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Ver la versión completa : Examen teleológico del deseo y el sufrimiento



irichc
10/01/2005, 15:54
El dolor forma parte de la vida: nunca hay vida sin dolor, del mismo modo que sin dolor jamás hay vida. No sólo eso: la raíz del placer y la del dolor es la misma. El dolor sería aquel placer para el que no estamos biológicamente equipados, y el placer es aquel dolor para el que sí lo estamos. Ambas pulsiones, pues, se compensan en cada individuo mediante un intercambio recíproco que las hace soportables, sin que pueda predicarse de ellas bondad o maldad con carácter absoluto.

Ahora bien, sí podemos afirmar sin lugar a dudas que ninguna pasión infinita conviene al ser finito, ya que cualquiera de ellas, prolongada sin mesura, iba a tender a aniquilarlo. Tan nocivo es un placer sin límites como un dolor interminable. Ambos padecimientos, a pesar de ser conceptualmente opuestos, acabarían por destruirnos física y moralmente. Es falso, en consecuencia, que la felicidad consista en aumentar uno en detrimento del otro, como cree el hedonista, o en incrementar ambos por igual, según la pauta vitalista. Placer y dolor, pues, no deben ser dejados al azar, y es preciso que permanezcan en todo momento bajo la tutela equitativa de nuestro ser consciente.

Así como los estoicos intentaron racionalizar el dolor, los epicúreos, a su vez, hicieron lo propio con el placer. Pese a sus diferencias ideológicas -menores de lo que se cree- una y otra doctrina estuvieron de acuerdo en que ninguna pasión es norma de sí misma, de igual forma que ningún cuerpo móvil tiene en sí la causa de su dirección. Por idéntico motivo, un desplazamiento sin obstáculos no cesará nunca, viéndose condenado o bien a vagar eternamente, o bien a estrellarse en un lugar y en un momento concretos. Sigamos la analogía: las pasiones son irracionales (carecen de fines inmanentes), con lo que la fuerza que las limite deberá ser heterónoma con respecto a su propia inercia, esto es, de naturaleza racional e inmaterial, o sea, nuestra alma.

Se acaba de mostrar la necesidad de una moral, sin que se haya especificado de qué moral se trata. Eso equivale casi a dejarnos como al principio. Para salir del atolladero, entonces, preguntémonos cuándo y en qué medida conviene limitar nuestras pasiones. Aceptemos, en primer lugar, que todo acto persigue un fin, para cuya consecución se sirve de medios adecuados. Existen, sin embargo, dos clases de fines, a saber: fines positivos, consistentes en un paso del no-ser al ser, de la potencia al acto (por ejemplo: la sabiduría, obtenida por medio del estudio); y fines meramente negativos, entendiendo por tales aquellos que transitan del ser al no-ser, del acto a la potencia (verbigracia: el descanso, obtenido por medio del reposo). Añádese a esto que un fin negativo no es bueno por su propia virtud, sino como medio de un fin positivo (por ejemplo, descansar para retomar una tarea). Un fin positivo, en cambio, es invariablemente bueno de por sí, sin perjuicio de constituirse en medio para otro fin de naturaleza análoga.

Veamos a dónde nos conduce este hilo. Habiendo demostrado a) que los fines positivos son buenos y b) que las pasiones presentes en los medios (dado que no hay actos puros en las criaturas finitas) deben limitarse hasta cierto punto, se sigue con rigor lógico que: 1) Sólo podremos limitar un medio doloroso cuando el fin que se pretenda con él sea meramente negativo, esto es, la privación de un mal (verbigracia: la cura de una enfermedad a través de una operación quirúrgica). Pues por esta vía no debilitamos la cadena de nuestros actos, sino que nos constreñimos a aislar las causas -o medios- y los efectos -o fines- de la supresión de un no-acto. Y 2) no lo limitaremos, en cambio, cuando dicho medio doloroso y necesario esté orientado a producir un fin positivo, es decir, la actualización de una potencia (por ejemplo: el alumbramiento de un bebé mediante el parto), ya que infringir esta norma general supone desvincularnos particularmente de nuestros actos. Por la misma razón, 3) limitaremos el placer que conlleva un medio cuando el fin al que se dirige sea negativo (verbigracia: dormir para lograr descanso, si éste no se dirige a un fin ulterior) y 4) no lo limitaremos en tanto que el mencionado medio placentero sea necesario para lograr un fin positivo (por ejemplo: hacer el amor para engendrar hijos). Al mantener la coherencia marcada por estos cuatro puntos cardinales logramos ser dueños de una vida con sentido.

Saludos.

Daniel.