apostolvs
06/10/2006, 08:43
EL SUFRIMIENTO EN EL CRISTIANISMO
Sea alabado nuestro Señor Jesucristo.
Nuestra religión tiene por señal la Cruz, que trazamos sobre nosotros en señal de nuestra Fe en un Dios, en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Trazamos esa señal de la Cruz sobre nosotros para significar que aceptamos la Cruz, esto es, el sufrimiento que Dios nos quiera mandar en nuestras vidas.
San Luis de Montfort muestra que, en el Calvario, había tres cruces: la de Cristo y la de los dos ladrones, para enseñarnos que todos los homnbres sufren.
Sufren los inocentes, como Cristo. Sufren los pecadores arrepentidos, como el buen ladrón. Sufren los pecadores empedernidos y rebelados, como el mal ladrón.
Todos sufren. Todos sufrimos.
De hecho, es imposible en esta vida no sufrir, porque si nuestra vida es un gran bien y es muy buena, sufrimos por el hecho de que sabemos que podemos perderla en cualquier momento, y que la perderemos, sin duda alguna, un día.
La felicidad exige, para ser completa, absoluta seguridad, lo que no existe en este mundo.
Definiendo la felicidad del Cielo en versos sublimes, Dante Alighieri -que tiene muchas cosas malas- escribió:
"Oh gioia ! Oh ineffabile allegrezza !
Oh vita integra d'amore e di pace !
Oh sanza brama sicura ricchezza !
("¡Oh júbilo! ¡Oh inefable alegría !
¡Oh vida íntegra de amor y paz!
¡Oh, sin deseos,
segura riqueza!")
Repara en el último verso: la felicidad absoluta exige la posesión del bien absoluto, -lo que nos elimina todo deseo nuevo -y la posesión de ese bien absoluto deber ser con seguridad perfecta e inexpugnable.
Sin embargo, en esta vida no podemos tener eso. Por lo tanto, una felicidad sin Cruz, en esta vida es imposible.
Vamos entonces al meollo de la cuestión: ¿Por qué el sufrimiento?
Dios creó al hombre en estado de inocencia y santidad, y lo colocó en el paraíso terrestre, en el Edén del que hablan las Sagradas Escrituras, para probarlo.
Obedeciendo, él tendría la felidiad absoluta "sanza brama, sicura ricchezza" como dice Dante.
Adán pecó, y con el pecado vino el sufrimiento como castigo. El primero, y más duro, la muerte. Después todos los demás males: las enfermedades, la ignorancia, la pobreza, las contrariedades, etc.
Dios, sin embargo, bondadosamente quiso devolver al hombre lo que había perdido. Por eso prometió un Salvador que pudiese pagar la deuda del hombre.
¿Cuál era esa deuda?
Desobedeciendo a Dios, Adán y Eva cometieron un gran mal.
Toda ofensa es proporcional a la dignidad de la persona ofendida. Si doy una bofetada en el rostro de un bebé, él sólo llora por el dolor, pero no comprende la ofensa. Si doy la misma bofetada a un adulto, él sufre más con el insulto que con el dolor físico del golpe recibido. Si doy el mismo golpe a una chica, porque normalmente es más débil, para evitar represalias, aumento la malicia a mi acto. Si la mujer en que golpeo es una vieja, la culpa crece. Si esa vieja es mi propia madre, la culpa crece aún más. Por lo tanto, la culpa crece en proporción a la persona ofendida.
La culpa de Adán era entonces proporcional a Quien él ofendió. El ofendido, fue el propio Dios infinito. Por lo tanto la culpa de Adán fue infinita y merecía un castigo infinito. La única cosa que podemos hacer infinita es el pecado.
Todos los pecados que practicamos merecen castigo infinito. Es por eso que, quien muere en pecado grave, va para el infierno eterno, que es como un infinito en el tiempo.
Alguien puede decir que el pecado de Adán, comiendo un fruto prohibido, le parece una cosa infantil, pero si piensas eso te estás engañando totalmente.
Si examinas más de cerca el pecado de Adán, verás lo grave que fue, porque estaba lleno de malicia.
En primer lugar, Adán desobedeció conscientemente, y no como un niño. Él sabía que debía su ser, la vida y todo a Dios, y a pesar de ello, como ingrato y rebelde desobedeció.
En segundo lugar, es preciso analizar cual es su razón para desobededer. Y la razón es que él creyó al demonio que le dijo que Dios era un mentiroso, y que comiendo el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, se volvería como Dios, autosuficiente. Por lo tanto, al aceptar lo que que le dice el demonio bajo la forma de serpiente, Adán llamó a Dios mentiroso, cometiendo una blasfemia. Queriendo volverse como Dios -de cierta forma igual a Dios- Adán pecó por un orgullo casi infinito.
Además, Adán sabía que comiendo aquel fruto él simplemente lo digeriría. ¿Cómo podía esperar entonces obtener un efecto infinito -hacerse como Dios- simplemente comiento un fruto? Adán sabía que todo efecto tiene que ser inferior a su causa.
¿Entonces cómo esperaba alcanzar un efecto infinito de una causa -el fruto prohibido- finita? Adán cometió por consiguente un acto de magia, que consite exactamente en querer alcanzar efecto mayor de causa menor. Sin embargo, Adán sabía que esto era imposible. Él confió entonces en que el demonio lo convertiría en Dios, al darle él la señal de que aceptaba su auxilio, esa señal fue comer el fruto prohibido.
Por consiguiente, el pecado de Adán fue de satanismo, por pedir y rogar a Lucifer una cosa, en vez de pedirla a Dios, nuestro Señor.
Habría que explicar aún que el pecado de Adán fue de practicar la Gnosis, pero esto llevaría la explicación demasiado lejos y con una utilidad dudosa.
De todos modos, Adán mereció un castigo infinito que no podía pagar, porque el mérito del hombre, al contrario de la culpa, es siempre finito, ya que depende simplemente de nosotros, que somos finitos.
Para pagar la deuda de Adán era preciso un mérito infinito que sólo Dios puede tener.
Por lo tanto, el hombre jamás podría salvarse y jamás podría recuperar la felicidad absoluta que había perdido.
Dios, entonces, por Su infinita bondad, solucionó el problema. Determinó que Su Hijo, el Verbo de Dios, se tornase hombre. Éste fue Jesucristo, Hijo de Dios, Sabiduría de Dios encarnada. Jesús es Dios y hombre. Él tiene dos naturalezas en una sola Persona, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo.
Siendo Dios, Él tiene inteligencia y Voluntad divinas. Siendo hombre perfecto, Él tiene cuerpo y alma como nosotros. Su alma humana tiene inteligencia humana (por eso aprendió a hablar), voluntad humana, y sensibilidad. Él también tiene cuerpo como el nuestro. Y es una sóla Persona en dos naturalezas.
Siendo Dios, todo lo que Él hacía tenía valor infinito. Siendo hombre, asumiendo la culpa de todos nuestros pecados, Él pagaba nuestras culpas. Por eso Dios se encarnó, para sufrir el castigo que debía caer sobre nosotros. Él tomó la responsabilidad de mis pecados y de tus pecados, mi querido amigo. Cuando somos bautizados, aceptamos que los sufrimientos y la sangre de Él paguen nuestras culpas.
Él nos dio también así un ejemplo de un valor infinito, que debemos imitar.
Si comprendemos cuan malos somos, y cuanto merecemos ser castigados, aceptamos todos los sufrimientos que Dios nos da. Si comprendemos como Dios nos ama, queriendo sufrir en nuestro lugar, querremos imitarlo, sufriendo también en lugar de los otros, para que Dios los perdone.
En verdad, todo bien que recibimos, sólo lo recibimos porque alguien sufre por nuestros pecados.
Así es nuestro Dios. Así también deben ser sus hijos.
La felicidad, más que en el gozo de los bienes, consiste en amar tanto a los otros que aceptemos sufrir para que ellos sean felices.
Si tienes hijos, comprenderás perfectamente eso. Si tienes aún a tus padres, comprenderás que tu felicidad será mayor cuanta más felicidad les dieses a ellos, incluso -y principalmente- con tu sufrimiento.
Más aún. Los bienes que podemos tener en este mundo son de tres tipos:
1 Bienes materiales: riquezas, placeres;
2 Bienes inmateriales, como premio de nuestras acciones valerosas y de nuestros trabajos, como honores o prestigio y la consideración social;
3 Bienes intelectuales, como el saber.
Ahora bien, ninguno de esos bienes nos da la felicdad perfecta, porque todos ellos pasan.
El dinero y las riquezas no nos dan la felicidad completa, sino más bien inquietudes, porque son bienes que embriagan como el vino, mi querido amigo, cuanto más se tiene más se quiere, la avaricia es como un pozo sin fondo. (¡Una vez oí una canción que decía que dos personas muy pobres eran tan felices que hacían brindis con las copas llenas de agua! El "vino" de la felicidad está en la copa de nuestro corazón. Ciertamente, amigo, no eres la persona más rica del mundo y tuviste momentos de felicidad. Pero estos momentos no te vinieron de la riqueza).
Sea alabado nuestro Señor Jesucristo.
Nuestra religión tiene por señal la Cruz, que trazamos sobre nosotros en señal de nuestra Fe en un Dios, en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Trazamos esa señal de la Cruz sobre nosotros para significar que aceptamos la Cruz, esto es, el sufrimiento que Dios nos quiera mandar en nuestras vidas.
San Luis de Montfort muestra que, en el Calvario, había tres cruces: la de Cristo y la de los dos ladrones, para enseñarnos que todos los homnbres sufren.
Sufren los inocentes, como Cristo. Sufren los pecadores arrepentidos, como el buen ladrón. Sufren los pecadores empedernidos y rebelados, como el mal ladrón.
Todos sufren. Todos sufrimos.
De hecho, es imposible en esta vida no sufrir, porque si nuestra vida es un gran bien y es muy buena, sufrimos por el hecho de que sabemos que podemos perderla en cualquier momento, y que la perderemos, sin duda alguna, un día.
La felicidad exige, para ser completa, absoluta seguridad, lo que no existe en este mundo.
Definiendo la felicidad del Cielo en versos sublimes, Dante Alighieri -que tiene muchas cosas malas- escribió:
"Oh gioia ! Oh ineffabile allegrezza !
Oh vita integra d'amore e di pace !
Oh sanza brama sicura ricchezza !
("¡Oh júbilo! ¡Oh inefable alegría !
¡Oh vida íntegra de amor y paz!
¡Oh, sin deseos,
segura riqueza!")
Repara en el último verso: la felicidad absoluta exige la posesión del bien absoluto, -lo que nos elimina todo deseo nuevo -y la posesión de ese bien absoluto deber ser con seguridad perfecta e inexpugnable.
Sin embargo, en esta vida no podemos tener eso. Por lo tanto, una felicidad sin Cruz, en esta vida es imposible.
Vamos entonces al meollo de la cuestión: ¿Por qué el sufrimiento?
Dios creó al hombre en estado de inocencia y santidad, y lo colocó en el paraíso terrestre, en el Edén del que hablan las Sagradas Escrituras, para probarlo.
Obedeciendo, él tendría la felidiad absoluta "sanza brama, sicura ricchezza" como dice Dante.
Adán pecó, y con el pecado vino el sufrimiento como castigo. El primero, y más duro, la muerte. Después todos los demás males: las enfermedades, la ignorancia, la pobreza, las contrariedades, etc.
Dios, sin embargo, bondadosamente quiso devolver al hombre lo que había perdido. Por eso prometió un Salvador que pudiese pagar la deuda del hombre.
¿Cuál era esa deuda?
Desobedeciendo a Dios, Adán y Eva cometieron un gran mal.
Toda ofensa es proporcional a la dignidad de la persona ofendida. Si doy una bofetada en el rostro de un bebé, él sólo llora por el dolor, pero no comprende la ofensa. Si doy la misma bofetada a un adulto, él sufre más con el insulto que con el dolor físico del golpe recibido. Si doy el mismo golpe a una chica, porque normalmente es más débil, para evitar represalias, aumento la malicia a mi acto. Si la mujer en que golpeo es una vieja, la culpa crece. Si esa vieja es mi propia madre, la culpa crece aún más. Por lo tanto, la culpa crece en proporción a la persona ofendida.
La culpa de Adán era entonces proporcional a Quien él ofendió. El ofendido, fue el propio Dios infinito. Por lo tanto la culpa de Adán fue infinita y merecía un castigo infinito. La única cosa que podemos hacer infinita es el pecado.
Todos los pecados que practicamos merecen castigo infinito. Es por eso que, quien muere en pecado grave, va para el infierno eterno, que es como un infinito en el tiempo.
Alguien puede decir que el pecado de Adán, comiendo un fruto prohibido, le parece una cosa infantil, pero si piensas eso te estás engañando totalmente.
Si examinas más de cerca el pecado de Adán, verás lo grave que fue, porque estaba lleno de malicia.
En primer lugar, Adán desobedeció conscientemente, y no como un niño. Él sabía que debía su ser, la vida y todo a Dios, y a pesar de ello, como ingrato y rebelde desobedeció.
En segundo lugar, es preciso analizar cual es su razón para desobededer. Y la razón es que él creyó al demonio que le dijo que Dios era un mentiroso, y que comiendo el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, se volvería como Dios, autosuficiente. Por lo tanto, al aceptar lo que que le dice el demonio bajo la forma de serpiente, Adán llamó a Dios mentiroso, cometiendo una blasfemia. Queriendo volverse como Dios -de cierta forma igual a Dios- Adán pecó por un orgullo casi infinito.
Además, Adán sabía que comiendo aquel fruto él simplemente lo digeriría. ¿Cómo podía esperar entonces obtener un efecto infinito -hacerse como Dios- simplemente comiento un fruto? Adán sabía que todo efecto tiene que ser inferior a su causa.
¿Entonces cómo esperaba alcanzar un efecto infinito de una causa -el fruto prohibido- finita? Adán cometió por consiguente un acto de magia, que consite exactamente en querer alcanzar efecto mayor de causa menor. Sin embargo, Adán sabía que esto era imposible. Él confió entonces en que el demonio lo convertiría en Dios, al darle él la señal de que aceptaba su auxilio, esa señal fue comer el fruto prohibido.
Por consiguiente, el pecado de Adán fue de satanismo, por pedir y rogar a Lucifer una cosa, en vez de pedirla a Dios, nuestro Señor.
Habría que explicar aún que el pecado de Adán fue de practicar la Gnosis, pero esto llevaría la explicación demasiado lejos y con una utilidad dudosa.
De todos modos, Adán mereció un castigo infinito que no podía pagar, porque el mérito del hombre, al contrario de la culpa, es siempre finito, ya que depende simplemente de nosotros, que somos finitos.
Para pagar la deuda de Adán era preciso un mérito infinito que sólo Dios puede tener.
Por lo tanto, el hombre jamás podría salvarse y jamás podría recuperar la felicidad absoluta que había perdido.
Dios, entonces, por Su infinita bondad, solucionó el problema. Determinó que Su Hijo, el Verbo de Dios, se tornase hombre. Éste fue Jesucristo, Hijo de Dios, Sabiduría de Dios encarnada. Jesús es Dios y hombre. Él tiene dos naturalezas en una sola Persona, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo.
Siendo Dios, Él tiene inteligencia y Voluntad divinas. Siendo hombre perfecto, Él tiene cuerpo y alma como nosotros. Su alma humana tiene inteligencia humana (por eso aprendió a hablar), voluntad humana, y sensibilidad. Él también tiene cuerpo como el nuestro. Y es una sóla Persona en dos naturalezas.
Siendo Dios, todo lo que Él hacía tenía valor infinito. Siendo hombre, asumiendo la culpa de todos nuestros pecados, Él pagaba nuestras culpas. Por eso Dios se encarnó, para sufrir el castigo que debía caer sobre nosotros. Él tomó la responsabilidad de mis pecados y de tus pecados, mi querido amigo. Cuando somos bautizados, aceptamos que los sufrimientos y la sangre de Él paguen nuestras culpas.
Él nos dio también así un ejemplo de un valor infinito, que debemos imitar.
Si comprendemos cuan malos somos, y cuanto merecemos ser castigados, aceptamos todos los sufrimientos que Dios nos da. Si comprendemos como Dios nos ama, queriendo sufrir en nuestro lugar, querremos imitarlo, sufriendo también en lugar de los otros, para que Dios los perdone.
En verdad, todo bien que recibimos, sólo lo recibimos porque alguien sufre por nuestros pecados.
Así es nuestro Dios. Así también deben ser sus hijos.
La felicidad, más que en el gozo de los bienes, consiste en amar tanto a los otros que aceptemos sufrir para que ellos sean felices.
Si tienes hijos, comprenderás perfectamente eso. Si tienes aún a tus padres, comprenderás que tu felicidad será mayor cuanta más felicidad les dieses a ellos, incluso -y principalmente- con tu sufrimiento.
Más aún. Los bienes que podemos tener en este mundo son de tres tipos:
1 Bienes materiales: riquezas, placeres;
2 Bienes inmateriales, como premio de nuestras acciones valerosas y de nuestros trabajos, como honores o prestigio y la consideración social;
3 Bienes intelectuales, como el saber.
Ahora bien, ninguno de esos bienes nos da la felicdad perfecta, porque todos ellos pasan.
El dinero y las riquezas no nos dan la felicidad completa, sino más bien inquietudes, porque son bienes que embriagan como el vino, mi querido amigo, cuanto más se tiene más se quiere, la avaricia es como un pozo sin fondo. (¡Una vez oí una canción que decía que dos personas muy pobres eran tan felices que hacían brindis con las copas llenas de agua! El "vino" de la felicidad está en la copa de nuestro corazón. Ciertamente, amigo, no eres la persona más rica del mundo y tuviste momentos de felicidad. Pero estos momentos no te vinieron de la riqueza).