BEBEDORSOCIAL
05/08/2005, 01:31
Hace un tiempo me sentía muy triste por una situación que pasaba...así que opté por buscar un medio para "drenar" todos los sentimientos que me aprisionaban, de una manera diferente: la escritura....
Hoy quisiera compartir un poco de esto con uds...
“Sin Despedida”
Ella se acercó, le dio el arma.
Él la tomó. Titubeó. Pudo observar que estaba cargada.
−¿Puedes hacerlo solo o necesitas ayuda?, preguntó ella.
Él guardó silencio.
El silencio lo aterraba, el cuarto estaba en tinieblas, las cortinas cerradas. Había alquilado esa habitación en un motel: una cama, cortinas, una pequeña mesa, el baño.
−¿Escribiste la carta?, susurró ella.
−Aun no -agregó él con tono melancólico- lo dejé para el final.
−Nunca cambiarás, ¿verdad?.
En la pequeña mesa, había colocado una hoja, un lapicero y un libro. Tomó el lapicero y comenzó a escribir. Pasaron los minutos. Ella estaba impaciente. Fumaba un cigarrillo.
−He terminado, sólo falta la llamada.
−La llamarás ahora, primero quiero despedirme. Dame un abrazo.
Él la tomó entre sus brazos de una manera tan tierna, como tomó a su hijo el primer día de nacido.
−Gracias querida amiga, entrega la nota por la mañana, antes que despierten.
−Aun hay tiempo para dejarlo todo atrás, perdonar y volver con tu familia, dijo ella.
−No puedo perdonarme a mi mismo. Lo siento.
Ella lo besó tiernamente, tomó su mano y la puso en el pecho de él. Quería sentir por última vez, el latir de su corazón.
−Sigues siendo un egoísta. Que Dios te perdone por lo que vas a hacer y a mi, por facilitarte las cosas. Adiós!
Ella tomó su bolso, abrió la puerta y sin mirar hacia atrás, comenzó a llorar.
Ahora él estaba completamente solo. Miró por la ventana. Ella se había desvanecido. Tomó la pistola y la puso sobre la mesita. Se acostó en la cama y prendió una pequeña lámpara que sobresalía de la pared. Recordó que aun estaba ahí su libro, el que le había regalado su esposa un año atrás, era el preferido de ella.
Tomó el celular y escribió: “no me olvides”. Envió el mensaje. Había cambiado de idea, ya no la llamaría. Tenía miedo de escuchar nuevamente aquella hermosa y triste voz. Creía que le confesaría su plan para acabar con todas la penas de ella. Su esposa lloraría y al final le pediría que no lo hiciera. Él no lo haría.
Abrió el libro y comenzó a leer. No importó el capítulo, todo le recordaba a su esposa, era su preferido.
Metió la mano en su bolsillo, tomó su billetera y miró las fotos que allí guardaba. Su amor siempre estuvo allí.
Dos días antes, Aurora le había confesado el error que había cometido. Él la escuchó. No dejó escaparse ni una sola palabra, ni un solo suspiro, ni una lágrima. Ella lloraba su arrepentimiento, él no podía mirarla. Aun la amaba, en su interior deseaba abrazarla, consolarla, pero su orgullo se lo impidió. Esa noche su hijo dormía en la casa de un amigo, no lo volvería a ver.
Metió en su chaqueta el libro que ella le había regalado hizo un año, salió de su cuarto y cerró tras de si la puerta. Un par de segundos estuvo de pie en ese lugar, se escuchaba el sollozo de su esposa. Dejó de pensar y así, con la mente en el aire, salió de la casa sin rumbo, como le era habitual.
Caminó toda la noche. Su celular timbró en varias ocasiones. Lo apagó. Su mente aun seguía en blanco, no había asimilado lo que un par de horas antes, su esposa le había confesado. Se detuvo un momento. Estaba en el parque. Era la media noche y estaba solo, sentado en una banca, con un libro en el bolsillo, su celular apagado y con un sentimiento que le ahogaba el alma.
Se puso de pie, comenzó a caminar sin rumbo nuevamente. Recordó que a unas calles vivía una amiga. Pensó en buscar consuelo, cariño, alguien que lo entendiera.
Llamó a la puerta, nadie salió. Inmóvil quedó pensando hasta este instante, en todo lo que había escuchado de su Aurora. Comenzó a hablar en voz alta, como si estuviera hablando con su esposa.
−Por qué lo hiciste, ¿dime por qué?. Deja de llorar, esas lágrimas me duelen más a mi por lo que me confiesas. Quieres mi perdón, pero no puedo hacerlo...
Un hombre y una mujer se habían aproximado hasta la puerta a la que le hablaba él. Era la amiga que llegaba acompañada. Habían tomado unos tragos unas horas antes: el hombre buscando compañía, la mujer buscando el pago de su alquiler.
Ella se sorprendió al ver una sombra al lado de la puerta de su casa, escuchó su voz y pudo reconocerlo.
−¿Qué te pasa?, ¿qué haces a estas horas en la puerta de mi casa hablando solo?
−Me engañó, respondió él.
A duras penas, la mujer despidió a su compañero de turno. Era preciso escuchar a su amigo. Él contó lo que había pasado. Ella lo escuchaba a la vez que miraba su tristeza. Ambos guardaron silencio. Pronto amanecería.
Durmió como un niño triste entre los brazos de su madre, que con ternura acariciaba el cabello y cobijaba su frío.
Treinta y seis horas más tarde, ella le entregaba el arma con la que acabaría sus penas.
En el cuarto del motel, sintió nuevamente la presencia de su esposa. Era preciso acabar de una vez con todo el sufrimiento, él no la perdonaría nunca.
Eran las tres de la mañana. Tomó el arma en su mano derecha, puso su dedo índice en el gatillo, acercó la pistola a su sien y sin pensarlo dos veces, detonó su vida en un instante.
A las 6 de la mañana, Aurora fue despertada por una llamada telefónica. Era del hospital. Su esposo había sido encontrado en el cuarto de un motel, con una herida de bala en la sien derecha.
Mono.
Hoy quisiera compartir un poco de esto con uds...
“Sin Despedida”
Ella se acercó, le dio el arma.
Él la tomó. Titubeó. Pudo observar que estaba cargada.
−¿Puedes hacerlo solo o necesitas ayuda?, preguntó ella.
Él guardó silencio.
El silencio lo aterraba, el cuarto estaba en tinieblas, las cortinas cerradas. Había alquilado esa habitación en un motel: una cama, cortinas, una pequeña mesa, el baño.
−¿Escribiste la carta?, susurró ella.
−Aun no -agregó él con tono melancólico- lo dejé para el final.
−Nunca cambiarás, ¿verdad?.
En la pequeña mesa, había colocado una hoja, un lapicero y un libro. Tomó el lapicero y comenzó a escribir. Pasaron los minutos. Ella estaba impaciente. Fumaba un cigarrillo.
−He terminado, sólo falta la llamada.
−La llamarás ahora, primero quiero despedirme. Dame un abrazo.
Él la tomó entre sus brazos de una manera tan tierna, como tomó a su hijo el primer día de nacido.
−Gracias querida amiga, entrega la nota por la mañana, antes que despierten.
−Aun hay tiempo para dejarlo todo atrás, perdonar y volver con tu familia, dijo ella.
−No puedo perdonarme a mi mismo. Lo siento.
Ella lo besó tiernamente, tomó su mano y la puso en el pecho de él. Quería sentir por última vez, el latir de su corazón.
−Sigues siendo un egoísta. Que Dios te perdone por lo que vas a hacer y a mi, por facilitarte las cosas. Adiós!
Ella tomó su bolso, abrió la puerta y sin mirar hacia atrás, comenzó a llorar.
Ahora él estaba completamente solo. Miró por la ventana. Ella se había desvanecido. Tomó la pistola y la puso sobre la mesita. Se acostó en la cama y prendió una pequeña lámpara que sobresalía de la pared. Recordó que aun estaba ahí su libro, el que le había regalado su esposa un año atrás, era el preferido de ella.
Tomó el celular y escribió: “no me olvides”. Envió el mensaje. Había cambiado de idea, ya no la llamaría. Tenía miedo de escuchar nuevamente aquella hermosa y triste voz. Creía que le confesaría su plan para acabar con todas la penas de ella. Su esposa lloraría y al final le pediría que no lo hiciera. Él no lo haría.
Abrió el libro y comenzó a leer. No importó el capítulo, todo le recordaba a su esposa, era su preferido.
Metió la mano en su bolsillo, tomó su billetera y miró las fotos que allí guardaba. Su amor siempre estuvo allí.
Dos días antes, Aurora le había confesado el error que había cometido. Él la escuchó. No dejó escaparse ni una sola palabra, ni un solo suspiro, ni una lágrima. Ella lloraba su arrepentimiento, él no podía mirarla. Aun la amaba, en su interior deseaba abrazarla, consolarla, pero su orgullo se lo impidió. Esa noche su hijo dormía en la casa de un amigo, no lo volvería a ver.
Metió en su chaqueta el libro que ella le había regalado hizo un año, salió de su cuarto y cerró tras de si la puerta. Un par de segundos estuvo de pie en ese lugar, se escuchaba el sollozo de su esposa. Dejó de pensar y así, con la mente en el aire, salió de la casa sin rumbo, como le era habitual.
Caminó toda la noche. Su celular timbró en varias ocasiones. Lo apagó. Su mente aun seguía en blanco, no había asimilado lo que un par de horas antes, su esposa le había confesado. Se detuvo un momento. Estaba en el parque. Era la media noche y estaba solo, sentado en una banca, con un libro en el bolsillo, su celular apagado y con un sentimiento que le ahogaba el alma.
Se puso de pie, comenzó a caminar sin rumbo nuevamente. Recordó que a unas calles vivía una amiga. Pensó en buscar consuelo, cariño, alguien que lo entendiera.
Llamó a la puerta, nadie salió. Inmóvil quedó pensando hasta este instante, en todo lo que había escuchado de su Aurora. Comenzó a hablar en voz alta, como si estuviera hablando con su esposa.
−Por qué lo hiciste, ¿dime por qué?. Deja de llorar, esas lágrimas me duelen más a mi por lo que me confiesas. Quieres mi perdón, pero no puedo hacerlo...
Un hombre y una mujer se habían aproximado hasta la puerta a la que le hablaba él. Era la amiga que llegaba acompañada. Habían tomado unos tragos unas horas antes: el hombre buscando compañía, la mujer buscando el pago de su alquiler.
Ella se sorprendió al ver una sombra al lado de la puerta de su casa, escuchó su voz y pudo reconocerlo.
−¿Qué te pasa?, ¿qué haces a estas horas en la puerta de mi casa hablando solo?
−Me engañó, respondió él.
A duras penas, la mujer despidió a su compañero de turno. Era preciso escuchar a su amigo. Él contó lo que había pasado. Ella lo escuchaba a la vez que miraba su tristeza. Ambos guardaron silencio. Pronto amanecería.
Durmió como un niño triste entre los brazos de su madre, que con ternura acariciaba el cabello y cobijaba su frío.
Treinta y seis horas más tarde, ella le entregaba el arma con la que acabaría sus penas.
En el cuarto del motel, sintió nuevamente la presencia de su esposa. Era preciso acabar de una vez con todo el sufrimiento, él no la perdonaría nunca.
Eran las tres de la mañana. Tomó el arma en su mano derecha, puso su dedo índice en el gatillo, acercó la pistola a su sien y sin pensarlo dos veces, detonó su vida en un instante.
A las 6 de la mañana, Aurora fue despertada por una llamada telefónica. Era del hospital. Su esposo había sido encontrado en el cuarto de un motel, con una herida de bala en la sien derecha.
Mono.