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Ver la versión completa : Las Barbas de San Pedro



jorgesalaz
13/05/2005, 02:07
Era un pueblo que no tenía iglesia, por lo que los fieles, después de años de hacer colectas, juntaron lo suficiente para construir una capilla. Cuando por fin quedó terminado el templo, discutieron largamente a quién iban a consagrarlo y surgieron ideas, unos decían que a San José, otros a San Antonio, El Sagrado Corazón, La Sagrada Familia, etc. Entonces, uno de los viejos del pueblo les dijo: ¡Basta! todos ellos están muy usados, vamos a ser originales, dediquémoslo a las barbas de San Pedro. -¿Y eso qué..? -decía la gente -son muy milagrosas, decia el anciano. -Pues usted tiene más experiencia que nosotros. Vamos haciéndolo y esperemos que nos vaya bien con las santas barbas de Pedro, dijeron los del pueblo. Pero hay una cosa, dijo el viejo. Se necesita tener para la consagración una, reliquia. -¿Y eso qué es? preguntaban. -Es una parte de las barbas que deberán colocarse en el altar. Sólo así tendrá valor la consagración de nuestra iglesia. -Pero ¿Cómo las vamos a conseguir? -Bueno, pues yo sé que Pedro fué martirizado y enterrado en Roma. Ahi deben estar las barbas. Yo propongo que juntemos dinero y enviemos para allá a Juan, el hijo del barbero. Es joven e inteligente y él dará con las barbas y nos las traerá al pueblo. Asi se hizo y en unos dias Juan se vió a bordo de un taxi que lo llevaba del aeropuerto Fiumiccino hacia el hotel. Al pasar por la Via Venetto, en una cafeteria al aire libre repleta de chicas hermosas, Juan recibió el saludo de unas lindas romanas. Bajó del taxi y se quedó conversando con ellas. Las bellas italianas estaban encantadas con el joven latino y lo invitaron a quedarse con ellas en su casa, que resultó ser una casa de citas, burdel, mancebía o como se llame en Roma. Después de varios dias felices de fiestas y orgias, se acabaron los fondos y Juan tuvo que despedirse de sus queridas amigas. -Siento mucho despedirme de ustedes, pero también siento pena por no haber cumplido con la misión que me trajo a Roma. -¿Y que misión es esa? le preguntaron las chicas. Juan les explicó. Entonces dijo la "Madame": ¡Se me ocurre una idea! Fué por un frasco de cristal a la cocina. Formó a las pupilas y le dijo: Venga, niñas metan su mano bajo la tanga y démos a Juan una parte de las barbas de San Pedro. Y empezaron a caer dentro del frasco todo tipo de pelos: rojos, negros, rubios, castaños, del color de la caoba y hasta Madame colaboró con algunas canas de su vetusto pubis. Entregó el frasco al azorado Joven diciéndole: Tómalas Giovanni caro mío, nadie se dará cuenta que no son las barbas del Santo Varón. Juan llegó con ellas a su pueblo e inmediatamente se inició la ceremonia de consagración del templo. Habían llamado al Señor Obispo y cuando éste solicitó la reliquia, le fué entregada con toda la solemnidad posible. Pero... ¡Yo no puedo bendecir éstas barbas! -¿Pero porqué, excelencia? -porque a mi no me consta que sean las barbas de San Pedro. -Si que lo son, le contestaron. -Mire Monseñor, si enviamos a un joven del pueblo hasta Roma y el las consiguió allá, obsérvelas bien, revíselas usted. El Obispo tomó el frasco observando dudoso su contenido. Finalmente, abrió con cuidado el frasco, introdujo su larga nariz, dió una profunda aspiración, luego, retirando la cara meditó un momento con los ojos cerrados. Enseguida, alzando la voz, exclamó: Si duda, éstas son las santas barbas de San Pedro. "Jamás olvidéis, hijos míos, que San Pedro era pescador".