna de la libertad y el conocimiento.
“¡Altísima traición!” gorgojean los sacerdotes, “¡malvado!” Gritan los rabinos y ¡funesto! Los imanes, pero ¿a quién a traicionado?, al Hombre no pudo ser, no había un Hombre como tal, solo un puñado de lodo carente de brillo en los ojos, muerto ambulante, es Lucifer padre de la Naturaleza humana, buena o mala, pero real y verdadera, grotesca y sublime es su creación. ¿A Dios entonces? Falso, ¿acaso traicionaba al Creador al tentar a Job?, ¿pero es que no fue bajo las órdenes de Dios?, ¿a quién ha traicionado entonces, a quienes liberó, o a su patrón? Queda demostrado pues que a ninguno de los dos.
¿Con qué moneda le pagamos a aquel que nos hizo libres? Sin sentimientos, sin ambiciones, sin sueños, sin ninguna de estas cosas no seríamos capaces de deleitarnos ante el arte, de maravillarnos ante la fastuosidad de los frescos en las catedrales, de sorprendernos con la belleza de los íconos, de soñar frente a “la victoria de Samotracia”, de soltar una lágrima ante “La piedad” de Miguel Ángel, y este brillante genio del arte, es cierto, su obra era dedicada a la Gloria de Nuestro Señor, ¿pero es que acaso el mecenas detrás de este sentimiento profundo de deleite, no es el diablo?
Es natural sentir miedo ante un mundo frío y espinoso, impersonal y ajeno a nuestra intimidad, y sin embargo no cometamos el pecado del pusilánime, si nos sentimos inciertos ante la ignorancia, no olvidemos que él nos da de comer del árbol del conocimiento, San Agustín mismo le debe mucho a este gran humanista, no erremos el camino como el cobarde que ante el desastre desea la muerte, ante la injusticia la inconciencia, somos concientes, poseemos razón y voluntad, gracias a él, somos nosotros y no el diablo quien pinta las obras maestras, quien saquea ciudades, quien llena el vacío espacio con la poesía de la música, en nosotros, y no en él, encontraremos al asesino inmisericorde, al amante, al poeta, al santo, al demente. No debemos evadir nuestra responsabilidad, el diablo nos ha hecho libres, nosotros decidimos lo demás.
Queda demostrado, más allá de la duda razonable, el diablo no es traidor alguno, antes bien un libertador, el mecenas de la filosofía y su verdadero padre, nos ha dado las alas que le han sido robadas, es leal a su Creador y no espera recompensa alguna, pero ¿y qué hay de la religión que constantemente nos advierte del, mal llamado, “maligno”?
El sacerdote lanza su propaganda desde el púlpito, el obeso se regodea en la descripción sádica de un monstruo malentendido, y detrás de esa máscara de falsa moral cuenta los billetes con regordetas manos, su frente sudando copiosamente ante la ambición de su política. Anillos e incienso buscan suplir la responsabilidad y los honores donde los honores son debidos.
Yo pregunto, ¿y quién creó el infierno? No fue Lucifer señores, fue su Patrón. ¿Quién ha dispuesto los lagos de azufre, los castigos eternos a culpas temporales, los trinches y los lamentos de las almas perdidas? Y sin embargo la única que se beneficia del miedo, del sadismo, del grotesco fetiche es la falsa religión y su nauseabundo credo. Y ahora, sabiendo esto, ¿quién merece el honor, el regordete que gana la vida en el cenagal del doble discurso, o aquel que le provee de negocio? En verdad, el diablo es el mejor negocio de las religiones del miedo.
Y mientras el violador culpa al diablo, mientras el sacerdote prohíbe el placer con la falsedad de ser la morada del diablo, mientras el teólogo lo humilla, la ignorancia del pueblo común lo denigra, mientras el Hombre lo desprecia, y su memoria se ultraja, unos ganan dinero con él, otros le temen más de lo que aman a sus ídolos, damas y caballeros es él un héroe en desgracia, es él abandonado pero siempre fiel, es él un humanista y velador que jamás abandona al Hombre, solo para ser perseguido e insultado, en verdad, “¡Ecce Homo!”, “he aquí al Hombre”.
http://www.ohem.net/filosofia/La%20apologia%20del%20diablo.htm
Saludos
Por: Juan Sebastián Ohem.
“¡Ecce Homo!” dice el procurador al presentar al reo humillado y bendito, que quiere decir “He aquí al Hombre”, perseguido y torturado por aquellos a quienes bendijo, insultado por quienes dedicó su existencia, en verdad, el héroe en desgracia, como lo es este nazareno, es todavía un héroe, pues la justicia no está en las manos de los tribunales, sino en el alma. Demos pie entonces al último héroe en desgracia, educador y abogado que desde tiempo inmemorial ha sido perseguido y blasfemado, su imagen adulterada y su persona ridiculizada.
Se ha cometido una injusticia al más grande maestro y humanista que se haya visto jamás, aquél que tanto ha contribuido hacia la humanidad yace ahora en el desprestigio, su nombre es el diablo y nos ha hecho humanos. En su desgracia, insultado y maldecido se le acusa de propagar la violencia, la ignorancia, de rebelarse ante Dios nuestro Señor, en resumen, de altísima traición.
¿Es que acaso no fue él quien nos dio de comer del árbol del conocimiento?, ¿es que acaso no fue Lucifer quien nos colma de inquietud?, y ¿no es esa inquietud la que nos lleva a investigar y a filosofar? Es cierto, la filosofía, la ciencia, la técnica e incluso la religión tienen por padre a este personaje.
Pero, “momento” dirán algunos, “el diablo tentó a Adán y Eva, introdujo el pecado y el dolor, ¿cómo puede ser este sujeto inocente bajo el cargo de traición a Dios y padre de la mentira?” Los detengo ahí, mis queridos compañeros y hermanos, y les insto, no, les ruego que reflexionen, ¿Acaso Dios no es omnipresente y todopoderoso? Dios sabía que lo que habría de pasar y lo permite, la verdad es que sin dolor no conoceríamos el placer y sin sacrificio la redención. Es obvio que Lucifer, lejos de traicionar a su magnífico Creador simplemente seguía sus órdenes.
Permaneció entre nosotros desde el nacimiento de la humanidad, algunos dirán que es su culpa que los gobiernos lancen ejércitos, que los hermanos se maten entre sí, que civilizaciones enteras se hundan en el mordaz caos del olvido del mismo modo en que nacieron, por fuerza y espada en un torbellino de sacrificio y dolor. Pero no olvidemos jamás que sobre los cadáveres de nuestros hermanos edificamos nuestra civilización, no es perfecta ni lo pretende pero, por prueba y error, cada vez más países consiguen el equilibrio, y más pueblos la solidaridad. Es en el agua de los ríos, que alguna vez corrió roja con la sangre de nuestros antepasados, que bañamos nuestras heridas, y a sus costados engordamos nuestro ganado. Irónica y sádica la verdad, que nuestros gobernantes bendicen los estandartes de sus tropas en el nombre de los dioses de la compasión, solo para ir a masacrar a sus congéneres.
Los judíos se lamentaban cuando Roma destruyó Jerusalén, “hemos perdido a Dios” decían ellos, “nos ha abandonado”, pero yo sé de alguien que nunca les abandonó, su nombre es Lucifer, la estrella de la mañana que vela por sus hermanos, nosotros tan desafortunados como él.
El sacrificio es inútil sin el dolor, edificamos nuestras iglesias para el sacrificado, pero nos olvidamos del adolorido, en verdad, blasfemamos contra aquel que hizo uso de su astucia e inteligencia, dos virtudes indispensables para el visionario, el filósofo o el profeta, e hizo uso de ellas, no para esclavizar al Hombre, sino para hacerlo libre. Adán y Eva, aquella pareja primigenia, ¿acaso conocían el amor?, ¿acaso Adán hubiera sido capaz de elaborar poemas de amor para su amante?, ¿era capaz él de suspirar en alivio y tranquilidad alrededor del delicioso perfume de su compañera? No, pues el amor no se goza sino hasta que se ha padecido el dolor, esclavos inertes sin capacidad de decisión, ignorantes simios revoloteando sin destino ni sueños, a la deriva de un Dios incomprensible que esculpe a sus criaturas de vulgar barro para más tarde maldecirles por eventos que sabía El, de antemano, que habrían de ocurrir.
Adán y Eva, ignorantes del sentimiento dulce del amor, del amargo odio, de la estrepitosa lujuria, de la inquebrantable ambición, de la tierna amistad, de la curativa fe, en una existencia sin más sentido que adorar a aquel que no necesita de adoración, son puestos en libertad por una bestia que se arrastra entre sus pies.
¡Funesta ironía! El libertador y eterno compañero del Hombre, leal servidor de la corte celeste en la apuesta contra el alma eterna del pobre y desamparado Job, destinado a traer luz pero por siempre arrastrarse en la oscuridad, la grotesca burla de un orden cósmico que, como Prometeo, nos ha traído la luz eterna de la libertad y el conocimiento.
“¡Altísima traición!” gorgojean los sacerdotes, “¡malvado!” Gritan los rabinos y ¡funesto! Los imanes, pero ¿a quién a traicionado?, al Hombre no pudo ser, no había un Hombre como tal, solo un puñado de lodo carente de brillo en los ojos, muerto ambulante, es Lucifer padre de la Naturaleza humana, buena o mala, pero real y verdadera, grotesca y sublime es su creación. ¿A Dios entonces? Falso, ¿acaso traicionaba al Creador al tentar a Job?, ¿pero es que no fue bajo las órdenes de Dios?, ¿a quién ha traicionado entonces, a quienes liberó, o a su patrón? Queda demostrado pues que a ninguno de los dos.
¿Con qué moneda le pagamos a aquel que nos hizo libres? Sin sentimientos, sin ambiciones, sin sueños, sin ninguna de estas cosas no seríamos capaces de deleitarnos ante el arte, de maravillarnos ante la fastuosidad de los frescos en las catedrales, de sorprendernos con la belleza de los íconos, de soñar frente a “la victoria de Samotracia”, de soltar una lágrima ante “La piedad” de Miguel Ángel, y este brillante genio del arte, es cierto, su obra era dedicada a la Gloria de Nuestro Señor, ¿pero es que acaso el mecenas detrás de este sentimiento profundo de deleite, no es el diablo?
Es natural sentir miedo ante un mundo frío y espinoso, impersonal y ajeno a nuestra intimidad, y sin embargo no cometamos el pecado del pusilánime, si nos sentimos inciertos ante la ignorancia, no olvidemos que él nos da de comer del árbol del conocimiento, San Agustín mismo le debe mucho a este gran humanista, no erremos el camino como el cobarde que ante el desastre desea la muerte, ante la injusticia la inconciencia, somos concientes, poseemos razón y voluntad, gracias a él, somos nosotros y no el diablo quien pinta las obras maestras, quien saquea ciudades, quien llena el vacío espacio con la poesía de la música, en nosotros, y no en él, encontraremos al asesino inmisericorde, al amante, al poeta, al santo, al demente. No debemos evadir nuestra responsabilidad, el diablo nos ha hecho libres, nosotros decidimos lo demás.
Queda demostrado, más allá de la duda razonable, el diablo no es traidor alguno, antes bien un libertador, el mecenas de la filosofía y su verdadero padre, nos ha dado las alas que le han sido robadas, es leal a su Creador y no espera recompensa alguna, pero ¿y qué hay de la religión que constantemente nos advierte del, mal llamado, “maligno”?
El sacerdote lanza su propaganda desde el púlpito, el obeso se regodea en la descripción sádica de un monstruo malentendido, y detrás de esa máscara de falsa moral cuenta los billetes con regordetas manos, su frente sudando copiosamente ante la ambición de su política. Anillos e incienso buscan suplir la responsabilidad y los honores donde los honores son debidos.
Yo pregunto, ¿y quién creó el infierno? No fue Lucifer señores, fue su Patrón. ¿Quién ha dispuesto los lagos de azufre, los castigos eternos a culpas temporales, los trinches y los lamentos de las almas perdidas? Y sin embargo la única que se beneficia del miedo, del sadismo, del grotesco fetiche es la falsa religión y su nauseabundo credo. Y ahora, sabiendo esto, ¿quién merece el honor, el regordete que gana la vida en el cenagal del doble discurso, o aquel que le provee de negocio? En verdad, el diablo es el mejor negocio de las religiones del miedo.
Y mientras el violador culpa al diablo, mientras el sacerdote prohíbe el placer con la falsedad de ser la morada del diablo, mientras el teólogo lo humilla, la ignorancia del pueblo común lo denigra, mientras el Hombre lo desprecia, y su memoria se ultraja, unos ganan dinero con él, otros le temen más de lo que aman a sus ídolos, damas y caballeros es él un héroe en desgracia, es él abandonado pero siempre fiel, es él un humanista y velador que jamás abandona al Hombre, solo para ser perseguido e insultado, en verdad, “¡Ecce Homo!”, “he aquí al Hombre”.
http://www.ohem.net/filosofia/La%20apologia%20del%20diablo.htm
Saludos