Pompilio Zigrino
13/09/2006, 16:52
Racionalismo, en el uso de los filósofos, es la característica de una teoría filosófica que afirma que mediante el razonamiento puro, sin recurrir a ninguna premisa empírica, podemos llegar a un conocimiento sustancial de la naturaleza del mundo. Existe también un uso bien conocido de la palabra que hace referencia a la concepción de que la fe en lo sobrenatural es inadmisible y que las afirmaciones religiosas deben ser comprobadas por criterios racionales, pero en ausencia de una evidencia clara de lo contrario, se supondrá que es el primer sentido de la palabra el que se da en los textos de filosofía moderna. Es en este sentido en el que Descartes, Liebniz y Spinoza son citados como ejemplos clásicos de racionalismo. El racionalismo se opone al empirismo, la doctrina de que la experiencia es la base necesaria de todo nuestro conocimiento; pero ninguno de estos términos tiene un significado preciso.
(De la “Enciclopedia Concisa de Filosofía y Filósofos” de J.O. Urmson – Ediciones Cátedra SA)
Respecto del cartesianismo, Ángel González Álvarez escribió:
El Problema: En Descartes había hecho presa el escepticismo. En este derrumbamiento general del saber, sólo la matemática quedaba en pié. Pero la matemática no es ciencia de lo real. Descartes quiere hacer una filosofía de lo real absolutamente indubitable. Para ello tomará a la matemática por modelo. Dos buenas condiciones reúne la ciencia matemática, merced a las cuales goza de certeza: un punto de partida, admitido como postulado, y el método rigurosamente deductivo. El problema con el que tiene que habérselas Descartes es, desde este momento, la búsqueda del primer principio de la filosofía, para, sobre él, construir deductivamente todo el sistema del saber.
La Duda: Ninguna verdad susceptible de duda puede ser principio de la filosofía. De aquí que, para encontrar éste, debamos comenzar por aquélla. Este es el sentido de la duda metódica que viene a instaurar Descartes.
Los Motivos de Duda: Como no es posible ir examinando una a una todas las verdades, Descartes busca algunos criterios con los cuales desechar grandes regiones del saber. Encuentra cuatro:
a) Los sentidos que, si alguna vez me han engañado, puedo suponer que me engañan siempre, con lo cual quedan desechadas las verdades de experiencia.
b) El mal uso de la razón, por lo cual me he engañado alguna vez, me hace ser precavido y suponer que puedo engañarme siempre, con lo que queda descartado otro gran sector de conocimientos.
c) La falta de un criterio para distinguir el estado de vigilia del estado de sueño, por lo que todas las impresiones se harán ilusorias.
d) La hipótesis del genio maligno, que afecta a la seguridad de todas las verdades que pueden haber quedado en pie con los criterios anteriores.
El Cogito: Con estos cuatro motivos, Descartes se dispone a pensar que todo es dudoso y falso; pero he aquí que en medio de la duda, y precisamente por ella, aparece una verdad absolutamente indubitable; la existencia del propio ser dubitante. Queriendo pensar así –dice Descartes- que todo era falso, era menester que yo, que lo pensaba, fuese algo, y observando que esta verdad: Pienso, luego existo, era tan firme y segura, que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de quebrantar, juzgué que podía tomarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía, en cuya busca iba.
Efectivamente, ninguno de los motivos de duda puede hacer mella en la verdad del cogito: si me engañan los sentidos, al menos será verdad que yo soy el engañado; si me equivoco al hacer uso de la razón, soy yo el equivocado; si, creyendo estar despierto estoy, sin embargo, soñando, al menos soy soñador, y finalmente, si algún genio maligno me engaña, al menos existo yo, que soy engañado.
El yo: Descartes tiene asegurada la existencia del yo pensante; más ¿en qué consiste propiamente el yo? Descartes, haciendo uso de un proceso eliminativo (yo no soy mi brazo, ni mi pierna, etc.), concluye que es una cosa que piensa: ego sum res cogitans. El yo, pues, queda reducido a la razón. En la razón, en el yo va a fundar Descartes toda la filosofía.
El Criterio de la Verdad: Ya tiene Descartes una verdad. Es preciso examinarla bien, porque va a proporcionarnos el criterio que distingue las verdades indubitables de aquellas en que muerde la duda. Lo único que nos asegura la absoluta certeza de esta primera verdad es que así la concebimos con absoluta claridad y perfecta distinción. El criterio de certeza es, pues, la claridad y la distinción de mi concepción. Obsérvese que la evidencia de Descartes tiene caracteres subjetivos y no objetivos. La evidencia no se refiere a las cosas que concibo, sino a mi concepción de las cosas.
(Textos extraídos de “Historia de la Filosofía” E.P.E.S.A)
(De la “Enciclopedia Concisa de Filosofía y Filósofos” de J.O. Urmson – Ediciones Cátedra SA)
Respecto del cartesianismo, Ángel González Álvarez escribió:
El Problema: En Descartes había hecho presa el escepticismo. En este derrumbamiento general del saber, sólo la matemática quedaba en pié. Pero la matemática no es ciencia de lo real. Descartes quiere hacer una filosofía de lo real absolutamente indubitable. Para ello tomará a la matemática por modelo. Dos buenas condiciones reúne la ciencia matemática, merced a las cuales goza de certeza: un punto de partida, admitido como postulado, y el método rigurosamente deductivo. El problema con el que tiene que habérselas Descartes es, desde este momento, la búsqueda del primer principio de la filosofía, para, sobre él, construir deductivamente todo el sistema del saber.
La Duda: Ninguna verdad susceptible de duda puede ser principio de la filosofía. De aquí que, para encontrar éste, debamos comenzar por aquélla. Este es el sentido de la duda metódica que viene a instaurar Descartes.
Los Motivos de Duda: Como no es posible ir examinando una a una todas las verdades, Descartes busca algunos criterios con los cuales desechar grandes regiones del saber. Encuentra cuatro:
a) Los sentidos que, si alguna vez me han engañado, puedo suponer que me engañan siempre, con lo cual quedan desechadas las verdades de experiencia.
b) El mal uso de la razón, por lo cual me he engañado alguna vez, me hace ser precavido y suponer que puedo engañarme siempre, con lo que queda descartado otro gran sector de conocimientos.
c) La falta de un criterio para distinguir el estado de vigilia del estado de sueño, por lo que todas las impresiones se harán ilusorias.
d) La hipótesis del genio maligno, que afecta a la seguridad de todas las verdades que pueden haber quedado en pie con los criterios anteriores.
El Cogito: Con estos cuatro motivos, Descartes se dispone a pensar que todo es dudoso y falso; pero he aquí que en medio de la duda, y precisamente por ella, aparece una verdad absolutamente indubitable; la existencia del propio ser dubitante. Queriendo pensar así –dice Descartes- que todo era falso, era menester que yo, que lo pensaba, fuese algo, y observando que esta verdad: Pienso, luego existo, era tan firme y segura, que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de quebrantar, juzgué que podía tomarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía, en cuya busca iba.
Efectivamente, ninguno de los motivos de duda puede hacer mella en la verdad del cogito: si me engañan los sentidos, al menos será verdad que yo soy el engañado; si me equivoco al hacer uso de la razón, soy yo el equivocado; si, creyendo estar despierto estoy, sin embargo, soñando, al menos soy soñador, y finalmente, si algún genio maligno me engaña, al menos existo yo, que soy engañado.
El yo: Descartes tiene asegurada la existencia del yo pensante; más ¿en qué consiste propiamente el yo? Descartes, haciendo uso de un proceso eliminativo (yo no soy mi brazo, ni mi pierna, etc.), concluye que es una cosa que piensa: ego sum res cogitans. El yo, pues, queda reducido a la razón. En la razón, en el yo va a fundar Descartes toda la filosofía.
El Criterio de la Verdad: Ya tiene Descartes una verdad. Es preciso examinarla bien, porque va a proporcionarnos el criterio que distingue las verdades indubitables de aquellas en que muerde la duda. Lo único que nos asegura la absoluta certeza de esta primera verdad es que así la concebimos con absoluta claridad y perfecta distinción. El criterio de certeza es, pues, la claridad y la distinción de mi concepción. Obsérvese que la evidencia de Descartes tiene caracteres subjetivos y no objetivos. La evidencia no se refiere a las cosas que concibo, sino a mi concepción de las cosas.
(Textos extraídos de “Historia de la Filosofía” E.P.E.S.A)