Mircko
20/03/2006, 12:01
A los 2, aprendió a jugar al tenis. A los 4, empezó a competir. A los 12, ganó Roland Garros junior. A los 13, Wimbledon. A los 15, ya era profesional y top ten. A los 16, llegó al N° 1, con títulos en Australia, Wimbledon y el US Open. A los 17, ganó el Grand Slam de dobles. A los 18, protagonizó un escándalo en la final de Roland Garros. A los 20, se rompió el tobillo derecho. A los 21, el izquierdo. Y a los 22, se retiró. El tiempo no paró; Martina Hingis sí. “Ya no me arrepiento de nada. Sé que he llegado lejos”, dijo el último viernes, tras perder en las semifinales de Indian Wells contra Maria Sharapova.
Su regreso está a la altura de su glorioso pasado. Aún sin títulos en el año, sus rivales ya saben que hay un plato más en la mesa grande del tenis femenino. Ha reactivado un circuito en decadencia, con buenas jugadoras pero sin grandes campeonas. Las hermanas Williams en plan de retiro voluntario, Davenport cerca de la jubilación, las belgas Clijsters y Henin con problemas físicos y las rusas Sharapova y Dementieva más lindas que nunca, pero irregulares como siempre… Llegó al colmo cuando en septiembre de 2004 la francesa Amelie Mauresmo alcanzó el número 1 sin haber ganado un torneo de Grand Slam.
Gracias al efecto Hingis, el WTA Tour recuperó el poder de seducción. Nadie lamentó demasiado aquel prematuro final de 2002, culpa de las lesiones físicas y de la saturación mental. Sus acciones habían caído en picada desde Roland Garros 99, la final del escándalo. Abucheada por discutir un fallo, perdió la cabeza y el partido. Sacó de abajo, discutió con su omnipresente madre en público, casi no va a la premiación y lloró desconsoladamente en la ceremonia. ¿Su rival? La señora Graf de Agassi.
Sirve de puente para dos generaciones. Gabriela, Steffi, Arantxa y Seles, por un lado. Sus actuales adversarias, por el otro. Jugó contra todas, pero sus grandes rivales fueron las hermanas Williams, en un maravilloso choque de estilos. Venus y Serena con el juego de potencia, pegándole a la pelota como ninguna otra mujer había podido antes. Martina con sus tiros angulados, toques quirúrgicos y globos milimétricos, repertorio intacto en 2006. Fueron 32 duelos con 16 victorias por bando. Richard, el inclasificable papá Williams, también participó y le pidió un autógrafo en plena conferencia de prensa del US Open 99. Hingis se lo firmó en vivo, en directo y con dedicatoria.
Ha sido la última tirana del circuito. En 1997, ganó sus primeros 37 partidos, tuvo un 94% de eficacia y estuvo a una sola victoria del Grand Slam. Perdió la final de Roland Garros (única perla faltante en su collar) contra la croata Iva Majoli, su mejor amiga en el circuito. Estuvo 209 semanas en el número 1. Sólo Navratilova, Graf y Evert pasaron más tiempo en la cima de la montaña.
También su corazón generó noticias. Inquieto y frágil, fue dueño de los tenistas Justin Gimelstob, Ivo Heuberger, Magnus Norman y Julián Alonso, un español de buen saque que se convirtió en el enemigo público de Melanie Molitor, madre, coach y sargento. En 1998, en pleno romance con Alonso, sólo ganó en Australia. Mamá Melanie le gritó: “El tenis o el amor”. Así se cortó el sueño de Julián. Martina dio la sorpresa y media. Un par de años después, se cansó de un pesado acosador croata de apellido Rajcevic, presentó cargos en un juzgado de Miami y terminó… enamorándose del fiscal de la causa, un tal Christopher Calkin, que juró que no le importaban ni el dinero ni la fama de su clienta-novia. No más preguntas.
¿Qué hizo en sus 3 años de receso? Montó caballos, comentó torneos, participó de exhibiciones y despejó su mente de las presiones mientras crecía su imagen positiva. “Como Jim Morrison, aumentó su popularidad en su ausencia”, escribió Tennis Magazine. Pero ella está muy lejos de cantar “The End” y de ser enterrada en París, justo donde quiere saldar su cuenta pendiente. Martina H. filma su segunda parte. A los 25 años, aprendió a disfrutar del tenis.
http://www.lanacion.com.ar/anexos/imagen/06/500889.JPG
Su regreso está a la altura de su glorioso pasado. Aún sin títulos en el año, sus rivales ya saben que hay un plato más en la mesa grande del tenis femenino. Ha reactivado un circuito en decadencia, con buenas jugadoras pero sin grandes campeonas. Las hermanas Williams en plan de retiro voluntario, Davenport cerca de la jubilación, las belgas Clijsters y Henin con problemas físicos y las rusas Sharapova y Dementieva más lindas que nunca, pero irregulares como siempre… Llegó al colmo cuando en septiembre de 2004 la francesa Amelie Mauresmo alcanzó el número 1 sin haber ganado un torneo de Grand Slam.
Gracias al efecto Hingis, el WTA Tour recuperó el poder de seducción. Nadie lamentó demasiado aquel prematuro final de 2002, culpa de las lesiones físicas y de la saturación mental. Sus acciones habían caído en picada desde Roland Garros 99, la final del escándalo. Abucheada por discutir un fallo, perdió la cabeza y el partido. Sacó de abajo, discutió con su omnipresente madre en público, casi no va a la premiación y lloró desconsoladamente en la ceremonia. ¿Su rival? La señora Graf de Agassi.
Sirve de puente para dos generaciones. Gabriela, Steffi, Arantxa y Seles, por un lado. Sus actuales adversarias, por el otro. Jugó contra todas, pero sus grandes rivales fueron las hermanas Williams, en un maravilloso choque de estilos. Venus y Serena con el juego de potencia, pegándole a la pelota como ninguna otra mujer había podido antes. Martina con sus tiros angulados, toques quirúrgicos y globos milimétricos, repertorio intacto en 2006. Fueron 32 duelos con 16 victorias por bando. Richard, el inclasificable papá Williams, también participó y le pidió un autógrafo en plena conferencia de prensa del US Open 99. Hingis se lo firmó en vivo, en directo y con dedicatoria.
Ha sido la última tirana del circuito. En 1997, ganó sus primeros 37 partidos, tuvo un 94% de eficacia y estuvo a una sola victoria del Grand Slam. Perdió la final de Roland Garros (única perla faltante en su collar) contra la croata Iva Majoli, su mejor amiga en el circuito. Estuvo 209 semanas en el número 1. Sólo Navratilova, Graf y Evert pasaron más tiempo en la cima de la montaña.
También su corazón generó noticias. Inquieto y frágil, fue dueño de los tenistas Justin Gimelstob, Ivo Heuberger, Magnus Norman y Julián Alonso, un español de buen saque que se convirtió en el enemigo público de Melanie Molitor, madre, coach y sargento. En 1998, en pleno romance con Alonso, sólo ganó en Australia. Mamá Melanie le gritó: “El tenis o el amor”. Así se cortó el sueño de Julián. Martina dio la sorpresa y media. Un par de años después, se cansó de un pesado acosador croata de apellido Rajcevic, presentó cargos en un juzgado de Miami y terminó… enamorándose del fiscal de la causa, un tal Christopher Calkin, que juró que no le importaban ni el dinero ni la fama de su clienta-novia. No más preguntas.
¿Qué hizo en sus 3 años de receso? Montó caballos, comentó torneos, participó de exhibiciones y despejó su mente de las presiones mientras crecía su imagen positiva. “Como Jim Morrison, aumentó su popularidad en su ausencia”, escribió Tennis Magazine. Pero ella está muy lejos de cantar “The End” y de ser enterrada en París, justo donde quiere saldar su cuenta pendiente. Martina H. filma su segunda parte. A los 25 años, aprendió a disfrutar del tenis.
http://www.lanacion.com.ar/anexos/imagen/06/500889.JPG