Carlos Alberto Carcagno
18/10/2006, 07:52
Hola:
Hace unas décadas, científicos y políticos se unieron en una empresa inédita: hacer desaparecer una enfermedad de la faz de la Tierra.
El primer blanco fue la vieja y temida viruela. En una campaña internacional de vacunación y aislamiento de focos de infección se logró finalmente el sueño: la viruela había desaparecido de la lista de enfermedades humanas.
Esto debería ser saludado como una hazaña extraordinaria y tendría que llenarnos de alegría, de júbilo. Sin embargo, el asesino está vivo, no fue ejecutado, está en prisión, por ahora, creemos, perpetua.
El virus causante de la enfermedad no fue destruido. Originalmente, en forma oficial se lo resguardó en laboratorios de alta seguridad de tres países altamente desarrollados: Estados Unidos de Norteamérica, el Reino Unido de la Gran Bretaña y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En el primero, en la ciudad de Atlanta, Georgia, en el segundo, en Londres y en el tercero, en un lugar secreto, posiblemente en las cercanías de Moscú.
La excusa que se dio para justificar su preservación fue que algún país podría usar el virus para futuros ataques biológicos; en realidad, nadie puede asegurar que alguna otra nación de la Tierra no tenga guardado alguno de los siniestros “bichitos”. Sin embargo, se sabe fabricar vacunas por ingeniería biológica y el virus no hace falta; aún destruido, no habría inconvenientes para producir vacunas para toda la raza humana.
La última víctima humana de la viruela falleció en Londres, después del anuncio de erradicación de la enfermedad. Una periodista inglesa se contagió por un escape en el laboratorio de alta seguridad de la capital inglesa, transmitió la enfermedad a su madre y ésta falleció. Los técnicos ingleses actuaron con precisión y rapidez aislando a ambas personas, por lo que el escape no tuvo consecuencias para el resto de la población. Después de este episodio, el gobierno inglés decidió destruir su cepa y confiar su supervivencia a la buena relación que mantiene con su aliado norteamericano. De esta forma, desde hace años, oficialmente hay virus guardados en Rusia y Norteamérica.
Lo que no sólo puede mermar nuestro júbilo, sino ponernos en un estado de recelo, es que generaciones de personas han crecido sin ninguna inmunidad al virus. Inclusive las personas que, como yo, fuimos alguna vez vacunados, hemos perdido también la inmunidad.
En Estados Unidos de Norteamérica se guardan cuatro millones de dosis de vacunas contra la viruela, todas ellas con nombre y apellido. Una buena parte irá, en caso de necesidad urgente, a sus autoridades políticas y económicas más importantes, como también a una parte de los científicos y militares más necesarios. Sus aliados principales también tienen una cuota asignada en esa cantidad. Seguramente, Israel, Gran Bretaña, Canadá y Australia estarán en primera fila. El resto de la Humanidad deberá esperar a que la industria farmacéutica fabrique las vacunas, si hay un ataque biológico.
Lo que causa recelo, por no decir temor, es que habría que vacunar a miles de millones de seres humanos y no es posible hacerlo antes de que millones caigan cegados por la guadaña de la muerte. Hasta se podría pensar que ciertos lugares del planeta serían atendidos más tarde, cuando ya quedasen vacíos o casi, para luego ser ocupados por los más afortunados sobrevivientes del mundo desarrollado. Una visión digna de un cuento de Edgard Allan Poe, pero, desgraciadamente, muy posible si se piensa en la maldad registrada a lo largo de la historia del hombre.
No es un tema grato, pero no se debe dejar de lado. Siempre es mejor prevenir que curar, pero, ¿cómo hacerlo?
Saludos.
Hace unas décadas, científicos y políticos se unieron en una empresa inédita: hacer desaparecer una enfermedad de la faz de la Tierra.
El primer blanco fue la vieja y temida viruela. En una campaña internacional de vacunación y aislamiento de focos de infección se logró finalmente el sueño: la viruela había desaparecido de la lista de enfermedades humanas.
Esto debería ser saludado como una hazaña extraordinaria y tendría que llenarnos de alegría, de júbilo. Sin embargo, el asesino está vivo, no fue ejecutado, está en prisión, por ahora, creemos, perpetua.
El virus causante de la enfermedad no fue destruido. Originalmente, en forma oficial se lo resguardó en laboratorios de alta seguridad de tres países altamente desarrollados: Estados Unidos de Norteamérica, el Reino Unido de la Gran Bretaña y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En el primero, en la ciudad de Atlanta, Georgia, en el segundo, en Londres y en el tercero, en un lugar secreto, posiblemente en las cercanías de Moscú.
La excusa que se dio para justificar su preservación fue que algún país podría usar el virus para futuros ataques biológicos; en realidad, nadie puede asegurar que alguna otra nación de la Tierra no tenga guardado alguno de los siniestros “bichitos”. Sin embargo, se sabe fabricar vacunas por ingeniería biológica y el virus no hace falta; aún destruido, no habría inconvenientes para producir vacunas para toda la raza humana.
La última víctima humana de la viruela falleció en Londres, después del anuncio de erradicación de la enfermedad. Una periodista inglesa se contagió por un escape en el laboratorio de alta seguridad de la capital inglesa, transmitió la enfermedad a su madre y ésta falleció. Los técnicos ingleses actuaron con precisión y rapidez aislando a ambas personas, por lo que el escape no tuvo consecuencias para el resto de la población. Después de este episodio, el gobierno inglés decidió destruir su cepa y confiar su supervivencia a la buena relación que mantiene con su aliado norteamericano. De esta forma, desde hace años, oficialmente hay virus guardados en Rusia y Norteamérica.
Lo que no sólo puede mermar nuestro júbilo, sino ponernos en un estado de recelo, es que generaciones de personas han crecido sin ninguna inmunidad al virus. Inclusive las personas que, como yo, fuimos alguna vez vacunados, hemos perdido también la inmunidad.
En Estados Unidos de Norteamérica se guardan cuatro millones de dosis de vacunas contra la viruela, todas ellas con nombre y apellido. Una buena parte irá, en caso de necesidad urgente, a sus autoridades políticas y económicas más importantes, como también a una parte de los científicos y militares más necesarios. Sus aliados principales también tienen una cuota asignada en esa cantidad. Seguramente, Israel, Gran Bretaña, Canadá y Australia estarán en primera fila. El resto de la Humanidad deberá esperar a que la industria farmacéutica fabrique las vacunas, si hay un ataque biológico.
Lo que causa recelo, por no decir temor, es que habría que vacunar a miles de millones de seres humanos y no es posible hacerlo antes de que millones caigan cegados por la guadaña de la muerte. Hasta se podría pensar que ciertos lugares del planeta serían atendidos más tarde, cuando ya quedasen vacíos o casi, para luego ser ocupados por los más afortunados sobrevivientes del mundo desarrollado. Una visión digna de un cuento de Edgard Allan Poe, pero, desgraciadamente, muy posible si se piensa en la maldad registrada a lo largo de la historia del hombre.
No es un tema grato, pero no se debe dejar de lado. Siempre es mejor prevenir que curar, pero, ¿cómo hacerlo?
Saludos.