Pompilio Zigrino
08/12/2006, 18:47
El utilitarismo del filósofo Jeremy Bentham puede sintetizarse en las siguientes expresiones: “La naturaleza ha sometido al ser humano al gobierno de dos gobernantes soberanos: el dolor y el placer”. De ahí la búsqueda de “La mayor felicidad posible para el mayor número posible de seres humanos”. John Stuart Mill considera que el acrecentamiento de placer es la meta de la acción humana y valora más las alegrías espirituales e intelectuales que las sensaciones corporales de placer.
Así, el placer y el dolor constituyen el efecto derivado de nuestras propias acciones y decisiones. La ética utilitaria no especifica, sin embargo, si incluso una actitud egoísta puede llevarnos a lograr la meta propuesta. Nótese que la postura mencionada se asemeja bastante a la imperante en el Antiguo Testamento. Henry Hazlitt escribe al respecto: “Realizar buenos actos con la esperanza de obtener una recompensa en esa vida futura o evitar el mal por temor a un castigo es lo que, con gran perspicacia, se ha denominado utilitarismo religioso; pero, si bien el motivo es puramente relativo a uno mismo, el resultado puede ser beneficioso como el de lo que Bentham llama la prudencia relativa a los demás” (De “Los Fundamentos de la Moral” Ed. Fundación Bolsa de Comercio de Bs.As).
La búsqueda de la felicidad tanto como el temor al sufrimiento, son las fuerzas naturales que nos impulsan hacia la búsqueda de una vida ética. Son las mismas fuerzas que en la religión aparecen como el amor y el temor hacia Dios. Henry Hazlitt escribe: “El Antiguo Testamento ordena obedecer a Dios por medio del miedo; el Nuevo Testamento pide la obediencia a Dios por medio del amor”.
Para que quede definida en forma explícita la búsqueda simultánea de la felicidad, incluso sin ninguna intermediación posible, Cristo propone “amar al prójimo como a uno mismo”, es decir, propone compartir las penas y alegrías ajenas como si fuesen propias. Esta propuesta excluye al egoísmo como un camino posible para el logro de la felicidad. Baruch de Spinoza expresó: “La felicidad no es premio a la virtud, sino la virtud misma”.
En la actualidad, sin embargo, prevalecen posturas intermedias. En lugar de la creencia en que el Dios justiciero del Antiguo Testamento otorga premios a la buena conducta y castigos a la mala conducta, se supone que el Mal nos ocurre por nuestras malas decisiones, mientras que el Bien siempre ocurre por la benévola decisión de Dios. Así, casi siempre se agradece a Dios por habernos salvado de la enfermedad, pero casi nunca se le “agradece” por habernos enviado previamente dicha enfermedad. Esta actitud, en la cual deseamos agradecer a un protector imaginario, para que nos siga ayudando durante nuestra vida, hace que aparezcan actitudes que nos llevan a decir: A tal persona “la salvó Dios”, a tal otra “la mató el médico”, pero pocas veces a alguien se le ocurre cambiar los posibles autores.
En todo esto vemos una actitud similar a la adoptada respecto de la economía nacional. Quien prefiere que el mundo sea regido por un Dios justiciero que envía premios y castigos, seguramente preferirá un Estado protector que decida por nosotros restringiendo nuestra libertad. Quien prefiera que el mundo sea regido por leyes naturales invariantes, y que de nosotros mismos dependa el nivel de felicidad logrado, seguramente preferirá un Estado que garantice las reglas del juego para que podamos elegir libremente y lograr nuestra seguridad a partir de las posibilidades que nos da esa libertad.
Pero el mundo funciona de una manera determinada, que no depende de nuestros deseos personales. De ahí la necesidad que tenemos de saber cómo funciona realmente, para saber si nuestros logros dependerán del acatamiento a las leyes naturales existentes, o bien de la benévola estima que el Dios Creador siente por cada uno de nosotros.
www.geocities.com/pompiliozigrino
Así, el placer y el dolor constituyen el efecto derivado de nuestras propias acciones y decisiones. La ética utilitaria no especifica, sin embargo, si incluso una actitud egoísta puede llevarnos a lograr la meta propuesta. Nótese que la postura mencionada se asemeja bastante a la imperante en el Antiguo Testamento. Henry Hazlitt escribe al respecto: “Realizar buenos actos con la esperanza de obtener una recompensa en esa vida futura o evitar el mal por temor a un castigo es lo que, con gran perspicacia, se ha denominado utilitarismo religioso; pero, si bien el motivo es puramente relativo a uno mismo, el resultado puede ser beneficioso como el de lo que Bentham llama la prudencia relativa a los demás” (De “Los Fundamentos de la Moral” Ed. Fundación Bolsa de Comercio de Bs.As).
La búsqueda de la felicidad tanto como el temor al sufrimiento, son las fuerzas naturales que nos impulsan hacia la búsqueda de una vida ética. Son las mismas fuerzas que en la religión aparecen como el amor y el temor hacia Dios. Henry Hazlitt escribe: “El Antiguo Testamento ordena obedecer a Dios por medio del miedo; el Nuevo Testamento pide la obediencia a Dios por medio del amor”.
Para que quede definida en forma explícita la búsqueda simultánea de la felicidad, incluso sin ninguna intermediación posible, Cristo propone “amar al prójimo como a uno mismo”, es decir, propone compartir las penas y alegrías ajenas como si fuesen propias. Esta propuesta excluye al egoísmo como un camino posible para el logro de la felicidad. Baruch de Spinoza expresó: “La felicidad no es premio a la virtud, sino la virtud misma”.
En la actualidad, sin embargo, prevalecen posturas intermedias. En lugar de la creencia en que el Dios justiciero del Antiguo Testamento otorga premios a la buena conducta y castigos a la mala conducta, se supone que el Mal nos ocurre por nuestras malas decisiones, mientras que el Bien siempre ocurre por la benévola decisión de Dios. Así, casi siempre se agradece a Dios por habernos salvado de la enfermedad, pero casi nunca se le “agradece” por habernos enviado previamente dicha enfermedad. Esta actitud, en la cual deseamos agradecer a un protector imaginario, para que nos siga ayudando durante nuestra vida, hace que aparezcan actitudes que nos llevan a decir: A tal persona “la salvó Dios”, a tal otra “la mató el médico”, pero pocas veces a alguien se le ocurre cambiar los posibles autores.
En todo esto vemos una actitud similar a la adoptada respecto de la economía nacional. Quien prefiere que el mundo sea regido por un Dios justiciero que envía premios y castigos, seguramente preferirá un Estado protector que decida por nosotros restringiendo nuestra libertad. Quien prefiera que el mundo sea regido por leyes naturales invariantes, y que de nosotros mismos dependa el nivel de felicidad logrado, seguramente preferirá un Estado que garantice las reglas del juego para que podamos elegir libremente y lograr nuestra seguridad a partir de las posibilidades que nos da esa libertad.
Pero el mundo funciona de una manera determinada, que no depende de nuestros deseos personales. De ahí la necesidad que tenemos de saber cómo funciona realmente, para saber si nuestros logros dependerán del acatamiento a las leyes naturales existentes, o bien de la benévola estima que el Dios Creador siente por cada uno de nosotros.
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