jorgesalaz
14/05/2007, 10:28
Científicos inician la búsqueda de Dios en los genes o en el cerebro; 98% de la humanidad cree en un ser superior y la mitad lo llama “Dios”
El florecimiento del pensamiento científico parecía esbozar el final de la fe y Dios dejaría de ser la justificación de los hechos inexplicables de la naturaleza, porque la ciencia encontraría las respuestas, las razones. Han pasado dos siglos desde el triunfo de la razón sobre el dogma religioso y, sin embargo, el 98 por ciento de la población mundial afirma creer en una fuerza superior, mientras que el 50 por ciento denomina a esa fuerza Dios.
Ante esta evidencia, parece que la ciencia no ha tenido más remedio que plegarse a la búsqueda, como anuncia en su edición digital El País.
Con dos cuestiones en la mente: ¿En qué lugar de la bioquímica se encuentra el templo del Altísimo? y ¿Por qué tenemos fe?, el rotativo madrileño señala que los científicos rastrean en dos frentes. El primero busca a Dios en el entramado celular del complejo cerebro Sapiens Sapiens; y el segundo, en la elegante doble hélice del ADN.
El genetista Dean Hammer, del Instituto Nacional de la Salud de EU, afirma en su libro “El gen de Dios” que “tenemos una predisposición genética para la creencia espiritual”, como pudo comprobar una encuesta en la que un tercio de las personas aseguró haber tenido algún tipo de contacto con una poderosa fuerza espiritual.
Hammer estudió los genes de gemelos, por su afinidad espiritual, e identificó el gen VMAT2, que controla en el cerebro la dopamina y la serotonina, dos moléculas asociadas con el placer y la felicidad —y también sus reversos, la adicción y la depresión— como “el gen de Dios”.
Los trabajos de Hammer para buscar los genes de Dios parten de estudios con gemelos. Éstos indican que los gemelos coinciden en sus creencias espirituales más que los hermanos no gemelos. Tras rastrear fragmentos de ADN, el investigador identificó un gen conocido como VMAT2. Como todos, presenta unas cuantas variantes que se diferencian entre sí por algunas de las letras que lo componen. Hammer postula que las personas que tienen en su genoma una de ellas tienen mayor tendencia espiritual, más disposición a lo que describe como autotrascendencia. Curiosamente, el supuesto gen de Dios nos remite de nuevo al cerebro porque el VMAT2 controla el uso de un grupo de neurotransmisores muy interesantes. Entre ellos, la dopamina y la serotonina, dos moléculas asociadas con el placer y la felicidad y también con sus reversos: la adicción y la depresión.
Neuroteología. Para el neurocientífico Michael Persinger, la “morada” de Dios está en el cerebro a la altura de las orejas, en los lóbulos temporales, mientras que Andrew Newberg, investigador de la Universidad de Pensilvania, dice en su libro “Por qué creemos lo que creemos” que nuestro cerebro “es esencialmente una máquina creyente porque no tiene otra opción”.
Aunque ambos científicos defienden la llamada “neuroteología”, Newberg matiza que “si Dios es una mera creación de nuestro cerebro o no, todavía no está probado científicamente”.
Como “neuroteólogo”, Newberg ha tomado imágenes de cerebros de monjes de distintas confesiones y de otros voluntarios en estado de meditación u oración profunda, y pudo probar un aumento de la actividad neuronal en los momentos álgidos de pensamiento espiritual, y lo que más le sorprendió, una desactivación de los lóbulos parietales (situados debajo de la coronilla de los dos hemisferios), que es donde reside el sentido del “yo”, de la individualidad.
Comprobó que durante la meditación y la oración “se diluye la frontera entre el “yo” y el entorno y conduce a la sensación de comunión con el universo, que es lo que describen los que alcanzan un estado profundo de misticismo”.
Dios, detrás de la oreja. Este “estado de iluminación” fue investigado por el neurocientífico Michael Persinger, quien creó el llamado “casco de Dios”, que emite campos magnéticos en el cerebro de los voluntarios. El 80 por ciento de los que se pusieron el famoso casco describieron un “encuentro divino”.
El propio Persinger, no siendo creyente, experimentó un contacto con Dios mientras aplicaba los campos magnéticos a otro. Para este neurocientífico, la morada de Dios se encuentra en los lóbulos temporales, las regiones del cerebro situadas sobre las orejas.
Conviene apuntar que al mismo tiempo que se ha constatado un aumento de la fe, han disminuido las prácticas religiosas, subrayando de nuevo que, aunque a menudo se identifican, no es lo mismo religión que espiritualidad.
(Extracto del reportaje de la revista El País Semanal titulado “¿Está Dios en los genes?”)
El florecimiento del pensamiento científico parecía esbozar el final de la fe y Dios dejaría de ser la justificación de los hechos inexplicables de la naturaleza, porque la ciencia encontraría las respuestas, las razones. Han pasado dos siglos desde el triunfo de la razón sobre el dogma religioso y, sin embargo, el 98 por ciento de la población mundial afirma creer en una fuerza superior, mientras que el 50 por ciento denomina a esa fuerza Dios.
Ante esta evidencia, parece que la ciencia no ha tenido más remedio que plegarse a la búsqueda, como anuncia en su edición digital El País.
Con dos cuestiones en la mente: ¿En qué lugar de la bioquímica se encuentra el templo del Altísimo? y ¿Por qué tenemos fe?, el rotativo madrileño señala que los científicos rastrean en dos frentes. El primero busca a Dios en el entramado celular del complejo cerebro Sapiens Sapiens; y el segundo, en la elegante doble hélice del ADN.
El genetista Dean Hammer, del Instituto Nacional de la Salud de EU, afirma en su libro “El gen de Dios” que “tenemos una predisposición genética para la creencia espiritual”, como pudo comprobar una encuesta en la que un tercio de las personas aseguró haber tenido algún tipo de contacto con una poderosa fuerza espiritual.
Hammer estudió los genes de gemelos, por su afinidad espiritual, e identificó el gen VMAT2, que controla en el cerebro la dopamina y la serotonina, dos moléculas asociadas con el placer y la felicidad —y también sus reversos, la adicción y la depresión— como “el gen de Dios”.
Los trabajos de Hammer para buscar los genes de Dios parten de estudios con gemelos. Éstos indican que los gemelos coinciden en sus creencias espirituales más que los hermanos no gemelos. Tras rastrear fragmentos de ADN, el investigador identificó un gen conocido como VMAT2. Como todos, presenta unas cuantas variantes que se diferencian entre sí por algunas de las letras que lo componen. Hammer postula que las personas que tienen en su genoma una de ellas tienen mayor tendencia espiritual, más disposición a lo que describe como autotrascendencia. Curiosamente, el supuesto gen de Dios nos remite de nuevo al cerebro porque el VMAT2 controla el uso de un grupo de neurotransmisores muy interesantes. Entre ellos, la dopamina y la serotonina, dos moléculas asociadas con el placer y la felicidad y también con sus reversos: la adicción y la depresión.
Neuroteología. Para el neurocientífico Michael Persinger, la “morada” de Dios está en el cerebro a la altura de las orejas, en los lóbulos temporales, mientras que Andrew Newberg, investigador de la Universidad de Pensilvania, dice en su libro “Por qué creemos lo que creemos” que nuestro cerebro “es esencialmente una máquina creyente porque no tiene otra opción”.
Aunque ambos científicos defienden la llamada “neuroteología”, Newberg matiza que “si Dios es una mera creación de nuestro cerebro o no, todavía no está probado científicamente”.
Como “neuroteólogo”, Newberg ha tomado imágenes de cerebros de monjes de distintas confesiones y de otros voluntarios en estado de meditación u oración profunda, y pudo probar un aumento de la actividad neuronal en los momentos álgidos de pensamiento espiritual, y lo que más le sorprendió, una desactivación de los lóbulos parietales (situados debajo de la coronilla de los dos hemisferios), que es donde reside el sentido del “yo”, de la individualidad.
Comprobó que durante la meditación y la oración “se diluye la frontera entre el “yo” y el entorno y conduce a la sensación de comunión con el universo, que es lo que describen los que alcanzan un estado profundo de misticismo”.
Dios, detrás de la oreja. Este “estado de iluminación” fue investigado por el neurocientífico Michael Persinger, quien creó el llamado “casco de Dios”, que emite campos magnéticos en el cerebro de los voluntarios. El 80 por ciento de los que se pusieron el famoso casco describieron un “encuentro divino”.
El propio Persinger, no siendo creyente, experimentó un contacto con Dios mientras aplicaba los campos magnéticos a otro. Para este neurocientífico, la morada de Dios se encuentra en los lóbulos temporales, las regiones del cerebro situadas sobre las orejas.
Conviene apuntar que al mismo tiempo que se ha constatado un aumento de la fe, han disminuido las prácticas religiosas, subrayando de nuevo que, aunque a menudo se identifican, no es lo mismo religión que espiritualidad.
(Extracto del reportaje de la revista El País Semanal titulado “¿Está Dios en los genes?”)