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BLANCA D.
06/09/2006, 23:03
ESPERO Y LES GUSTE

El naúgrafo


Mi despertar a la vida coincidió con un sonido tan familiar como la voz de mi madre al que me acostumbraría rápidamente. Casi sin poder levantarme, noté que mi barriguita pedía clemencia, este sería mi primer contacto con algo tan natural conocido como el hambre.
A muy corta distancia mi nariz conducía mi boquita de recién nacido hacia la tierna tetilla de mi progenitora que tuve que disputar a mis cinco hermanos y, sin apenas abrir los ojos, me dejé llevar por mi apetito instintivo.
A los pocos días me encontré ante un gran escaparate con papeles en el suelo, en los que distinguía a gigantes de distintos tamaños, que sólo tenían pelo en la cabeza y capaces de sostenerse con sólo dos patas, a pesar de intentarlo yo nunca lo conseguiría.
Un día, detrás del cristal, descubrí a uno de aquellos seres enormes al que se llaman personas, que me miraba abriendo su boca y señalándome, mientras achuchaba a otro que se le parecía mucho pero era cuatro veces más grande. Al poco tiempo abandonaba mi "casita" de cristal en los brazos de mi nuevo amiguito.
Me dejaron en un rincón de una casa al que llamaban la terraza y pusieron en el suelo un trozo de tela y un plato con comida y me dejaron solo. Yo les veía detrás de un cristal e incluso oía su extraña forma de ladrar, hacía frío pero mi alegría por haber sido adoptado me impedía notarlo. Así pasé mi primera noche.
Durante los primeros días me preocupé de conocer lo que había a mi alrededor. Descubrí a los cinco miembros de la familia entre ellos el más pequeño que resultó ser el causante de mi nueva vida y a los demás, o sea otros dos machos, uno mayor que otro, el padre y el hermanito, y dos mujeres.
Todo resultaba nuevo para mí y mi agradecimiento por pertenecer a alguien que me proporcionaba comida, un sitio para dormir y algunas caricias eran ya un aliciente. Una vez al día normalmente por la noche me bajaban a la calle. Allí podía identificar los miles de ruidos que escuchaba desde mi terraza, ver a otros humanos parecidos a mis dueños e incluso alternar con otros congéneres.
Mi distancia con la felicidad la ponía una correa sujeta a mi cuello y que me impedía hacer amistades con mis colegas pero podía olerlo casi todo y hacer mis necesidades en el regazo de alguno de mis árboles favoritos.
Aunque me empeñaba todos los días en marcar mi territorio, lo cierto es que siempre se adelantaban las marcas de compañeros míos. Yo esperaba la hora de bajarme a la calle que a veces se demoraba más de la cuenta, aunque deseaba creer que todos se peleaban por llevarme, especialmente los días lluviosos o fríos.
Con el tiempo, mi apóstol de salvación venía menos a visitarme, casi no me miraba y su boca ya no reía como aquel día en que me rescató, parecía gustarle menos. En realidad casi todos me ignoraban y construí mi rutina diaria en la terraza esperando el momento feliz que eran mis paseos callejeros.
Mi vida se vaciaba en el balcón que daba a un patio poco soleado en que se balanceaban trapos grandes en unos alambres, les llamaban sábanas. Los días eran cada vez más largos, el agua menos fresca y mis salidas a la calle siempre contrastaban mi alegría con las quejas de mi amiguito que con desgana me llevaba al ascensor.
Yo lo miraba esperando reconocer su sonrisa, pero él se distraía con un extraño juguete que hacia ruidos extraños. Alguna vez intenté hablarle pero sus chillidos histéricos me frenaban, apenas oía mi nombre y cuando sonaba escuchaba palabras como...cállate...harto, ...pesado...maldito.
A menudo detrás de la cristalera oía rumores y miradas de reojo hacia mi terraza, hasta que una tarde los veía preparando unas bolsas muy grandes con cierto nerviosismo.
A la mañana siguiente muy temprano me sacaron de la terraza y me bajaron a la calle todos juntos. La familia parecía sonriente, iban cargados de paquetes con ropas chillonas y noté como daban muchas vueltas a la llave. En la calle descubrí aquella "casita" metálica que tenía unos enormes aros negros, que olían a calle y a los que me acercaba a menudo para oler y dejar mi rastro.
Los humanos le llamaban coche. Me montaron en él y empecé a mover mi colita de alegría, parecía que nos íbamos de vacaciones. Por fin sería otra vez un ser importante, dejaría de ver el paisaje de casas desde mi casa y conocería el mundo, bosques, animales. Quizás hasta el mar. Podría correr y hasta gritar, estaba excitado pero me retenía para no molestar.
Mientras aquella "casita móvil" se movía, cerré los ojos y empecé a soñar. Me veía volando en un cielo muy azul con música, mucha comida, campos verdes para correr, sombras para dormitar, palabras dulces y manos cariñosas sobre mi lomo.

Casi no notaba que súbitamente, el coche empezó a ir más lento y andaba muy bruscamente. Olía el polvo que entraba por los cristales mezclado con sabor a bosque. No cabía duda de que llegábamos a algún lugar. De pronto se pararon, bajaron y no entendí porque ataron una cuerda a mi collar. Bajé con desgana sin atreverme a ladrar para no cortar el silencio que se respiraba.
Mi antiguo amiguito se quedó en el coche jugando con su maquinita. Su padre llevaba la cuerda sin siquiera mirarme, se acercó a un árbol y allí hizo un nudo, después apresuradamente subió al vehículo y se perdieron en una nube de polvo , no me dio tiempo a reaccionar, empecé a ladrar y me tendí en el suelo para ordenar mis ideas, no entendía nada.
Finalmente quise imaginarme que volverían a re*****me, que sólo debía resistir. Sentía sed pero aguanté en mi sitio hasta que empezó a oscurecer. Al rato escuché ruidos del bosque, la mayoría nuevos para mí, intenté ladrar pero mi boca estaba seca y me resultaba difícil, el hambre y la sed me atrapaban y tenía que salir de allí. Con desesperación gasté mi dentadura cortando la cuerda que me atenazaba al árbol y me quedé exhausto y dormido. Me despertaron unas hormigas que cosquilleaban mi hocico, me levanté de golpe y de un tirón rompí el trozo de cuerda roída que quedaba y comencé a correr como un loco hacia ningún lugar, no quería estar solo.
No sabía lo que buscaba pero soñaba con cascadas de agua, con ríos sobre los que me sumergía. Me paré y recuperé el rastro del coche y lo seguí hasta que vi al fondo un camino gris lleno de ruidosos monstruos de acero a los que llaman coches. Yo siempre asociaba personas a comida y agua y mi instinto me llevó a la carretera.
El ruido era ensordecedor y aquellas máquinas corrían más que yo. Estaba cansado, agotado, hambriento y sediento. A lo lejos me pareció ver una botella de plástico como las que veía en mi antiguo hogar, quizás estaría algo llena de agua y sin pensarlo mucho corrí todo lo que pude hacia ella.
De pronto un fortísimo golpe hizo que olvidara los ruidos y miles de imágenes pasaron al instante. Ya no tenía hambre ni sed, tampoco podía moverme, quizás así sería mejor para todos. Entré en un negro túnel y pensé que todo había acabado.
Tenía los ojos cerrados cuando a lo lejos me pareció oír un murmullo y noté que alguien me estaba tocando. Como pude, los abrí y descubrí un hombre vestido de verde con la boca tapada y unos ojos bondadosos. Volví a cerrarlos y me dormí en paz pensando que a lo mejor para alguien yo podría ser importante.
Un silbido familiar me saca de mis sueños, me incorporo para salir a re***** con mi boca el periódico a unos metros de casa como todos los días. Hoy no me paro ni siquiera a oler árboles, me siento afortunado de pertenecer a un ser humano que ayuda a mis congéneres, aunque él dice a menudo que prefiere ser veterinario porque los animales son más agradecidos que las personas. No sé por qué lo dirá.

BLANCA D.
06/09/2006, 23:12
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No-Nirvana
06/09/2006, 23:31
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Lindo, ternura concentrada, Blanca. :hug:

Siento una especial identificación con lo siguiente:

"Hoy no me paro ni siquiera a oler árboles, me siento afortunado de pertenecer a un ser humano que ayuda a mis congéneres, aunque él dice a menudo que prefiere ser veterinario porque los animales son más agradecidos que las personas. No sé por qué lo dirá".
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