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dany_civil
29/03/2004, 13:28
busco informacion de la caida de contantinopla

tulipan
17/04/2004, 22:58
Espero te sirva:

La capital bizantina en 1453

Ya no hay dinero en ninguna parte. Las reservas se han agotado, las joyas imperiales han sido vendidas, los impuestos no producen nada porque el país está en la ruina.
Juan VI Cantacuzeno, emperador (1347-1354)


Sin ningún temor a equivocarnos, podemos afirmar que la más bella ciudad de la Edad Media estaba en el año 1453 en estado lamentable, ocasionado por una multiplicidad de factores que harán que ese estado sea el peor en toda su larga historia.

Los relatos de los viajeros son realmente asombrosos, porque cuando hasta 1204 solo hablaban del inmenso lujo, las casas hermosas, las avenidas, los puertos, los edificios públicos, los palacios, las iglesias y los monasterios. Luego de esa fecha y cada vez más seguido relatarán sobre casas abandonadas, calles desiertas, barrios destruidos, abandono, suciedad, pobreza y muerte.

En 1453 Constantinopla estaba sitiada mucho antes de que el ejército del sultán se acercara a sus murallas.

Durante todo el año se impuso por parte de los otomanos un bloqueo que limitó la posibilidad de visitar la ciudad, así como también dificultó su abastecimiento, que no podía ser más problemático con los barcos y los soldados turcos ejerciendo una continua vigilancia por orden de Mahomet II.

Por lo tanto, ya era difícil conseguir comida, bebida y ropa, por hablar solamente de elementos indispensables para la vida de una ciudad.

Sabemos por los relatos mencionados que en pleno centro de la ciudad había terrenos cultivados para la subsistencia de los ciudadanos, tal como si fueran granjas, pero en medio de los edificios públicos y de las iglesias más grandes y hermosas como la de Santa Sofía.

Los escombros estaban por toda la ciudad, los edificios se estaban viniendo abajo constantemente y dejaban en ruinas barrios enteros, y los terrenos que se podían limpiar se utilizaban como pequeños huertos de cultivo para paliar el hambre.

Sin embargo, los terrenos baldíos y las casas abandonadas eran las estrellas de la nueva ciudad, ya que donde habían vivido más de 500.000 almas con toda seguridad, ahora, luego de que una trágica peste azotara la ciudad en 1448 (por si tuviera pocos males que soportar), habría apenas poco más de 40.000, dando lugar al abandono de gran cantidad de barrios que antes eran populosos y bulliciosos y donde ahora solo vivía el recuerdo de lo que había sido una urbe maravillosa.

El Gran Palacio, que había sido reemplazado por el palacio de las Blaquernas, descuidado y transformado en cárcel en época de los Comneno, a fines del siglo XI, era ahora una especie de campo donde había vacas pastando y también se utilizaba como cementerio improvisado.

Las avenidas, que solían estar llenas de estatuas y adornos, y con magníficos pórticos que proporcionaban protección contra el calor y los temporales, repletas de negocios y tabernas bulliciosas y con gran cantidad de gente paseando y tratando de hacer negocios o pasar simplemente un buen rato, ahora se veían con un aspecto desolador, desiertas, con los pórticos destruidos o simplemente desaparecidos, y adornados solamente con los pedestales de las antiguas estatuas.

Las tabernas eran regenteadas también en su mayoría por comerciantes italianos, pero a esa altura no eran más de diez o doce en toda la ciudad.

Por si todo esto fuera insuficiente, los pocos bizantinos habitantes de Constantinopla en 1453 eran absolutamente miserables, vestían lo que podían encontrar, porque el bloqueo y la indigencia se habían hecho una costumbre, y la población puramente bizantina solamente podía alcanzar cierta dignidad si eran cambistas (pequeños, nada que ver con los de origen italiano) o escribanos, y la mayoría se dedicaba a la pesca, a ofrecer servicios como marineros o a ser pequeños comerciantes, mucho más pequeños si se los compara con los comerciantes genoveses de Pera.

La corte estaba en la miseria total, y con una corte en bancarrota, los potentados, los nobles, los aristócratas, que los había en el país, y muy ricos, escaparon de la ciudad ya desde mitad del siglo XIV, o poco después, y las últimas ciudades que vieron nobles o potentados griegos en territorio libre fueron las ciudades del Peloponeso o Trebizonda, feudo de la familia Comneno.

Era por lo tanto Constantinopla una ciudad abandonada a su suerte por propios y extraños, donde los bizantinos que la habitaban soportaban estoicamente a los genoveses, venecianos o pisanos, que eran los dueños de todo lo que podía dar un cierto bienestar, y a los turcos que los bloqueaban e impedían la salida o la entrada a la ciudad de las mercaderías, el dinero o de las personas que deseaban hacerlo.

En los huecos enormes, en su estructura edilicia, abandonados completamente los terrenos y edificios o utilizados para plantar hortalizas que satisfagan el hambre producida por los frecuentes sitios y bloqueos, había casas de madera precariamente construidas para albergar a los infortunados habitantes de la ciudad cristiana por excelencia.

A pesar de todo esto, la angustia de su gente y los males que soportaban sin embargo no fueron bastantes para que se avale la unión de las iglesias realizada formalmente en Santa Sofía en 1452, y la población seguía concurriendo a los templos en los cuales se realizaba el rito bizantino como la tradición lo determinaba.

Es este un gran ejemplo que nos da un pueblo que hasta la muerte se aferra a sus creencias, hasta la muerte cree que será salvado, hasta la muerte pelea por sus convicciones, aún cuando ese valiente soldado que era su emperador, Constantino XI Paleólogo, intentara una unión con la iglesia latina una vez más, solamente para ver que el pueblo no lo acompañaba por primera y única vez, igual que a sus predecesores que intentaron lo mismo.

Solo que ahora el Imperio era un pequeño conjunto de unos miles de personas, ya incapaces de generar una revuelta, pero suficientes para decir que no a esas pretensiones que siempre vieron como ajenas a su real sentimiento.

Como conclusión final podemos decir que Constantinopla en 1453 era una ciudad casi fantasma, pero con un pueblo decidido a enfrentar en soledad a los turcos, sin ayuda de los insufribles y odiados latinos (salvo honrosas excepciones que ya destacaremos), y que se apoyaba firmemente en sus creencias religiosas para tener fe en un futuro salvador.

A los turcos los esperaban, entonces, con un cierto optimismo basado en su fe religiosa, con muy pocos medios y hombres disponibles, pero con el corazón hinchado por una gran fe, la fe de ser los últimos ciudadanos, aunque solitarios y desprotegidos, de lo que había sido la ciudad más hermosa, lujosa y poderosa del mundo conocido, y de pensar que su Dios no los abandonaría nunca.




Mahomet II

Los turcos fueron ahogando con el correr del tiempo a Bizancio, ya que una vez instalados en Europa no pudieron ser desalojados, y, por el contrario, se fueron extendiendo sin prisa pero sin pausa sobre todo el territorio de los Balcanes, a pesar de las cruzadas de los occidentales para destruirlos, que terminaron en victorias de los sultanes, especialmente en Nicópolis y en Varna, donde el futuro de los Balcanes quedó prácticamente sellado.

Como he dicho antes, sitiaron varias veces la gran ciudad, y especialmente el sitio de Murad II fue peligroso y estuvieron a punto de tomarla, pero por distintas circunstancias que los bizantinos atribuían a Dios y a la Virgen, nunca habían podido poner un pie en ella.

En 1451 se hace cargo definitivamente del nuevo imperio Mahomet II, una figura especialmente controvertida para todos los historiadores, que es tratado por unos como un ser magníficamente dotado intelectualmente, hábil guerrero y también poeta y fino admirador de las artes, mientras que otros solamente ven a un bárbaro que no dudó en mandar matar a su hermano para que no le discutiera el trono y que instruyó la famosa ley que los turcos siguieron por siglos, según la cual el nuevo gobernante debía mandar matar a todos sus parientes para evitar conflictos de sucesión, además de ser terriblemente cruel cuando no estaba de humor, o estaba pasado de alcohol, una de sus evidentes debilidades.

Fuera de una forma o de otra, creo que corresponde por lo menos darle el mérito de ser quien finalmente pudo doblegar a la Ciudad mediante su excelente organización, su numeroso ejército, su parque de artillería (arma fundamental sin la cual no se sabe si hubiera podido tomar la ciudad), sus hábiles estrategias y su paciencia, virtud no menor que las otras, para ejecutar los planes a su debido tiempo.

Con Mahomet II los turcos tuvieron un gobernante joven, fuerte, decidido, audaz y, sobre todo, un excelente político, que consiguió la relativa neutralidad de Venecia en el conflicto mediante tratados comerciales que comprometían a la República, y también ganó la neutralidad de los genoveses de Pera prometiéndoles (de una forma bastante amenazadora) no hacerles daño si no se interponían en su camino, y respetar sus derechos en el futuro.

También tuvieron los otomanos con Mahomet a un guía que los llevaría a la mayor victoria del Islam en toda su historia. Se dice que el sultán estaba obsesionado con la toma de Constantinopla, quería fervientemente conquistarla, era casi la meta de su vida, pero la quería no para destruirla e incendiarla, no para robar sus tesoros, sino que la quería porque había interpretado perfectamente su importancia, su perfecto papel de ciudad capital del mundo, y la quería también por el honor de ser la persona que consiguiera hacerse con ella.

Innegablemente la quería para hacer de ella la ciudad capital del Imperio que él había soñado, el Imperio otomano que sustituiría definitivamente al Imperio cristiano de Bizancio.

En definitiva, de lo que no se habían dado cuenta los occidentales, que nunca se unieron con una fuerza suficiente para acudir en su ayuda, se dio cuenta el sultán, con lo que se puede deducir su mayor inteligencia y oportunidad.

Fue por eso que, cuando Mahomet se acercó a la ciudad en Abril de 1453, las circunstancias no eran las mismas de siempre: ahora había un gobernante que no deseaba tomar y destruir la ciudad y quedarse con sus riquezas, ahora había un sultán que deseaba conquistar la ciudad para convertirla en la perla del Islam, y que con todas sus fuerzas y su inteligencia dejaría todo para conseguirlo.




Constantino XI Paleólogo

Mucho es lo que puede decirse del último representante de la Dinastía de los Paleólogos, del último emperador bizantino, del último emperador romano.

No era un emperador más, era un habitante del Peloponeso, un hombre nacido y educado en un ambiente de libertad, donde renacía el helenismo, donde los intelectuales trataban de conseguir un espacio para la creación de un Estado que hiciera renacer de las cenizas el esplendor de Bizancio.

Ya en 1430 había conquistado Patrás, con lo cual se ampliaba el dominio de los griegos en la Morea, y renacían las esperanzas de sobrevivir al delicado momento y volver a la gloria.

Posteriormente, siendo Déspota del Peloponeso, reconstruía el Hexamilion, maravillosa muralla que protegía toda la península, e incluso atravesándolo pudo someter al duque de Atenas, Nerio II Acciaiuoli, y hacerlo su vasallo.

Esa creación propia de los Paleólogo, la Morea griega donde renacía el helenismo, era la patria real de Constantino, por la cual luchó y a la cual sirvió y extendió en territorio en plena época desfavorable, demostrando su enorme valor como soldado y conductor, y a la cual dejó solo al ser coronado emperador y viajar a la capital, a la cual venía a dar una dosis de valentía y sacrificio.

Constantino advirtió a todo occidente, sin ser escuchado, del peligro que para ellos representaba la expansión turca, escribió casi desesperadamente cartas y más cartas para los gobernantes occidentales, que eran su única débil esperanza de ayuda, pero éstos y el Papa estaban demasiado ocupados en pelear entre sí y en disputarse espacios de poder para lograr entender los mensajes que el emperador enviaba.

Tal vez la única decisión de Constantino que no tomó bien el pueblo de Bizancio fuera la unión que se cumplió en Santa Sofía, a la cual se creía obligado por las decisiones de su hermano y anterior emperador, Juan VIII.

Cuando las cosas no parecían mejorar, cuando se vio que Mahomet iba a atacar irremediablemente, Constantino abasteció a la ciudad con todas las provisiones que pudo encontrar en los alrededores, fortificó las murallas con un gran esfuerzo de sus hombres, y esperó pacientemente al atrevido sultán que quería doblegarlo.

Constantino fue la fuerza de los defensores, fue la moral alta y la virtud de sostener en pie su estandarte hasta el final, representó el honor y la creencia en la bondad de su Dios hasta último momento. Fue guía de su pueblo y supo hacerse respetar de tal forma que todos trabajaran al máximo de sus esfuerzos para hacer las enormes tareas que el emperador requería.

Constantino XI Paleólogo, o Dragasés, como a él le gustaba que lo llamaran por el nombre de la familia servia de su madre, fue el emperador que pudo organizar una defensa coordinada de gentes que se odiaban entre sí, como los genoveses, los venecianos y los propios griegos, e hizo que todos pudieran luchar en armonía en base a su enorme personalidad que solía generar adhesiones incondicionales.




La temible triple muralla de Teodosio II

Sin duda alguna, había un factor enorme en el medio de esta historia que ya hemos mencionado más de una vez; se trata de la muralla de la capital, que era de unas dimensiones colosales, obra de ingeniería única en el mundo que no por haber sido construida hacía más de mil años había perdido su importancia en 1453.

La obra pertenece al periodo del emperador Teodosio II (408-450) y dio fama a Constantinopla de invencible e inexpugnable, comenzando el trabajo en el año 412, con miles de obreros probablemente en su mayoría godos o bárbaros de distintas procedencias al mando del prefecto Antemio. Este trabajo no fue terminado hasta el 447, aunque siglo tras siglo todos los emperadores, quien más quien menos, se ocuparon de su mantenimiento y reconstrucción después de cada sitio, los cuales las dejaban a veces en estado lamentable en alguna de sus partes.

Las murallas terrestres tenían más de seis kilómetros de longitud. Comenzaban en la costa del Mar de Mármara, formando una especie de curva, y terminaban en el Cuerno de Oro. En realidad era un verdadero sistema defensivo que estaba constituido por una triple línea defensiva, de dos murallas y un enorme foso provisto de un parapeto.

Lo primero que se encontraba el enemigo cuya ambición era entrar en la ciudad a la fuerza era el amplio foso parapetado de cerca de 20 metros de ancho. El foso mismo había constituido antaño un espacio imposible de atravesar para muchos grupos de aventureros que luego de alguna escaramuza decidía retirarse sin siquiera atravesarlo.

Después del foso, si el enemigo lograba atravesarlo luego de mucho esfuerzo y bajo los proyectiles de los defensores, se encontraba con una franja de 15 metros de ancho que lo separaba de una primera línea de murallas. Esa primera línea, la muralla exterior, era de muros de 2 metros de espesor y 8 metros de alto, con más de 80 torres estratégicamente colocadas a través de los más de seis kilómetros que la hacían ya bastante dificultosa de franquear para los indeseables visitantes.

Si las fuerzas de ataque hubieran tenido la inmensa fortuna y la suficiente fuerza y hubiesen podido atravesar la primer muralla en alguno de sus puntos, se encontraban luego con el peor de los infiernos, un «pasillo» bien abierto y libre de aproximadamente unos 18 metros de ancho, tras el cual los esperaba la más temible de estas construcciones: una muralla de nada menos que 5 metros de ancho y 13 metros de altura, y que a lo largo de sus más de seis kilómetros de largo contaba con alrededor de 100 torres de hasta 15 metros de altura, y desde las cuales los defensores tenían todo el trabajo facilitado, dominando este pasillo mortal para el enemigo y muy útil para el defensor, porque cuando éste se hallaba en posesión de los dos muros servía a sus tropas para desplazarse cómodamente de un lado a otro de las murallas y les daba otra notable ventaja sobre el ejército enemigo.

Los muros y las torres estaban fuertemente edificados, recubiertos de pequeños cubos de caliza y fortalecidos con líneas de ladrillo, con lo cual las enormes piedras arrojadas podían dañarlo aquí o allá, pero era muy difícil que eso facilitara su destrucción.

Para completar la obra del cerco alrededor de la ciudad entera, por las amplias costas de sus territorios se construyeron murallas costeras enormemente eficaces, de menor en*****dura, ya que eran alrededor de 13 kilómetros de un muro único de 12 metros de alto, pero con la inmensa ayuda de la inaccesibilidad gracias a la presencia del mar y de la flota, y defendido por unas 300 torres aproximadamente.

Pero los defensores de 1453 eran tal vez menos de 8.000, si imaginamos que había nada menos que casi 500 torres para ocupar en la defensa total del perímetro de la ciudad, podemos suponer que esa gran extensión de formidables murallas también supuso un enorme problema para las tropas que protegían la ciudad, ya que cubrirlas con la suficiente cantidad de gente y con suficientes proyectiles para arrojar habrá sido una de las mayores preocupaciones del emperador y sus generales.

La carencia de una enorme flota como en siglos pasados también supuso un gran problema a solucionar por los defensores de Constantinopla, pero cuando la gran cadena del Cuerno de Oro fue burlada por el camino terrestre de la armada de Mahomet II, esto también significó mucho más trabajo para el emperador y los suyos.

Por otra parte, las enormes piezas de artillería puestas en juego por Mahomet II jugaron una carta fundamental a favor de los asaltantes, ya que con los formidables proyectiles empleaban una táctica de tiro muy eficaz, disparando a la base de las murallas hasta obtener un boquete de varios metros, y luego afinando el tiro en una línea vertical que así al unirse con la abertura de la base provocaba el derrumbamiento de una buena parte del muro, y obligaba a concurrir allí a todo un destacamento para luchar y a muchos hombres para reconstruir con diversos materiales el agujero.




Crónica del Sitio de Constantinopla

Ya que has optado por la guerra y no puedo persuadirte con juramentos ni con palabras halagüeñas, haz lo que quieras; en cuanto a mí, me refugio en Dios y si está en su voluntad darte esta ciudad, ¿quién podrá oponerse?... Yo, desde este momento, he cerrado las puertas de la ciudad y protegeré a sus habitantes en la medida de lo posible; tú ejerces tu poder oprimiendo pero llegará el día en que el Buen Juez dicte a ambos, a mí y a ti, la justa sentencia.
Ducas. Carta de Constantino XI a Mahomet II




Los preparativos

El ejército turco estaba formado según los historiadores contemporáneos por entre 80.000 y 160.000 hombres (Ducas habla exageradamente de 400.000), mientras que los defensores serían aproximadamente 5.000 griegos, cifras que nos dan la pauta de lo desigual de los ejércitos enfrentados, desigualdad que solamente estaba salvada por las murallas de Constantinopla, barrera realmente muy difícil de vencer.

Los turcos otomanos, además de la ventaja numérica, contaban con un parque de artillería como no se había visto jamás sobre la tierra en tiempos anteriores, y que incluía un poderoso cañón construido por un misterioso personaje, con lo que el ejército de Mahomet II veía multiplicarse las posibilidades de triunfo, ante la posibilidad de quebrar las formidables murallas del siglo V con el fuego de cañones del siglo XV.

Los bizantinos, por el contrario, contaban con lanzas, flechas y catapultas, y unos pequeños cañones para los cuales ni siquiera contaban con proyectiles suficientes.

Además, unos 400 barcos de todo tipo formaban una impresionante flota turca, contra unos 26 o 28 buques de guerra de los defensores que estaban en el Cuerno de Oro y se preparaban a defender la ciudad amparados por la famosa cadena de hierro extendida de costa a costa, y esto era fundamental porque impedía que los varios kilómetros de muralla junto a la costa del Cuerno de Oro fueran atacados por Mahomet, y así liberaban a muchos defensores que eran útiles en otras partes de la batalla.

Sin embargo, los turcos tenían a su favor la construcción de la fortaleza de Bogazkesen (Paso angosto), hoy denominado Rumeli Hisar, sobre la ribera europea del Bósforo, que dominaba el paso y prevenía al sultán de cualquier ayuda naval que los bizantinos pudieran recibir, además de disparar desde allí con los cañones que no daban descanso a los líderes de la defensa.

Los protectores de la ciudad contaban con la inestimable ayuda de Giovanni Giustiniani Longo, valeroso combatiente genovés que había llegado en los primeros días de abril en dos galeras con unos 700 compatriotas que venían de Génova, Quíos y Rodas para colaborar en la defensa de la ciudad, de la cual su República había aprovechado durante los últimos dos siglos una enormidad de recursos en desmedro del Imperio, con lo cual esta presencia tenía todo el valor de un resarcimiento para los genoveses.

Fue una pena que los mezquinos comerciantes genoveses de Gálata se declararan neutrales por decisión del jefe de la colonia, Angelo Lomellino, prefiriendo ceder ante el sultán y mantener sus beneficios antes que glorificar a la madre de sus negocios; a pesar de ello, muchos ciudadanos de Pera decidieron cruzar el Cuerno de Oro y colaborar con Giustiniani desde antes del ataque, atraídos por la personalidad del gran capitán.

Otros genoveses llegaron también a la ciudad para luchar por ella, como por ejemplo los hermanos Paolo, Troilo y Antonio Bocchiardi que trajeron a sus propios soldados equipados. También acudieron en ayuda de los defensores más de doscientos arqueros que llegaron con el cardenal Isidoro y el obispo Leonardo de Quíos.

Los principales elementos de la colonia veneciana en Constantinopla, comandados por el jefe de la comunidad, Girolamo Minotto, se ofrecieron para dar ayuda incondicional al emperador, y había entre ellos dos recién llegados, capitanes de navíos, Gabriel Trevisano y Alviso Diedo, que participaron también de los combates ayudando a los bizantinos.

Peré Juliá organizó a los mejores elementos entre los catalanes que residían en la ciudad a los cuales se les unieron varios marineros compatriotas, con lo cual conformaron un fuerte grupo que defendió una porción de las murallas marítimas del Mármara.

Un ingeniero llamado John Grant, posiblemente inglés o escocés, fue muy importante en la defensa con su experiencia en el minado de las murallas.

El emperador Constantino XI contaba con la ayuda de varios miembros de la familia Cantacuzeno, su primo Teófilo y varios nobles bizantinos entre los que se encontraba el megaduque Lucas Notaras que lo apoyaron en todo momento, así como un noble castellano, don Francisco de Toledo, que afirmaba ser sin ninguna duda primo del emperador.

Por último un antiguo aspirante al trono de los otomanos recluido desde su infancia en Constantinopla, el príncipe Orján, se ofreció para participar de la defensa con una pequeña cantidad de soldados leales.

No llegaron refuerzos de Mistra o del resto del Peloponeso porque Mahomet II, tratando de asegurarse la victoria por todos los medios a su alcance, había mandado a Turachán de Tesalia a devastar la región, con lo que los hermanos del emperador no pudieron ayudarlo, porque estaban luchando por sus propias vidas.

Esta medida que pudo tomar Mahomet durante el sitio demuestra la cantidad enorme de recursos de los que podía disponer, recursos que antes pertenecían al imperio de Bizancio, como ser el disponer de ejércitos de los países vasallos, servios, búlgaros, albaneses, etc., que participaban de todas sus acciones bélicas, e incluso gran número de esclavos de estas y otras regiones sometidas.




El comienzo de las acciones

El 2 de abril de 1453 los primeros destacamentos turcos llegaban cerca de la ciudad, que ya estaba preparada, abastecida al máximo posible, protegido el Cuerno de Oro con la famosa cadena que el genovés Bartolomeo Soligo había colocado por orden del emperador, destruidos los puentes sobre el foso que bordea la ciudad, y con las murallas en perfecto estado, ya que habían sido reconstruidas de la mejor manera posible, e inspeccionadas por el mismo Giustiniani.

Al llegar los primeros turcos ese día se producen algunos enfrentamientos porque el emperador ordena varias salidas del ejército bizantino, pero cuando los enemigos demostraron ser una cantidad inmensa, los destacamentos volvieron a encerrarse dentro de las murallas.

El 5 de abril llegan los cuerpos principales del ejército turco, comandados por el mismísimo sultán, que al día siguiente se ubica en su tienda de campaña, cerca del río Lycus, a unos quinientos metros de las murallas y protegida por los destacamentos preferidos de Mahomet, los jenízaros.

Los defensores no eran los suficientes para resguardar las murallas del exterior y del interior, con lo cual el emperador ordenó a las tropas ubicarse protegiendo las murallas exteriores, con muy pocos efectivos en las interiores, los que se dedicaban a lanzar proyectiles defendiendo a sus compañeros.

Que la moral de los defensores era alta al comienzo de las acciones lo demuestra el hecho de que algunos destacamentos de los defensores hayan seguido haciendo varias salidas fuera del recinto de la ciudad para agredir a los turcos sorprendidos, pero luego de que se demostró que semejante táctica no llevaba a nada por la enorme superioridad numérica de los sitiadores y se hacía peligrosa por la pérdida del elemento sorpresa se dejaron de hacer.

El 6 de abril, según lo mandaba la ley islámica, Mahomet envía mediante sus embajadores un ultimátum a Constantino, el que es rechazado de plano.

El 7 de abril de 1453 comienzan las agresiones, con un bombardeo que Mahomet II ordena efectuar ante la Quinta Puerta Militar, también mencionada a veces como Pempton, y conocida popularmente como Puerta Militar de San Romano, ubicada a poco menos de doscientos metros al norte del río Lycus (no confundir con la Puerta Civil de San Romano, al sur del río <ver mapa>), conformando en la llanura del mismo un sector de las defensas denominado Mesoteichion que era considerado el punto más débil en la muralla terrestre, porque no estaba sobre un cerro o altura, sino sobre el plano valle del río, y en la cual estaban al principio apostadas las principales tropas bizantinas, que recibieron el refuerzo inmediato (al darse cuenta el emperador de que Mahomet había preferido el ataque por ese sector) de los genoveses de Giustiniani que en principio ocupaban el sector del Miriandron, casi llegando a las Blaquernas, sobre la Puerta Carisia o de Adrianópolis.

El 9 de abril los barcos turcos comandados por Balta Oghe acometieron la empresa de traspasar la gran cadena y extender la lucha al Cuerno de Oro, pero se vieron rechazados por la flota que defendía la ciudad.

Tal vez ese mismo día el sultán dio la orden de derribar a cañonazos varias fortificaciones exteriores a las murallas, y a todos los prisioneros los hizo empalar delante de los defensores de la ciudad, para que vieran el castigo que les estaba reservado; la indignación del emperador y sus tropas por este acto de barbarie no hizo otra cosa que darle más fuerzas para proseguir la lucha.

El 12 de abril comenzó el cañoneo de forma regular sobre las murallas y a partir de allí ya no se detendría, provocando aquí y allá enormes boquetes en la muralla exterior defendida por el ejército del emperador; por eso todas las noches los ciudadanos bizantinos, mujeres y niños incluidos, salían por las puertas de la muralla interior y cavaban la tierra entre las murallas, llenando con ella sacos y grandes barriles de madera que colocaban hasta cubrir cada hueco para comenzar al día siguiente con la muralla al menos en parte restablecida.



Ese mismo día una flota turca acababa de llegar del Mar Negro y Balta Oghe decidió volver a intentar sobrepasar la cadena, pero nuevamente fue rechazado, merced a que los barcos cristianos eran de mucho mayor en*****dura y sus tripulantes verdaderos expertos en estas cuestiones; pronto la presión incontenible del joven e inexperto sultán haría un pésimo efecto sobre el valiente líder de la flota turca.

Recién el 18 de abril, luego de que Balta Oghe intentara un débil ataque con su flota y fuera nuevamente rechazado, y poco antes de que se ponga el sol, Mahomet ordenó a sus tropas un asalto en toda regla contra las murallas; los cañonazos ya hacía varios días que habían destruido casi por completo las murallas exteriores frente al Mesoteichion, y aunque los defensores ayudados por la gente de la ciudad, mujeres, monjas, niños, habían levantado una verdadera muralla de barriles y sacos de tierra, maderas y todo otro material que tuvieran a mano, ese sector se presentaba como más débil que nunca; al son de los tambores y las trompetas haciendo un monumental ruido para animar a los atacantes que gritaban como enloquecidos, comenzó el combate; Giustiniani se defendió encarnizadamente al mando de griegos y genoveses, mientras Constantino inspeccionaba el resto de la muralla temiendo que hubiera ataques simultáneos en otras posiciones; luego de varias horas de intenso combate y ya bien cerrada la noche los turcos recibieron la llamada a retirarse, dejando cientos de muertos al borde de las murallas; había sido una victoria enorme del ejército del emperador.

El 20 de abril un buque imperial de transporte cargado de alimentos comandado por Flatanelas llega a Constantinopla escoltado por tres navíos genoveses y luego de varias horas de escaramuzas y a veces encarnizada lucha atravesaron el bloqueo de las numerosas naves turcas, que eran sin embargo inferiores en tamaño, y cruzaron hacia el Cuerno de Oro para poder descargar tranquilamente sus provisiones; en medio de la lucha Balta Oghe hizo lo imposible para parar a los enormes barcos que lo superaban en tamaño, pero a pesar de su arrojo y valentía perdió muchos barcos y cientos de hombres en la batalla y no pudo conseguir su objetivo, ante la atenta mirada de un enfurecido sultán que lo insultaba desde la costa; los soldados del emperador y el pueblo entero de Constantinopla asomado a las colinas de la ciudad veía la batalla como podía y pudo disfrutar de un triunfo memorable; Balta Oghe, que había perdido la visión de un ojo en el combate, pudo salvar su vida gracias a que sus compañeros de armas ponderaron su valor, pero fue despojado de todos sus bienes y deshonrado por el injusto sultán, tomando su lugar un preferido de Mahomet, Hamza Bey.

El 21 de abril, sin embargo, sin que decaiga su ánimo, el sultán, que disponía de enormes recursos, ordenó la construcción de un camino de madera de plataforma rodante a espaldas del barrio genovés de Pera, entre el Bósforo y el Cuerno de Oro, mientras sus cañones bombardeaban a la flota cristiana para que no se acercase.

El día 24 de abril, sin dar respiro a los defensores de la ciudad, el incansable Mahomet consigue uno de los triunfos más grandes del sitio, pasando los barcos hacia el Cuerno de Oro mediante ese camino especial de madera de 12 km. de extensión, construido vertiginosamente del lado de Pera por ingenieros italianos, y que recorría por detrás de las murallas del barrio genovés de Gálata desde la costa del Bósforo hasta la costa del Cuerno de Oro evitando de esta manera la cadena en la que los bizantinos habían puesto grandes esperanzas, y provocando una nueva caída de la moral de los defensores de la ciudad, ya que por esa vía se trasladaron unos 70 navíos, que ahora eran más del doble que los defensores en ese lugar, y atrapaban a estos entre dos fuegos.



Esto obligaba a los infortunados defensores de la ciudad a cuidarse de varios kilómetros más de la muralla marítima que daba al Cuerno de Oro, y a la flota exigua que defendía dicha porción de mar a entreverarse con una flota tres veces superior en número, aunque no en en*****dura ni experiencia, y muy especialmente a multiplicar las acciones, con lo que el cansancio se hizo pronto mucho más evidente.

El golpe de efecto de esta acción fue desastroso para la moral de los defensores, el emperador se hallaba angustiado por la falta de hombres y la necesidad de proteger ahora tantos kilómetros de murallas que antes no era necesario custodiar, lo que le restaría fuerzas para defender el punto que obsesivamente Mahomet quería franquear: el Mesoteichion.

La nula colaboración de la colonia genovesa de Gálata también fue determinante para que los turcos pudieran permanecer en el Cuerno de Oro, ya que de haberse contado con sus formidables barcos que estaban anclados en su puerto este importante brazo de mar no hubiera sido conquistado, y con su colaboración seguramente el camino terrestre de los barcos difícilmente hubiera podido ser construido; pero a esta altura la colonia solo pensaba en su salvación, manteniendo una neutralidad sospechosa tanto para bizantinos como para los turcos, convirtiéndose el lugar en un nido de espías de ambos bandos.

El 28 de abril un plan de los venecianos propuesto por Giacomo Coco para incendiar los barcos turcos fracasó estrepitosamente; los turcos, avisados del plan, que se había demorado inexplicablemente cuatro días, destruyeron varias embarcaciones cristianas, Coco murió en la batalla y los soldados otomanos capturaron a varios marineros que fueron decapitados a la vista de los pobladores de Constantinopla a manera de escarmiento; contagiados de la crueldad del sultán, los bizantinos tomaron a varios cientos de turcos prisioneros y los degollaron a la vista de los soldados enemigos; ya no habría vuelta atrás en la escala de agresiones.

Los cañones mientras tanto bombardeaban las murallas y las llenaban de huecos que luego los fervientes protectores de la ciudad trataban de cubrir para evitar que quedaran opciones de paso a los turcos hacia dentro, y esto ocurría todos los días y a toda hora.

De igual forma se producían permanentes incendios por los bombardeos que sufría la ciudad cuando Mahomet mandaba a sus cañones que sobrepasaran la muralla y bombardearan el interior, y los defensores corrían allí donde se los necesitara para sofocar cada uno de ellos, y despejar las calles de escombros.

Asimismo cobraron mayor importancia los zapadores del ejército invasor, formados específicamente por serbios expertos en cavar minas, que horadaban bajo las murallas intentando lograr hacer túneles que los comunicaran con el interior, y que hasta dentro de unos días no serían descubiertos.

Ya en los primeros días de mayo los allegados al emperador le indicaron que debería huir de la ciudad, porque, afirmaban, seguramente sería más útil desde la Morea contraatacando junto a sus hermanos y juntando fuerzas rebeldes en los Balcanes, que encerrado entre estas murallas donde el peligro de la muerte lo acechaba día a día, pero Constantino no quiso oír hablar de ello, resignándose a su suerte junto a los pobladores de Constantinopla.

En esos días también el gran cañón de los turcos se hallaba dañado, por lo que el bombardeo disminuyó un poco, y tampoco Mahomet trató de intentar un asalto sin contar con el inestimable apoyo de su artillería completa, y es así que Constantinopla vivió una semana sin demasiadas novedades.

El 3 de mayo zarpó un barco imperial disfrazado con bandera turca para ver si podía localizar a la escuadra que había sido pedida a los venecianos, y en la cual se basaban las grandes esperanzas del soberano.

El 6 de mayo el gran cañón volvió a la actividad y con él un intenso bombardeo que mejoraba incluso la efectividad día a día, y que ya se hacía insufrible para el ejército de Constantino, que soportaba estoico al pie de las murallas.

El 7 de mayo, al atardecer, los turcos volvieron a atacar las murallas en el sector del Mesoteichion, fueron varias horas de violenta lucha en la cual se destacaron los soldados bizantinos que abatieron a muchos turcos estando únicamente defendidos por una arruinada muralla exterior y parapetos improvisados.

El 9 de mayo los venecianos que comandaban la flota en el Cuerno de Oro, ante la sombría perspectiva que les esperaba en ese brazo de mar, decidieron anclar su flota y trasladar a sus marineros a defender el sector de murallas de las Blaquernas, que había sufrido graves daños debido al cañoneo; esta decisión fue muy mal tomada por la tripulación, pero se avinieron a obedecer.

El 12 de mayo por la tarde el sultán mandó a sus tropas a una feroz embestida hacia el sector de las Blaquernas, pero fueron derrotados no sin dificultades.

El 13 de mayo llega la tripulación de las naves venecianas a ocupar sus puestos en las murallas de las Blaquernas y a reparar los daños, y esa misma noche los turcos vuelven a atacar, pero luego de encarnizados combates son rechazados nuevamente, con lo cual el sultán comienza a darse cuenta de que en el único lugar en el que tiene ciertas posibilidades es el Mesoteichion.

Sin embargo, la preocupación por tener dos sectores de murallas afectados (Mesoteichion y Blaquernas) y por haber abandonado prácticamente la lucha en el Cuerno de Oro hacía que el ánimo del emperador y de sus colaboradores se ensombreciera cada vez más.

El 14 de mayo Mahomet resuelve insistir en su posición y trasladar más baterías de cañones al sector de las Blaquernas, decidido a debilitar cada vez más esa parte de la muralla; los días 15 y 16 de mayo el bombardeo a ese barrio fue infernal, pero sin embargo el mismo sultán pudo comprobar que no había sido lo suficientemente efectivo, con lo cual ahora decidió por fin llevar los cañones frente al Mesoteichion; desde el 17 de mayo, entonces, el sector del Mesoteichion recibe un terrible bombardeo prácticamente ininterrumpido, que causa averías mucho más graves todavía y obliga a trabajar día y noche con más energía a las partidas de ciudadanos que reparaban los deterioros de las murallas.

El 16 de mayo la flota turca trató de superar la gran cadena sin poder lograrlo, volviendo a sus ubicaciones anteriores.

El mismo día los bizantinos descubrieron que las murallas de Blaquernas, a la altura de la puerta Caligaria, estaban siendo minadas por los zapadores serbios expertos en hacer excavaciones al servicio del sultán.

Un notable de la ciudad, el megaduque Lucas Notaras, que ya había actuado sabiamente defendiendo las murallas marítimas y colaborando con la flota veneciana en los primeros días del sitio, pidió la colaboración del ingeniero John Grant, el cual se ocupó de dirigir la contramina y voló el túnel de los serbios con todos adentro; siguieron Notaras y Grant en los días siguientes destruyendo las minas de los serbios, a veces las inundaban, a veces las quemaban, las volaban e incluso las llenaban de humo para hacer huir al enemigo.

El 18 de mayo una torre móvil de madera fue levantada por los turcos por sobre las murallas del Mesoteichion; esa verdadera fortificación sobre ruedas, que estaba recubierta de pieles y provista de escalas, tenía la misión de defender a los soldados que trataban de llenar el foso de tierra y escombros; sin dudas el plan era lograr aplanar un terraplén sobre la fosa para trasladar la torre hacia las murallas y facilitar el asalto; sin embargo, esa noche los bizantinos enviaron un contingente que consiguió trasladar barriles de pólvora hacia la torre y hacerla explotar; idéntica suerte corrieron otras torres construidas por los otomanos en distintos lugares de las murallas.

El 21 de mayo nuevamente la flota de Hamza Bey trató de doblegar a la gran cadena, pero esta vez fue un movimiento espectacular al son de las trompetas y los tambores, y con la participación de una enorme cantidad de barcos que recorrieron la cadena de un lado a otro; la ciudad estaba realmente alarmada, pero nuevamente los barcos, luego de ver que no podían ingresar al Cuerno de Oro, se desalentaron y volvieron a sus puestos originales; con este hecho podemos darnos cuenta de la enorme arbitrariedad cometida por el sultán contra su almirante Balta Oghe, ya que después de su destitución la flota otomana tuvo un pobre papel en la lucha.

El 23 de mayo los mineros de Notaras y Grant capturaron a muchos zapadores que intentaban hacer progresar una mina en el sector de las Blaquernas, y entre ellos se hallaba un oficial otomano que luego de sufrir varias torturas confesó todos y cada uno de los lugares donde estaban trabajando bajo las murallas; los bizantinos desarticularon todos esos lugares; algunos realmente peligrosos se ocultaban bajo las torretas armadas por los soldados otomanos para asaltar las murallas; fue una enorme victoria de los bizantinos, que eliminaban la constante preocupación por esta forma de ataque.

También ese 23 de mayo Constantino recibió una embajada de Mahomet II comandada por Ismail, príncipe de Sinope; se les perdonaría la vida a todos si se rendían, pero el emperador se negó a negociar la ciudad, aunque ante la insistencia de Ismail, que tenía amigos entre los griegos y les recomendaba de buena fe su rendición, envió a su vez a un ignoto personaje para negociar con el sultán; era muy probable que esta persona no volviera con vida, conociendo a Mahomet, pero sin embargo fue bien tratado y volvió con la propuesta de una paz comprada en la suma anual de cien mil besantes, algo que era absolutamente imposible de cumplir por parte del emperador, el cual sin pensarlo dos veces respondió en estos términos: «El hecho de darte la ciudad no me compete ni a mí ni a ninguno de sus habitantes; pues todos vamos a morir por una decisión común, por nuestra propia voluntad, y no escatimaremos nuestras vidas».

Ese mismo día llegó el barco imperial que había zarpado para localizar a la supuesta escuadra veneciana de rescate volvía atravesando la cadena que se abrió para dejarlo pasar; traía muy malas noticias: ninguna flota veneciana había sido avistada en ninguno de los muchos lugares en los que habían estado; dicen que volvieron para servir al emperador hasta la muerte, y que éste se echó a llorar visiblemente emocionado por este hermoso gesto y por la enorme decepción que le producía la falta de comprensión de las potencias occidentales.

El 24 de mayo corrió la voz por toda la ciudad sobre la segura falta de refuerzos de occidente; ahora todos sabían que estaban solos en la lucha y que dependían únicamente de sus propias fuerzas, que ya estaban al límite del agotamiento total; se multiplicaron las procesiones aún bajo el granizo de las tormentas que azotaron ese día, y la Fe se mantuvo lo más alto que se pudo teniendo en cuenta el difícil momento que se vivía.

Los bizantinos recordaron con terror la antigua profecía que aseguraba que la ciudad jamás caería mientras la luna, el símbolo de la antigua Bizancio, estuviera en cuarto creciente; en este fatídico día en el cual todos se acababan de enterar de la segura falta de ayuda se producía el plenilunio, y al día siguiente comenzaría el cuarto menguante: cuando los ánimos están bajo circunstancias tan conmovedoras, estas predicciones son especialmente recordadas; por este presagio y por las concluyentes noticias del día muchos soldados sabían que estaban viviendo las últimas horas de su imperio.

El 25 de mayo hubo en el cielo un extraño resplandor, seguido de extrañas luminosidades, lo que conmovió profundamente los espíritus de los griegos y de los turcos: todos interpretaron como una mala señal o un aviso extraordinario ese prodigio que se producía en tan dramático momento, y tanto el emperador como el sultán se preocuparon por interpretar esa señal como algo favorable, lo que seguramente Constantino no pudo lograr pese a su enorme deseo de hacerlo.

Los notables más cercanos al emperador le rogaron nuevamente que tratara de marcharse y que iniciara una revuelta desde afuera de la ciudad, pero fue imposible persuadirlo, porque Constantino ya había aceptado su destino y sabía que lucharía hasta la muerte dentro de esas murallas, y probablemente muy dentro de su alma tuviera todavía la esperanza de que Cristo y la Virgen acudieran en su auxilio a último momento.

La situación en esos días era de desasosiego, ansiedad y preocupación en los dos bandos: los bizantinos no podían creer que hubiesen aguantado tanto, estaban exhaustos, sus murallas se venían abajo en varios puntos, estaban solos, abandonados por occidente, y se encomendaban a Cristo y la Virgen; asimismo la antigua profecía de la luna en el cuarto menguante les ensombrecía el ánimo aún más; los otomanos estaban desilusionados, no podían creer que pese a sus esfuerzos no hubieran podido hasta ahora hacer entrar un solo soldado en la ciudad, la flota no les daba satisfacciones, sus zapadores eran descubiertos y muertos en todos lados, las enormes torres de madera eran incendiadas, no podían construir caminos o puentes sobre el foso, y cada asalto había sido rechazado invariablemente; la única satisfacción de los turcos habían sido sus cañones, que habían debilitado bastante a las murallas, especialmente en el sector del Mesoteichion, el cual era ahora la única esperanza posible para Mahomet.

El 26 de mayo Mahomet llamó a su plana mayor; su ánimo no era el mejor; sin embargo, salvo el visir Chalil, que en general había sido un partidario de dejar tranquilos a los griegos, todos sus oficiales y estrategas lo alentaron para que siga con el sitio, hasta que, conmovido, Mahomet ordenó que se iniciasen los preparativos para un asalto para el cual movilizaría a todas sus fuerzas.




El ataque final
El 28 de mayo los bizantinos ya estaban informados de que en la madrugada del día 29 Mahomet II lanzaría un violento ataque contra la ciudad, uno de esos asaltos despiadados y decididos que estaban destinados a vencer o morir en el intento, y cundió el pánico en los defensores, hubo llantos en el Palacio, lamentos que expresaban la intuición de estar viviendo la verdadera última hora de la ciudad cristiana, lágrimas de tristeza y de dolor por lo que podría significar el día de mañana, lloros por la posible muerte del cristianismo y del helenismo en su propio reducto más preciado.

Los defensores participaron de los oficios en Santa Sofía junto con todos los pobladores, griegos y latinos, conscientes de que podía esa ser la última misa que escucharan en ese tan apreciado sitio para los cristianos, y por un día sus divergencias fueron dejadas de lado.



El 29 de mayo, aparentemente mucho antes de que despuntara el sol, Mahomet lanzó su primer ataque a las murallas de la ciudad con miles y miles de soldados provenientes de distintos países, serbios, búlgaros, italianos, alemanes, también turcos irregulares, los que formaban un ejército muy colorido y poco uniforme de mercenarios que luchaban solamente por la paga y su parte en el saqueo, que eran en general inconstantes y se desanimaban cuando no conseguían rápidamente el objetivo, como todos los combatientes a sueldo; hostigados por los mismos jenízaros, que no los dejaban escapar, se abalanzaron con todas sus fuerzas en varios puntos de las murallas, pero muy especialmente en el sector arruinado del Mesoteichion, y permanentemente intentaron pasar por sobre los soldados de la ciudad; los defensores, enormemente cansados, algunos mal heridos o lastimados, no escatimaron esfuerzos y rechazaron a los turcos, aunque con enormes dificultades, pero finalmente se impusieron ante una fuerza muy desorganizada, y produjeron cientos de bajas en el enemigo.

Probablemente poco le habrá importado a Mahomet este traspié, ya que su idea era cansar a los defensores de la Puerta Militar de San Romano, y desgastarlos progresivamente, evitando que reciban refuerzos atacando en todos los demás puntos, tanto en la muralla de la costa como en la terrestre.

A los pocos minutos, sin dar descanso a los defensores, el sultán lanzó un segundo asalto, aterrador por su inusitada violencia y por la cantidad de soldados que participaban, esta vez procedentes del temible cuerpo de ejército de los anatolios, soldados regulares turcos de religión islámica que deseaban ser los primeros en entrar en la ciudad; disciplinadamente se lanzaron al ataque, pero aunque eran muchos y estaban muy bien armados fueron contenidos una y otra vez, permanentemente rechazados por los valientes defensores que aún cansados seguían peleando bravamente; el avance de los anatolios fue finalmente contenido apenas un poco antes del amanecer, pero en el momento en que se disponían a retirarse un terrible cañonazo les abrió un enorme boquete que los reanimó a tratar de entrar, aunque finamente los bizantinos acabaron con las vidas de todos los soldados temerarios que entraron por ahí, dando por terminado este segundo ataque; a pesar de la victoria, los defensores de la ciudad se vieron en una situación cada vez más comprometida porque habían perdido varios hombres y cada hombre que resguardaba la metrópoli valía por quince soldados turcos, habida cuenta de la diferencia numérica de los dos ejércitos.

Cansados y hastiados de pelear, los protectores de la ciudad sin embargo no bajaron los brazos en ningún momento, y cada vez que era necesario trataban de reparar los enormes huecos que la artillería turca provocaba en las murallas, multiplicándose en el esfuerzo.

Sin embargo, en el día más largo de la Historia para los bizantinos, había tiempo todavía para un embate más; los defensores solamente debían contener este ataque sin medir sus esfuerzos y la moral turca iba a desmoronarse tal vez para siempre.

Pero Mahomet II, a pesar de su gran desilusión al ser rechazados sus apreciados anatolios tenía una carta reservada para este último instante, y como buen estratega que era la utilizó en el momento justo, para evitar que los defensores tuvieran siquiera una oportunidad de vencer: eran los jenízaros, ese cuerpo de élite que los sultanes fueron formando a través de varias generaciones con niños cristianos que arrebataban a sus padres en los territorios conquistados y a los que daban especial formación militar educándolos en el Islam... ironía del destino iba a ser la conquista de la ciudad cristiana por parte de sus propios hijos reformados.

Los jenízaros, que estaban descansados, excelentemente entrenados y muy bien pertrechados, pronto marcaron la diferencia, en un asalto feroz por la violencia y la audacia de los atacantes.

No es difícil imaginarlos avanzar a paso redoblado, codo a codo, con decisión y coraje, a pesar de los proyectiles que los hacían caer uno a uno, siendo inmediatamente reemplazados los heridos con otro integrante que tomaba su lugar; avanzaron sin desesperación, ordenados, confiados en su victoria final, y ese orden y confianza los hicieron llegar pronto al enfrentamiento cuerpo a cuerpo con los bizantinos y los genoveses de la Quinta Puerta Militar, donde la moral de los defensores todavía estaba muy alta a pesar del cansancio, y donde se producían encarnizadas batallas singulares.

Pronto los defensores se vieron comprometidos seriamente, aunque lucharon hombre a hombre y aunque tiraron escala tras escala al suelo, estas volvían a levantarse, cada jenízaro que derribaban y moría o era malherido era reemplazado en seguida por otro de similares características y esto ya estaba fastidiando a los cansados soldados de las murallas, y en cierto momento el terror invadió a todos ellos: Giovanni Giustiniani, el valiente defensor genovés, el que daba las órdenes claras y precisas para la defensa, fue herido por un jenízaro.

No se sabe a ciencia cierta cómo fue herido Giustiniani, pero sí se sabe que estaba grave y que inmediatamente ordenó a sus más cercanos colaboradores que lo trasladaran para ser atendido.

Constantino, avisado inmediatamente del hecho, fue hacia él y lo quiso convencer de no alejarse del lugar, le habló de la importancia de mantenerse como sea en el campo de batalla, pero el genovés habría intuido la gravedad del asunto y lamentablemente se mantuvo firme en su deseo de retirarse para ser atendido.

Cuando el resto de los soldados genoveses vieron que se llevaban a su capitán pasó lo que era de esperar: se desmoralizaron y desertaron de sus puestos en la muralla siguiendo el camino de su capitán, justo en el preciso momento en que arreciaban las fuerzas de los jenízaros en el lugar.

Sin la mayoría de los soldados genoveses, solamente los bizantinos quedaron para combatir a un enemigo peligroso, pero aún así lo estaban haciendo valientemente, aunque a costa de ingentes esfuerzos.

Probablemente en ese instante, cuando ya había amanecido, los soldados todos, griegos y turcos, en medio del fragor del combate, vieron ondear la bandera de la media luna en una de las torres en el sector de las Blaquernas.

Los gritos de los turcos eran de victoria, y muchos griegos probablemente ya pensaban tal vez en cómo escapar de aquel infierno para proteger a sus familias.

Constantino, seguramente luego de alentar a sus soldados y prometer su vuelta, montó a caballo inmediatamente y fue a todo galope junto a su primo Teófilo, Juan Dálmata y Francisco de Toledo en compañía seguramente de unos cuantos soldados fieles hacia ese sector a ver qué estaba pasando, ya que eso podía significar el principio del fin.




La importancia de una pequeña puerta
Había una estrecha abertura en el lado norte de la muralla terrestre de la ciudad, una simple entrada pequeña ubicada en el barrio de las Blaquernas, una poterna antigua que se había utilizado durante muchos años como puerta de escape de emergencia, y que durante mucho tiempo permaneció tapiada, aparentemente porque un adivino hacía varios siglos pronosticó que por allí entrarían quienes tomarían definitivamente la ciudad.

Por esa puerta cercana al palacio de Blaquernas, que una vez «descubierta» por los defensores fue abierta, los griegos lanzaron algunos sorpresivos ataques hacia el exterior, pero luego desistieron de volver a hacerlo porque los turcos eran innumerables y esos ataques ya no surtían efecto una vez que se perdió el efecto sorpresa.

Pasaron varios días durante los cuales la Kerkoporta no fue usada por los bizantinos y estando en pleno ataque los jenízaros, cuando los turcos arreciaban en esa mortífera oleada del tercer asalto del 29 de mayo de 1453, probablemente detrás de los grupos de soldados griegos que habrían efectuado una salida sorpresiva entraron varios soldados otomanos.

El contingente pequeño de turcos que habría entrado a la ciudad parece haberse dirigido hacia la torre más cercana y haber izado en ella la bandera turca, para desconcierto total de los defensores de la Puerta Militar de San Romano, donde se encontraba luchando el emperador, que veían el triste espectáculo de su bandera retirada y reemplazada por la medialuna del Islam, y para satisfacción de los turcos que todavía luchaban fuera de la ciudad por entrar.

No se sabe si el emperador con sus soldados dio fin a la permanencia del enemigo en ese sector o si ya la situación estaba controlada cuando llegó por los soldados venecianos y griegos comandados por los hermanos Bocchiardi (encargados de ese tramo de la muralla); debe haber sido así, de otra forma no se explica que hubiera regresado presurosamente a San Romano, puerta a la que había abandonado en un mal momento pero por un motivo fundamental, habiendo encontrado al volver el lamentable espectáculo de sus soldados masacrados en el sector entre muros y a los jenízaros dueños de la situación.

Cualquier defensor de la ciudad que hubiese visto la bandera de la media luna sobre las torres más cercanas al palacio del emperador y mucho más sin la presencia de éste y de sus lugartenientes, habría pensando que ya era inútil su tarea, para comenzar la huida dejando el camino libre al ejército sitiador así en medio de su desordenada retirada quedaron expuestos ante la arremetida de los jenízaros.

Es muy probable que los mismos soldados del sector entre muros hayan abierto algunas de las puertas menores de la muralla interior para salvarse de la masacre de la que estaban siendo víctimas, y que por allí grandes oleadas del ejército turco hayan entrado definitivamente a la ciudad.

Cuando llega Constantino, junto a su primo Teófilo, el español Francisco de Toledo y Juan Dálmata, y ven el espantoso espectáculo de la derrota inminente, se ponen de pie e inician la última carga de los romanos, una carga que los lleva a la muerte y a la inmortalidad al mismo tiempo...




Los combates dentro de la ciudad
Los combates en las calles fueron efectuados barrio a barrio, algunos ofrecieron gran resistencia pero otros no por la falta de hombres y armas, que estaban concentrados en las murallas; hubo gran confusión y muchos huían desesperados, por lo que el ejército turco ocupó la ciudad rápidamente, abriendo puerta tras puerta en las murallas para que más y más turcos penetraran en la ciudad y solamente unos pocos habitantes de Constantinopla, especialmente los italianos que sabían bien donde estaban los barcos de sus compatriotas lograron salvarse huyendo en las naves venecianas.

Murieron muchos valientes soldados atrapados entre dos fuegos, muchos intentaron huir y no pudieron, otros fueron capturados y muertos al instante, otros tuvieron la «suerte» de ser capturados, pero sus vidas fueron un infierno hasta que pudieron comprar su libertad o huir definitivamente.

La mayoría de los combatientes extranjeros, venecianos, genoveses, catalanes, fueron ejecutados al instante, mientras que los griegos más notables fueron perdonados al principio.

De todas maneras en pocas horas los turcos ya eran dueños de la situación en la nueva ciudad, ahora bajo el dominio otomano.

Se había consumado uno de los hechos históricos más trascendentales de la humanidad, uno de esos sucesos que no tienen parangón en la historia, por la importancia que tiene en sí mismo y por las consecuencias que acarrearía para el futuro del mundo, uno de esos actos principales que solo se dan en muy rara ocasión, y que ahora ante la aterrorizada mirada de la cristiandad toda se hacía realidad, el inmenso triunfo del Islam turco sobre el cristianismo ortodoxo, y la desaparición definitiva de una civilización única, memorable, romana, helénica y cristiana, que ya no volvería a resurgir nunca más.




La toma de posesión y el saqueo
Bien entrada la tarde entró en la ciudad Mahomet II, que, previo haber expresado su deseo y dado la orden de que los edificios y las murallas no sean tocados, anunció el comienzo al saqueo que había prometido como premio a los soldados en caso de vencer.

No puede atribuirse sin embargo a este saqueo la desaparición de todas las riquezas de Constantinopla, ya que la ciudad, como dije anteriormente, ya estaba en condiciones ruinosas, pero sí podemos decir que el mismo contribuyó a borrar aún más la memoria de todo un pueblo que en ese momento estaba desapareciendo como Estado libre.

Comparando la desolación en que los latinos habían dejado la ciudad en 1261, con el saqueo de los turcos, consecuencia directa de la depredación occidental, se puede decir que cuando los turcos hicieron pie en la ciudad ya no quedaba demasiado para destruir o robar, porque lo más preciado que tenía Constantinopla, sus iglesias, sus monasterios, sus palacios, sus joyas, libros, bibliotecas, obras de arte y todo lo demás ya había sido robado o destruido por los aventureros extranjeros de la cuarta cruzada.

Por lo tanto, la toma de Constantinopla significó más que nada un cambio radical en cuanto a la cultura, la sociedad y las costumbres que regían en la ciudad, que una pérdida de valores materiales que en realidad ya se habían perdido luego de 1204.

Sí quedaban, sin embargo, decenas de miles de vidas inocentes que sufrieron las consecuencias del saqueo, pereciendo bajo las armas turcas o siendo vendidos como esclavos, o soportando las conocidas agresiones usuales en este tipo de circunstancias, como violaciones, torturas y demás vejaciones.

Finalmente, la conversión de Santa Sofía, la mas preciada joya de la cristiandad, en mezquita, la adquisición de los terrenos de la ciudad por los turcos, y la forzada inmigración de los habitantes de los territorios conquistados que repoblaron la ciudad, que pasó a convertirse en la capital del imperio otomano, o sea de un mundo completamente diferente.






La suerte del último emperador

Constantino estaba luchando valerosamente, se había desprendido de las insignias imperiales y continuaba combatiendo como un soldado común, pero el aliento les faltaba a los soldados que defendían la ciudad: sin la ayuda de los soldados genoveses que habían corrido detrás de Giustiniani, el esfuerzo era absolutamente agotador.

Los jenízaros que habían penetrado por la muralla a la altura de la puerta de San Román gracias al efecto desmoralizador conseguido por el pequeño grupo que entró por la Kerkoporta e izó la bandera en una de las torres cercanas al palacio de Blaquernas, lograron masacrar a los bizantinos atrapados en el sector entre muros, y entonces se vio el último y titánico esfuerzo del emperador tratando de evitar lo inevitable, pues ya la toma de la ciudad se había hecho irremediable, los defensores eran cada vez menos y los soldados otomanos entraban ya por cientos por las puertas de la muralla interior; Constantino murió como un héroe haciendo honor a sus títulos, haciendo honor al prestigio de un imperio que no por haber caído había sido menos grande.

Sin embargo nadie ha podido saber a ciencia cierta cómo murió Constantino, ni dar noticia del verdadero paradero del cuerpo del emperador muerto, con lo cual un halo de oscuro misterio se cierne sobre esta triste historia.

La historia nos cuenta que se sacó las insignias y peleó como un soldado más, algo que nunca ha sido probado de todas maneras.

Dicen que Mahomet preguntó por Constantino, y que se alivió cuando lo dieron por muerto; dicen que el cuerpo de alguno de sus oficiales fue confundido con el del emperador, dicen que enterraron ese cuerpo, y que esa tumba fue venerada por mucho tiempo, dicen...

Es posible que con la muerte de Constantino XI estemos ante la presencia del nacimiento de un nuevo mito, el mito romántico de un luchador inigualable, algo que fue creciendo ante la necesidad del pueblo griego de creer nuevamente en sus héroes, cuando luchaban por sobreponerse del yugo turco.

Aún sin este mítico final, Constantino XI ha sido un hombre admirable, luchador incansable, que se constituyó en un más que meritorio adversario, contando solo con fuerzas exiguas, del mejor pertrechado de los ejércitos de la época, y es esa enorme dimensión que alcanza como hombre y como soldado lo que lo hace una persona descollante dentro de la inmensa historia de la humanidad.

Sin embargo, si hay que destacar algo del emperador, es su decisión de no huir de Constantinopla, de esperar a su adversario y seguir el juego hasta el final, con pocas probabilidades de vencer; esto puede significar dos cosas: la Fe impresionante de este hombre en Dios, que lo haría ser optimista hasta el final, o la entereza de un carácter enormemente decidido a llegar hasta las últimas consecuencias para defender lo que es suyo; tal vez las dos cosas fueran ciertas.

http://www.cervantesvirtual.com/historia/constantinopla/caida.shtml

La Tulipan...

Guerrière jusq´à la fin ...!!!

rogerlp2
19/01/2012, 20:05
Dany, tengo informacion para ti, acerca de la caida de contantinopla, dame tu correo y te la envio, o igual escribeme a rperera@ipica.rimed.cu