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RodolfoCarmona
06/02/2003, 15:57
El volcán ha estallado, la palabra surge como lava, como lapilli de azufre que nos quema por dentro. La palabra se conforma con un café y un cigarrito cubano. En algún lugar de la pradera encontré mi abecedario, descorrí la cortina del aire y apareció la metáfora de una sirena con mil vocales y un millón de consonantes por escamas.
La tarde anda desnuda por el cielo, sus colores repican en la capilla del mar como un nocturno de Chopin de madrugada. Lo imposible se retuerce en la espuma de una ola, en la estela donde descubrió Machado los enigmas del camino. Un barco de pesca levanta las redes de la vida y aparecen dos gallinetas, un mero y los restos del último recuerdo. Como si llegara hasta aquí el peso de lo nuestro, como si todo el ayer de Egipto bajo el oasis de El Behaniya se al alzara de repente en el punto exacto donde soñabamos la vida de Cleopatra hasta que descubrimos que no son sueños lo que el amor necesita.
Un poste de teléfono, una sombrilla, una pizarra infantil, un paraguas, una bici sin ruedas, una tabla partida, dos tinajas canarias y una rima asonante. Un gato caminando con sigilo, un cactus, seis caracolas, un lápiz de labios rojo y una mirada. Lo ves. También el azar y lo cotidiano escriben poemas sin olvidarse de Séneca.
En la calle Corrientes han abierto un taller literario donde Sábato no sabe escribir y en París, Cortazar, dice no al amor e inventa relatos como planetas de oro. En la plaza de España se venden libros usados que no tienen autor para soñarlos. Lo vivo se esconde en las páginas de la calle. Asomada a la ventana un señora agita la alfombra del salón y recorre la avenida el polvo de su historia. Y ese acto, nos guste o no, es la fiel imagen de nuestro discurrir.
El sentido de todo no se halla en los portales de la filosofía, ni en aquel estanque donde los cisnes no entienden a Joyce. No me interesan los vaivenes de la literatura, entiendo lo escrito como una pieza de música, toda palabra aspira a ser música. Todo consiste en sacar melodías de un piano invisible.
Mi duende es una tierra violada con olor a recién nacida. Es ahí donde quiero mirar para no perder los opuestos. Nada es blanco ni negro en las playas de Marte. El último tren sale a las doce. Cada vez que lo pierdes se cubre el andén con las pisadas del miedo. El último tren parte cada cinco infinitos y su raíz cuadra. No en vano el jeroglífico de un pirámide es el tablón de anuncios en una sala de embarque.
Leo a Pániker por las noches, por eso ando por la literatura y por mi mismo con palabras minúsculas sin buscar tema ni estilo. Estas variaciones apresuradas no son una novela, ni un diario o tratar de ser un otro distinto. Estas palabras son las marcas sobre un cuerpo asesinado a quemarropa. No confundamos. Como en un crimen perfecto lo imprevisto es protagonista primero y último; deambula de acá para allá cuanto le place, sin reparar en miradas ajenas.
La locura también forma parte del juego. Está ahí. Nos ronda, nos prueba, nos conoce, nos moldea como personajes en “Alguien vuela sobre el nido del cuco”. La locura consciente es la única forma honrada de estar en el mundo. A no ser que aspiremos a convertimos en seres perfectamente peinados y vestidos, pendientes de que la racha de viento no agite nuestro pelo engominado.
Hay una multitud de perdedores, ciudadanos del lado amargo de la luna, una jauría de tipos con esmoquin, los reyes del mambo y una clase de mujer a la que no puedes decir que no. Existen ecuaciones insolubles, verdades absolutas que no pueden ser demostradas, certezas que sólo tú sientes como tales. Pululan escritores aspirando a notario de provincias. Buscadores de prosa con que rellenar mil escrituras. Dejémosle a ellos el dudoso placer de no jugar con el lenguaje.
Como un maharajá venido a menos vendemos los últimos fulgores, las viejas tierras, los robles del parque. Vendemos la mitad de lo no sido con cara de portero de prostíbulo. Perdemos las acciones del atrevimiento un año 29 por semana.
Enterremos los despojos, las heridas, el rencor, las ganas de odiar, la patria, el cuerpo corrompido. Soterremos los rumores, las noches del Fhürer, la última voluntad, el testamento del padre, el beso de Judas y el santo sepulcro. Sepultemos las horas de luto y las mil cobardías del espíritu. Acudamos a la cita con la libertad y la literatura.
El camarero nos sirve la última tres horas antes de cerrar mientras fenece la tarde en el desmayo de Borges. Llega la noche silbando a Sabina, acariciando el lunar de colores de una [censurado] cualquiera.