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Ver la versión completa : El nominalismo



gustavoflores44
06/01/2003, 15:14
Ando buscando algo de material para un trabajo. Quien tenga.Gracias.Gustavo

cariátide22
06/01/2003, 18:51
Nominalismo



I. Estudio general. II. Nominalistas del siglo XIV.

I. ESTUDIO GENERAL. Caracterización y formas del nominalismo. Por n. se entiende en Filosofía aquella doctrina según la cual los conceptos universales no serían más que nombres, con los cuales se designarían meras colecciones de individuos concretos. Según esta noción general puede verse que el problema del n. está involucrado en cuestiones gnoseológicas, metafísicas psicológicas, etc., rozando, a su vez, con la gama de interpretaciones que cada una de estas tendencias manifiesta: conceptualismo, intuicionismo, abstraccionismo, idealismo y realismo.

En una primera aproximación, podríamos diferenciar para mayor claridad, entre realismo, conceptualismo y nominalismo. El realismo reconoce que hay una correspondencia entre las ideas y la realidad extramental, bien porque afirme que nuestros ideales corresponden a un mundo ideal de formas, bien porque sostenga que las ideas son abstraídas de las realidades concretas. El conceptualismo, por su parte, niega la existencia de tal correspondencia entre las ideas y la realidad en cualquiera de los grados en que la sostiene el realismo y reduce todo a conceptos mentales o ideas abstractas de la mente (y no de la realidad). El n. se opone a todo lo anterior, no sin hacer sus correspondientes matizaciones. Así podemos distinguir un nominalismo absoluto, el cual afirma que tanto los nombres que designan a las cosas como las cosas mismas concretas, son todos concretos y nada más. El nominalismo exagerado, llamado también en ocasiones terminismo, sostiene que no existe ni las entidades ni los conceptos de la mente abstractos: los conceptos abstractos quedan reducidos a puros nombres comunes cuya función es la de designar a diversos grupos de entidades concretas ( el n. Absoluto, negaba incluso el carácter de «comunes» a esos nombres substitutivos de los conceptos). El nominalismo moderado defiende la no existencia de entidades abstractas y la existencia de entidades concretas. La línea demarcatoria entre el conceptualismo y el n. moderado, como puede apreciarse, queda un tanto desdibujada a la hora de aplicarla históricamente a autores determinados.

Desde una perspectiva filosófica de fondo el n. deriva positivamente, de una insistencia en el singular concreto, y, negativamente, de un olvido de la realidad del conocimiento como unidad entre sujeto cognoscente y realidad conocida. Gnoseológicamente lleva así al escepticismo y relativismo. Antropológicamente el n. desemboca en un voluntarismo y en una ética de la pura acción, ya que al haber perdido el carácter unitivo del conocimiento no tiene otro camino para romper el aislamiento del sujeto que la acción por la que incide en el mundo.

De modo general, y sin pretensiones de establecer una ley histórica, podemos decir que a todo movimiento de tipo racionalista o idealista y, en menor grado, a todo periodo de fuerte tensión metafísica ha seguido un periodo de n. ligado más o menos a una especie de escepticismo. El hecho no deja de tener su lógica interna. Las filosofías racionalistas o idealistas llevan a la postre a un abstraccionismo ya una pérdida de contacto con la realidad; una metafísica realista no tiene ese riesgo, pero sí puede provocar un centrarse de la atención en las cuestiones más radicales y un cierto olvido de otros temas. Por reacción entonces la especulación se vuelve hacia la gramática, la lingüística y, en último extremo, hacia los nombres, con el consiguiente desplazamiento de las cuestiones metafísicas y de la consideración puramente racional y conceptual de lo real. El especticismo que surge ante toda aquella problemática es natural y la crítica se realiza a nivel del vocabulario, lengua y términos empleados en la especulación anterior. Así acontece, en parte, con el movimiento sofístico, tras los primeros balbuceos del despertar de la filosofía griega; con la Stoa y epicureísmo, tras los sistemas de Platón y Aristóteles; con el n. del s. XIV después de toda la especulación filosófico-teológica medieval; con el empirismo que sucede al racionalismo cartesiano; con el positivismo posterior al idealismo; con el neopositivismo tras la fenomenología y la filosofía existencial.

El nominalismo en la Antigüedad y en la Edad Media. Aunque la presentación manualística de la Historia de la Filosofía otorga un papel de primer plano y exponga la temática propia del n. al hablar de la Edad Media (y al actuar así no carece de razones, ya que en esa época el tema fue tratado con particular viveza), la preocupación por el lenguaje y las tendencias nominalistas son, como hemos apuntado, muy anteriores. Ya los sofistas se preocupan por el nombre, a propósito de la educación y la retórica. Protágoras, apoyado en Heráclito afirma la inestabilidad de lo real; la consecuencia es que sólo podemos conocer lo que impresiona nuestros sentidos de donde deriva un escepticismo y un relativismo que anula cualquier concepción universalista y absoluta de lo real. La palabra, tanto para Protágoras como para Gorgias, es el único acceso posible a lo real individual y subjetivo. La problemática de los nombres es planteada por Platón y Aristóteles sacándola del contexto nominalista y dándole un sentido más amplio y veraz el Solista de Platón, la Retórica y Categorías de Aristóteles, etc.). Por su parte, el estoicismo, asentadas sus bases sensistas y su teoría del conocimiento, del «término», de la ratio y de la res, ponen las bases para un posible n. Igualmente podemos decir del epicureísmo.

El n. adquiere un particular relieve - como decíamos - en la Edad Media y particularmente en el s. XIV. La reflexión filosófica sobre los nombres fue planteada, a los fines de la época patrística por Boecio en su comentario a la Isagogé de Porfirio, que legó así el problema a la Edad Media. Ya en ésta, la posición nominalista aparece con Adelardo de Bath, para quien sólo existen los seres concretos y singulares, siendo los nombres los únicos medios de acceder a esos individuos por medio de su teoría de los respectus. Junto a él, aparece Roscelino, para quien, negados los conceptos universales, éstos quedan reducidos únicamente a meros flatus vocis. Se trataba de una reacción al realismo de S. Anselmo y Guillerm de Champeaux. El problema medieval de los universales, venía, por otro lado, condicionado por la temática teológica del momento y no por preocupaciones estrictamente filosóficas. Únicamente podría hablarse de una consideración del lenguaje, un tanto más desligada de la teología en los gramáticos especulativos medievales de los s. XIII y XIV, preocupados por el establecimiento de los principios lógicos y comunes a todo idioma En cualquier caso, el n. del s. XIV obedece a una temática muy amplia que afecta no sólo a lo filosófico y lo teológico sino también a lo social y lo político. Por su importancia se dedica a este periodo un estudio aparte.

El nominalismo en la Edad Moderna y Contemporánea Tras el racionalismo cartesiano surge un movimiento que directa o indirectamente lleva a un nominalismo. Así Hobbes es el primero en subrayar la importancia del lenguaje y de la palabra; enraizado en una concepción sensista del conocimiento, se le presenta el pensamiento y los conceptos como algo evanescente; la palabra es la que fija e individualiza esos pensamientos, nos permite pensar por ella y con ella y nos hace accesible la comunicación a los demás por medio de los nombres y palabras. Con ello, el universal no es más que la acumulación de determinadas semejanzas observadas por los sentidos en un solo nombre; la verdad y falsedad residirá en esos nombres, y el pensamiento habrá de desarrollarse de acuerdo con determinadas y rigurosas reglas del lenguaje y de la lógica. Locke atenúa esta concepción mediante sus «ideas complejas» a las que luego se asigna un nombre. Pero es Berkeley y sobre todo Hume quienes reducen el universal y el concepto a lo concreto estrictamente y, aún más (en el caso de Hume), a meras asociaciones de imágenes sensibles dotadas de meros nombres, con ausencia total de conceptos universales, abstractos y espirituales. Todos ellos se basan en una visión empirista y sensista del conocimiento.

En el s. XX el n. adquiere la forma de neopositivismo o positivismo lógico, que al igual que el anterior positivismo, se opone a todo tipo de Metafísica, a la que pretende sustituir por un saber lógico-lingüístico unificante de todo saber humano que constituiría la «verdadera ciencia de todas las ciencias». Para este nuevo n., que podríamos calificar de absoluto en términos generales, solamente existen hechos singulares experimentables que se expresan por medio de palabras. De ahí que sus propugnadores conciben su tarea de estudio de las bases de la ciencia, como un riguroso análisis de la lógica, de la sintaxis, del lenguaje, esquematizado éste en fórmulas y símbolos convencionales y conexionados entre sí por medio de reglas sintácticas y lógicas exactas. Este positivismo lógico arranca inicialmente del Círculo de Viena, que luego se ramifica en diversas tendencias emparentadas con el análisis lingüístico, el estructuralismo, el pragmatismo, etc.

De un modo general, podemos hacer las siguientes distinciones dentro del neopositivismo y su n. más o menos atenuado según las corrientes y en relación con la preocupación lingüística: 1) neopositivismo propiamente tal, el cual centra su atención en la formalización del lenguaje: Carnap, C. G. Hempel, etc.; 2) grupo de los analistas ingleses - o emparentados con ellos - cuya aportación más destacada es el análisis del lenguaje ordinario para el logro de un método filosófico: Wittgenstein, G. Ryle, etc.; 3) lingüística estructural con su pretensión de aplicar la metodología lingüística al campo de las ciencias humanas: F. de Saussure, L. Bloomfield, Jhelmeslev, N. Chomsky; 4) pragmatismo de tipo Ch. Morrin, para quien el lenguaje se caracteriza más bien como instrumento.

Los dos apartados siguientes empalman de una manera más o menos directa con problemas antropológicos y ontológicos: 5) antropologismo de M. Merleau-Ponty que, reaccionando contra el dualismo cartesiano, intenta hacer un estudio antropológico del lenguaje, es decir, del lenguaje humano a través del cuerpo-sujeto en su relación con el mundo y con los demás; algo similar realiza P. Ricoeur, sólo que desde un punto de vista más psicoanalítico; 6) interpretación ontológica del lenguaje: M. Heidegger, el cual no rechaza de la metafísica, sino que por medio de la fenomenología y de la hermenéutica quiere llegar a nuevas interpretaciones de la misma, en ocasiones con ayuda del análisis lingüístico; 7) por último, cabría incluir el ámbito del formalismo ruso aplicado a literatura y poesía; Eukhembaum, Tinianov, Chkovsky, etc., e, influido por ellos, G. Dellavolpe.

BIBL. : Para cada una de las épocas y autores reseñados, se remite a las bibl. de los artículos correspondientes. Para la época contemporánea, además de lo dicho, v.: H. SPITZER, Nominalismus und Realismus in der neusten deutschen Philosophie, Berlín 1876; A. VON MEINONG, Hume Studien I: Geschichte und Kritik des modernen Nominalismus, Viena 1877; K. GRUBE, Ueber den Nominalismus in der neueren englischen und franzosischen Philosophie, Berlín 1890; H. FEATCH, Realism and Nominalism Revisited, Milwaukee 1954; M. DA PONTO ORVIETO, La unidad del saber en el neopositivismo, Madrid 1969; I. GREDT, Unsere Aussenwelt, 1nnsbruk 1921; I. DE VRIES, Pensar y ser, 4 ed. Madrid 1963; E. HUSSERL, investigaciones lógicas, Madrid 1967 ; É. GILSON, La unidad de la experiencia filosófica, 2 ed. Madrid 1966.

J. LOMBA FUENTES.



II. NOMINALIST AS DEL SIGLO XIV. Preparación del nominalismo del siglo XIV. Dentro de los caracteres generales asignados al n., el del s. XIV adquiere un relieve y una significación peculiares, cuyo sentido profundo sólo se puede entender desde los factores que contribuyen a provocar su eclosión. Ante todo son dignas de tenerse en cuenta las condiciones socio-religiosas de la época: el s. XIV es el momento en que las nuevas nacionalidades empiezan a emerger frente a la pretendida unidad imperial del Medievo. Este hecho de fragmentación paulatina de Europa va unido a otra escisión: la que se establece entre el poder civil y el papal. El Romano Pontífice ya no es el árbitro soberano de la política europea como en la Edad Media, sino que se ve incluso marginado, recluido y aun dividido con el cisma de Occidente. Baste recordar las luchas entre Felipe IV de Francia y Bonifacio VIII o las de Luis de Baviera con Juan XXII. Todo ello provoca una profunda crisis religiosa, alimentada además por el cansancio de una especulación teológica excesivamente abstracta, que no llegaba en su pura teoría y sutileza al corazón de las masas cristianas. Manifestación de esta crisis es la eclosión de numerosos movimientos piotistas, monacales, reformistas que, buscando una religiosidad auténtica y espiritual, marcan momentos de positivo avance en la piedad de la época, sin estar libres, como suele suceder en todo momento de crisis, de desviacionismo y aun excentricidades: diversos movimientos místicos alemanes, flamencos, italianos y franceses son la expresión de esta situación especial; y en una línea desviada las beguinas y begardos, algunos franciscanos «espirituales», etc.

A todo ello hay que añadir la situación universitaria ligada a la crisis general. París ya no es con su Universidad el centro único unificador del mundo intelectual del Medievo, ni las corrientes que en su seno surgen ayudan a esa unidad. Junto a París está Oxford con un rango casi paralelo o totalmente igual. Fuera de estas dos grandes Universidades proliferan por Europa otras nuevas: Viena, Colonia, Heidelberg, Leipzig, etc. Más aún, tanto París y las demás Universidades se nutren de nuevos elementos: ya no son sólo los nobles y clérigos los que van a estudiar, sino la nueva clase dominante burguesa, clase media intelectual, profundamente nacionalizada y con pretensiones de realizar sus estudios y publicaciones en sus incipientes lenguas nacionales. Por otro lado, el cansancio de la especulación anterior, agustinista y tomista, lleva a un afán de novitates que cristaliza en un ambiente un tanto superficial de análisis gnoseológicos y lógicos, heredados de la tradición, subrayados por el afán de imitar los ejercicios lógicos de Oxford, tan de moda, por la lógica trasmitida por Pedro Hispano y por el influjo de los gramáticos especulativos, aparte de otras razones que luego se expondrán. La situación de la docencia universitaria se agrava por el hecho de que en muchas ocasiones hay cierta precipitación a la hora de crear nuevas Universidades, precisamente por el afán nacionalista de que cada país tenga su o sus propias Universidades. Ello implica la improvisación natural del profesorado y de las bibliotecas, con detrimento de la profundidad de la investigación; el pensamiento se queda a nivel de ejercicios lógicos, gramaticales y de análisis gnoseológicos.

Las consecuencias para la filosofía son claras: en la primera mitad del s. XIV se incrementa considerablemente el estudio de la Lógica, concretamente de la lógica terminista y nominalista; lo que si, de una parte, lleva a desarrollar las bases de la física, que luego aprovechará Galileo y Newton, ya fomentar el estudio del problema del conocimiento humano, de otra conduce a descartar los problemas metafísicos. De esa forma, al menos de una manera general y dentro del n. naciente, las corrientes escépticas, empiristas y voluntaristas envuelven todo este ambiente cultural, principalmente en París y Oxford, como consecuencia connatural de todo n., sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias de crisis religiosa y social que hemos indicado.

Junto a estos precedentes socio-culturales hay que añadir los estrictamente filosóficos, algunos de ellos ya insinuados. La tradición medieval agustiniana, en su proceso de interiorización y en su tendencia fuertemente teologal que, unida a una cierta desconfianza de las potencias racionales humanas le llevaba a exigir para el logro de la Verdad universal la iluminación directa de Dios, daba pie a que, una vez suprimida dicha iluminación, desapareciesen los conceptos universales y quedase el hombre sumido en un escepticismo radical en cuanto al valor veritativo de sus facultades. La crítica ejercida en el s. XIV contra este agustinismo tuvo como fruto no una profundización en la naturaleza del conocer - línea en la que, en el siglo anterior, se había movido S. Tomás -, sino despojar al pensamiento filosófico de los universales. El mismo agustinismo había centrado su atención en el conocimiento directo intelectual del singular, frente al abstraccionismo aristotélico; la crítica al agustinismo respeta este elemento que fue aprovechado por el n. y sobre todo por G. de Ockham, a través de Duns Escoto especialmente.

El influjo escotista se manifiesta, a su vez, de otra manera, ya que ante el tomismo y agustinismo anteriores, el movimiento escotista representaba un criticismo con el que entronca el nominalismo del s. XIV, que es criticista no sólo con relación al agustinismo y tomismo sino también al escotismo con su formalismo y abigarramiento de distinciones y sutilezas. De Escoto, pues, se toma el conocimiento directo del singular, el contingentismo universal y el voluntarismo, tesis que determinarán de uno u otro modo el nacimiento del n. Además el criticismo del s. XIV, en su vertiente nominal, echa mano del averroísmo en cuanto que éste se opone a todo la tradicional anterior. Por último, hay que recordar el influjo notable que ejerce la lógica de Pedro Hispano y los gramáticos especulativos, tal como queda dicho antes.

Caracteres de los nominalistas del siglo XIV. Se ha dado en llamar n. a la corriente que exponemos. Sin embargo, se imponen ciertas precisiones sobre esta denominación. El n. propiamente tal surgió en el s. XI; en aquel momento, la problemática estaba centrada sobre todo en el tema de los universales, de la res y del nomen. El s. XIV al ver que la preocupación iba orientada en torno a los nomina, resolvió llamar nominalismo a la nueva manera de pensar. No obstante, hay diferencias que conviene resaltar. La filosofía nominalista del s. XIV centra su atención también en el problema de los universales, pero no de modo exclusivo ni excluyente. No exclusivo, porque la reducción del filosofar a lógica formal y predicamental, a análisis de términos que significaban predicamentos debeladores de la realidad concreta y singular, no era único; obedecía a tesis filosóficas mucho más amplias. No excluyente, porque el n. del s. XIV no rechaza el concepto universal, le da una nueva versión dentro de la lógica terminista que maneja y era natural; si bien el concretismo propio del s. XIV que se centraba en la singular y en su conocimiento directo, prevaleció, la hizo entrando en pugna con el tradicional concepto de ciencia a base de conceptos y leyes universales. Por todo ello, el n. del s. XIV sería mejor calificarlo como «terminismo» (análisis de los términos de la proposición lógica) y cuasi «conceptualismo». Esta mezcla de búsqueda de ciencia a base de conceptos y términos, de lógica p1ramente terminista, etc., cristalizó de modo sistemático en Guillermo de Ockham, quien dio cuerpo a toda serie de doctrinas en la segunda mitad del s. XIV.

Si quisiéramos caracterizar el n. del s. XIV con unos rasgos generales podríamos decir brevemente: 1) El mundo no es más que una pluralidad de cosas absolutamente contingentes e incomprensibles en sí mismas, que exigen la omnipotencia divina para que las mantenga en su ser y racionalidad. 2) Si bien la ruptura con el pasado se da, ésta no es total; hay una comunidad de temas aunque abordados de manera diferente. De este modo, si bien hay una tendencia antimetafísica de tipo aristotélico (renunciándose a conceptos tales como los de esencias propiamente dichas, causalidad, hilemorfismo, etc.) hay, sin embargo, un nuevo tipo de metafísica: la metafísica del singular, distinta y antitética, por otra parte, de la de Duns Escoto. 3) Se insiste sobremanera en el estudio analítico del lenguaje y de la lógica terminista en el sentido dicho; y si bien la ciencia versa sobre lo universal, esta universalidad cobra de nuevo sentido: ya no es el concepto universal y abstracto tomista, sino la universalidad de los términos y proposiciones concretas, revestidas de la suppositio nominalista. Si en ocasiones se habla de «concepto» es también en un sentido muy específico, y si se maneja el registro de la «abstracción», ya no es, por supuesto, la aristotélica, sino la simple precisión de unos aspectos de la realidad concreta tomando unos y dejando otros que no interesan. 4) Por fin, una serie de tesis características del n. del s. XIV frente a la especulación anterior: el hecho de que como única realidad existente se consideren las cosas singulares y no los universales; la consideración del principio de individuación como un pseudoproblema; indistinción de esencia y existencia; identidad de la substancia corpórea y la cantidad; negación de los accidentes como cualidades de la substancia; indistinción del alma y sus potencias; indemostrabilidad de la existencia de Dios. Como puede apreciarse, varias de estas tesis ya habían tenido preludios en el Medievo anterior, pero el principio general que rige esta sistematización puede centrarse en un afán de simplificación metafísica, abogando por una especulación concreta sin sutilezas y sin entia sine necessitate.

Corrientes nominalistas del siglo XIV. El n. aparece en su plena pujanza a partir de Guillermo de Ockham. Es entonces cuando, en su pleno vigor, alternando con las otras corrientes arrastradas del Medievo anterior (agustinismo, tomismo, escotismo, misticismo), invade todo el ambiente universitario europeo.

Así, podemos distinguir las siguientes facetas: 1) n. absoluto: aquel que en manos de Nicolás de Autrecourt y J. de Mirecourt hace un uso extremo del logicismo ockhamista; 2) n. oxoniense: emplea el logicismo anterior pero en un sentido muy específico dentro de la Univ. de Oxford y se extiende por todas las universidades y corrientes nominales. Este empleo específico se refiere al uso y abuso de los ejercicios lógicos de los sophismata, indissolubilia, etc. Representantes de esta corriente son: R. de Swineshead, G. de Heytesbury, R. Strode, etc.; 3) n. parisino: tiene gran importancia, porque, si bien las innovaciones oxonienses y sus ejercicios invaden gran parte del ambiente universitario europeo, la verdadera penetración a fondo del n. se debe a la Univ. de París. Ella suaviza un tanto las posturas oxonienses y del mismo Ockham. De aquí salen: Pedro d'Ailly, J. Gerson, Marsilio de Inghen, etc., y en cierto modo el español Guillermo Rubio, cuyas obras están en vía de publicación y que puede ser una interesante mezcla de n. y escotismo; 4) n. fisicista: asimilable en parte al parisino, y de máxima relevancia por el impulso que se da a la física dentro de todo este conglomerado de la via modernorum que vamos describiendo: Buridano, Oresmes, A. de Sajonia, Thimo el Judío, etc.

Mención especial merece, ya que es tal vez el más importante continuador de Ockham en el s. XV, Gabríel Biel (ca. 1410-95). Formado en Heidelberg y Erfurt, y luego profesor de Tubinga, Biel fue sobre todo un teólogo, pero un teólogo formado en la filosofía de Ockham, a quien consideró su maestro indiscutible, y cuyas tesis comentó y amplió. Su obra más importante es el Ephithome el collectorium ex Occamo circa IV Sententiarum libros (Tubinga 1501).

Consecuencias del nominalismo del siglo XIV. La reacción inmediata ante el n. Ockhamista fue la de rechazo oficial: se enfrentaba con toda la tradición anterior y contra el realismo y fue objeto de diversas condenas. Antes de 1339 no hay condena alguna oficial y explícita aunque sí persecuciones. En dicho año la Facultad de Artes de París realiza una condena contra el hecho de leer, explicar o comentar en reuniones clandestinas las obras de Ockham. En 1340 se lanza la primera condena seria y dura contra el n. ockhamista: la anterior no había bastado, pues el predicamento que adquirió el método de Ockham entre profesores y alumnos fue grande; y la prohibición anterior ineficaz. Esta condena, sin embargo, no va al fondo del ockhamismo; se queda en meras tesis superficiales y en el hecho de que éstas fueran tachadas de novitates e importadas de fuera: de Oxford. La condena se repite sin eficacia en 1341 hasta que en 1346 interviene directamente Clemente VI y condena determinados errores teológicos. Luis XII de Francia, movido por representantes de otras escuelas, prohíbe terminantemente la enseñanza del n., pero de nuevo sin efecto.

De hecho en los albores del Renacimiento el n. se ve como algo sumamente común. Efectivamente, el n. se había extendido con una rapidez extraordinaria. Ya en 1341, un año después de la primera condena, se hablaba de «ockhamistas» en el mismo reglamento de la «Nación Inglesa» en la Univ. de París. París, por sus propios medios y por influjo de Oxford, fue haciéndose poco a poco nominalista hasta que en las postrimerías del s. XIV rectores y cardenales de la Univ. de París se confiesan abiertamente «nominales». En suma si bien las luchas fueron grandes y las condenas oficiales múltiples, ello no impidió que el n. se impusiese. Ello se explica, además de por lo dicho antes, porque el n., aunque errado en el rechazo de tesis claras de la metafísica, había sabido ver con especial fuerza un problema: el del lenguaje.

Provocó así un movimiento filosófico y teológico, en manos de una ciencia rigurosa: la del lenguaje, la de la Lógica. Ese rigor científico unido al apego a lo concreto y real, apartado de todo tipo de abstraccionismos fue lo que abrió las puertas de las Universidades a este movimiento. Los análisis lógicos y terministas del s. XIV marcan, pues, un avance decidido en la ciencia de la lógica. Sin duda hubo aberraciones, extremismos, superficialidades, y las aportaciones que ese movimiento supone hubieran podido marcarse mejor desde una profundización metafísica, y no desde una crítica a ella. Pero, en cualquier caso es una época histórica de gran relieve. La presentación que en la tradición manualística de las Historias de la Filosofía suele hacerse del s. XIV como siglo de la «decadencia de la escolástica» no es por eso exacta.

BIBL. : M. BOCHENSKI, Historia de la Lógica formal, Madrid 1966; S. DAY, Intuitive cognition, A key to the significance of the later Scholastics, Nueva York 1947; G. LAGARDE, La naissance de l'esprit laïque au declin du Moyen Age, 6 vol. París-Lovaina 1956 ss. ; K. MICHALSKI, La philosophie au XIV siècle (Six Études), Francfort 1969; P. VIGNEAU, Nominalisme au XIV siècle, Montreal-París 1948; I. REINERS, Der Nominalismus in der Frühscholastik, (Beiträge) VIII, 5, Münster 1910; A. KUEHLMANN, Zur Geschichte des Terminismus, Berlín 1910; I. PAULUS, Sur les origines du Nominalisme, «The Philosophical Rev.», Nueva York 1937, 313-330; M. H. CARRE, Realists and Nominalists, Oxford 1946; H. A. OBERMAN, The Harvest of Medieval Theology; G. Biel and Late Melieval Nominalism, Cambridge-Londres 1963. V. t. la bibl. de OCKHAM, GUILLERMO DE.

J. LOMBA FUENTES.

cariátide22
06/01/2003, 18:53
Eso es que tuve que hacer un trabajo hace tiempo...

echale un vistazo a esto, a ver...

http://perso.wanadoo.es/angeljes/53/53.htm

cariátide22
06/01/2003, 18:56
Nominalismo y Crisis de la Escolástica. Miguel Moreno Muñoz
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Es un período crítico de la historia de la filosofía: el siglo XIV:

Los filósofos de este período -Escoto, Ockham- critican los fundamentos de toda la filosofía anterior.

Supone el desmoronamiento de las estructuras sociales, políticas y religiosas medievales -la colaboración entre poder político y autoridad religiosa se deteriora definitivamente y el imperio se divide en multitud de estados/principados que reclaman su soberanía; los obispos reunidos en concilio pretenden tener una autoridad mayor que la atribuida a la persona del papa...

Caen por tierra las grandes síntesis filosófico-cristianas de raíz griega y se desarrollan las ideas e interpretaciones que llevarán, en último término, a la modernidad.

Las dos grandes figuras del XIV:

Duns Escoto: Escocés, 1266; franciscano; estudió en Cambridge, Oxford y París; murió a los 40 años (1308) y tuvo fama de ser extraordinariamente agudo, crítico y sutil (Doctor Subtilis)-.

Guillermo de Ockham: Nació a finales del XIII, franciscano. Estudió en Oxford y condenaron algunas de sus doctrinas; fue procesado por sus críticas radicales contra el papado y su defensa radical de la pobreza franciscana. El papa le excomulgó en 1328. Murió en 1349, no sabemos si reconciliado o no con la Iglesia.

Tesis fundamentales defendidas por Escoto


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Empeño por crear un sistema filosófico sólido y coherente, explicativamente útil en todos los campos de la realidad. Como Santo Tomás, se inspiró en Aristóteles e intentó asimilar lo más aceptable de su pensamiento. Pero, por ser franciscano, tuvo mayor influencia de la tradición agustiniana -aceptada mayoritariamente por los franciscanos en el s. XIII- que Tomás.

Respecto al conocimiento de los objetos concretos del universo, aceptó de Arist. que conocemos la verdad y captamos las esencias universales de los seres naturales mediante la abstracción. El conocimiento consiste en un proceso de abstracción apd los estímulos sensibles -igual que Tomás-, pero el entendimiento sí puede conocer directamente las cosas particulares/individuales, mediante una intuición directa/inmediata que puede resultar algo confusa -contra Tomás-.

Libertad y voluntad prevalecen sobre el entendimiento. Inspirado en la corriente agustiniana, Escoto opina que la voluntad se caracteriza por ser libre para elegir, y esta libertad hace que sea superior y más perfecta que el entendimiento. Mientras el entendimiento no puede dejar de reconocer la validez de un teorema matemático, la voluntad puede ir muchas veces contra la razón y actuar libremente.

Criticismo y principales ideas filosóficas de Ockham


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Ockham inaugura un nuevo estilo de hacer filosofía: ya no pretende construir un sistema, como Escoto y los grandes filósofos anteriores. Emprende una crítica sistemática de todos los sistemas filosóficos anteriores: platonismo, aristotelismo, agustinismo, tomismo y escotismo. Esta actitud se conoce como criticismo.

• Criticismo: Consiste en una actitud de crítica sistemática y razonada de las afirmaciones y doctrinas filosóficas anteriores, mostrando sus errores, confusiones y falta de coherencia lógica. Sus herramientas de trabajo son la razón, la lógica, el lenguaje y el análisis empírico o teórico. Reconoce, por tanto, la autonomía de la razón y de la filosofía frente a la fe, y no se siente atado a ningunos prejuicios doctrinales -filosóficos o religiosos- anteriores. Semejante actitud, característica del s. XIV, fue favorecida por las circunstancias sociopolíticas mencionadas en la introducción.

• En esta época se va consolidando la filosofía como disciplina autónoma y se hace cada vez más crítica: revisa sus presupuestos y conclusiones, desconfía de todos los sistemas filosóficos anteriores y no duda en criticar las incoherencias de la fe. Muchos cristianos y miembros de la jerarquía vieron en esta concepción de la filosofía un serio peligro para la fe. Como reacción, se inclinaron por un misticismo religioso a menudo irracional directamente enfrentado al criticismo filosófico.

La relación entre fe y razón según Ockham


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Todavía era una cuestión pendiente en el XIV. El averroísmo había sostenido que pueden ser contradictorias y Santo Tomás rechazó esa posibilidad, puesto que de hecho tienen contenidos comunes. La ventaja de este plateamiento: teología y filosofía pueden coordinarse, cabe un estudio racional y filosófico de lo religioso y es posible una antropología y una ética filosófica conformes a la fe y la moral cristianas.

Ockham elimina la zona de intersección entre fe y razón, y las considera fuentes de información distintas con contenidos también diferentes. Numerosas verdades de fe que Aquino consideraba racionalmente demostrables le parecen inconsistentes a Ockham, y las relega al ámbito «irracional» de los religioso.

Ockham niega que tanto los atributos -omnipotente, inmenso, justo, perfecto, causa incausada...- como la existencia misma de Dios puedan ser demostrados racionalmente: pertenecen al ámbito de la fe. Para ello estudia uno de los elementos fundamentales utilizados por Santo Tomás en las cinco vías: el recurso al principio de causalidad.

Que los fenómenos obedecen a causas es innegable: todo efecto tiene una causa. Pero esa afirmación no basta para determinar cuál es la causa en cada caso. Sólo la observación detenida y rigurosa nos permite descubrir la causa concreta de cada fenómeno [la leche se calienta, pero puede ser por calor de butano, resistencia eléctrica, radiación microondas, etc.].

Semejante interpretación de la causalidad hace imposible una demostración de la existencia de Dios. Podemos estar seguros de que existirá una causa primera del universo, pero ello no nos autoriza a concluir que se trate del Dios creador del que habla la fe cristiana (adelanta las teorías empiristas sobre la causalidad de Hume y Kant, en parte).

Ni siquiera la existencia del alma puede ser demostrada convincentemente por vía racional.

El voluntarismo ockhamista


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• St. Tomás sostenía que todos los mandamientos morales del cristianismo pueden ser derivados de la ley natural y comprensibles racionalmente. Para Ockham, ningún mandamiento es de ley natural. Si Dios hubiese querido, podría haber creado un mundo en el que odiarle no fuese pecado sino virtud.

• Ockham pensaba que las leyes no derivan de la naturaleza ni son inmutables. Son convencionales, fruto de una decisión divina -no humana-. Dios pudo haber creado un mundo donde el robo y el adulterio estuviesen permitidos.

•. Ockham enfatiza, por encima de todo, la libertad y omnipotencia divinas: Intenta llevar hasta sus últimas consecuencias algunas de las más claras afirmaciones del cristianismo: «Creo en Dios todopoderoso». Lo interpreta entendiendo que la libertad no está sometida a regla, lógica ni necesidad alguna.

•. El voluntarismo teológico es la aplicación a Dios de la tesis que sostiene la primacía de la voluntad y la libertad sobre el entendimiento, y que considera la libertad el elemento fundamental de la naturaleza humana.

Nominalismo y principio de individuación


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El principio de individuación, sobre el que tanto había reflexionado Santo Tomás y cuya solución fue responsabilizar a la materia de las diferencias particulares, fue rechazado por Ockham y considerado un falso problema.

• Se trata de un pseudoproblema originado por una confusión: el problema surge por considerar que la misma esencia se halla multiplicada en cada individuo -Claudia Schiffer comparte la misma esencia que Alfonso Guerra-. Esto le parece a Ockham un error fundamental: la esencia de Schiffer es única, inconfundible e intransferible. Por tanto, no hay una esencia multiplicada en diversos individuos; hay tantas esencias como individuos. La esencia de cada individuo se identifica totalmente con él mismo y con nadie más. No hay, pues, principio de individuación: hay individuos, y eso es todo.

Críticas de Ockham al excesivo racionalismo griego


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• Ockham defendió hasta el extremo la omnipotencia y libertad de Dios frente a nuestros estrechos encasillamientos racionales. Sus críticas a los sistemas filosóficos del XIII eran también un rechazo a las más importantes ideas griegas que el Cristianismo había asimilado: identidad y comunidad de esencia, unidad dentro de la pluralidad, lo permanente como sustrato de lo cambiante... y todo lo que garantizaba para los griegos la racionalidad, el orden y la permanencia del universo.

• Ockham pensaba que la concepción griega ponía en peligro la libertad y omnipotencia divinas. Rechazó que las ideas verdaderas de las que hablaban platónicos, neoplatónicos y agustinianos coincidiesen con los arquetipos o ejemplares divinos. Eliminadas las ideas ejemplares, cae la noción de «esencia» como algo consistente e inmutable. Con las demás esencias, se esfuma también la esencia humana y la posibilidad de fundamentar una ley moral natural.

• Ockham, a diferencia de los griegos, tiene la imagen de un universo donde sólo hay individuos, cuyo orden es gratuito y fruto de una voluntad divina caprichosa, que podía haber creado otro mundo con un orden totalmente distinto. Para Ockham, el orden del universo es puramente fáctico, contingente.

El nominalismo de Ockham


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Ockham aportó el concepto de «nominalismo», según el cual no existen conceptos universales, sino sólo nombres universales (no existe el concepto universal «hombre»; sólo la palabra que utilizamos para nombrar al conjunto de los hombres. Pero el interés fundamental de Ockham no está en negar que existan conceptos universales, sino en negar que éstos tengan realidad extramental. No existe una esencia universal compartida por todos los hombres; sólo existen semejanzas entre unos hombres y otros, y en tales semejanzas está el único fundamento real de los conceptos universales.

Conocimiento intuitivo frente a conocimiento abstractivo


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Ockham rechaza la teoría tomista del conocimiento, y afirma que el entendimiento tiene un conocimiento directo e intuitivo de las realidades individuales. Resultan así innecesarios todos los pasos del complejo proceso de conocimiento en Aristóteles y Santo Tomás:

[sensación ® imagen ® entendimiento agente universalizando ® entendimiento posible conociendo el universal ® entendimiento posible volviéndose a la imagen].

Según Ockham, el proceso es mucho más sencillo: en cuanto los sentidos perciben un objeto exterior, el entendimiento los conoce intuitivamente, sin más complicación.

El conocimiento intuitivo es:

directo, inmediato: entre la captación de un objeto por los sentidos y su conocimiento por el entendimiento no existen mecanismos y operaciones intermedias;

siempre es un conocimiento de algo que está presente;

la validez de este conocimiento está garantizada por la cosa conocida, por ser el objeto exterior la causa de tal conocimiento;

permite al entendimiento afirmar la existencia de los objetos que conoce;

alcanza el conocimiento intuitivo a las relaciones que existen entre los objetos exteriores, no sólo a los objetos aislados: detectamos las cualidades -color, peso, masa, belleza- de los objetos al mismo tiempo que nos percatamos de su presencia.

Por lo tanto, la intuición intelectual es el fundamento de nuestro conocimiento de las realidades individuales y de las relaciones existentes entre ellas.

Naturaleza de los conceptos universales


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Aparte del conocimiento intuitivo de los objetos individuales, el entendimiento posee un conocimiento abstractivo (el que interviene cuando hacemos enunciados generales sobre todos los individuos de una clase, especie o conjunto: todos los cuervos son negros), y eso explica que tengamos conceptos universales, surgidos espontáneamente en el proceso de conocimiento.

Los conceptos universales son signos de carácter lingüístico. Hay tres clases de signos lingüísticos:

sig. ling. PROFERIDOS: palabras habladas;

sig. ling. ESCRITOS: palabras escritas;

sig. ling. PENSADOS MENTALMENTE: conceptos o palabras mentales.

El rasgo común a todos ellos es que pueden funcionar como cosas que significan. El término o concepto «hombre» funciona en la conversación como un signo lingüístico que representa o sustituye a los individuos que llamamos «hombres» -el signo supone/suplanta/ocupa el lugar de las cosas en el discurso-.

• Mientras las palabras escritas y habladas son signos convencionales, los conceptos son signos naturales: la palabra «hombre» puede ser tan buena para designar a los hombres como man, homme, uomo. Sin embargo, el concepto de hombre no ha sido arbitrariamente establecido y no puede ser sustituido por ningún otro para designar a los individuos humanos (los conceptos se parecen a otros signos naturales como el llanto o la risa, para expresar dolor o alegría).

La conclusión es que el entendimiento posee una estructura lingüística que funciona produciendo espontáneamente conceptos como signo de las cosas percibidas. Las claves, pues, de la filosofía ockhamista son:

Una teoría de la realidad -ontología- cuyo centro son las realidades individuales.

Una lógica del lenguaje, pues toda la interpretación del conocimiento se hace a partir de las estructuras lingüísticas.

Un fundamento teológico en la omnipotencia divina como principio supremo de su sistema filosófico.

La «navaja» de Ockham


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Otra de las grandes aportaciones de Ockham a la filosofía es su llamado principio de economía: no hay que multiplicar los entes sin necesidad, es decir: no ha de suponerse la existencia de más cosas que las estrictamente necesarias para explicar los hechos -criterio que a partir de entonces y hasta hoy harán suyo los mejores científicos-.

Otros filósofos anteriores lo habían aplicado más o menos explícitamente, rechazando en sus explicaciones todos los elementos que puedieran resultar inútiles o superfluos. Pero es un principio requerido por la sensatez y la razón mismas. Obliga a estudiar qué elementos son estrictamente necesarios e imprescindibles en las explicaciones.

Las cosas que parecieron estrictamente necesarias a Ockham fueron:

En la teología, sólo aquellas entidades exigidas por los artículos fundamentales de la fe.

En ciencia y filosofía, sólo las realidades de las que tenemos conocimiento intuitivo y las demás realidades cuya existencia puedan deducirse directamente a partir de las conocidas por intuición.

Esta «navaja» intelectual le sirvió para rechazar las múltiples distinciones y sutilezas hechas por Aquino y Escoto, por ejemplo el principio de individuación, que ni es exigido por la fe ni del cual tenemos conocimiento intuitivo. Del mismo modo pudo rechazar la distinción entre entendimiento agente y pasivo, entre esencia y existencia, entre sustancia y accidentes, etc.


El nominalismo y la ciencia


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Aunque personalmente no contribuyó al progreso de la ciencia, las ideas de Ockham fomentaron la investigación empírica. De hecho, los grandes científicos del XIV tuvieron alguna u otra vinculación con el movimiento nominalista.

Al concebir el universo como un orden meramente fáctico y contingente, que podría haber sido de cualquier otra manera y con leyes diferentes para regular fenómenos y procesos, fomentó la idea de que es inútil deducir las leyes naturales a partir de principios abstractos. Por consiguiente, sólo la observación nos permitirá conocer las leyes particulares que intervienen en cada fenómeno o proceso.

La concepción ockhamista de la causalidad convenció a muchos investigadores de que las causas de los hechos sólo pueden ser identificadas mediante observación atenta.

Concediendo tanta importancia a lo individual, el nominalismo favoreció la observación empírica de objetos, seres y fenómenos particulares.