Pompilio Zigrino
10/09/2006, 10:47
El epicureísmo sobrevivió seiscientos años a la muerte de Epicuro; pero a pesar de encontrar una expresión incomparable en el gran poema de Lucrecia, nunca fue tan popular como el estoicismo fundado por su contemporáneo Zenón de Citio. Zenón era oriundo de Chipre, donde, tras leer un libro acerca de Sócrates, adquirió una pasión por la filosofía que lo llevó a emigrar a Atenas, aproximadamente al mismo tiempo que Epicuro. Allí estudiaría con una serie de maestros, pero nada más llegar se hizo discípulo del cínico Crates, que, según se le dijo, era el personaje contemporáneo más parecido a Sócrates.
El cinismo no era una escuela de filosofía, sino un modo de vida «bohemio», basado en el desprecio de la riqueza material y la propiedad convencional. Su fundador había sido Diógenes de Sínope, que vivía como un perro («cínico» significa «perro» en griego) en un barril utilizado como perrera. Cuando fue visitado por el gran Alejandro, que le preguntó qué favor quería que le concediera, Diógenes respondió: «Podrías apartarte para no taparme la luz». El encuentro de Zenón con el cinismo le enseñó a asignar un lugar privilegiado en su filosofía al ideal de la autosuficiencia.
A diferencia de Diógenes, a quien le encantaba fastidiar a Platón, y de Crates, a quien le gustaba escribir poesía satírica, Zenón se tomó en serio la filosofía sistemática. Sus escritos no se han conservado y para el conocimiento de sus enseñanzas dependemos de autores del periodo romano, como Séneca, filósofo de la corte de Nerón, y el emperador Marco Aurelio. Sabemos que fue el fundador de la tradición estoica de dividir la filosofía en tres disciplinas principales: lógica, ética y física. Sus seguidores decían que la lógica eran los huesos, la ética la carne, y la física el alma de la filosofía. Zenón mismo se dedicó principalmente a cuestiones de ética, pero estuvo muy ligado a dos dialécticos de Megara, Diodoro Crono y Filón, que habían reemplazado al Liceo en la tarea de colmar las lagunas dejadas por Aristóteles en la lógica.
La lógica de los estoicos difería de la de Aristóteles en varios aspectos. Aristóteles empleaba letras como variables, mientras que los estoicos utilizaban números; un esquema proposicional típico en una inferencia aristotélica sería, por ejemplo, «todo A es B»; un esquema proposicional típico en una inferencia estoica sería, en cambio, «si lo primero, entonces lo segundo». La diferencia entre letras y números es trivial; lo importante es que las variables de Aristóteles representaban términos (sujetos y predicados), mientras que las variables de los estoicos representaban proposiciones enteras. La silogística de Aristóteles formaliza lo que hoy en día se llama lógica de predicados; la lógica estoica formaliza lo que hoy día se llamaría lógica proposicional.
Existe un conflicto entre la lógica estoica y la física estoica: los enunciados de la lógica estoica son entidades no corpóreas, mientras que la física estoica no reconoce la existencia de nada que no sean cuerpos. En cierto momento, creían los estoicos, no existía nada más que el fuego; luego, progresivamente, surgieron los demás elementos y los componentes del universo que nos resultan familiares. Más adelante, el mundo volverá a transformarse en fuego en una conflagración universal, y así se repetirá el ciclo entero de su historia una y otra vez. Todo ello ocurre de conformidad con un sistema de leyes que podemos llamar «destino», pues dichas leyes no admiten excepción ni «providencia» alguna, ya que fueron establecidas por Dios con el fin de que resultaran beneficiosas.
Los estoicos aceptaban la distinción aristotélica entre materia y forma, pero, como materialistas convencidos, insistían en que la forma también era corpórea: un cuerpo fino y sutil que llamaban aliento (pneuma). El alma y la mente humana estaban hechas de ese pneuma; también Dios, que es el alma del cosmos, el cual, en su conjunto, constituye un animal racional. Si Dios y el alma no fueran ellos mismos corpóreos, sostenían los estoicos, no podrián actuar sobre el mundo material.
El sistema divinamente diseñado se llama Naturaleza, y ha de ser nuestra meta en la vida vivir de acuerdo con la Naturaleza. Puesto que todas las cosas están determinadas, nada puede escapar a las leyes de la Naturaleza. Pero los seres humanos son libres y responsables, pese al determinismo del destino. La voluntad debe ser dirigida para vivir de conformidad con la naturaleza humana obedeciendo a la razón. Esta aceptación voluntaria de las leyes de la Naturaleza es lo que constituye la virtud, y la virtud es necesaria y suficiente para la felicidad. La pobreza, la cárcel y el sufrimiento, dado que no pueden despojarnos de la virtud, tampoco pueden hacerlo con la felicidad; una persona buena no puede sufrir ningún daño real. ¿Significa eso que debemos ser indiferentes a las desgracias de los demás? En realidad ocurre que la salud y la riqueza son cosas indiferentes, pero los estoicos, a fin de poder cooperar con los no estoicos, se vieron forzados a admitir que algunas cosas eran más indiferentes que otras.
Como quiera que la sociedad es natural para los seres humanos, los estoicos, en su afán por vivir en armonía con la naturaleza, desempeñarán su papel en la sociedad y cultivarán las virtudes sociales. A pesar de que la esclavitud y la libertad son igualmente indiferentes, es legítimo preferir una a la otra, aun cuando la virtud puede practicarse en cualquiera de los dos estados. ¿Y la vida misma? ¿También es un asunto indiferente? El estoico virtuoso no perderá su virtud tanto si vive como si muere, pero es legítimo para él, cuando se enfrenta a lo que los no estoicos verían como males intolerables, tomar la decisión racional de dejar esta vida.
(Textos extraídos de “Breve Historia de la Filosofía Occidental” de Anthony Kenny – Editorial Paidós)
El cinismo no era una escuela de filosofía, sino un modo de vida «bohemio», basado en el desprecio de la riqueza material y la propiedad convencional. Su fundador había sido Diógenes de Sínope, que vivía como un perro («cínico» significa «perro» en griego) en un barril utilizado como perrera. Cuando fue visitado por el gran Alejandro, que le preguntó qué favor quería que le concediera, Diógenes respondió: «Podrías apartarte para no taparme la luz». El encuentro de Zenón con el cinismo le enseñó a asignar un lugar privilegiado en su filosofía al ideal de la autosuficiencia.
A diferencia de Diógenes, a quien le encantaba fastidiar a Platón, y de Crates, a quien le gustaba escribir poesía satírica, Zenón se tomó en serio la filosofía sistemática. Sus escritos no se han conservado y para el conocimiento de sus enseñanzas dependemos de autores del periodo romano, como Séneca, filósofo de la corte de Nerón, y el emperador Marco Aurelio. Sabemos que fue el fundador de la tradición estoica de dividir la filosofía en tres disciplinas principales: lógica, ética y física. Sus seguidores decían que la lógica eran los huesos, la ética la carne, y la física el alma de la filosofía. Zenón mismo se dedicó principalmente a cuestiones de ética, pero estuvo muy ligado a dos dialécticos de Megara, Diodoro Crono y Filón, que habían reemplazado al Liceo en la tarea de colmar las lagunas dejadas por Aristóteles en la lógica.
La lógica de los estoicos difería de la de Aristóteles en varios aspectos. Aristóteles empleaba letras como variables, mientras que los estoicos utilizaban números; un esquema proposicional típico en una inferencia aristotélica sería, por ejemplo, «todo A es B»; un esquema proposicional típico en una inferencia estoica sería, en cambio, «si lo primero, entonces lo segundo». La diferencia entre letras y números es trivial; lo importante es que las variables de Aristóteles representaban términos (sujetos y predicados), mientras que las variables de los estoicos representaban proposiciones enteras. La silogística de Aristóteles formaliza lo que hoy en día se llama lógica de predicados; la lógica estoica formaliza lo que hoy día se llamaría lógica proposicional.
Existe un conflicto entre la lógica estoica y la física estoica: los enunciados de la lógica estoica son entidades no corpóreas, mientras que la física estoica no reconoce la existencia de nada que no sean cuerpos. En cierto momento, creían los estoicos, no existía nada más que el fuego; luego, progresivamente, surgieron los demás elementos y los componentes del universo que nos resultan familiares. Más adelante, el mundo volverá a transformarse en fuego en una conflagración universal, y así se repetirá el ciclo entero de su historia una y otra vez. Todo ello ocurre de conformidad con un sistema de leyes que podemos llamar «destino», pues dichas leyes no admiten excepción ni «providencia» alguna, ya que fueron establecidas por Dios con el fin de que resultaran beneficiosas.
Los estoicos aceptaban la distinción aristotélica entre materia y forma, pero, como materialistas convencidos, insistían en que la forma también era corpórea: un cuerpo fino y sutil que llamaban aliento (pneuma). El alma y la mente humana estaban hechas de ese pneuma; también Dios, que es el alma del cosmos, el cual, en su conjunto, constituye un animal racional. Si Dios y el alma no fueran ellos mismos corpóreos, sostenían los estoicos, no podrián actuar sobre el mundo material.
El sistema divinamente diseñado se llama Naturaleza, y ha de ser nuestra meta en la vida vivir de acuerdo con la Naturaleza. Puesto que todas las cosas están determinadas, nada puede escapar a las leyes de la Naturaleza. Pero los seres humanos son libres y responsables, pese al determinismo del destino. La voluntad debe ser dirigida para vivir de conformidad con la naturaleza humana obedeciendo a la razón. Esta aceptación voluntaria de las leyes de la Naturaleza es lo que constituye la virtud, y la virtud es necesaria y suficiente para la felicidad. La pobreza, la cárcel y el sufrimiento, dado que no pueden despojarnos de la virtud, tampoco pueden hacerlo con la felicidad; una persona buena no puede sufrir ningún daño real. ¿Significa eso que debemos ser indiferentes a las desgracias de los demás? En realidad ocurre que la salud y la riqueza son cosas indiferentes, pero los estoicos, a fin de poder cooperar con los no estoicos, se vieron forzados a admitir que algunas cosas eran más indiferentes que otras.
Como quiera que la sociedad es natural para los seres humanos, los estoicos, en su afán por vivir en armonía con la naturaleza, desempeñarán su papel en la sociedad y cultivarán las virtudes sociales. A pesar de que la esclavitud y la libertad son igualmente indiferentes, es legítimo preferir una a la otra, aun cuando la virtud puede practicarse en cualquiera de los dos estados. ¿Y la vida misma? ¿También es un asunto indiferente? El estoico virtuoso no perderá su virtud tanto si vive como si muere, pero es legítimo para él, cuando se enfrenta a lo que los no estoicos verían como males intolerables, tomar la decisión racional de dejar esta vida.
(Textos extraídos de “Breve Historia de la Filosofía Occidental” de Anthony Kenny – Editorial Paidós)