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Ver la versión completa : Para Katralo y Pirro de Epiro



Nicasio
27/10/2006, 06:28
A pesar de nuestra diversidad de pareceres sobre las legiores romanas y las falanges macedónicas, sí hemos estado de acuerdo en que la competencia del general que las manda prima sobre sobre el despliegue de sus hombres, incluso en aquellos terrenos no adecuados.
He encontrado un ejemplo de esto. Se trata de la llamada Batalla de los Puentes Largos.
Es sabido el desastre del bosque de Teotoburgo en el que Varo perdió su vida, junto con las legiones XVII, XVIII y XIX. Esto significó la pérdida de la Germania Superior, que ya habia inciado su romanización y que jamas fue recuperada.
Poco años despues, Germánico inició una campaña en la misma zona, mas para recuperar las aguilas de las legiones masacradas, dado el caracter sagrado de estas insignias, que para recuperar el territorio. Su general, Cecina, se vió envuelto en una situación similar a la de Varo. Sin embargo, al contrario que Varo, Cecina era un militar competente y con experiencia, que consiguió vencer a los germanos, con Arminio al frente.
He encontrado este post, que comparto con vostros

Nicasio
27/10/2006, 06:32
Contexto:

Ocho legiones romanas han penetrado en profundidad en Germania. El objetivo ha sido llegar a contactar con los germanos rebeldes comandados por Arminio. No ha habido posibilidad. Replegando y huyendo ante el avance de Germánico, encuentran su oportunidad cuando el romano da orden de dar media vuelta y regresar a la Galia. Germánico divide sus fuerzas en dos grandes bloques, él con cuatro legiones embarcara con la flota y su general Cecina conducirá las restantes hasta el Rhin, a través de un peligroso pantano -a fin de ganar tiempo- aprovechando que en el mismo existen unos antiguos pasos elevados -puentes- que facilitan con mucho la inicialmente difícil tarea.

Los romanos no saben que los germanos se encuentran muy cerca de ellos, y si pensaban que atravesarían las ciénagas antes de que estos pudiesen darles alcance estaban muy equivocados...





EL ATAQUE GERMANO
Arminio, que se encontraba mucho más cerca de los romanos de lo que éstos podían suponer, advertido del movimiento, emprendió una rápida marcha con sus numerosas huestes. Alejados de la columna romana, flanqueándola a través de atajos o los mismos pantanos, a sabiendas de que de la velocidad dependía la sorpresa, se adelantaron a los romanos y se apostaron en el camino.

Cécina entretanto avanzaba mucho más lento de lo esperado. El mal estado de los puentes, que en muchos tramos se encontraban deshechos, obligaban a perder al romano tiempo en la reconstrucción de los mismos.
Cuando la columna llegó a la altura del lugar en donde les estaban esperando los germanos Cécina, no sin cierto temor, decidió detenerse y, en la medida de lo posible, acampar.

El cuadro que se abría ante el general romano no era muy esperanzador. Una larga columna romana en medio de un extenso pantano flanqueado por bosques repletos de enemigos. No podía ofrecer batalla ni parecía posible seguir avanzando y la retirada era sencillamente imposible.
El romano, un veterano militar, no perdió los nervios y afrontó con entereza las dificultades; ya que había que seguir adelante, la única opción que se abría ante ellos era la de seguir con la reconstrucción del camino mientras parte de sus tropas hacían de barrera entre los zapadores, que trabajaban sobre los puentes, y los germanos que desde todos los lados tratarían de entorpecer el trabajo de sus hombres.

Aquella jornada fue sin duda terrible para los romanos. La lucha se generalizó en un terreno cenagoso que impedía a éstos cualquier tipo de maniobra de combate. Clavados en el barro o el agua los legionarios se veían impedidos de luchar de la mejor forma que sabían. Sus armas arrojadizas eran inútiles sin poder maniobrar en formaciones y su artillería no era por supuesto utilizable. Hundidos en el fango por su pesado armamento, tenían que soportar los indiscriminados ataques de los ágiles germanos. Para los guerreros nativos este era su terreno ideal. Sin corazas, loricas o grandes y pesados escudos, se movían con relativa facilidad por aquel endiablado terreno. Su arma más común, la alargada framea, les permitía alancear a distancia a unos ateridos romanos que caían a decenas sin casi defensa, al no poder alcanzar a sus contrarios.
Sólo la noche puso obligado fin a los combates cuando los germanos se retiraron a los bosques. Sin embargo, las calamidades no habían acabado aquí. Arminio había enviado a parte de sus hombres a trabajar en los cursos de agua cercanos. La idea era desviar las corrientes hacia la laguna en donde los romanos se encontraban clavados por el ataque. Si Cécina creía que aquella noche disponía de algún tiempo de respiro estaba muy equivocado. De repente el nivel del agua del pantano comenzó a elevarse anegando parte de los puentes, inutilizando otros, y en definitiva multiplicando las dificultades a las que ya de por sí tenían que hacer frente.

El recuerdo de Varo y sus legiones estaba sin duda en la mente de todos. Aquella noche, en la que prácticamente nadie pudo descansar en seco, una profunda desmoralización se abatió sobre el ejército.
Cécina y su estado mayor sopesaron sus alternativas; ya que resultaba imposible hacer frente a los germanos en los pantanos, pues los hombres estaban tan terriblemente cansados y asustados que no aguantarían un día más el acoso al que habían sido sometidos el día precedente, la única opción era adelantarse de madrugada al ataque e ir a esperarles en los confines de los bosques en donde acampaban. De esta forma, mientras parte del ejército contenía a los germanos en los lindes del pantano, los heridos, enfermos y todo el material que pudiese ser todavía transportado en los carros, atravesarían los puentes que los zapadores se encargarían de ir terminando. Una vez fuera del pantano existía una llanura, un lugar seco capaz de albergar al ejército y de suficiente extensión como para permitir un despliegue de batalla.


LA JORNADA SANGRIENTA
Poco antes del alba comenzó el despliegue romano; tal y como se había acordado, mientras las cohortes acudían a los flancos, la parte más pesada de la columna comenzó a abrirse paso por entre la ciénaga. Cuando las tropas enviadas a los lados renunciaron inopinadamente a cumplir con su cometido y se desplazaron hacia delante -abandonando a su suerte a la columna central-, Arminio vio que había llegado la gran ocasión que había estado esperando. Las legiones de los dos flancos posiblemente no fueron molestadas en su huida hacia la zona seca que se abría a lo lejos, pero cuando en la columna central -que avanzaba lentamente debido a su falta de movilidad- las filas de las dos legiones que la escoltaban durante la progresión se desordenaron por completo, ordenó un asalto general.
Arminio mismo conducía una de las cuñas que lanzó contra la columna romana, en su mismo centro, atravesándola entonces y dividiéndola así en dos mitades. El escenario no podía ser mas atroz; una larga fila de carromatos cargados de hombres heridos, armas o suministros atascados aquí y allá, trabados por el cieno, y protegidos por una amalgama desordenada de legionarios y auxiliares acosados por ingentes oleadas de enardecidos germanos decididos a exterminar sin piedad a sus enemigos.




Para el combate, Arminio había dado instrucciones de herir sobre todas las cosas a las bestias. Eliminados los animales de tiro y monta, la movilidad romana quedaría del todo comprometida. El propio Cécina perdió su caballo y estuvo a punto de ser capturado. Solo un oportuno contraataque local de los hombres de la I Legión permitió al veterano general volver a encabezar el mando de la desastrosa columna de marcha. Al final, gracias a la usual indisciplina germana, pues buena parte de los guerreros se dedicó en la primera oportunidad que tuvo a saquear los innumerables carromatos atascados en el barro, permitió que la mayor parte de los hombres pudiese atravesar espada en mano el camino y llegar hasta la llanura en donde les estaban esperando ya los hombres de las legiones V y XX.
Es difícil calibrar las pérdidas humanas y materiales durante este episodio, sin duda altas, pero, en principio, la gran mayoría había conseguido pasar esta primera prueba.

Nicasio
27/10/2006, 06:33
LA NOCHE TRISTE
Profundamente desmoralizados, los romanos comenzaron a preparar, para pasar la noche, una especie de campamento fortificado. Habían perdido en las ciénagas todos sus bagajes, y entre ellos tiendas, azadas para cavar o medicinas…. Era un ejército deshecho, prácticamente roto, pero que, principalmente gracias a su general, mantenía la disciplina necesaria para ponerse a trabajar y al menos lograr levantar una especie de empalizada sobre algo parecido a un foso. Dentro del perímetro, unos 25 ó 30.000 hombres esperaban asustados lo que les deparaba el destino. Ateridos de frío y tumbados en el húmedo suelo, soldados de toda índole; heridos, enfermos, algunos civiles, escuchaban aterrorizados los gritos y cánticos de guerra que a lo lejos se dejaban oír de los germanos. Hubo momentos en que el pánico estuvo a punto de prender en todo el campamento. Sólo la decidida actuación de Cécina evito que la totalidad el ejército de Germania Superior echase aquella noche, literalmente, a correr.

Después de un conato de pánico habido en el campamento, una vez restablecido, tímidamente, el orden, los oficiales romanos en un nuevo consejo de guerra convocado por su general volvieron a tratar sobre la batalla: Su situación era claramente desesperada, las tropas estaban al borde del colapso, se hacía pues inútil todo nuevo intento de proseguir la retirada. Así pues, ya que no podían irse, la única opción era plantar cara a los germanos. Cécina, veterano bregado en mil combates, sabía que una de las pocas opciones que podían tener era la de realizar una salida en masa en cuanto los germanos asaltasen el campamento. No había otra alternativa, la decisión estaba pues clara. La importancia del momento no se le escapaba a nadie, era sencillamente vencer o morir, y por ello se aleccionó a todos los mandos, desde los tribunos a los centuriones, para la batalla. A la tropa, los considerados más valientes, sin distinción de origen –bien auxiliar o romano-, les fueron entregados los pocos caballos que se conservaban. Sólo habría una oportunidad, una sola embestida, si unos u otros flaqueaban estarían todos irremisiblemente condenados.

VICTORIA FINAL
A la mañana siguiente, y por suerte para los romanos, Arminio, decidido tan sólo a continuar con su estrategia de acoso a distancia, fue apartado a un lado por los líderes tribales más impulsivos. Se habían terminado ya las contemplaciones, los guerreros germanos deseaban lanzarse sobre la empalizada, exterminar a los romanos y hacerse con el ingente botín que a buen seguro les esperaba.
Guiados por Inguiomero los germanos rodearon el campamento y sin miedo comenzaron a rellenar el foso que protegía la empalizada. Los romanos, siguiendo el plan preestablecido, hicieron una tímida defensa de sus posiciones, tal y como correspondía a una fuerza que aparentemente había perdido toda su capacidad de combate. Y llegaban ya a lo alto de las defensas cuando desde dentro, en perfecta formación, las legiones se dispusieron para el contraataque.
De repente el sonido de decenas de trompetas y cuernos marcando el inicio de la carga dejaron clavados sobre el terreno a los desconcertados asaltantes. Todas a una, las puertas del campamento se abrieron y largas y compactas columnas de legionarios salieron a la carrera contra unos sorprendidos germanos. En un momento el ejército de Inguiomero y Arminio perdió toda cohesión y el pánico se propagó entre sus filas. No hubo apenas resistencia organizada. La matanza fue terrible, y el propio Inguiomero fue alcanzado y herido por los romanos. Al finalizar la jornada los otrora victoriosos germanos habían sido muertos o dispersados.
Una vez cansados de la persecución, los romanos se reagruparon, recuperaron de entre el botín del enemigo todo lo que pudieron llevar consigo y, un tanto recuperados, volvieron a ponerse en camino hacia el Rhin.
El ejército se había salvado por poco, pero el daño recibido había sido considerable.

Katralo
08/12/2006, 13:23
A pesar de nuestra diversidad de pareceres sobre las legiores romanas y las falanges macedónicas, sí hemos estado de acuerdo en que la competencia del general que las manda prima sobre sobre el despliegue de sus hombres, incluso en aquellos terrenos no adecuados.


No es que esté en pleno desacuerdo contigo Nicasio, pero es que me pareció que al principio pasabas por alto el factor "Estratega - General". Por otro lado, la diferencia concreta en cuanto a resultados en enfrentamientos entre falanges y legiones son atribuibles a dos importantes factores que van un poco más allá de cuál es mejor o peor:
1. Al principio a las legiones les faltaba su gran flexibilidad y las falanges estaban muy perfeccionadas. Recordemos a Pirro y a Aníbal, ambos ganaron sus batallas contra las legiones gracias a la falta de flexibilidad de las mismas y a la falta de astucia de los mandos romanos. El punto más alto lo representa Cannae, donde Aníbal destrozó el mayor ejército que hubiese pisado suelo itálico. Es ciero que al final ambos perdieron sus respectivas guerras, pero eso era cuestión sólo de tiempo, los romanos siempre podían apostar al desgaste cosa que ya hemos discutido ampliamente.
2. Con posterioridad las falanges sufrieron un severo estancamiento e involución, mientras que las legiones terminaron por perfeccionarse. En este púnto recordaremos las batallas entre Antioco y Escipión, y las batallas contra los macedonios que llevaron a la desintegración de macedonia. Además, hay que considerar que mientras que los romanos al fin pudieron producir mentes militares con sentido de la estrategia, las falanges estaban prácticamente acéfalas. Prueba de ello es ver cómo Perseo no dispone con anterioridad de unidades capaces de llenar brechas o proteger los flancos, algo que Alejandro siempre tuvo en cuenta y hasta supo explotar. Los romanos habían logrado perfeccionar sus legiones amén de las reformas de Escipión, las cuales le daban un poder de improvisación desconocido hasta entonces. La falange como formación no daba posibilidad a la improvisación ya que era del todo rígida, pero a ninguno se le ocurrió algo tan simple como juntar ambas formaciones en un mismo ejército como hicieron los Seleucidas luego de su derrota ante Escipión. Lo mejor de ambos conceptos, poder insuperable por delante y contra cargas de caballería (punto flaco de la legiones recordando a Crasso en Partia), toda la flexibilidad por los flancos para envolver en rápidas maniobras al ejército enemigo.....resultado: victoria segura.

Pirro de Epiro
14/12/2006, 19:01
Antes de nada quisiera disculparme con ambos (Nicasio y Katralo) por haber tardado tanto en contestar.

Katralo, aunque estoy de acuerdo con lo que manifiestas en tu anterior mensaje, no creo que Nicasio haya pretendido reabrir el tema de nuevo (falanges vs legiones, un tema realmente interesante en el que disfruté mucho intercambiando opiniones con ambos).

Cierto, Nicasio, probablemente la competencia de un buen general (y toda la jerarquía de mando en general) es uno de los factores más decisivos en el resultado de una batalla. Y no me refiero sólamente a su capacidad táctica o estratégica sino tambien a su capacidad para el liderazgo. Aun y todo, creo que no debemos olvidarnos de otros factores que tambien son importantísimos: la preparación, disciplina y equipamiento de las tropas.

El magnífico ejemplo que nos has dado en este post es fiel reflejo de ello: mandos competentes desde todos los puntos de vista y tropas excelentes capaces de enfrentarse a rivales superiores físicamente que además combaten en su propio terreno. Los bárbaros contaban con un líder astuto (Arminio), con un terreno favorable y con su gran capacidad de combate individual. Por contra los bárbaros eran eso precisamente....bárbaros indisciplinados y poco cohesionados.

Un saludo a ambos. Ha sido un placer volver a tratar con vosotros.