El hijo de la gran bolsa

[Séneca]

Había un hombre que, cada vez que se encontraba incómodo con alguien, llegaba a tal grado de irritación que bendecía encomiosamente al bienaventurado. En una ocasión estaba en un Banco intentando retirar dinero de su cuenta de ahorros, pero la institución se la denegaba por haber olvidado su tarjeta de identificación. Ante el empleado imfranqueable, le echó el siguiente bautismo: dame el dinero, 'hijo de la gran bolsa'. El empleado no le hizo caso. Días más tarde el hombre se fue de viaje a un crucero, y, para su asombro, allí estaba también el empleado. Al verse, fingieron no conocerse. El hombre siguió su camino por el mall del crucero. Ya habiendo perdido todas sus energías en larga caminata, se va a su habitación a dormir. Al recostar su cabeza en la almohada, oye unos sonidos de suspiros leves y exhalaciones intermitentes que parecen provenir de la habitación vecina, y que le impiden dormir. Acude ante los empleados del crucero, quienes le ignoran. Reacciona bendiciéndolos con "hijos de la gran bolsa", siendo igualmente insultado por aquéllos. Más cansado que disgustado da un leve golpecito con el dedo enrollado sobre la puerta de donde parecen provenir los sonidos. Todo se vuelve silencio y se abre la puerta, en la que aparecen dos hombres, siendo uno de ellos el empleado del Banco. El hombre se queda atónito y le recrimina al empleado su inmoralidad: "tú, ¿por qué haces esto?" A lo que el empleado respondió: "es que yo soy una bolsita buscando contenido".