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Ver la versión completa : L RUISEÑOR Y LA ROSA



juanerick
12/12/2003, 22:26
El Ruiseñor y la Rosa
por Oscar Wilde http://skins.hotbar.com/skins/mailskins/img/060103/060103ani_gen029_prv.gif


-Ha dicho que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.
Desde su nido de la encina oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay una sola rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaban de lágrimas.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y tengo que ver mi vida destrozada por falta de una rosa roja.
-He aquí por fin el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerle; todas las noches repito su historia a las estrellas, y ahora le veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la pena le ha marcado en la frente con su sello.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi adorada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará caso ninguno. No se fijará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí, para él es pena. Realmente el amor es una cosa maravillosa: es más precioso que las esmeraldas y más caro que los finos ópalos. Perlas y granates no pueden pagarle porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor, ni pesarlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerdas y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer sobre el césped, hundía su cara en sus manos y lloraba.
-¿Por qué lloras? -preguntaba una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.
-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso es, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué ridiculez!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el Jardín.
En el centro del parterre se levantaba un hermoso rosal, y al verle voló hacia él y se posó sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve en la montaña. Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que pides.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados, antes de que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante y quizá él te dé lo que pides.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó- y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto sacudió su cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, las heladas han marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy asustadizo.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal-, tienes que hacerla con notas de música, al claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor- y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped, allí donde el ruiseñor le dejó, y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sed feliz -le gritó el ruiseñor-, sed feliz; tendréis vuestra rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que os pido en cambio es que seáis un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta lo sea. Y más fuerte que el poder, aunque éste también lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su aliento es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues únicamente sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñorcito que había construido el nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina; y su voz era corno el agua reidora de una fuente argentina.
Al terminar su canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuadernito de notas y su lápiz de bolsillo.
-El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas, todo estilo sin nada de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su voz tiene notas muy bellas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!
Y volviendo a su habitación se acostó sobre su jergoncito y se puso a pensar en su adorada. Al poco rato se durmió.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas; y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche y las espinas penetraron cada vez más en su pecho y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha; y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción. Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal, parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco; porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, pequeño ruiseñor -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimizado por la muerte, el amor que no acaba en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último fulgor. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío de la mañana.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió: yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A mediodía el estudiante abrió su ventana y miré hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella, que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre enrevesado. E inclinándose, la cogió.
En seguida se puso el sombrero y corrió a casa del profesor con su rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijisteis que bailaríais conmigo si os traía una rosa roja -le dijo el estudiante. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderéis cerca de vuestro corazón, y cuando bailemos juntos, ella os dirá lo mucho que os amo.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no se armonice bien con mi vestido -respondió- Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, a fe mía que sois una ingrata! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Os diré que os portáis como un grosero, y después de todo, ¿qué sois? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que podáis tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
-¡Qué bobería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

alcatraz
22/12/2003, 18:16
Había caído la noche y Él estaba solo.
Y vio a lo lejos las murallas de una ciudad circular y se acercó a ella.
Y cuando Él se acercaba oyó, dentro de la ciudad, el rumor de alegres pisadas, y la risa en la boca de la felicidad, y el tañido fuerte de varios laúdes. Y llamó a la puerta, y uno de los guardianes le abrió.
Y vio una casa construida con mármol, con un pórtico de bellas columnas también de mármol. Las columnas estaban adornadas con guirnaldas, y dentro y fuera había antorchas de cedro. Y Él entró en aquella casa.
Y cuando hubo traspuesto el vestíbulo de calcedonia y la antesala de jaspe y llegó a la gran sala de festines, vio recostado sobre un lecho de azul purpúreo a uno cuya cabellera estaba coronada de rosas rojas y cuyos labios estaban enrojecidos por el vino.
Y se le acercó por detrás y, tocándole en el hombro, le dijo:
- ¿Por qué vives así?
Y el joven se volvió y le reconoció, contestándole:
- En tiempos fui leproso y Tú me curaste. ¿De qué otro modo iba a vivir?
Entonces Él salió de la casa y volvió a andar por la calle. Poco después vio a una con el rostro y las ropas pintadas y cuyos pies estaban calzados de perlas. Y detrás de ella, andando con la lentitud del cazador, venía un joven cubierto con un manto de dos colores. Ahora bien, el rostro de la mujer era el bello rostro de un ídolo y los ojos del hombre brillaban de concupiscencia.
Y Él los siguió rápidamente y, tocando la mano del joven, le dijo:
- ¿Por qué miras a esta mujer de esta guisa?
Y el joven se volvió y, al reconocerlo, le dijo:
- En tiempos fui ciego y Tú me devolviste la vista. ¿Qué otra cosa iba a mirar?
Y Él se adelantó corriendo y tocó las ropas pintadas de la mujer, preguntándole:
- ¿No conoces otro camino que no sea el del pecado?
Y la mujer se volvió y, al reconocerle, le dijo riendo:
- En tiempos perdonaste mis pecados, y este camino me resulta agradable.
Y entonces Él salió de la ciudad.
Y cuando ya hubo salido de la ciudad vio a un joven sentado al lado del camino, llorando.
Y Él se le acercó y, poniendo la mano sobre los rizos de su cabello, le preguntó:
- ¿Por qué lloras?
Y el joven levantó la mirada y, al reconocerle, contestó:
- En tiempos estuve muerto y Tú me resucitaste de entre los muertos. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino llorar?

cafe
23/12/2003, 11:18
Un clasico de Oscar Wilde.. Otro relato muy emotivo es el del Principe Feliz..

juanerick
23/12/2003, 11:56
EXACTO CAFE, ESTABA LEYENDO ESTE CUENTO Y NO SABES LA DESAGRADABLE SORPRESA DE ENCONTRAR QUE FALTABA LA PARTE DESPUES DE CUANDO MUERE LA GOLONDRINA Y ES ENCONTRADA POR LOS TRABAJADORES."UNA VERDADERA PENA CUANDO LOS LIBROS SON MUTILADOS"
ES UN CUENTO MUY BONITO DONDE HAY UN "COMBATE" ENTRE EL EGOISMO ( DE LOS HOMBRES) Y EL AMOR AL PROJIMO (DE LA ESTATUA Y LA GOLONDRINA).
UN ABRAZO AMIGO, TE DESEO UNA FELIZ NAVIDAD Y QUE EL 2004 CUMPLAS TUS OBJETIVOS, METAS, ESPERANZAS Y SUEÑOS QUE TE HAS PROPUESTO Y LOS QUE VENGAN.

- PARA LOS QUE NO LO HAYAN LEIDO Y DESEEN HACERLO , AHI LES VA.

------------------El Príncipe Feliz----------------------
OSCAR WILDE



Dominando toda la ciudad, sobre una elevada columna, se erguía la estatua del Príncipe Feliz. Estaba enteramente cubierta por delgadas hojas de oro fino, tenía por ojos dos brillantes zafiros y un gran rubí rojo resplandecia en el puño de su espada. Era, en verdad, muy admirado.

—Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los concejales, que deseaba adquirir fama de tener gusto artístico-. Sólo que no tan útil -añadió, temiendo que la gente le tuviera por poco práctico, cosa que no era en realidad.

—¿Por qué no has de ser como el Príncipe Feliz? -preguntó una madre sensata a su hijito que lloraba pidiendo la luna-. Al Príncipe Feliz nunca se le ocurre llorar por nada.

—Me alegro de que haya alguien completamente feliz en el mundo - murmuró un desengañado mirando la maravillosa estatua.

—Parece un ángel -dijeron los hospicianos al salir de la Catedral con sus brillantes capa rojas y sus limpios dentales blancos.

—¿Cómo lo sabéis? -objetó el profesor de matemáticas-. Nunca habéis visto ninguno.

—¡Claro que sí, en sueños! -contestaron los niños; y el profesor de matemáticas frunció el ceño y adoptó un aire severo, pues no aprobaba que los niños soñasen.

Una noche voló sobre la ciudad una pequeña golondrina. Sus amigas se habían ido a Egipto seis semanas anles, pero ella se había rezagado porque estaba enamorada del más hermosos de los juncos. Lo había conocido al empezar la primavera, mientras volaba río abajo persiguiendo a una mariposa amarilla, y le había atraído tanto su esbelto talle que se había detenido a hablarle.

—¿Te amaré? -dijo la golondrina, que era partidaria de no andar con rodeos; y el junco le hizo una gran reverencia.

Y la golondrina voló y revoloteó a su alrededor, y al tocar el agua con sus alas dibujaba ondas de plata. Era su manera de hacer la corte, y duró todo el verano.

—Es una predilección absurda -gorjeaban las otras golondrinas-. Dinero no tiene en absoluto y parientes, demasiados.

Y en verdad que el río estaba completamente lleno de juncos. Después, cuando llegó el otoño, todas se fueron volando. Entonces la golondrina empezó a sentirse sola y a cansarse de su amor.

—No tiene conversación -decía- y mucho me temo que resulte muy frívolo, porque está siempre coqueteando con el viento.

Y efectivamente, cuando soplaba el viento, el junco hacía las más graciosas reverencias.

—A mí me gusta viajar y a mi amor ha de gustarle viajar también. ¿Quieres venir conmigo? -le dijo por fin.

Pero el junco movió la cabeza: tan apegado estaba a su hogar. -¡Has estado jugando conmigo! Me voy a las Pirámides, iadiós! -y se echó a volar.

Voló todo el día y por la noche llegó a la ciudad. -¿Dónde me posaré? -se dijo-. Espero que la ciudad haya hecho preparativos. Entonces distinguió la estatua sobre su elevada co lumna. -Me posaré allí -exclamó-, es un lugar buenísimo y bien ventilado- y fue a posarse justamente entre los pies de la estatua del Príncipe Feliz.

—Tengo una alcoba dorada -se dijo quedamente al mirar alrededor preparándose a dormir; pero en el momento en que metía la cabeza bajo el ala cayó sobre ella un gran gota de agua. -¡Qué cosa tan curiosa! - dijo-, no hay ni una sola nube en el cielo, las estrellas aparecen enteramente claras y brillantes y, sin embargo, está lloviendo. El clima del norte de Europa es realmente horrible. Al junco le gustaba la lluvia, pero era por puro egoísmo. Entonces cayó otra gota. -¿Para qué sirve una estatua si no puede resguardar de la lluvia? -dijo-. Tengo que buscarme una buena chimenea -y decidió marcharse.

Pero antes de que abriera las alas cayó una tercera gota; la golondrina miró hacia arriba, y vio... ¡Ah! ¿qué fue lo que vio? Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y lágrimas corrían por sus doradas mejillas. Su rostro resultaba tan hermoso a la luz de la luna que la golondrina se compadeció. -¿Quién eres? - dijo. -Soy el Príncipe Feliz. -Entonces, ¿por qué lloras? Casi me has empapado. -Cuando estaba vivo y tenía un corazón humano -contestó la estatua- no sabía lo que eran las lágrimas, pues vivía en el palacio de Sans-Souci, donde no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en eljardín, y por la noche dirigía el baile en el gran salón. Alrededor del jardín había un muro muy elevado, pero nunca me preocupé de preguntar qué podía hihpr mfl<; allfl tan hermoso era todo a mi alrededor. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz, y verdaderamente lo era, si el placer es la felicidad. Así viví y así morí. Y ahora, que estoy muerto, me han colocado aquí tan alto que puedo ver toda la fealdad y la miseria de mi ciudad, y aunque mi corazón es de plomo no puedo menos de llorar. "¡Cómo! ¿No es de oro puro?" dijo para sí la golondrina. Era demasiado bien educada para hacer observaciones personales en alta voz.

—Allá lejos -continuó la estatua con una voz suave y musical-, allá lejos en una callejuela hay una pobre casucha. Una de las ventanas está abierta y a través de ella veo a una mujer sentada a la mesa. Tiene el rostro enflaquecido y macílento, y sus manos, ásperas y rojas, están llenas de pinchazos de la aguja, pues es costurera. Está bordando pasionarias en un vestido de raso que ha de llevar en el próximo baile de corte la más encantadora de las damas de honor de la Reina. En una cama, en un rincón, yace su hijito enfermo. Tiene fíebre y pide naranjas Su madre no tiene para darle sino agua del río y por eso llora. Golondrina, golondrina, golondrinita, ¿no querrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están clavados .a este pedestal y no puedo moverme.

—Me esperan en Egipto -dijo la golondrina-. Mis amigas vuelan arriba y abajo sobre el Nilo, hablando con las grandes flores de loto. Pronto se irán a dormir a la tumba del gran Rey. El Rey en persona está allí, en su pintado ataúd. Está envuelto en lienzo amarillo y embalsamado con especias. Lleva alrededor del cuelo una cadena de jade verde pálido, y sus manos son como hojas marchitas. -Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡El niño tiene tanta sed y la madre está tan triste! -Creo que no me gustan los niños -contestó la golondrina-. El verano pasado, cuando estaba en el río, había dos niños mal educados, hijos del molinero, que siempre me estaban tirando piedras. No me dieron nunca, claro está: las golondrinas volamos demasiado bien para eso y además pertenezco a una familia famosa por su agilidad; pero de todos modos era una falta de respeto.

Pero el Príncipe Feliz parecía tan desgraciado que a la golondrina le dio pena. -Hace aquí mucho frío -dijo-, pero me quedaré contigo una noche y seré tu mensajera. -Gracias, golondrinita -dijo el Príncipe. La golondrina arrancó pues el gran rubí de la espada del Príncipe y voló, con él en el pico, sobre los tejados de la ciudad. Pasó por la torre de la catedral, con sus ángeles esculpidos en mármol blanco. Pasó por el palacio y oyó música de baile. Una hermosa joven se asomó al balcón con su enamorado. -¡Qué maravillosas son las estrellas -le dijo él a ella-, y qué maravilloso es el poder del amor! -Espero que tendré a tiempo el traje para el baile ofícial -contestó ella-; he encargado que borden en él pasionarias, pero las costureras, ison tan perezosas! Paso sobre el río y vio los faroles que colgaban de los mástiles de los navíos. Pasó sobre el ghetto, y vio a los viejos judíos, regateando unos con otros y pesando el dinero en balanzas de cobre. Finalmente llegó a la pobre casucha y ntiró al interior. El nino se agitaba febrilmente en la cama y la madre, de puro cansada, se había quedado dormida. La golondrina saltó dentro y depositó el gran rubí sobre la mesa, junto al dedal de la mujer. Después voló suavemente alrededor de la cama, abanicando la frente del niño con sus alas. -¡Qué fresquito siento! -dijo el nino-. Debo de estar poniéndome mejor -y se sumergió en un delicioso sueño.

Entonces la golondrina volvió junto al Príncipe y le contó lo que había hecho. -Es curioso -observó-, pero el caso es que me noto muy caliente a pesar del frío que hace. -Es porque has hecho una buena acción -repuso el Príncipe. Y la golondrinita se puso a meditar y después se quedó dormida. Siempre que meditaba se dormía. Al amanecer voló hacia el río y se bañó. -¡Qué fenómeno tan interesante! -dijo el profesor de ornitología al cruzar el puente-. ¡Una golondrina en invierno! Y escribió sobre ello un largo artículo en el periódico local. Todo el mundo lo comentó: ¡Estaba tan lleno de palabras que no se entendía!

—Esta noche me voy a Egipto -decía la golondrina, se sentía muy animada ante tal proyecto. Visitó todos los monumentos públicos y permaneció mucho rato en lo alto del campanario de la iglesia. Los gorriones gorjeaban al verla pasar y decían: -¡Qué viajera tan distinguida! Así que lo pasó muy bien.

Cuando salió la luna, voló hasta el Príncipe Feliz. -¿Tienes algún recado para Egipto? -gritó-. Voy a marcharme. -Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-; ¿no te quedarás conmigo otra noche? -Me esperan en Egipto -respondió la golondrina-. Mañana, mis amigas volarán hasta la segunda catarata. El hipopótamo se tiende allí entre los juncos, y en un gran trono de granito se sienta el dios Memnón. Durante toda la noche contempla las estrellas, y cuando brilla el lucero matutino lanza un grito de júbilo y después queda silencioso. A mediodía los rubios leones llegan a beber a la orilla del río; sus ojos semejan verdes aguamarinas y su rugido es más fuerte que el de la catarata.

—Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-. Allá lejos, al otro extremo de la ciudad, veo un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y junto a él, en un vaso, hay un ramo de violetas marchitas. Tiene el pelo castaño y rizado, si labios son tan rojos como las granadas y sus ojos grandes y sofíadores. Trata de acabar una comedia para el director del teatro, pero está tan aterido que no puede seguir escribiendo. No hay fuego en su hornilla y se ha desmayado de hambre.

—Me quedaré contigo una noche más -afirmó la golondrina que realmente tenía buen corazón-. ¿Tengo que llevarle otro rubí? -¡Ay, ya no tengo rubíes! -dijo el Príncipe-; mis ojos son lo único que me queda. Están formados por dos raro zafíros traídos de la India hace mil años. Arráncame uno de ellos y llévaselo; lo venderá a un joyero y comprará comida y leña y acabará su comedia.

—Querido Príncipe -dijo la golondrina-, no puedo hacer eso -y comenzó a llorar.

—Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-, has lo que te pido. La golondrina arrancó, pues, un ojo al Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era muy fácil llegar a su lado porque había un agujero en el tejado y la golondrina, precipitándose por él entró en el cuartucho. El joven tenía la cabeza entre las manos, así que no oyó su aleteo, y cuando levantó la vista se encontró el hermoso zafiro sobre las violetas marchitas.

—Empiezo a ser apreciado -exclamó-; esto debe venirme de algún admirador. Ya puedo acabar mi comedia -y parecía completamente feliz. Al día siguiente la golondrina voló al puerto. Posada en el mástil de un gran navío contempló a los marineros que levantaban enormes cofres valiéndose de maroma. "¡Ea, arriba!", gritaban cada vez que llegaba a lo alto uno de los cofres. -Me voy a Egipto -decía la golondrina. Pero nadie se fíjaba en ella; y cuando salió la luna volvió junto al Príncipe Feliz.

—Vengo a decirte adiós -gritó.

—Golondrina, golondrina golondrinita -dijo el Príncipe-; ¿no te quedarás conmigo otra noche?

—Estamos en inviemo -contestó la golondrina- y pronto se presentará la fría nieve. En Egipto, el sol calienta sobre las verdes palmeras y los cocodrilos descansan en el fango y miran perezosamente a su alrededor. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbec y las palomas, rosadas y blancas, las contemplan y se arrullan. Tengo que dejarte, querido Príncipe, pero no te olvidaré nunca y la primavera que viene te traeré dos hermosas piedras preciosas para sustituir a las que has regalado. El rubí será más rojo que una encendida rosa, y el zafíro será tan azul como el vasto mar.

—Abajo, en la plaza -dijo el Príncipe Feliz-, hay una pequeña vendedora de cerillas. Las cerillas se le han caído al suelo y se han estropeado. Su padre le pegará si no lleva dinero a casa, y está llorando. No tiene zapatos ni medias y lleva la cabeza descubierta. Arranca mi otro ojo y dáselo y su padre no le pegará. -Me quedaré contigo una noche más -dijo la golondrina-, pero no puedo arrancarte el ojo. Entonces te quedarías ciego.

—Golondrina, golondrina, golondrinita -dijo el Príncipe-, haz lo que te pido. La golondrina arrancó, pues, el otro ojo al Príncipe y descendió con él. Voló junto a la cerillera y deslizó la joya en la palma de su mano. -¡Qué cristal tan precioso! -gritó la pequeña. Y echó a correr hacia su casa riendo.

Entonces la golondrina volvió junto al Príncipe: -Ahora estás ciego - dijo-; así que me quedaré contigo para siempre. -No, golondrinita - dijo el pobre Príncipe; tienes que ir a Egipto. -Me quedaré contigo para siempre -dijo la golondrina. Y se durmió a los pies del Príncipe. Todo el día siguiente estuvo posada en su hombro y le contó las cosas que había visto en comarcas extrañas. Le habló de los ibis rojos que forman largas hileras a los iados del Nilo y cogen con el pico doradas carpas; de la Esfínge, que es tan vieja como el mundo, y vive en el desierto y todo lo sabe; de los mercaderes que caminan lentamente al lado de sus camellos y llevan en la mano collares de ámbar; del Rey de las Montañas de la Luna, que es tan negro como el ébano y adora un enorme cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la que alimentan veinte sacerdotes con pasteles de miel; y de los pigmeos que navegan sobre un lago en anchas hojas planas y están siempre en guerra con las mariposas.

—Querida golondrina -dijo el Príncipe-. Me cuentas cosas maravillosas, pero lo más maravilloso de todo es el sufrimiento humano. No hay misterio mayor que la miseria. Golondrinita, vuela sobre mi ciudad y cuéntame lo que veas. La golondrina voló, pues, sobre la gran ciudad, y vio a los ricos gozando en sus mansiones mientras los pobres se sentaban a sus puertas. Voló sobre oscuras callejuelas y vio las pálidas caritas de los niños hambrientos que miraban en silencio las tenebrosas calles. Bajo el arco de un puente, dos niños, tratando de calentarse, descansaban uno en brazos de otro. -iCuánta hambre tenemos!-decían. -No se puede estar ahí -dijo el guarda. Y tuvieron que marcharse a vagar bajo la lluvia. Luego regresó y contó al Príncipe lo que había visto.

—Estoy recubierto de oro fino -dijo el Príncipe-, arráncalo, hoja a hoja, y llévalo a mis pobres; los que viven creen siempre que el oro puede hacerlos felices. Hoja tras hoja arrancó la golondrina el oro fino, hasta que el Príncipe Feliz quedó completamente opaco y gris. Hoja tras hoja la llevó a los pobres, y los rostros de los niños se colorearon y rieron y jugaron en la calle. -¡Ya tenemos pan! - gritaban.

Después llegó la nieve, y tras la nieve, el hielo. Las calles, de puro brillantes y resplandecientes parecian de plata; largos carámbanos, semejantes a dagas de cristal, colgaban de los aleros de las casas; todo el mundo sálía envuelto en pieles y los niños pequeños llevaban gorros escarlata y patinaban sobre el hielo.

La pobre golondrinita tenía cada vez más frío, pero no quería dejar al Príncipe; tanto le amaba. Picoteaba las migajas a la puerta del panadero cuando el panadero no la veía, y trataba de calentarse agitando las alas. Por fín, supo que iba a morir. Con las fuerzas que le quedaban voló hasta el hombro del Príncipe Feliz.

—Adiós, querido Príncipe -murmuró-; ¿me dejas que te bese la mano? - Me alegro de que por fín te vayas a Egipto, golondnnita -dijo el Príncipe-; has permanecido aquí demasiado tiempo; pero puedes besarme en los labios, porque te quiero. -No es a Egipto donde me voy -dijo la golondrina-. Voy a la Casa de la Muerte. La Muerte es hermana de Sueño,¿no?

Y besó al Príncipe Feliz en los labios y cayó muerta sus pies.

En aquel momento se oyó un curioso crujido dentro de la estatua, como si algo se hubiera roto en su interior. El caso es que el corazón de plomo se había partido en dos. Verdaderamente hacía un frío espantoso. Al día siguiente por la mañana se paseaba el alcalde por la plaza en compañía de los concejales. Al llegar junto a la columna, miró a la estatua.

—iHombre! ¡Qué andrajoso está el Príncipe Feliz! -dijo.

—Muy andrajoso, ya lo creo -exclamaron los concejales que estaban siempre de acuerdo con el alcalde. Y subieron a contemplarlo.

—El rubí de la espada se le ha caído, no tiene ojos y ya no es dorado -dijo el alcalde-; en resumen: ¡poco más que un pordiosero!

—¡Poco más que un pordiosero! -repitieron los concejales.

—Y hay un pájaro muerto a sus pies -continuó el alcalde-. Tenemos que dar una orden prohibiendo a los pájaros morirse aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota de la idea.

Luego quitaron la estatua del Príncipe Feliz.

—Como ya no es bonita, no sirve para nada -dijo el profesor de arte de la Universidad.

Fundieron la estatua en un horno, y el alcalde convocó una reunión municipal para decidir lo que se haría con el metal.

—Por supuesto -dijo-, haremos otra estatua; y puede ser la mía.

—La mía -indicó cada uno de los concejales; y se pi sieron todos a discutir. La última vez que oí hablar de ellos seguían discutiendo.

—iQué cosa tan rara! -dijo el fundidor-. Este partido corazón de plomo se resiste a fundirse. Tendremos que tirarlo.

Y lo arrojaron a un basurero, en el cual yacía también la golondrina muerta.

—Tráeme las dos cosas más preciosas que encuentres en la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles. Y el ángel le llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

—Has escogido bien -dijo Dios-, pues este pajarillo cantará eternamente en mi jardín del Paraíso, y en mi ciudad de oro me glorifícará el Príncipe Feliz.

cafe
23/12/2003, 12:06
Gracias Juan..

Igual yo tambien te deseo una buena navidad y un mejor año 2004..

Otro cuento es el de "El pescador y su alma..", hay uno que lo recuerdo desde niño, "El gigante egoista"..


Saludos,..

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PD.. me voy a morir.. /foros/images/icons/frown.gif

juanerick
23/12/2003, 12:29
SE AGRADECE LOS BUENOS DESEOS AMIGO MIO, PERO AL PASO QUE VAMOS EN MI PAIS CON ESTE PRESIDENTE Y DEMAS PODERES.
¡¡¡ QUE DIOS SE APIADE DE NOSOTROS Y NOS COJA CONFESADOS!!!!

OYE HERMANO, QUE PD. QUE ES ESO DE "ME VOY A MORIR", TODOS ALGUNA VEZ VAMOS A DAR ESTE PASO Y ENTRAR A OTRA ETAPA. PERO QUIEN SIEMBRA BUENAS OBRAS COSECHA BENDICIONES, ASI QUE DEJESE DE ESTAR PESIMISTA.