Mircko
31/12/2006, 13:50
..... leer una persona en toda su vida?
La respuesta no es fácil, porque tal vez la pregunta debería ser ¿a quién le importa esta pregunta?
¿Cuántos libros se podrán leer en la vida? La respuesta depende de cada uno. Pero supongamos un lector constante, cuya actividad principal no sea la lectura, que la tome como pasatiempo, como distracción, como forma de aprender o crecer. La respuesta sigue sin ser fácil. Y la pregunta es a quién le importa la pregunta.
A mí la duda me aqueja. Siento siempre no haber leído lo suficiente. O lo necesario. O mucho de algo y poco de otro. O mal leído.
La congoja se me repite en cada librería. ¿Por qué compro este libro y no aquél? ¿Por qué consumo lo que consumo y no otra cosa?
El gusto, claro está, es la contestación obvia. ¿Pero cómo sé que la autoayuda o los libros esotéricos o los de ciencia ficción no son para mí, si jamás los he leído, si jamás siquiera los he agarrado?
La congoja crece y se vuelve angustia cuando un libro está en mis manos.
Durante años, por principio, no dejaba libro sin leer. O, mejor dicho, leído por la mitad. Y sobre todo con los que me venían altamente recomendados.
“Papaito piernas largas” fue mi primera excepción. “Un libro maravilloso que no podés no leer”, me decían mis padres y me repetían en el colegio. ¿Se estaban burlando de mí? ¡Era una bazofia! Carta, tras carta, tras carta, tras carta, tras carta, tras carta, tras carta. Así de bazofia era.
“Platero y yo”, que me disculpe mi maestra de tercer grado, tampoco lo pude terminar. Y eso que era “una delicia para chicos de tu edad”.
A partir de entonces y hasta hace un tiempo, leía libros que me alisaban aún más mi llano cerebro, de la primera hasta la última página.
La duda, la esperanza, siempre fue la misma: lo bueno seguro que empieza en la página que viene, en el capítulo que viene, en el próximo libro. Seguro que si dejo de leer en el final de este párrafo, en el que viene aparece la mejor parte, la joya de la literatura, el elixir de la sabiduría. Ley de Murphy de los libros. Pero no.
Un día me propuse ponerme a tono con mis lecturas. El objetivo: un libro por semana. A lo sumo, cada diez días. El resultado final: doce libros en un año. Uno por mes. Autores, temas, obras famosas y recomendadas, había que empezarlas y terminarlas.
Seguramente, en ese afán, habré leído cosas que pocos se atrevieron a abordar y muchos menos a pasar de la tercera o cuarta página. Y esa fue la línea que me trazó NH, Nuestro Hombre, cuando me hizo la pregunta del principio, que esconde un valor inconmensurable.
La literatura o, mejor dicho, lo que hay escrito, es infinito en comparación con la finitud de nuestras vidas y, ni que hablar, de nuestras vidas como lectores.
Dejar en el camino a una, dos, diez, cien, mil obras, no debería ser pecado. Por cada una de ellas hay 1.000 más esperando a ser descubiertas.
El tiempo que uno emplea en algo que no le genera nada más que aburrimiento, es un espacio perdido al placer de sumergirse en una buena historia. Un libro. Tal vez, otro libro que no es el que está leyendo.
NH no es psicólogo. NH es, simplemente, un enorme lector. Para él, el tiempo es lectura.
:razz:
;-)
:smile:
La respuesta no es fácil, porque tal vez la pregunta debería ser ¿a quién le importa esta pregunta?
¿Cuántos libros se podrán leer en la vida? La respuesta depende de cada uno. Pero supongamos un lector constante, cuya actividad principal no sea la lectura, que la tome como pasatiempo, como distracción, como forma de aprender o crecer. La respuesta sigue sin ser fácil. Y la pregunta es a quién le importa la pregunta.
A mí la duda me aqueja. Siento siempre no haber leído lo suficiente. O lo necesario. O mucho de algo y poco de otro. O mal leído.
La congoja se me repite en cada librería. ¿Por qué compro este libro y no aquél? ¿Por qué consumo lo que consumo y no otra cosa?
El gusto, claro está, es la contestación obvia. ¿Pero cómo sé que la autoayuda o los libros esotéricos o los de ciencia ficción no son para mí, si jamás los he leído, si jamás siquiera los he agarrado?
La congoja crece y se vuelve angustia cuando un libro está en mis manos.
Durante años, por principio, no dejaba libro sin leer. O, mejor dicho, leído por la mitad. Y sobre todo con los que me venían altamente recomendados.
“Papaito piernas largas” fue mi primera excepción. “Un libro maravilloso que no podés no leer”, me decían mis padres y me repetían en el colegio. ¿Se estaban burlando de mí? ¡Era una bazofia! Carta, tras carta, tras carta, tras carta, tras carta, tras carta, tras carta. Así de bazofia era.
“Platero y yo”, que me disculpe mi maestra de tercer grado, tampoco lo pude terminar. Y eso que era “una delicia para chicos de tu edad”.
A partir de entonces y hasta hace un tiempo, leía libros que me alisaban aún más mi llano cerebro, de la primera hasta la última página.
La duda, la esperanza, siempre fue la misma: lo bueno seguro que empieza en la página que viene, en el capítulo que viene, en el próximo libro. Seguro que si dejo de leer en el final de este párrafo, en el que viene aparece la mejor parte, la joya de la literatura, el elixir de la sabiduría. Ley de Murphy de los libros. Pero no.
Un día me propuse ponerme a tono con mis lecturas. El objetivo: un libro por semana. A lo sumo, cada diez días. El resultado final: doce libros en un año. Uno por mes. Autores, temas, obras famosas y recomendadas, había que empezarlas y terminarlas.
Seguramente, en ese afán, habré leído cosas que pocos se atrevieron a abordar y muchos menos a pasar de la tercera o cuarta página. Y esa fue la línea que me trazó NH, Nuestro Hombre, cuando me hizo la pregunta del principio, que esconde un valor inconmensurable.
La literatura o, mejor dicho, lo que hay escrito, es infinito en comparación con la finitud de nuestras vidas y, ni que hablar, de nuestras vidas como lectores.
Dejar en el camino a una, dos, diez, cien, mil obras, no debería ser pecado. Por cada una de ellas hay 1.000 más esperando a ser descubiertas.
El tiempo que uno emplea en algo que no le genera nada más que aburrimiento, es un espacio perdido al placer de sumergirse en una buena historia. Un libro. Tal vez, otro libro que no es el que está leyendo.
NH no es psicólogo. NH es, simplemente, un enorme lector. Para él, el tiempo es lectura.
:razz:
;-)
:smile: