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Joaquín García Weil
22/06/2007, 03:35
De lo primero que hago cuando llego a la India es comprarme una bicicleta. Aunque ahora están llegando nuevos modelos, allí todavía las bicis corrientes son unos trastos encantadores, nada de aluminio sino que están hechas a base de hierro y acero. Tienen los frenos de varillas que se estilaban en mi infancia, antes de que llegaran los de cable. Son pesadas y, además, se escacharran con facilidad, lo cual no es un problema en un país donde a cada trecho hay un taller de reparación o simplemente un mecánico sentado en una esquina con unas cuantas herramientas, que te la repara al momento por unas cuantas monedas mientras tú te tomas un chai (té azucarado con leche) en un daba (chiringo) al lado.

El tráfico en la India visto desde fuera parece algo caótico y peligrosísimo, con esa barahúnda abigarrada de vacas, bicis, peatones, camiones, motocarros, coches y motos, todos haciendo el mayor ruido posible. Pero una vez que te integras en ese río, que es un tao, la cosa va sobre (dos) ruedas. Sorprendentemente te sientes seguro. La causa es que toda esa corriente caótica funciona de un modo relativamente lento, sobre todo si lo comparas con el veloz tráfico de nuestras carreteras. Sólo he visto accidentes donde estaban involucradas las malhadadas “Honda Hero”, las cuales, a mi parecer, van demasiado deprisa y no más despacio van a acabar con la tradicional armonía de las vías indias.

Aparte de las motos japonesas, en las calzadas indias también existen como peligros catalogados unos baches terroríficos. No es la típica pequeña grieta en el asfalto erosionado, sino unos socavones brutales que causan espanto y donde puede ir una persona con bicicleta y todo.

A veces, durante los monzones me ha tocado pedalear al anochecer bajo unos goterones gordísimos que no te dejaban ver ni a tres metros, con el agua por las canillas y las ruedas de los camiones levantando cortinas de barro y agua entre fogonazos de faros y bocinazos tremendos. Esquivando la mole oscura de una vaca sagrada, te preguntas entonces dónde diablos estaban esos socavones horribles que ahora serán simas telúricas engullendo a remolinos las aguas del monzón.

Sabes que en el río de agua y vehículos tú, como ciclista, ocupas el penúltimo escalón, por debajo de las vacas y sólo por encima del sencillo peatón. El código no escrito de circulación indio puede resumirse así: el vehículo más grande tiene la razón.

Estás allí calado hasta los tuétanos, con los pedales hundiéndose en el agua, luchando por llegar vivo a los seguros y venerables muros del ashram, entre el resplandor de los rayos y el crujir de los truenos. Si no crees en Dios en esos casos, al menos que existe el trimurti Shiva-Vishnu-Brahma lo das por cierto.

Con largas melenas rojas entrecanas y cubierto tan sólo por un lungui (lienzo anudado a la cintura), Miro es un yogui servo bosnio que conocí a orillas del Ganges. Su historia es ilustrativa a este respecto y concuerda con esas eternas historias de Hollywood donde un John Doe, un ciudadano cualquiera, se ve envuelto en una pesadilla o en un drama...

Joaquín García Weil
25/06/2007, 19:27
Estimados administradores y moderadores,

primero decirles que su sitio web me ha resultado interesante.

Segundo pedirles un poco de generosidad a la hora de permitirme publicar mi enlace, pues mi sitio web no es comercial. De heho, es la primera vez que alguien me lo edita, cosa que me ha sorprendido. En cualquier caso están en su sitio y están en su derecho. Gracias.

Estimados lectores,

pueden encontrar mis escritos copiando y pegando mi nombre y el título del escrito en cuestión en algún buscador, como google. Un saludo y gracias por su interés.

Joaquín García Weil