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cafe
10/03/2004, 11:58
<u>"LA PERMANENCIA DEL HASTIO"...</u>

Destrozas tu cigarro en el borde de la ventana. Junto con el humo de la última fumada, aspiras la humedad de la calle. Volteas: ella sigue ahí, tendida sobre la cama con los ojos cerrados. Miras sus piernas blancas, sus nalgas abultadas, su cintura apenas dibujada, su espalda ancha dividida por una cicatriz que no deja de inquietarte, su cabello cenizo casi lacio; detestas su desnudez porque ya saciaste tu deseo. Siempre te sucede: tras la eyaculación te invade esa sensación de hastío que no puedes evitar, que te obliga a abandonar la cama de inmediato para estar lejos de esos labios que insisten en seguir besando, reclamando cariño y esbozando la idea de un segundo encuentro.

Ni siquiera es bella, te dices. Aunque un par de horas antes te asombrabas del discurso perfecto que había dictado tu lujuria, de la fuerza de esas palabras tan bien armadas, acomodadas y falsas, que la decidieron a meterse contigo al departamento, que la transformaron pronto en una fiera devoradora de botones, calcetines y bóxer.

<font color="silver">-¿Cómo sabes cuándo estás enamorada?</font>

Una sola vez estuviste enamorado, suficiente para hacerte una promesa con cerradura de no volver a caer en esa trampa. La oyes, pero no la miras, porque ya vas camino a la cocina. La voz no te es familiar, no la reconocerías siquiera si la escucharas al otro lado del teléfono. ¿Cuándo hablaste con ella por primera vez?. Meses, semanas, días, horas...imposible recordarlo.

Piensas, más bien, en el viaje que debes hacer al día siguiente. El despertador gritará sin piedad antes de clarear y odiarás ese momento, con la misma intensidad con que aborreces el actual.

<font color="silver">-Miguel,¿me escuchaste?</font>

El despertador, te dices, es tan cruel como un coito interrumpido. Sirves café en el tarro despostillado. Agregas leche y cuatro cucharadas de azúcar, sólo para quitarte el sabor a sexo de tu boca. Por más que te dijiste que no lo harías, acabaste hurgando en su cavidad, quizá sólo para disfrutar los saltitos que sabías que daría. No has guardado la ropa en la maleta. ¿Será mejor llevar el porta trajes? No te inclinas más por la maleta negra de piel. Si llegan arrugados los trajes, tendrás tiempo suficiente para que los planchen en el hotel.

<font color="silver">-Miguel, ¿qué haces?</font>

Tendrás que desayunar en el avión, tragarte sin masticar los huevos sin sal que siempre saben a plástico y el pan frío, difícil de morder. Te preguntas por qué ofrecen pan refrigerado en los vuelos. Quizá se siente a tu lado un hombre o una mujer con deseos de charlar y, aunque aborrezcas hablar con extraños, deberás hacer como que escuchas. Así te educaron tus padres: cortesía con la gente. Saludas si alguien te saluda. Respondes si alguien te pregunta. Aunque ahora ya no es así. Quizá no aprovechaste del todo la severa educación del viejo, que en paz descanse, porque no le has contestado a esa mujer que sigue acostada desnuda en tu cama y no deja de llamarte una y otro vez.

<font color="silver">- Quiero que vengas, quiero hacerlo otra vez.</font>

No, ya no te acostarás, al menos hasta que ella se marche. No toleras el olor de su perfume que está impregnado en tus manos. ¿Cómo le dices que se debe ir? ¿Cómo le explicas que es espantoso el aroma de su cuerpo? Puedes decirle la verdad: mañana sales de viaje en la madrugada, que no está listo tu equipaje, que necesitas dormir solo para poder conciliar el sueño...Basta, sabes bien que esa no es la verdad. Detestas su presencia. No quieres hablar con nadie, menos aún tocarla otra vez. Nunca te ha gustado ***** más de una vez en una misma sesión. Luego de que te invade ese breve instante que te imaginas siempre como la antesala de la muerte, prefieres morirte solo, sin tener que someterte a las cortesías del protocolo postcoito. Lo único que quieres es que se vaya, que tome un taxi y desaparezca. Le dirás que la vas a buscar a tu regreso, aunque jamás lo hagas.

<font color="silver">-Miguel, te estoy esperando. ¿Qué haces?</font>

Cállate, piensas. Te molesta cada vez mas esa voz aguda, chillona, en la que reparas apenas ahora y que aguijonea tu cerebro fatigado.

<font color="silver">-¿Sabes que me gusta?</font>

Vuelves a llenar el tarro de café. Ahora no agregar leche ni azúcar. Buscas los cigarros. Según recuerdas, los habías dejado en la cocina, cuando preparaste el primer café.

<font color="silver">-Me gustas muchísimo.</font>

Tú no me gustas, piensas. Te inclinas más por Amanda. Ella habla poco y jamás te ha exigido que te quedes. Amanda. La verán en Tijuana y tendrás seco con ella, aunque eyacules rápidamente y te invada otra vez el hastío, esa sensación que no puedes controlar, que te obliga a detestar a toda la raza humana. Y tú estás incluido. Con todas las mujeres te pasa lo mismo No es culpa de ellas; es tuya. Pero de todas maneras ansías que se vaya. Ahora mismo.

<font color="silver">-¿Mi estás oyendo?¿Miguel?</font>

No aguantas más. Dejaste los cigarros en la recámara. Maldita sea, susurras, mientras caminas rumbo a la alcoba.

<font color="silver">-Vaya. ¿Te quedaste mucho, mi amor?</font>

La miras. No vuelvas a llamarme así, piensas. Tomas la cajetilla y enciendes un cigarro con el único cerillo que queda. Ella está ahora boca arriba, con la mano en el pubis. Observas con indiferencia. Lo único que deseas es que se vista y se largue.

<font color="silver">-Te estoy esperando...</font>

Aspiras el humo, lo exhalas con calma y haces un gesto negativo con la cabeza. Es la primera respuesta que le das y te deprime pensar que ya le obsequiaste un gesto. Quizá acabas de perder la primera batalla. De ahí a la cama, el camino es corto. ¿Por qué no entiende que el asunto ya acabó?, te preguntas. De reojo, notas que sus largas uñas barnizadas de rojo ya escarban su vagina.

<font color="silver">-Quiero hacerlo otra vez.</font>

Ya lo dijo, pero no te interesa. No vas a contestar. Buscas los calzones en el suelo. Te preguntas si recogiste el traje gris de la tintorería. Es precisamente ese traje el que mejor te queda y la reunión que tendrás en Tijuana es importante. Si mantienes la serenidad, podrías volver con el contrato firmado.

<font color="silver">-Miguel...</font>

La miras de reojo, casi sin querer. Se está masturbando con más violencia de la que esperarías. Si, si recogiste el traje, pero lo dejaste en el asiento trasero del coche. Puedes llevar ese y el azul marino, suficientes para los tres día s que estarás fuera. También requieres de tres camisas, cuatro pares de calcetines y unos zapatos. ¿Los negros?.Si, aunque necesitas darles grasa. Ese no es problema; sabes que en el aeropuerto los lustran a la perfección.

<font color="silver">-¿Me vas a dejar sola?.</font>

Caminas hacia la ventana y dejas caer la colilla a la calle. Hace calor, a pesar de que la lluvia fue intensa, pero sólo ves a dos hombres en la acera, que caminan con prisa. Detrás de ti, se confunde el rechinido de la cama con los suaves gemidos de ella. Que se meta la lámpara si le cabe, te dices mientras saludas con la mano al portero, que le abre con pereza las rejas a los del 302. Increíble que todavía no se divorcien, piensas. Los gemidos se vuelven súplicas.

<font color="silver">-Miguel, ¡Por favor!</font>

Por fin volteas, con la náusea que te provoca el sólo imaginarla sudorosa y con ese gesto de ansiedad que tanto detestas. Te acercas, la tomas de los hombros con violencia, la volteas y bajas con fuerza el cierre de la espalda. *******, no entiendes nada, le recriminas, mientras doblas las piernas y los brazos desinflados. La metes a la maleta y, hastiado, te tiras sobre la cama en espera de poder conciliar el sueño...



*************




.::-~'*.*'~ -Yo...- ~'*.*'~-::.

Gaviota
14/03/2004, 00:30
exquisito el artículo, sólo me perdí en el último párrafo, ¿entendí bien?...

Bueno, el título me parece perfecto para recrear el sentimiento que inspiró esto:

YO LO COMPRENDO

Que has dejado de amarme
y no sientes besarme
yo lo comprendo.
Que de mí que te cansaste
que otro amor encontraste
yo lo comprendo.

Porque todo en la vida,
aunque sé que lastima,
lo que empieza termina
y no tengo derecho
de engrillarte a mi lecho
aunque sangre mi herida.

Haces bien en marcharte
para que complicarte
yo lo comprendo
se feliz en tu anhelo
si cambiaste de cielo
yo lo comprendo.

Pero como le explico a mi corazón
cuando extrañe en las noches tu piel, tu voz
y latiendo pregunte por que razón
tu de mi te alejaste

pero como le explico a mi corazón
mi vergüenza de verte con otro amor
que te dio lo que ya no te diera yo
que fallé como amante.

Autor: Roberto Cantoral

alcatraz
15/03/2004, 12:27
Gaviota, muy interesante... es la primera vez que leo algo de Robeto Cantoral pero creo que seria muy interesante leer de el.

Rosario De Luna
02/06/2004, 18:03
Hola Café: la verdad es que me impactó tu mensaje de la permanencia del hastio, soy muy nueva en esto y estoy revisando cada uno de los foros que me interesan y pocos han logrado lo que tu has hecho con tu relato....IMPRESIONARME GRATAMENTE.
Si es tuyo el relato ...Felicidades amigo mío, desde hoy mi querido Café. Es muy bueno lo que has escrito y demuestra que el existencialismo es lo tuyo....sigue así, no te detengas que estamos ávidos de talentos, como el que has mostrado.
Gracias querido Café, me has dejado para pensar por horas y horas y eso....siempre se agradece.