rapipu
25/04/2005, 04:49
Una gris navaja de ferretería de pueblo comprada en tiempos de senderismo, abandonada en una y mil mesillas de otras tantas habitaciones donde la humedad nula de la indiferencia
la conserva como espada libertadora.
Despues, un tiempo prudencial que transcurre en el espacio entre rectificaciones y determinación, en el tiempo de las noches de conciencia y las mañanas de paciencia.
Si darme cuenta de que no quiero darme cuenta que su brillo,
el brillo de su filo, se cierne en destellante reflejo sobre mis ojos en medio de trenes violadores de vientos y del sigilo de los túneles.
Ofuscado por la obligación te abandonas a la renuncia del dorado, de la nueva vida entre los olores de nuevas sábanas,
entre gatos que buscan tu sangre para pintarse las uñas y presumir después, de rojos bisturís minimalistas.
Persistiendo en la pertinaz vereda de la venda y el prismático, esperando que un árbol apolíptico cualquiera te descubra el génesis de los arroyos y abismos, pero levitas como astronauta lunático impulsado por invisibles muelles y solo notas, ligeramente, el roce de las ramas que no son mas que esqueletos de alas de palomas arañando tus mejillas.
Hasta que empiezas a saber que vives en una enorme habitación de hospital, sin angeles ni enfermeras, escuchando muy a lo lejos el bolero de Ravel, tan lejos como Soria, y un taqullero vestido de traje verde te regala un billete negro, un billete sin letras sin destino con el dibujo de la navaja impreso en sus dos caras, dos caras negras.
Hasta que sabes que tu eres el viento violado y las cuerdas verdes de tu piano empiezan a romperse con el toque continuo de un repetido estribillo.
la conserva como espada libertadora.
Despues, un tiempo prudencial que transcurre en el espacio entre rectificaciones y determinación, en el tiempo de las noches de conciencia y las mañanas de paciencia.
Si darme cuenta de que no quiero darme cuenta que su brillo,
el brillo de su filo, se cierne en destellante reflejo sobre mis ojos en medio de trenes violadores de vientos y del sigilo de los túneles.
Ofuscado por la obligación te abandonas a la renuncia del dorado, de la nueva vida entre los olores de nuevas sábanas,
entre gatos que buscan tu sangre para pintarse las uñas y presumir después, de rojos bisturís minimalistas.
Persistiendo en la pertinaz vereda de la venda y el prismático, esperando que un árbol apolíptico cualquiera te descubra el génesis de los arroyos y abismos, pero levitas como astronauta lunático impulsado por invisibles muelles y solo notas, ligeramente, el roce de las ramas que no son mas que esqueletos de alas de palomas arañando tus mejillas.
Hasta que empiezas a saber que vives en una enorme habitación de hospital, sin angeles ni enfermeras, escuchando muy a lo lejos el bolero de Ravel, tan lejos como Soria, y un taqullero vestido de traje verde te regala un billete negro, un billete sin letras sin destino con el dibujo de la navaja impreso en sus dos caras, dos caras negras.
Hasta que sabes que tu eres el viento violado y las cuerdas verdes de tu piano empiezan a romperse con el toque continuo de un repetido estribillo.