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Juan Pablo
03/09/2003, 18:25
Vivir conectado a la red podría generar una nueva patología: “desorden compulsivo online”

Varios especialistas estudian la obsesión de algunos usuarios que no pueden dejar de conectarse a Internet. Dicen que podría atentar contra la creatividad y la productividad de las personas.
Por Mariana Nisebe. De la Redacción de Clarín.com.

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Gabriel Salomón no sólo trabaja en un portal de Internet sino que habla con sus padres y hermanos a través de los mensajeros, estudia online, tiene una cámara digital para controlar a su hija, nunca olvida la palm ni el celular y hasta compra el pedido mensual del supermercado vía web. Los casos como el suyo comienzan a abundar: cada vez son más las personas que necesitan vivir conectadas para recibir permanentemente información, ya sea vía Internet, correo electrónico o a través de la palm. La psiquiatría ha dado un nombre a este fenómeno: “desorden compulsivo online” u “OCD”, según sus siglas en inglés.

Según los expertos, esta compulsión a la estimulación constante, producida por la información "entrante" satisface una necesidad pero en las personas que realizan varias tareas al mismo tiempo se traduce con frecuencia en una reducción del nivel de concentración, productividad y creatividad. “Al principio sólo usaba Internet para averiguar algunos temas que me interesaban, ahora la uso para todo; desde pagar mis cuentas, averiguar y reservar mis vacaciones hasta controlar a mi hija”, explicó Salomón. Con el tiempo, confesó: “mi mujer empezó a recriminarme la falta de espacio para la familia; además noté que rendía menos e incluso mi humor había cambiado y no sabía cómo manejarlo”.

Como le sucede a Salomón, a muchas personas les resulta común estar sentadas durante una reunión utilizando una palm e intercambiar mensajes con alguien que está en el mismo lugar o ir a ver un partido de fútbol de sus hijos y leer las noticias en sus dispositivos móviles en lugar de conversar con los otros padres. Sin embargo, respecto al uso abusivo de la tecnología, hay opiniones contrarias. Están quienes ven en estas conductas una adicción no química y quienes, como Helena Matute, catedrática de psicología de la Universidad de Deusto (España) afirman que la adicción a Internet no existe.

Matute es partidaria de la teoría del Manual de Desórdenes Mentales editado por la Asociación Americana de Psiquiatría que no considera ninguna adicción no química, debido a que éstas se definen según la sustancia que las causa. Según este razonamiento, las llamadas adicciones a Internet, al juego, al sexo y a las compras son comportamientos compulsivos. La licenciada en Psicología María Cecilia Soriani acuerda con esta tesis. “El estar conectado las 24 horas puede ser un hábito que genere perjuicios para la salud y la vida social como la pérdida de las relaciones interpersonales, el sedentarismo y la pérdida de la comunicación”, explicó consultada por Clarín.com.

Según la definición más conocida, el OCD (http://www.nimh.nih.gov/publicat/spanocd.cfm) es uno de los trastornos de la ansiedad; una condición potencialmente debilitante y que puede perdurar a través de los años. El individuo que padece esta alteración queda atrapado en un esquema de pensamientos y conductas repetitivas que carecen de sentido. Luego, estas se tornan cada vez más angustiantes y difíciles de vencer. Los desórdenes obsesivos-compulsivos ocurren dentro de una gama de matices, pero si un caso es severo y no se trata, puede destruir la capacidad de una persona para funcionar en el trabajo, la escuela, o hasta en la casa.

Gabriel Salomón cuenta que le costó reconocer su obsesión por la tecnología pero que ahora, con terapia, intenta manejarla. “Ver a un profesional fue la condición que puso mi familia” explicó, mientras destacaba que a esa altura ya empezaba a sentirse agotado físicamente y no podía concentrarse en lo que estaba haciendo. “A veces pasaba más de diez horas navegando; muchas veces casi sin levantarme de la silla”, agregó. Edward Hallowell, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Harvard (EE.UU) y John Ratey profesor adjunto de la misma casa investigan las influencias de la tecnología sobre el alcance de la atención, la creatividad y la concentración. Ellos son los que acuñaron un nuevo término para describir estos síntomas: desorden de déficit pseudoatencional.

Algunos de los casos por ellos abordados demostraron un deterioro en el desarrollo de la memoria, el cual atribuyen sin rodeos a la influencia de la tecnología y el ritmo de la vida moderna. “Sienten frustración con los proyectos a largo plazo y demandan físicamente la estimulación de controlar el correo de voz o electrónico y de atender el teléfono”, explican. En sintonía, David Meyer, profesor de Psicología de la Universidad de Michigan (EE.UU), se centra directamente en la falta de productividad. “Quienes alternan entre tareas como intercambiar mensajes electrónicos y escribir un informe, pierden más de tiempo que si terminan una antes de comenzar la otra”.

La licenciada Soriani va más allá: “las nuevas tecnologías no son el problema, sino el uso que se hace de ellas” asegura, y añade un ejemplo: “para un niño una computadora o el televisor pueden permitirle ampliar algunos de sus conocimientos pero también pueden limitar la capacidad de inventiva, la capacidad creadora; este es el caso de los videojuegos que no permiten el despliegue de procesos de simbolización, sino que encierran al niño en un círculo de repeticiones de modo mecanicista”.





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