jorgesalaz
30/04/2005, 00:23
Un hombre avanzaba trabajosamente por la acera de una céntrica calle de la ciudad. La vida se había ensañado con el: No tenía brazos ni piernas, sólo el tronco de su cuerpo y su cabeza, sin embargo, él no se rendía. Circulaba acomodado en un pequeño carro con llantas minúsculas con espacio apenas suficiente para él y una pequeña dotación de caramelos y chocolates de cuya venta sostenía a su familia. En su cabeza llevaba a manera de casco unas tiras de caucho de neumático que le protegían del roce con las paredes de las que se valía para impulsarse haciendo fuerza con su testa y moviéndola a manera de envión con lo que su vehiculo avanzaba aproximadamente un metro por cada empujón. Al llegar a una esquina, buscó a alguien que le ayudara a cruzar la calle. No había nadie. Entonces, hizo lo que en otras ocasiones: Acomodó su cabeza en la esquina de la pared, dió un fuerte impulso y atravesó la calle rápidamente con tan mala suerte que al chocar una de las llantas con una piedra colocada a la mitad de su camino, el carrito se desvió y se fué cuesta abajo con todo y pasajero, cruzó una intersección por debajo de un camión saliendo milagrosamente ileso, pasó entre decenas de gentes que le abrieron paso para no ser atropelladas, subió por una ligera cuesta que lo lanzó por encima de un taxi que pasaba para finalmente caer sobre el atrio de una iglesia y enseguida recorrer varios metros entre las hileras de bancas hasta topar con el altar donde se golpeó con gran ruido la cabeza. El sacerdote, que en ese momento estaba oficiando la misa, le dijo iracundo: ¡Sacrílego! ¡Te va a castigar Dios! -¡Pues sólo si me quita el carrito! contestó el pobre hombre.