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Ver la versión completa : Ni en tren ni en avión: en taxi



Cevastyan
15/05/2006, 12:00
Identificados de muy diversos modos según cada país, y con tarifas sorprendentemente variables, forman parte de los paisajes urbanos. Un mundo de cuatro ruedas con prehistoria e historia. Personajes, precauciones y consejos.

El Viajero Ilustrado sabe que al salir del aeropuerto de cualquier ciudad del mundo deberá ocuparse de conseguir, luego de un buen carro maletero que no tenga las rueditas torcidas, un confortable taxi que lo deje en el hotel o la casa donde se alojará —o hará base— durante su travesía por el lugar que esta vez eligió recorrer. Tiene presente también que ese mismo vehículo —cuyo color identificatorio difiere según la ciudad— es más confortable que el subte, más rápido que el ómnibus y más práctico que las piernas a la hora de transitar cualquier ciudad desconocida, sobre todo cuando se trata de atravesar grandes urbes a altas horas de la madrugada y con varias horas de vuelo sobre las espaldas.

La cuestión de los colores no amedrenta a El Viajero. Sabe que en Roma los taxis son casi todos blancos; en Madrid, blancos también pero con una banda diagonal roja y el escudo de la ciudad en la puerta; en París, no hay color específico que los distinga: son de muchos modelos y tamaños; en Nueva York, los más comunes son los famosos amarillos, aunque también los hay de otros colores (siempre identificables por el clásico cartelito en el techo); en Londres, reinan los cab negro, pero ya hay otros de diversos colores y estampados con publicidad; en Hong Kong son rojos; en Río de Janeiro, amarillos con una franja horizontal azul, y en Buenos Aires, negros y amarillos, igual que en Barcelona.

Claro que lo inconveniente de este cómodo medio de transporte siempre será el precio: El Viajero Ilustrado no ignora que en cada ciudad hay un código, que no siempre lo que marcan los taxímetros es lo que se cobra, que hay tablitas de conversión, tarifas nocturnas y choferes perversos. Sabe que entre los conductores hay otros que son como un noticiero amarillo interminable, y que está el infaltable, el que le cuenta a El Viajero toda su vida plena de hazañas o desventuras. Y que muy comunes son también los que, haciendo gala de una gran amabilidad y predisposición para la buena conversación, pasean a El Viajero por gran parte de esa ciudad desconocida todavía para él, haciendo que las fichas corran como el agua. En todos los casos, hay una regla de oro: averiguar el precio antes de subir.

La palabra "taxi" deviene de taxímetro, que en francés está compuesta por taxe (tasa o tarifa) y mètre (medida). El primer taxi que circuló en Londres, sabrá El Viajero Ilustrado, fue un modelo carruaje, allá por el siglo XVII: se llamaba "hacquenée", que en francés significa "de propósito general". En 1625 había aproximadamente 20 disponibles para alquilar. Más tarde Wilhelm Bruhn, en 1891, creó el taxímetro, algo que a los taxistas no les gustó, en principio, en absoluto.

En 1897, ya con el taxímetro listo para ser usado, se creó el primer auto dedicado a la función específica de taxi: el famoso Daimler Victoria, utilizado en las películas hasta el cansancio. El mismo año comenzó a funcionar la primera compañía de taxi motorizado, de la mano de Friedrich Greiner. Los antepasados de este cómodo medio de transporte, cuyo conductor suele ser testigo mudo de peleas matrimoniales o escenas de alto voltaje entre parejas, oscuras confesiones y peroratas insufribles, se remontan en Madrid al último tercio del siglo XVI cuando, en pleno reinado de Felipe II, comenzaron a circular las primeras mulas de alquiler. Después vinieron las sillas de mano, conducidas por mozos; las literas, y los populares coches de caballos bautizados por el pueblo con el nombre de "simones", porque —sabe El Viajero Ilustrado— un tal Simón González tuvo la idea de ofrecer un servicio de coches de alquiler a mediados del siglo XVIII. Más tarde, un coche descapotable, Milord, compitió por ocupar un lugar en la Puerta del Sol y el Salón del Prado.

Ya de vuelta en su país de origen y cuando el avión se haya detenido por completo, como lo exigen las normas internacionales de vuelo, El Viajero Ilustrado sabrá apelar a su celular —gracias a los avances tecnológicos— para volver a requerir un taxi, esta vez a una compañía de radio; sabe que las colas para conseguir uno de estos vehículos a la salida de Ezeiza o Aeroparque suelen ser interminables, y que el equipaje que se trae de vuelta no es el mismo que el que se lleva de ida. En la valija y en el alma.