cocain
26/03/2007, 11:35
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la Retórica del silencio.
Supongo que todos lo hemos experimentado alguna vez. Se ha roto una relación amorosa. No importa por qué motivo ni a instancias de qué parte. Se decide, por mutuo acuerdo (o no), guardar la distancia y dejar pasar el tiempo. Se instaura, en definitiva, la Retórica del silencio. Se proscriben las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes al móvil; tampoco habrá más contactos por mensajería instantánea. Todos los canales de comunicación han quedado clausurados y congelados por decreto.
Sin embargo, quizá uno de los miembros de la pareja (o los dos) aún siente en su corazón los rescoldos de la vieja llama (veteris vestigia flammae). Y espera, aunque no lo quiera o desee, aunque no considere que sea lo más adecuado, alguna iniciativa de comunicación por parte del otro. Descuelga el teléfono cien veces al día para cerciorarse de que la línea sigue incólume; revisa compulsivamente la bandeja de entrada del correo electrónico; comprueba el móvil cada cinco minutos para ver si hay aviso de nuevos sms; vigila la pantalla principal del Messenger con ojo más avizor que como el monstruo Argo vigilaba a Ío. Pero nada. Ninguna comunicación. Se sufre entonces la retórica más elocuente y más devastadora que existe: la Retórica del silencio.
la Retórica del silencio.
Supongo que todos lo hemos experimentado alguna vez. Se ha roto una relación amorosa. No importa por qué motivo ni a instancias de qué parte. Se decide, por mutuo acuerdo (o no), guardar la distancia y dejar pasar el tiempo. Se instaura, en definitiva, la Retórica del silencio. Se proscriben las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes al móvil; tampoco habrá más contactos por mensajería instantánea. Todos los canales de comunicación han quedado clausurados y congelados por decreto.
Sin embargo, quizá uno de los miembros de la pareja (o los dos) aún siente en su corazón los rescoldos de la vieja llama (veteris vestigia flammae). Y espera, aunque no lo quiera o desee, aunque no considere que sea lo más adecuado, alguna iniciativa de comunicación por parte del otro. Descuelga el teléfono cien veces al día para cerciorarse de que la línea sigue incólume; revisa compulsivamente la bandeja de entrada del correo electrónico; comprueba el móvil cada cinco minutos para ver si hay aviso de nuevos sms; vigila la pantalla principal del Messenger con ojo más avizor que como el monstruo Argo vigilaba a Ío. Pero nada. Ninguna comunicación. Se sufre entonces la retórica más elocuente y más devastadora que existe: la Retórica del silencio.