jorgesalaz
27/01/2006, 17:42
Polémica sin duda la llamada Tauromaquia. He aquí un antiguo aunque vigente artículo sobre el denominado "Arte del Toreo".
Por fin ha acabado la temporada taurina. Con ello termina por este año la tortura de animales y de personas, los unos en la plaza, los otros mediante la transmisión televisiva de las corridas. Me parece un insulto a la sensibilidad pública el que tengamos que encontrarnos de bruces con semejantes imágenes al entrar en cualquier bar o encender la televisión. Es una imposición de esa España brutal e insensible que subyace a esa superficial capa de modernidad y civilización de que nos hemos dotado y que la persistencia de la fiesta taurina hace que se revele como puro fingimiento. Creo que fue Emilia Pardo Bazán quien dijo eso de que en las corridas de toros hay tres bestias: el toro, el torero y el público, que es la mayor bestia de las tres. Y es que hay cosas tan brutales que no admiten mayor sutileza en el trato. Uno mi voz, por tanto, a la que la insigne escritora y a la de todos los hombres y mujeres del presente que levantan su voz contra la barbarie del espectáculo taurino. No encuentro justificación posible para las corridas de toros más que la pura irracionalidad e inhumanidad. El desahogo de los instintos más bajos y groseros es lo único que veo en quienes aplauden la faena del torero, empeñados simultáneamente en ignorar la terrible crueldad del espectáculo. Matar a un animal para comer es algo que se puede argumentar como necesidad, por cuestionable que sea el argumento. Pero torturar y matar a un animal por diversión, reunirse en un foro público para aplaudir un acto que debería estar penado con la cárcel, es un acto cobarde y moralmente injustificable. Dicen que la crueldad y la cobardía son dos caras de la misma moneda. Y esto es algo que se ve claramente en la lucha desigual entre el toro y el torero. El toro va a morir. De ello cabe poca duda. El torero, por su parte, usa todo tipo de engaños (el capote mismo es uno), defensas y burladeros para protegerse. Menuda valentía. Alegan quienes defienden la tauromaquia que es un arte y una técnica. Sin duda lo es. Lo digo en serie. También lo sería si en vez de banderillear y matar a un toro banderilleáramos y matáramos a estocadas a una persona. Las luchas de gladiadores eran un arte, e indudablemente requerían una técnica bien ensayada. Todo tipo de crimen requiere una técnica y todo espectáculo produce sensaciones estéticas que resultarán placenteras para unos y para otros, según sus sensibilidades o proclividades ideológicas. Sobran ejemplos en la Historia. Para referirnos de modo genérico al producto de cualquier actividad humana usamos el prefijo art-. Si nos gusta, la llamamos art-ística o art-esana; si nos gusta menos, decimos que es art-ificiosa o art-ificial. En otras palabras, el que sea algo considerado como arte lo único que significa es que es producto de una actividad humana y que produce una sensación estética que agrada a algunos. Y esto incluye desde una sinfonía de Mozart hasta las más exquisitas y horrendas torturas practicadas por los nazis. Dicho de otro modo aunque la tauromaquia puede ser un arte, ello no justifica en absoluto su existencia. Verdad es que la realización artística no tiene por qué tener un objetivo moralizante. De hecho, muchas obras de arte -cuadros, novelas, películas, obras teatrales- retratan actos inmorales. Pero la obra de arte en sí nunca puede consistir en la realización el acto inmoral. Si para representar teatralmente un crimen se cometiera el crimen mismo en escena, esa obra de teatro habría de ser prohibida e impedida sin tener en cuenta su valor estético. Lo mismo ocurre con las corridas. Su valor estético es secundario ante la inmoralidad que supone la realización del espectáculo. Pero, claro, ¿quién mide la moralidad o inmoralidad de las corridas de toros? Ahí es donde entra en juego el grado de sensibilidad moral de una sociedad. El hecho de que haya gente con tan poca empatía como para reunirse en un foro público para ver cómo se acuchilla entre aplausos y vitoreos a un animal agonizante, un animal que desea vivir tanto como ellos, es algo que me causa una perplejidad infinita. Me pregunto qué grado de deformidad moral es necesario para asistir impasible al espectáculo de ver a un animal sano, rebosante de vida, sabiendo que 20 minutos después, sangrante, apuñalado del modo más incompasivo, se le dará muerte entre muestras de la más asquerosa chulería. Hay quienes dicen que los toros de lidia se extinguirían si no fueran utilizados en las corridas de toros. Hay dos maneras de entender este argumento. Una, que los llamados toros de lidia existen para ser lidiados, es decir, que ése es el objeto natural de su existencia, lo cual es manifiestamente absurdo. La otra interpretación es que nadie se dedicaría a su crianza si no pudiera sacar de ella el provecho económico que se deriva de su venta para las corridas. Por tanto, si no hubiera corridas nadie criaría ese tipo de toros y se extinguirían. Es lo que en retórica se denominaría un non sequitur, un argumento a todas luces falaz. La existencia de toros bravos no está amenazada por la desaparición de las corridas de toros. Es su crianza con objeto lucrativo lo que peligraría. Los toros no desaparecerían por esa razón, seguro. Para eso existen las leyes que protegen a las especies en peligro de extinción. El filósofo Jesús Mosterín sostiene que la pervivencia del espectáculo taurino en España se debe a que en nuestro país nunca cuajó la Ilustración, pues los espectáculos similares que existían en otros países europeos fueron extinguiéndose según se impuso el imperio de la racionalidad. Es un argumento interesante pero, en mi opinión, insuficiente, ya que hay muchos países de Europa, y más aún fuera de Europa, donde la Ilustración no caló, o ni siquiera llegó, y en los que no se producen espectáculos de este tipo, mientras que en países como Inglaterra, cuna de la Ilustración, han pervivido espectáculos comparablemente crueles precisamente entre las capas más ilustradas de la sociedad. Doña Sofía, la Reina, es amante de los animales y es sabido que jamás asiste a una corrida. También Isabel la Católica detestaba el espectáculo taurino y buscó las maneras de eliminarlo mucho antes de los tiempos de la Ilustración. Entre ambas reinas ha habido Papas, artistas y escritores-activistas, como Mariano José de Larra, que han luchado contra el infame espectáculo. Ahora ya existe en España un incipiente movimiento antitaurino. Hay quienes quieren un referéndum sobre la continuidad de las corridas. Otros como la escritora y periodista Ruth Toledano, exigen públicamente su prohibición inmediata. En al menos una región autónoma -Canarias- está prohibida la “fiesta Nacional”. Por una ejemplar ley de protección de los animales, desde 1991 están prohibidos en esa región los espectáculos taurinos. También, por regulaciones locales, están prohibidas las corridas y encierros en un puñado de poblaciones en el resto del país. Referéndum o prohibición directa: tarde o temprano, en una de estas dos direcciones habrá que ir.
Publicado en El Mundo el 30 de noviembre de 2002
Autor: JUAN A. HERRERO BRASAS
Por fin ha acabado la temporada taurina. Con ello termina por este año la tortura de animales y de personas, los unos en la plaza, los otros mediante la transmisión televisiva de las corridas. Me parece un insulto a la sensibilidad pública el que tengamos que encontrarnos de bruces con semejantes imágenes al entrar en cualquier bar o encender la televisión. Es una imposición de esa España brutal e insensible que subyace a esa superficial capa de modernidad y civilización de que nos hemos dotado y que la persistencia de la fiesta taurina hace que se revele como puro fingimiento. Creo que fue Emilia Pardo Bazán quien dijo eso de que en las corridas de toros hay tres bestias: el toro, el torero y el público, que es la mayor bestia de las tres. Y es que hay cosas tan brutales que no admiten mayor sutileza en el trato. Uno mi voz, por tanto, a la que la insigne escritora y a la de todos los hombres y mujeres del presente que levantan su voz contra la barbarie del espectáculo taurino. No encuentro justificación posible para las corridas de toros más que la pura irracionalidad e inhumanidad. El desahogo de los instintos más bajos y groseros es lo único que veo en quienes aplauden la faena del torero, empeñados simultáneamente en ignorar la terrible crueldad del espectáculo. Matar a un animal para comer es algo que se puede argumentar como necesidad, por cuestionable que sea el argumento. Pero torturar y matar a un animal por diversión, reunirse en un foro público para aplaudir un acto que debería estar penado con la cárcel, es un acto cobarde y moralmente injustificable. Dicen que la crueldad y la cobardía son dos caras de la misma moneda. Y esto es algo que se ve claramente en la lucha desigual entre el toro y el torero. El toro va a morir. De ello cabe poca duda. El torero, por su parte, usa todo tipo de engaños (el capote mismo es uno), defensas y burladeros para protegerse. Menuda valentía. Alegan quienes defienden la tauromaquia que es un arte y una técnica. Sin duda lo es. Lo digo en serie. También lo sería si en vez de banderillear y matar a un toro banderilleáramos y matáramos a estocadas a una persona. Las luchas de gladiadores eran un arte, e indudablemente requerían una técnica bien ensayada. Todo tipo de crimen requiere una técnica y todo espectáculo produce sensaciones estéticas que resultarán placenteras para unos y para otros, según sus sensibilidades o proclividades ideológicas. Sobran ejemplos en la Historia. Para referirnos de modo genérico al producto de cualquier actividad humana usamos el prefijo art-. Si nos gusta, la llamamos art-ística o art-esana; si nos gusta menos, decimos que es art-ificiosa o art-ificial. En otras palabras, el que sea algo considerado como arte lo único que significa es que es producto de una actividad humana y que produce una sensación estética que agrada a algunos. Y esto incluye desde una sinfonía de Mozart hasta las más exquisitas y horrendas torturas practicadas por los nazis. Dicho de otro modo aunque la tauromaquia puede ser un arte, ello no justifica en absoluto su existencia. Verdad es que la realización artística no tiene por qué tener un objetivo moralizante. De hecho, muchas obras de arte -cuadros, novelas, películas, obras teatrales- retratan actos inmorales. Pero la obra de arte en sí nunca puede consistir en la realización el acto inmoral. Si para representar teatralmente un crimen se cometiera el crimen mismo en escena, esa obra de teatro habría de ser prohibida e impedida sin tener en cuenta su valor estético. Lo mismo ocurre con las corridas. Su valor estético es secundario ante la inmoralidad que supone la realización del espectáculo. Pero, claro, ¿quién mide la moralidad o inmoralidad de las corridas de toros? Ahí es donde entra en juego el grado de sensibilidad moral de una sociedad. El hecho de que haya gente con tan poca empatía como para reunirse en un foro público para ver cómo se acuchilla entre aplausos y vitoreos a un animal agonizante, un animal que desea vivir tanto como ellos, es algo que me causa una perplejidad infinita. Me pregunto qué grado de deformidad moral es necesario para asistir impasible al espectáculo de ver a un animal sano, rebosante de vida, sabiendo que 20 minutos después, sangrante, apuñalado del modo más incompasivo, se le dará muerte entre muestras de la más asquerosa chulería. Hay quienes dicen que los toros de lidia se extinguirían si no fueran utilizados en las corridas de toros. Hay dos maneras de entender este argumento. Una, que los llamados toros de lidia existen para ser lidiados, es decir, que ése es el objeto natural de su existencia, lo cual es manifiestamente absurdo. La otra interpretación es que nadie se dedicaría a su crianza si no pudiera sacar de ella el provecho económico que se deriva de su venta para las corridas. Por tanto, si no hubiera corridas nadie criaría ese tipo de toros y se extinguirían. Es lo que en retórica se denominaría un non sequitur, un argumento a todas luces falaz. La existencia de toros bravos no está amenazada por la desaparición de las corridas de toros. Es su crianza con objeto lucrativo lo que peligraría. Los toros no desaparecerían por esa razón, seguro. Para eso existen las leyes que protegen a las especies en peligro de extinción. El filósofo Jesús Mosterín sostiene que la pervivencia del espectáculo taurino en España se debe a que en nuestro país nunca cuajó la Ilustración, pues los espectáculos similares que existían en otros países europeos fueron extinguiéndose según se impuso el imperio de la racionalidad. Es un argumento interesante pero, en mi opinión, insuficiente, ya que hay muchos países de Europa, y más aún fuera de Europa, donde la Ilustración no caló, o ni siquiera llegó, y en los que no se producen espectáculos de este tipo, mientras que en países como Inglaterra, cuna de la Ilustración, han pervivido espectáculos comparablemente crueles precisamente entre las capas más ilustradas de la sociedad. Doña Sofía, la Reina, es amante de los animales y es sabido que jamás asiste a una corrida. También Isabel la Católica detestaba el espectáculo taurino y buscó las maneras de eliminarlo mucho antes de los tiempos de la Ilustración. Entre ambas reinas ha habido Papas, artistas y escritores-activistas, como Mariano José de Larra, que han luchado contra el infame espectáculo. Ahora ya existe en España un incipiente movimiento antitaurino. Hay quienes quieren un referéndum sobre la continuidad de las corridas. Otros como la escritora y periodista Ruth Toledano, exigen públicamente su prohibición inmediata. En al menos una región autónoma -Canarias- está prohibida la “fiesta Nacional”. Por una ejemplar ley de protección de los animales, desde 1991 están prohibidos en esa región los espectáculos taurinos. También, por regulaciones locales, están prohibidas las corridas y encierros en un puñado de poblaciones en el resto del país. Referéndum o prohibición directa: tarde o temprano, en una de estas dos direcciones habrá que ir.
Publicado en El Mundo el 30 de noviembre de 2002
Autor: JUAN A. HERRERO BRASAS