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Ver la versión completa : Cronica de un suicidio



Camael
31/05/2003, 15:56
Las cinco de la tarde; en el sofa de siempre, viendo a la gente de siempre... aburrido, como siempre. ¿Porque estar aquí? Debe de haber una manera de salir, vamos, piensa. Escuchas la conversación telefónica de una borderline que le cuenta a su amiga como intentó ahorcarse en la ducha con la correa de su maleta y como la encontró su compañera de cuarto justo a tiempo para salvarla... Que lástima no tener correas en la maleta. Pero seguro hay algo que puedas hacer.
Las seis y media de la tarde; sigues en el mismo sofá de antes; no te has movido ni un centímetro, sigues pensando, hasta que por fin aparece la forma de lo que parece ser una idea. Te concentras aún más intentando definirla. Suenan las siete y ya lo has conseguido; los cordones de las bambas; los juntas y ya está: tienes una magnífica soga para hacerlo. El momento, después de cenar: no te consideran peligroso, así que no te vigilan, estarás solo en tu habitación hasta las ocho y media de la mañana.
Las siete y media, hora de cenar. Todos os dirigis como borregos drogados hacia el comedor; vete a saber que habrá hoy: coliflor con patatas y pescado, sopa y embutidos, carne tal vez. Intentas mostrarte normal: ahora tienes tu oportunidad y no quieres que se sospeche de que algo te pasa. Hablas con tus compañeros de mesa, sonríes... aunque comes menos de lo normal; alegas no encontrarte demasiado bien. Mientras vas pensado lo que harás en los momentos siguientes a la cena: irás a tu habitación, escribirás una carta, aunque todavía no sabes que contendrá, sacarás los cordones de sus respectivos ojales, sentado en la cama, los atarás con aquel nudo que te enseñaron en el colegio durante aquel crédito de síntesis (tiene gracia, al menos ir al colegio te ha servido para algo...), respirarás hondo y...lo harás. Lo que más te preocupa es si serás capaz de hacerlo, si no te echarás atrás en el último momento.
Se acaba la cena; ha llegado la hora. Te despides al salir del comedor de las auxiliares con un cortés buenas noches y dices que te vas a dormir, que tienes sueño, como todos los días. Parece haberse despertado en ti un sexto sentido, lo ves todo diferente, la gente, el pasillo, la puertas, las etiquetas con los nombres... quizá sea porque es la última vez que vas a ver todo aquello, no lo sabes bien. Al fin llegas a tu habitación, la 110A. Entras y cierras la puerta, hoy no quieres que nadie te moleste. Te sientas en la cama intentando ordenar tus pensamientos. Hacia las ocho sales de esta especie de shock. Te levantas y te diriges hacia el escritorio. Te sientas, coges papel y la pluma, esa pluma tan especial para ti, que con tanta ilusión compraste y de la que tan orgulloso te sentías. ¿Dónde están ahora todos esos sentimientos? No lo sabes. Ni te importa.
Empiezas a escribir; pides perdón a todo el mundo por lo que estás a punto de hacer, sabes que hará daño, pero tú ya no puedes más. Intentas transmitir todos esos sentimientos para hacerlo lo menos doloroso posible. Empiezan a brotar las primeras lágrimas; intentas retenerlas pero no puedes, pugnan por salir; nunca habían quemado tanto. Van cayendo sobre el papel a medida que escribes, haciendo que las letras se dispersen en manchas de un color negruzco. Al cabo de lo que te parece una eternidad acabas de escribir. Dejas la hoja bien centrada, con la pluma justo encima, centrada también. Perfeccionista hasta el final.
Te sientas otra vez en la cama. Te quitas las deportivas, primero la derecha y luego la izquierda. Las dejas en el suelo y coges la derecha. La colocas con cuidado, como si estuviese viva, entre tus muslos y empiezas a quitar el cordón. Nunca pensaste que fuera tan largo. Cuando acabas, inviertes el proceso: dejas en el suelo el par derecho y coges el izquierdo, que colocas igual que el anterior entre tus muslos. Al cabo de poco las deportivas yacen juntas y rectas a tus pies, sin cordones.
Unes los dos con sumo cuidado, como si estuvieras siguiendo un ritual. Haces un nudo corredero. Lo pasas alrededor de tu cuello y lo aprietas bien. Sientes como la sangre empieza a agolparse. Cierras los ojos y permaneces cincco minutos completamente quieto, en silencio total. Notas el pulso latiendo con fuerza en tu cuello. Al fin abres los ojos. Un exhalación y te levantas. Te diriges a la puerta del lavabo. la cierras bien. Te arrodillas al lado de la manija y atas el extremo de la cuerda bien corto alrededor de la torneadura del picaporte.
Y te sientas.
La cuerda se tensa bien tensada. Ya está hecho. Sólo queda esperar. Notas que el aire te falta, pero te resistes a abrir la boca. Alrededor de tus ojos empiezan a aparecer puntitos negros; parece que te saluden alegres con su baile. Sientes como ya empiezas a irte, te vas desmayando poco a poco. Y justo entonces...
...el nudo se escurre. Acabas de perder tu oportunidad.