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Ver la versión completa : U-154, Comandante Kusch (5)



Nicasio
13/10/2005, 08:21
EL ALMIRANTE

Sobrarían dedos en una mano para contar almirantes con el prestigio y el carisma de Karl Dönitz, un táctico genial que estuvo a punto de ganar la guerra él sólo y un jefe capaz de mantener el cariño y la motivación de unos hombres que, estadísticamente, estaban muertos. Como suele suceder, la lealtad que “Onkel Karl” inspiraba era reflejo de la suya propia: emociona ver a alguien capaz de sacrificar sus enormes capacidades hasta anularse a la sombra de otra persona a quien (con más o menos acierto) ha elegido como jefe. Tal actitud está más cercana al vinculo personal de la Alta Edad Media que a lo que hoy se entiende por lealtad pero, precisamente, el vínculo personal era característica de la nobleza. Como otro almirante contemporáneo suyo y más cercano a nosotros, Dönitz era el leal caballero de su señor y, como él, le sirvió hasta el amargo final. Aunque durante el “caso Kusch” ya era “AJEMA”, Dönitz siempre mantuvo las riendas de “su” arma submarina lo que no es de extrañar en alguien que, tras haber mandado dos sumergibles en la Gran Guerra y reconstruido el Arma después, tenía uno de sus dos hijos metido a submarinista y a su hija casada con otro (Hessler, record de mercantes hundidos en una sola patrulla con catorce). Dice mucho de su ética que, para que su yerno consiguiera una merecida Cruz de Caballero, se viera obligado a intervenir el entonces Gran Almirante Raeder y da una pista de su estado de ánimo que, siete meses antes del “caso Kusch”, el U-954 del que su hijo menor Peter era IIWO había sido hundido con toda su dotación en Groenlandia.

Poco después de dictarse sentencia contra Kusch, su último Comandante a bordo del U-103 (CC Janssen) usó sus privilegios de antiguo ayudante de Dönitz para colarse en su coche oficial y “machacarle” durante horas (mientras cruzaban Francia) tratando de salvar la vida de su antiguo Segundo. Inicialmente Dönitz le puso cara de “grifo” pero, según Rust, se despidió con un: “Janssen, encuentro muy decente que defiendas al chico. Le veré para intentar echar un vistazo a su interior y entonces decidiremos”; dado el historial de Dönitz, Janssen debió darlo por hecho. Resulta pasmoso el grado de tolerancia que el Gran Almirante podía tener con algunos Comandantes: sirva de muestra lo ocurrido con Thurmann (2 buques dañados y 13 hundidos) y Hartenstein (otros 4 dañados y 20 hundidos, incluyendo el “Laconia”) cuando, tras presentarse de regreso de comisión, consiguieron “extraerle” su coche oficial (chófer incluido) para un breve paseo mañanero por Paris. Con las horas, el paseo degeneró en una “tournée” por el “Paris la nuit” y el amoscado Almirante, que hubo de visitar por la tarde al Comandante en Jefe de las Fuerzas de Ocupación en un viejo Opel, ordenó que ambos crápulas se presentaran ante él apenas regresaran. Consta que les esperó despierto hasta las cuatro de la madrugada, que el único capaz de mantenerse en pie era Hartenstein, que su novedad fue “regresados sin averías” y que la cosa quedó en un “chorreo”; también consta que ambos comandantes terminaron ganando la Cruz de Caballero... y muriendo con las botas puestas en 1943. A pesar de que el arma submarina se mantuvo prácticamente despolitizada, el notorio desaire al Führer cometido por Kusch debió ser para el leal Almirante más difícil de perdonar que el asunto de su poco respetado coche oficial, aun no siendo tan diferente de las andanzas del TN Suhren (el ex Segundo de Bleichrodt), un desinhibido antinazi al que sólo consta que el Gran Almirante le chorreara por malhablado. Pero Suhren había hundido 19 buques, dañado otros 5, estaba en posesión de una de las 150 Cruces de Caballero con Hojas de Roble y Espadas impuestas en Alemania en toda la guerra y la mismísima Eva Braun le había concedido un baile. A su lado, Kusch era un auténtico “pringao”.

Además, tal y como iban las cosas para Alemania en general y para el arma submarina en particular a primeros de 1944, Kusch era incomparablemente más valioso como aviso a los navegantes que como ejemplo a seguir así que, a despecho de la impresión producida a Janssen, Dönitz no hizo absolutamente nada. Según Rust, finalizada la guerra el Gran Almirante declaró que “...agonized for days over whether to impose the death penalty or not”, pero el investigador no se deja engañar por el aparente recurso táctico de alguien que, por entonces, también tenía su propia cabeza en entredicho; Rust menciona una carta enviada por Dönitz en 1968 a su antiguo abogado en Nuremberg (el Coronel Auditor Kranzbüller) según la cual, la ejecución de Kusch había sido un “...difficult but necessary duty”. Así que, cuando tras superar incólume el conducto reglamentario el expediente apareció sobre su mesa a primeros de abril, Dönitz se limitó a elevarlo rutinariamente y sin cambiar una coma a Göring que, además de encabezar la cúpula militar como Mariscal del Reich, actuaba ¡en representación de Hitler como parte agraviada! El 10 de abril Göring confirmó la sentencia.

Transcurrido más de un mes sin que el animoso Profeta de la Verdad se dignara dar su brazo a torcer y solicitar la conmutación de su pena, poco antes del amanecer del 12 de mayo de 1944 Kusch fue sacado de la celda nº 107 del centro de detención naval de Kiel, conducido a un campo de tiro situado en el barrio de Holtenau (al norte del Canal) y fusilado. El mes anterior había cumplido 26 años.