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Pompilio Zigrino
22/07/2006, 09:15
A partir de algunos estudios realizados en biología, se afirma que los reptiles no tienen capacidad para compartir el sufrimiento ajeno. Si una víbora, por ejemplo, observa cómo su descendencia está siendo atacada por otro animal, no experimenta ninguna sensación derivada de ese hecho. En cambio, los mamíferos traen incorporado en su plan genético cierta capacidad para compartir el sufrimiento de los ejemplares de su especie, al menos de los más cercanos.



A partir de este sencillo mecanismo natural, es posible vislumbrar la existencia de una tendencia a la cooperación entre ejemplares de una misma especie. Como el hombre también es un mamífero, sabemos que disponemos también de ese atributo genético que hace de nosotros un ser sociable y cooperativo.



Cuando se nos sugiere amar al prójimo como a uno mismo, sólo se nos está sugiriendo compartir las penas y las alegrías ajenas, que no es otra cosa que hacernos conscientes de este atributo básico que poseemos los seres humanos. De esta forma, el sufrimiento ajeno será nuestro propio sufrimiento, lo que asegura que nunca tendremos la predisposición a perjudicar a los demás, porque ello implicará nuestro propio perjuicio. También trataremos de beneficiar a los demás, porque también será nuestro propio beneficio.



Este atributo natural ha sido adoptado por el cristianismo como un principio ético básico. Aunque también debería ser adoptado por las descripciones científicas, ya que es un concepto observable e incluso contrastable en todo lo que es inherente a nuestra propia individualidad. De ahí que Albert Einstein escribiera: “Si llegamos a ponernos de acuerdo sobre algunas proposiciones éticas fundamentales, otras podrán ser derivadas de ellas. Tales premisas éticas desempeñan en moral un papel análogo al que los axiomas representan en matemáticas”.



Adoptando a esta respuesta característica de los seres humanos como el punto de partida para posteriores deducciones, no es difícil llegar a conclusiones simples y de gran utilidad práctica. Además, no es difícil comprobar que este concepto tan simple podrá ser comprendido y aceptado por prácticamente cualquier persona, en forma independiente de su nivel intelectual. Con ello estamos, en cierta forma, aceptando el criterio cristiano de la accesibilidad al conocimiento básico que todo hombre deberá poseer. Por lo que Cristo expresó: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los listos y las has revelado a los insignificantes” (Mt.)



Algunos suponen que es inadecuado utilizar conceptos religiosos dentro del ámbito de la ciencia. Sin embargo, debemos pensar que un aspecto básico del comportamiento humano debe ser utilizado, no sólo por cualquier religión propuesta, sino por toda descripción de tipo científico. Y en estos aspectos simples se nota la presencia de aspectos básicos comunes a la ciencia y a la religión.



Cuando el hombre va perdiendo su capacidad para compartir el sufrimiento ajeno, en cierta forma se dirige hacia un comportamiento propio de los reptiles. De todas formas, un reptil carece de la capacidad de alegrarse por el sufrimiento ajeno, como a veces lo hace el propio ser humano. De ahí que existe una categoría aún más baja en la que el hombre puede caer, tal es la actitud de sentir cierto placer al humillar a los demás, para ocasionarle cierto sufrimiento y un daño moral permanente. Así, el que ostenta la posesión de riquezas o la posesión de conocimientos, basado en un sentido competitivo, antes que cooperativo, lo hace tratando de menospreciar a los demás. Desde el punto de vista de una posible víctima, incluso de la sociedad en general, el soberbio pasa a valer menos que un simple reptil, por la sencilla razón de que el reptil no es capaz de provocarnos sufrimiento, ya que ni siquiera tiene la intención de hacerlo.