apostolvs
04/11/2003, 09:52
En estos días celebramos la fiesta de Todos los Santos. Fiesta de todos aquéllos que ya están en las alturas celestiales, disfrutando de la infinitud de Dios.
El cielo, contra lo que muchos imaginan, no es un lugar aburrido, sino una continua renovación de felicidad. Para imaginarlo basta con pensar en la infinidad de mundos que existen en este universo visible. Los astrónomos calculan que existen en el universo varios miles de millones de galaxias. Cada una de estas galaxias, como la nuestra, tiene unos cien mil millones de estrellas, alrededor de las cuales pueden girar una decena de planetas. Aunque pudiésemos viajar de forma instantánea a cualquier punto del universo, no tendríamos tiempo de visitar ni una ínfima parte de los mundos existentes.
Supongamos que dedicásemos un solo segundo a visitar una de estas estrellas. Nos encontramos con que un hombre que viva cien años sólo podría visitar -repito durante un único segundo- la tercera parte de las estrellas de nuestra propia galaxia...
Sobran los comentarios. Es evidente que este universo no está hecho a la medida del hombre. Se necesitaría una eternidad con decenas de miles de millones de años para visitar cada una de las estrellas que existen en el universo...
¿De verdad alguien piensa aún que el Cielo es aburrido? Y todo esto si nos limitamos a este universo físico, que los astrónomos ni siquiera han empezado a vislumbrar.
Dios es, por definición, el INFINITO. La Biblia nos dice que los cielos, y los cielos de los cielos no pueden contenerLo (1 Reyes 8:27). Incluso este universo físico que nosotros podemos ver es una nimiedad en comparación con la magnitud divina. No es posible aburrirse en un lugar infinito como el Cielo, donde Dios mismo será la recompensa de los santos.
Resulta muy difícil para seres finitos como los hombres definir la Infinitud que representa Dios. San Pablo nos cuenta en 2 Corintios 12:1-4 que en una ocasión fue "arrebatado al Tercer Cielo" y que "Cosas que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni ha concebido el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que Le aman".
Santa Teresa de Ávila coincide con San Pablo en su ascensión al Paraíso, y en la imposibilidad de definir con palabras lo que allí vió:
«Ibame el Señor mostrando grandes secretos... Quisiera yo dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sola la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allí se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece muy desgastada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de luz que el Señor me daba entender como un deleite tan soberano que no se puede decir; porque todos los sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más."
Un caso más definido es el de la mística Francisca Javiera del Valle que describe así su viaje al Reino de Dios:
...allá... en inmensas y dilatadas alturas, fue arrebatada mi alma por una fuerza misteriosa y con tanta sutileza, que así como nuestro pensamiento, en menos tiempo de abrir y cerrar los ojos, recorre de un confín a otro confín, allí con esa mayor ligereza me veía allá, en aquellas inmensas y dilatadas alturas, donde siempre están todos como en el centro de Dios metidos, vayan donde vayan, recorran lo que quieran. Siempre se hallan en el centro de Dios y siempre arrebatados con Su divina hermosura y belleza. Porque Dios es océano inmenso de maravillas y también como esencia que se derrama, y siempre está derramándose. Y como lo que se derrama son las grandezas y hermosuras, dichas y felicidades y cuanto en Dios se encierra, siempre el alma está como nadando en aquellas dichas, felicidades y glorias que Dios brota de Sí. Es Dios cielo dilatado y por eso siempre se está viendo y gozando nuevos cielos, con inconcebibles bellezas y hermosuras, y todas estas bellezas y hermosuras siempre las ve y las goza el alma como en el centro de Dios. Y recorriendo aquellos anchurosos cielos nuevos siempre el alma se halla eternamente feliz.
pax
www.geocities.com/apostolvs
El cielo, contra lo que muchos imaginan, no es un lugar aburrido, sino una continua renovación de felicidad. Para imaginarlo basta con pensar en la infinidad de mundos que existen en este universo visible. Los astrónomos calculan que existen en el universo varios miles de millones de galaxias. Cada una de estas galaxias, como la nuestra, tiene unos cien mil millones de estrellas, alrededor de las cuales pueden girar una decena de planetas. Aunque pudiésemos viajar de forma instantánea a cualquier punto del universo, no tendríamos tiempo de visitar ni una ínfima parte de los mundos existentes.
Supongamos que dedicásemos un solo segundo a visitar una de estas estrellas. Nos encontramos con que un hombre que viva cien años sólo podría visitar -repito durante un único segundo- la tercera parte de las estrellas de nuestra propia galaxia...
Sobran los comentarios. Es evidente que este universo no está hecho a la medida del hombre. Se necesitaría una eternidad con decenas de miles de millones de años para visitar cada una de las estrellas que existen en el universo...
¿De verdad alguien piensa aún que el Cielo es aburrido? Y todo esto si nos limitamos a este universo físico, que los astrónomos ni siquiera han empezado a vislumbrar.
Dios es, por definición, el INFINITO. La Biblia nos dice que los cielos, y los cielos de los cielos no pueden contenerLo (1 Reyes 8:27). Incluso este universo físico que nosotros podemos ver es una nimiedad en comparación con la magnitud divina. No es posible aburrirse en un lugar infinito como el Cielo, donde Dios mismo será la recompensa de los santos.
Resulta muy difícil para seres finitos como los hombres definir la Infinitud que representa Dios. San Pablo nos cuenta en 2 Corintios 12:1-4 que en una ocasión fue "arrebatado al Tercer Cielo" y que "Cosas que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni ha concebido el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que Le aman".
Santa Teresa de Ávila coincide con San Pablo en su ascensión al Paraíso, y en la imposibilidad de definir con palabras lo que allí vió:
«Ibame el Señor mostrando grandes secretos... Quisiera yo dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sola la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allí se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece muy desgastada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de luz que el Señor me daba entender como un deleite tan soberano que no se puede decir; porque todos los sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más."
Un caso más definido es el de la mística Francisca Javiera del Valle que describe así su viaje al Reino de Dios:
...allá... en inmensas y dilatadas alturas, fue arrebatada mi alma por una fuerza misteriosa y con tanta sutileza, que así como nuestro pensamiento, en menos tiempo de abrir y cerrar los ojos, recorre de un confín a otro confín, allí con esa mayor ligereza me veía allá, en aquellas inmensas y dilatadas alturas, donde siempre están todos como en el centro de Dios metidos, vayan donde vayan, recorran lo que quieran. Siempre se hallan en el centro de Dios y siempre arrebatados con Su divina hermosura y belleza. Porque Dios es océano inmenso de maravillas y también como esencia que se derrama, y siempre está derramándose. Y como lo que se derrama son las grandezas y hermosuras, dichas y felicidades y cuanto en Dios se encierra, siempre el alma está como nadando en aquellas dichas, felicidades y glorias que Dios brota de Sí. Es Dios cielo dilatado y por eso siempre se está viendo y gozando nuevos cielos, con inconcebibles bellezas y hermosuras, y todas estas bellezas y hermosuras siempre las ve y las goza el alma como en el centro de Dios. Y recorriendo aquellos anchurosos cielos nuevos siempre el alma se halla eternamente feliz.
pax
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