Mircko
27/07/2005, 10:10
La angustiosa pregunta que recorre ahora el mundo exige saber cómo
se puede acabar con los crímenes del terrorismo. Hace tiempo que
empezó esta cuarta guerra mundial y predominan las confusiones, como
sucedió con las otras.
Una de las peores confusiones radica en no diferenciar las
palabras "comprender" y "justificar". Casi todo puede ser estudiado
y comprendido, lo cual no significa que todo deba ser justificado.
La conducta asesina de Hitler, por ejemplo, puede ser objeto de
comprensión en base a su biografía y al contexto en que le tocó
vivir, pero eso no da derecho a justificar su política totalitaria y
asesina.
En los países civilizados y democráticos se tiene cuidado de no
acusar al islam como fe, lo cual está muy bien. El islam es una
religión histórica donde se pueden encontrar -como en las otras-
elementos que empujan hacia el odio y elementos que empujan hacia el
amor. Eso es evidente en toda religión que se examine con ojo
crítico.
Pero el cristianismo ha dado un ejemplo formidable. Ha tenido su
gloriosa hora de la verdad y realizó desde adentro las gigantescas
reformas que necesitaba para compatibilizarse con el avance
irrefrenable de la Ilustración. Desde la condena a Galileo hasta el
Concilio Vaticano II corrió agua y sangre, pero finalmente la
Iglesia Católica y casi todas las iglesias reformadas se han
convertido en factores que favorecer el progreso, el pluralismo y la
armonía universal.
Aunque nos cueste decirlo, es indiscutible que el terrorismo que
desgarra el mundo tiene el sello del islam, ya que quienes planean y
ejecutan los ataques son musulmanes y lo hacen en nombre de su
religión. Para que se imponga en el mundo por sobre las de
los "infieles" y sus valores degenerados. Comparto el dolor de los
buenos musulmanes que repudian ese propósito, pero lamento pedirles
que tengan en cuenta un detalle: ese rótulo no es una formulación
arbitraria de la civilización.
Los ataques se perpetran en nombre del islam y gozan de enorme
simpatía entre millones de musulmanes. Hasta el día de hoy, con
décadas de asaltos a los aviones, aeropuertos, estadios olímpicos,
supermercados, disquerías, hoteles, ómnibus escolares, subterráneos
y otros sitios concurridos por civiles inocentes, no hubo una fatwa
emitida por una gran personalidad islámica, ni por una entidad
religiosa islámica, ni por un grupo de instituciones islámicas que
denunciara su carácter inmoral.
Condenas esporádicas
Lo que sí hubo son esporádicas condenas de los atentados, muchas
veces ambiguas y asociadas a una crítica compensatoria que trataba
de disminuir la gravedad del delito. En esas ocasiones no faltaron
lanzazos contra los Estados Unidos, Israel, el resto de Occidente o
la depravación de las democracias, como para expresar "sí, está el
terrorismo islámico, pero también el terrorismo de esos otros".
Las condenas con tufillo a hipocresía no sirven porque no son
claras, valientes ni decididas a ir al fondo del problema. El fondo
del problema no es Occidente ni la democracia ni la pobreza. El
fondo del problema es la psicosis asesina que se incubó en las
entrañas de la gran religión llamada islam y que deben extirpar los
mismos musulmanes.
Por eso ha llegado la hora del islam. Millones de niños y jóvenes
son inducidos al odio en madrazas que ignoran la tolerancia y el
pluralismo. Las pagan ríos de petrodólares y colectas en el resto
del mundo. Poco o nada han hecho las autoridades religiosas y
civiles para convertir esos sitios en lugares donde se enseñe a
pensar con libertad y también a tener respeto por el otro.
En numerosas mezquitas de Europa se predica el odio e incita a la
jihad. Las denuncias que se hicieron sobre casos precisos no fueron
tenidas en cuenta por el prejuicio de que no es "políticamente
correcto" intervenir en otras culturas. Pero no se pensó que a
esas "culturas" se les daba libertad para conspirar contra la
cultura occidental que brinda generoso albergue, respeto y
beneficios.
Los atentados de Londres son la mejor prueba de la ingratitud y el
rencor insaciable que anida en el alma de los terroristas, en
especial de quienes predican y planean los ataques, ni hablar de los
jóvenes idiotas que se inmolan tras su lavado de cerebro. En Londres
el islam ha gozado de plenos derechos y la población musulmana no
era molestada en absoluto. Pero luego de la masacre se produjeron
lamentables reacciones que encendieron la alarma en las
aglomeraciones musulmanes. Hasta ese momento no habían sentido la
obligación de expulsar -ellos mismos- a los imanes que fomentan el
odio ni a los sujetos que elogian ese endriago llamado suicida-
homicida.
Asustados, por fin decidieron tomar la actitud que hace rato se
esperaba de ellos: quinientos dirigentes, eruditos y clérigos
musulmanes se unieron para firmar una fatwa en contra de los
ataques, recordar que el Corán no acepta el suicidio ni el asesinato
de inocentes y citar el noble versículo que dice "quien mata a un
ser humano es como si matase a la humanidad, y quien salva una vida
es como si salvase a la humanidad".
Por primera vez, hace menos de una semana, sucedió un hecho de este
tipo. Debemos celebrarlo.
Pero ese hecho ya ha sido criticado por los musulmanes que quieren
seguir con el terrorismo. Otros suponen que la manifestación de los
quinientos es sólo oportunista, para evitar la ira de los
británicos. El hecho de que se haya firmado inmediatamente después
de las represalias de muchos ingleses enloquecidos por la bronca,
daría respaldo a esta suposición. Por lo tanto, es una fatwa no
debería tomarse en serio. Ayer hubo nuevos atentados.
En manos de los musulmanes
La hora del islam debe consistir en un esfuerzo colosal de todos los
musulmanes racionales para expandir por el planeta la decisión firme
y apasionada de oxigenar su religión hasta liberarla de los restos
paleontológicos que la tienen encadenada a la Edad Media. Deben
prohibir la enseñanza del odio. Deben deslegitimar, descalificar y
condenar todo asesinato de civiles. Deben ridiculizar al suicida-
homicida e insistir una y otra vez a ese imbécil que no va al cielo
sino al infierno, que no es un mártir sino un criminal. Y deben
expulsar a quienes se dedican a convertir el islam en una religión
de asesinos. Insisto en que tienen que hacerlo los mismos
musulmanes, es el monumental desafío que les depara esta etapa de la
historia.
Para que se entienda mejor, vale la pena hacer un paralelo entre el
terrorismo islámico y el nazismo alemán. El nazismo se consideraba
con derecho a hablar en nombre de todos los alemanes. El que lo
repudiaba era insultado y asesinado como traidor a la patria. El
nazismo tuvo éxito en el sentido de lograr que el mundo llegase a
identificar todo alemán como nazi, el mismo éxito que está logrando
el terrorismo, que provoca la lamentable identificación de todo
musulmán como terrorista. Pero hubo dignos alemanes que enfrentaron
el ciclópeo poder de Hitler. Son quienes salvaron de la ignominia a
su pueblo enajenado.
Esto mismo se exige ahora de los musulmanes dignos: que salven de la
ignominia a su religión, que la desprendan de los bandidos que la
han secuestrado. Que hagan sonar la hora de un islam respetable y
querible, aliado de la paz. De lo contrario será el resto del mundo,
como sucedió con el nazismo, quien deberá aplastar a la serpiente. Y
el costo será mucho más horrible.
se puede acabar con los crímenes del terrorismo. Hace tiempo que
empezó esta cuarta guerra mundial y predominan las confusiones, como
sucedió con las otras.
Una de las peores confusiones radica en no diferenciar las
palabras "comprender" y "justificar". Casi todo puede ser estudiado
y comprendido, lo cual no significa que todo deba ser justificado.
La conducta asesina de Hitler, por ejemplo, puede ser objeto de
comprensión en base a su biografía y al contexto en que le tocó
vivir, pero eso no da derecho a justificar su política totalitaria y
asesina.
En los países civilizados y democráticos se tiene cuidado de no
acusar al islam como fe, lo cual está muy bien. El islam es una
religión histórica donde se pueden encontrar -como en las otras-
elementos que empujan hacia el odio y elementos que empujan hacia el
amor. Eso es evidente en toda religión que se examine con ojo
crítico.
Pero el cristianismo ha dado un ejemplo formidable. Ha tenido su
gloriosa hora de la verdad y realizó desde adentro las gigantescas
reformas que necesitaba para compatibilizarse con el avance
irrefrenable de la Ilustración. Desde la condena a Galileo hasta el
Concilio Vaticano II corrió agua y sangre, pero finalmente la
Iglesia Católica y casi todas las iglesias reformadas se han
convertido en factores que favorecer el progreso, el pluralismo y la
armonía universal.
Aunque nos cueste decirlo, es indiscutible que el terrorismo que
desgarra el mundo tiene el sello del islam, ya que quienes planean y
ejecutan los ataques son musulmanes y lo hacen en nombre de su
religión. Para que se imponga en el mundo por sobre las de
los "infieles" y sus valores degenerados. Comparto el dolor de los
buenos musulmanes que repudian ese propósito, pero lamento pedirles
que tengan en cuenta un detalle: ese rótulo no es una formulación
arbitraria de la civilización.
Los ataques se perpetran en nombre del islam y gozan de enorme
simpatía entre millones de musulmanes. Hasta el día de hoy, con
décadas de asaltos a los aviones, aeropuertos, estadios olímpicos,
supermercados, disquerías, hoteles, ómnibus escolares, subterráneos
y otros sitios concurridos por civiles inocentes, no hubo una fatwa
emitida por una gran personalidad islámica, ni por una entidad
religiosa islámica, ni por un grupo de instituciones islámicas que
denunciara su carácter inmoral.
Condenas esporádicas
Lo que sí hubo son esporádicas condenas de los atentados, muchas
veces ambiguas y asociadas a una crítica compensatoria que trataba
de disminuir la gravedad del delito. En esas ocasiones no faltaron
lanzazos contra los Estados Unidos, Israel, el resto de Occidente o
la depravación de las democracias, como para expresar "sí, está el
terrorismo islámico, pero también el terrorismo de esos otros".
Las condenas con tufillo a hipocresía no sirven porque no son
claras, valientes ni decididas a ir al fondo del problema. El fondo
del problema no es Occidente ni la democracia ni la pobreza. El
fondo del problema es la psicosis asesina que se incubó en las
entrañas de la gran religión llamada islam y que deben extirpar los
mismos musulmanes.
Por eso ha llegado la hora del islam. Millones de niños y jóvenes
son inducidos al odio en madrazas que ignoran la tolerancia y el
pluralismo. Las pagan ríos de petrodólares y colectas en el resto
del mundo. Poco o nada han hecho las autoridades religiosas y
civiles para convertir esos sitios en lugares donde se enseñe a
pensar con libertad y también a tener respeto por el otro.
En numerosas mezquitas de Europa se predica el odio e incita a la
jihad. Las denuncias que se hicieron sobre casos precisos no fueron
tenidas en cuenta por el prejuicio de que no es "políticamente
correcto" intervenir en otras culturas. Pero no se pensó que a
esas "culturas" se les daba libertad para conspirar contra la
cultura occidental que brinda generoso albergue, respeto y
beneficios.
Los atentados de Londres son la mejor prueba de la ingratitud y el
rencor insaciable que anida en el alma de los terroristas, en
especial de quienes predican y planean los ataques, ni hablar de los
jóvenes idiotas que se inmolan tras su lavado de cerebro. En Londres
el islam ha gozado de plenos derechos y la población musulmana no
era molestada en absoluto. Pero luego de la masacre se produjeron
lamentables reacciones que encendieron la alarma en las
aglomeraciones musulmanes. Hasta ese momento no habían sentido la
obligación de expulsar -ellos mismos- a los imanes que fomentan el
odio ni a los sujetos que elogian ese endriago llamado suicida-
homicida.
Asustados, por fin decidieron tomar la actitud que hace rato se
esperaba de ellos: quinientos dirigentes, eruditos y clérigos
musulmanes se unieron para firmar una fatwa en contra de los
ataques, recordar que el Corán no acepta el suicidio ni el asesinato
de inocentes y citar el noble versículo que dice "quien mata a un
ser humano es como si matase a la humanidad, y quien salva una vida
es como si salvase a la humanidad".
Por primera vez, hace menos de una semana, sucedió un hecho de este
tipo. Debemos celebrarlo.
Pero ese hecho ya ha sido criticado por los musulmanes que quieren
seguir con el terrorismo. Otros suponen que la manifestación de los
quinientos es sólo oportunista, para evitar la ira de los
británicos. El hecho de que se haya firmado inmediatamente después
de las represalias de muchos ingleses enloquecidos por la bronca,
daría respaldo a esta suposición. Por lo tanto, es una fatwa no
debería tomarse en serio. Ayer hubo nuevos atentados.
En manos de los musulmanes
La hora del islam debe consistir en un esfuerzo colosal de todos los
musulmanes racionales para expandir por el planeta la decisión firme
y apasionada de oxigenar su religión hasta liberarla de los restos
paleontológicos que la tienen encadenada a la Edad Media. Deben
prohibir la enseñanza del odio. Deben deslegitimar, descalificar y
condenar todo asesinato de civiles. Deben ridiculizar al suicida-
homicida e insistir una y otra vez a ese imbécil que no va al cielo
sino al infierno, que no es un mártir sino un criminal. Y deben
expulsar a quienes se dedican a convertir el islam en una religión
de asesinos. Insisto en que tienen que hacerlo los mismos
musulmanes, es el monumental desafío que les depara esta etapa de la
historia.
Para que se entienda mejor, vale la pena hacer un paralelo entre el
terrorismo islámico y el nazismo alemán. El nazismo se consideraba
con derecho a hablar en nombre de todos los alemanes. El que lo
repudiaba era insultado y asesinado como traidor a la patria. El
nazismo tuvo éxito en el sentido de lograr que el mundo llegase a
identificar todo alemán como nazi, el mismo éxito que está logrando
el terrorismo, que provoca la lamentable identificación de todo
musulmán como terrorista. Pero hubo dignos alemanes que enfrentaron
el ciclópeo poder de Hitler. Son quienes salvaron de la ignominia a
su pueblo enajenado.
Esto mismo se exige ahora de los musulmanes dignos: que salven de la
ignominia a su religión, que la desprendan de los bandidos que la
han secuestrado. Que hagan sonar la hora de un islam respetable y
querible, aliado de la paz. De lo contrario será el resto del mundo,
como sucedió con el nazismo, quien deberá aplastar a la serpiente. Y
el costo será mucho más horrible.