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Nicasio
03/03/2006, 09:13
Un solo hombre libra una batalla

Cuando el capitán Marseille, entonces todavía primer teniente, se dirigió hacia su avión a las 7,30 del primero de septiembre, nada indicaba que ése sería un día especial.
La escuadrilla tenía orden de proporcionar escolta a una misión de Stukas que se dirigía a un blanco al sur de Imayid. A las 7,50 la escuadrilla se reunió con la unidad Stuka, no lejos del aeródromo. Los aviones partieron hacia el este en el claro cielo azul del área de combate.

Cerca del blanco ascendieron a tres mil quinientos metros, cuando el jefe informó por radio que se acercaban aviones enemigos. Contó diez aviones, pequeños puntos que se aproximaban rápidamente. Cuando estuvieron cerca del blanco, los Stukas se prepararon a atacar.

Marseille se elevó en una cerrada curva hacia la derecha. Entonces, los demás lo oyeron decir: --¡Estoy atacando!

Tres segundo más tarde su compañero de ala vio que el comandante de escuadrilla giraba hacia la izquierda para colocarse detrás de la cola de un caza Curtiss de la formación que ahora se estaba alejando. Disparó desde una distancia de cien metros.

Como si un puño lo hubiera aferrado y retorcido en su rápido vuelo, el avión enemigo se inclinó sobre su ala izquierda y se precipitó casi verticalmente a tierra, como si fuera una roca. Al hacer impacto estalló en llamas. El piloto no pudo salvarse. El compañero de ala de Marseille miró su reloj cuando el hongo de humo se elevó desde abajo. Eran las 8,20. Después verificó la sección del mapa: 18 Km al SSE de Imayid.

El compañero de ala no tuvo que buscar mucho a su jefe. Inmediatamente después del primer ataque, Marseille cambió de su giro a la izquierda desde el Curtiss que había derribado hacia el siguiente. Dos kilómetros más al este caía un avión, dejando una estela negra. Eran las 8,30. Las llamas del segundo incendio se elevaron a sólo unos centenares de metros del avión destruido dos minutos más antes. Esta vez, también las balas hicieron impacto directo en la cabina.

Para entonces, los Stukas habían arrojado sus bombas. Los camaradas ya habían emprendido el regreso y volaban a baja altura, aproximadamente cien metros. La escuadrilla, que mientras tanto había girado al norte y ahora, volando bajo, trataba de acercarse a los bombarderos en picados alemanes.

A las 8,33, cuando el aparato enemigo se disponía a atacar, se dio la oportunidad para el capitán. Hizo un giro cerrado a la izquierda y su ráfaga de balas dio en el blanco con precisión milimétrica. A unos pocos centenares de metros más abajo la superficie de la tierra iluminóse súbitamente como un relámpago gigantesco y el fuego consumió hombre y avión. Esto fue un kilómetro al SE de Imayid.

Justamente cuando la escuadrilla deseaba alejarse hacia el oeste, el grito de "¡Spitfire!" Atronó por la radio. Las otras tripulaciones ya iban al frente con los Stukas. Solo con su compañero de ala, Marseille parecía vulnerable a los seis aviones enemigos que se lanzaban sobre él verticalmente, en formación cerrada. Pero Marseille supo cuál era el momento adecuado para actuar. Aguardó ese momento perfecto. Se elevó hacia atrás y hacia la izquierda, observó el avión enemigo guía que se había separado del resto y se acercó casi a distancia de fuego.

Podía ver claramente las bocas del cañón y las ametralladoras. Pero como decía él, "mientras mire directamente a las bocas de los cañones, nada puede sucederme". Brotaron llamas de los cañones y las finas y sedosas estelas de humo quedaron flotando en el aire, el Inglés, disparando constantemente, se había acercado a unos 150 metros del joven capitán. En ese momento, Marseille hizo súbitamente un giro cerrado a la izquierda. Los spitfires pasaron rugiendo bajo Marseille y su compañero de ala. Esta era su oportunidad.

Ahora los alemanes podían invertir las coas aprovechándose del gran radio de giro que tenían que hacer los ingleses para ponerse nuevamente en posición de atacar. Marseille calculó correctamente. Viró a la derecha y en segundos estuvo ochenta metros atrás del último inglés, disparó y acertó. El enemigo cayó a tierra dejando una estela de humo negro. Tampoco esta vez el piloto derrotado tuvo tiempo de abrir su cabina y saltar.

Eran las 8,39 y los restos del Spitfire estrellado quedaron ardiendo a 20 Km al ESE de El Imayid.

A la 9,l4 la escuadrilla de Marseille aterrizó. Los mecánicos de vuelo y los encargados del armamento se acercaron y felicitaron al jefe, aunque sin demasiada excitación, porque no era desusado que Marseille derribara cuatro adversarios en una misión.
Alam El Halfa no es una ciudad ni un campamento. Es un punto en el desierto, treinta o cuarenta kilómetros al sudeste de la costa, con unas pocas chozas nativas azotadas por el viento. Aquí, apenas dos horas después, Marseille iba a obtener su triunfo más grande.

Nuevamente se ordenó a su escuadrilla escoltar un ataque de Stukas en esa zona. A la 10,20 el jefe despegó. Justo antes del objetivo de los Stukas, a sólo ocho o diez kilómetros al sur de su posición, Marseille avistó súbitamente dos formaciones de bombarderos británicos – quince o dieciocho aviones en cada una – y dos formaciones de cazas escoltas, cada una con veinticinco a treinta aviones.

La superioridad numérica de sus enemigos nunca impresionaba a Marseille. Estaba familiarizado con la superioridad numérica británica desde antes de llegar a Africa. Marseille sabía que no es el número de aviones lo que decide el resultado sino el hombre mejor. Ahora esperó unos momentos hasta que vio lo que estaba anticipando.

Una escuadrilla de los cazas escoltas británicos con ocho Curtiss P-36 (**) se separó de su tarea de escolta y salió en pos de los Stukas. Marseille y su compañero de ala los encontraron a mitad de camino. Los ingleses vieron lo que se venía. Viraron y formaron un círculo defensivo. Esta medida táctica normalmente hubiera bastado, pero no con Marseille.

Ajustando su velocidad, súbitamente estuvo en el centro del tiovivo enemigo y derribó un Curtiss desde cincuenta metros luego de un violento giro a la izquierda. Medio minuto después, el segundo enemigo caía con casi la misma maniobra. Abruptamente, los aviones que habían mantenido el circulo defensivo se dispersaron. Su jefe había perdido el coraje.

Los cazas británicos restantes se dividieron en parejas y giraron hacia el noroeste. Dos minutos más tarde, Marseille se había acercado otra vez a menos de cinco metros. Un tercer avión se precipitó a tierra. Los otros cinco Curtiss viraron hacia el este y adoptaron nuevamente la formación cerrada. Marseille salió en pos de sus enemigos.

Cuando ellos tomaron rumbo un rumbo noroeste hacia el Mediterráneo en un descenso gradual desde tres mil quinientos metros, sólo quedaban cuatro. Dos minutos después, a las 11,01, caía el quinto P-36. Impactos directos del cañón de Marseille hicieron estallar el aparato británico en el aire. El sexto caza cayó a las 11,02 cuando el tenaz Marseille, desde un giro hacia arriba y a la izquierda, ametralló al avión restante.

Mientras tanto, los combatientes habían tomado rumbo al este. La formación de dos aviones de Marseille volaba unida y ascendiendo cuando abajo aparecieron más cazas que volaban hacia el este. No vieron a los alemanes. Marseille, volando recto, se lanzó hacia ellos como una flecha, tomándolos desde atrás y a la derecha. Bajo el impacto de los cañones de Marseille, estalló el fuselaje de un Curtiss.

Ahora el joven capitán llevó sus dos aviones hacia el norte para regresar al aeródromo. Nuevamente apareció un Curtiss pocos metros mas abajo, volando hacia el este con una estela de humo blanco. Marseille atacó inmediatamente, disparando desde una distancia de ochenta metros, y vio desintegrase el fuselaje y la cola. El fuselaje cayó en barrena y cuando pasó el avión, el vencedor pudo ver al piloto muerto en el asiento.

Ocho aviones enemigos habían sido abatidos por sus disparos. Marseille había salido victorioso contra toda una escuadrilla en una batalla aérea de diez minutos. Hasta que no pongamos una al lado de otra las horas de cada victoria no obtendremos una imagen clara de esta sorprendente proeza: 10,55; 10,56: 10,58; 10,59; 11,01; 11,02; 11,03; 11,05.


Ahora el día habíase puesto caluroso y opresivo. Cualquier otro hubiera considerado completa la jornada. Marseille también, quizás, en algún otro día. Pero en este día se sentía lleno de energías, con fuerzas suficientes, para volver a volar. Aguardó la próxima misión en el refugio antiaéreo de su escuadrilla. Pero cuando llegó la hora de despegar. A las 13,58, debió quedarse. Su avión tenía un neumático pinchado.

Eran casi las 17,00 cuando despegó nuevamente con su escuadrilla en su tercera misión.

Una vez más los cazas escoltarían bombarderos, esta vez Ju-88, a Imayid. Lo que ahora sucedió fue similar a la acción de la mañana.

Una formación de quince Curtiss P-40 trató de atacar a los Ju-88 cuando los grandes bombarderos se lanzaban en picado sobre su blanco. Marseille se introdujo entre los cazas británicos con su escuadrilla y dispersó a la formación enemiga. El combate que siguió duró seis minutos. En ese tiempo, a alturas entre mil quinientos y cien metros, Marseille derribó cinco aviones ingleses.

Los primeros cuatro cayeron a intervalos exactos de un minuto entre las 17,45 y las 17,50. El quinto fue derribado a las 17.53. los sitios de las victorias fueron 7 Km al sur, 8 Km al sudeste, 6 Km al sudeste, 9Km al sudsudoeste y 7 Km al sudsudoeste de Imayid.

Con un total de diecisiete victorias en un día (dieciséis fueron comunicadas en el informe de la Wehrmacht porque una no fue confirmada hasta doce horas más tarde por la declaración de un testigo), el capitán Marseille estableció algo que no admite comparación. Una hazaña de grandeza singular, una victoria magnífica enaltecida por la falta de bajas en la escuadrilla. En un día lleno de lucha, no perdieron ningún hombre ni avión.

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