charley
26/09/2002, 12:14
aquí voy en defenssa de la cub multicolor y en respuesta a la 'pregunta' Cubanos Negros? nada mejor que nuestro poeta nacional: Nicolás Guillén.
Nicolás Guillén: reflexiones para un centenario
Mercedes Melo Pereira
""Al combate corred bayameses."
¿Y por qué no "corramos"?
He pensado en eso algunas veces."
Nicolás Guillén
Tal vez sea útil dedicar, como es uso entre otros más sabios, el jubileo a la meditación. Reservada la fiesta, antes o después de los ritos que impone el homenaje, convocarnos a una fecha de guardar, introspección que conduzca a ciertas claridades.
Nos hemos convidado al Centenario del Poeta Nacional y la ocasión solicita las laudes pero no desdeña otras asociaciones. Se dice nacional y la palabra invoca la magia de los ecos: nación, Patria. Sin embargo, es posible que el carácter patriótico y revolucionario del poeta esté más allá -o más acá- de lo más superficial: eso que llamamos el tema, el asunto de su poesía.
La concepción de estrenar una poesía mulata para una nación mulata -y este mestizaje, esta mulatez incluye y especifica una índole cultural- justificaría seguramente el carácter Nacional de este poeta: haber desentrañado y puesto en evidencia una esencialidad de nuestro ser cultural, sustancia y forma de nuestro ser nacional, es una hazaña que posiblemente, a la altura de estos cien años, no podamos calibrar en toda su perfecta circularidad, en la profunda sensación de espejo que significó para los rostros que se pensaban blancos, que se imaginaban libres de toda mácula en su alta albura social.
Del reclamo ancestral que resuena en los coléricos versos de "El Apellido", ¿quién puede desentenderse? ¿quién, nacido en esta isla, osará sustraerse a esas hondas preguntas?
¿Es mi nombre, estáis ciertos?
¿Tenéis todas mis señas?
¿Ya conocéis mi sangre navegable,
mi geografía llena de oscuros montes,
de hondos y amargos valles
que no están en los mapas?
También está su postura vertical contra toda injusticia, a favor de la causa de la revolución, en cualquier época, en cualquier lugar del mundo. Estas y otras facetas de Guillén lo hacen tan entrañablemente cubano que alcanza la magnitud del símbolo. Sin embargo, la estancia en el ámbito de lo simbólico suele convenir a la majestad de las estatuas: su dócil quietud, su frialdad de mármol dulcemente cagado por idílicas palomas vesperales. Imagino tales estatutos simbólicos, espantados por la risa contundente, atronadora, cálida de nuestro mulato, que todavía hoy nos sacude un poco el tronco orgulloso, a ver si nos dejamos desprender esas guanábanas un poco pasadas ya, esas chirimoyas agrias, ese tufillo a cosa podrida, disecada y dulzona, que, allá en las ramas amenaza a contaminar nuestras raíces. Todavía decimos afrocubano para referirnos a cierta música, a cierta religiosidad, a ciertas danzas, a ciertas maneras culinarias o lingüísticas, a ciertas tradiciones culturales como si se tratara de una parte de la cultura cubana, de la nación cubana, acaso un poco avergonzados de esa parte.
Entonces viene Guillén, desde lo alto del pedestal donde aún no hemos podido acomodarlo y protesta: "¿Toda mi piel (debí decir) // toda mi piel viene de aquella estatua //de mármol español?" Y nos enseña la mascarada de nuestra humillación:
¡El apellido, entonces! [...]
¡Ah, no podéis recordarlo!
Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.
Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.
Lo escondisteis, creyendo
que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.
¡Gracias!
¡Os lo agradezco! [...]
Pero no... ¿Podéis creerlo? No.
Yo estoy limpio.
Brilla mi voz como un metal recién pulido.
Mirad mi escudo: tiene un baobad,
tiene un rinoceronte y una lanza.
Yo soy también el nieto,
biznieto,
tataranieto de un esclavo.
(Que se avergüence el amo).
Otras cercanías esconde a veces el poeta. Entre sus poco leídos y mal celebrados poemas festivos donde la ironía y aun el sarcasmo fustigan ciertas calidades del ser nacional, puede encontrar el lector distraído los [¿humorísticos?] versos con los que encabezamos esta nota.
Cada mañana, durante los primeros nueve o diez años de su escolaridad, cada niño cubano coloca la mano derecha ante sus ojos todavía lúcidos del último sueño, saluda la bandera que ondea elevándose hasta lo alto de su mástil y entona vigorosamente las estrofas del Himno de Bayamo. Nadie piensa, sin embargo, en esos versos. Encerrados en el inhóspito recinto de lo sagrado, piezas de un altar que se venera -junto al escudo, la bandera, la palma real, la mariposa, el colibrí- con la fe patriótica que nos inculcaron nuestros mayores, pero al que la razón no suele acceder, los versos conocidos de memoria y entrañablemente amados del Himno Nacional no constituyen materia de análisis, pertenecen a esa zona de la verdad estática que aceptamos a priori.
Guillén no. Puesto en el escabroso camino de edificar una nueva imagen del ser nacional, mal podían asustarlo los tabúes de lo establecido y lo eterno. Al desplazar la forma verbal desde el imperativo de segunda persona a la primera del plural ejecuta una acción no solo desacralizadora -ya eso era evidente- sino creativamente transformadora: en esos primeros versos del himno -"Al combate corred bayameses // que la patria os contempla orgullosa..."-, desde una postura de arenga político militar, el poeta del Himno se separa de aquellos a quienes impulsa al combate, se coloca por encima del pueblo y, establecido en esa instancia superior y otra, arrastra consigo a la Patria a esa supuesta actitud contemplativa, más alta, pero también extraña al sitio de lucha y de muerte de los combatientes cuya abnegación enciende.
Guillén, entre veras y burlas, desentraña la esencia dominadora de una postura clasista que pretende no solo dirigir el combate desde arriba -y ¿entonces, desde fuera?- sino enajenar la noción de Patria del lugar ocupado por el pueblo. Postura proveniente de otros horizontes culturales, seguramente heredada de otras guerras que en otras épocas y otros continentes libraron otros soldados animados por otros propósitos, pero arengados con los mismos esquemas que hemos recibido dentro de aquel paquete cultural con que la Europa medieval y descompuesta nos colonizó.
"Corramos", pronuncia hoy, desalojándose del pedestal donde intentamos condenarlo. -¿Y por qué no "corramos"?- piensa y seguramente se ríe, con su gran boca abierta, con su boca de labios gruesos, mulatos, con su ancha nariz mulata, con su blanca cabellera al viento, se ríe del susto con que leemos sus versos, siempre revolucionarios, el Poeta Nacional.
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"Canción del Bongó"
Esta es la canción del bongó:
–Aquí el que más fino sea
responde, si llamo yo.
Unos dicen: Ahora mismo,
otros dicen: Allá voy.
Pero mi repique bronco,
pero mi profunda voz,
convoca al negro y al blanco
que bailan el mismo son,
cueripardos o almiprietos
más de sangre que de sol,
pues quien por fuera no es noche,
por dentro ya oscureció.
Aquí el que más fino sea
responde, si llamo yo!
En esta tierra, mulata.
Nicolás Guillén: reflexiones para un centenario
Mercedes Melo Pereira
""Al combate corred bayameses."
¿Y por qué no "corramos"?
He pensado en eso algunas veces."
Nicolás Guillén
Tal vez sea útil dedicar, como es uso entre otros más sabios, el jubileo a la meditación. Reservada la fiesta, antes o después de los ritos que impone el homenaje, convocarnos a una fecha de guardar, introspección que conduzca a ciertas claridades.
Nos hemos convidado al Centenario del Poeta Nacional y la ocasión solicita las laudes pero no desdeña otras asociaciones. Se dice nacional y la palabra invoca la magia de los ecos: nación, Patria. Sin embargo, es posible que el carácter patriótico y revolucionario del poeta esté más allá -o más acá- de lo más superficial: eso que llamamos el tema, el asunto de su poesía.
La concepción de estrenar una poesía mulata para una nación mulata -y este mestizaje, esta mulatez incluye y especifica una índole cultural- justificaría seguramente el carácter Nacional de este poeta: haber desentrañado y puesto en evidencia una esencialidad de nuestro ser cultural, sustancia y forma de nuestro ser nacional, es una hazaña que posiblemente, a la altura de estos cien años, no podamos calibrar en toda su perfecta circularidad, en la profunda sensación de espejo que significó para los rostros que se pensaban blancos, que se imaginaban libres de toda mácula en su alta albura social.
Del reclamo ancestral que resuena en los coléricos versos de "El Apellido", ¿quién puede desentenderse? ¿quién, nacido en esta isla, osará sustraerse a esas hondas preguntas?
¿Es mi nombre, estáis ciertos?
¿Tenéis todas mis señas?
¿Ya conocéis mi sangre navegable,
mi geografía llena de oscuros montes,
de hondos y amargos valles
que no están en los mapas?
También está su postura vertical contra toda injusticia, a favor de la causa de la revolución, en cualquier época, en cualquier lugar del mundo. Estas y otras facetas de Guillén lo hacen tan entrañablemente cubano que alcanza la magnitud del símbolo. Sin embargo, la estancia en el ámbito de lo simbólico suele convenir a la majestad de las estatuas: su dócil quietud, su frialdad de mármol dulcemente cagado por idílicas palomas vesperales. Imagino tales estatutos simbólicos, espantados por la risa contundente, atronadora, cálida de nuestro mulato, que todavía hoy nos sacude un poco el tronco orgulloso, a ver si nos dejamos desprender esas guanábanas un poco pasadas ya, esas chirimoyas agrias, ese tufillo a cosa podrida, disecada y dulzona, que, allá en las ramas amenaza a contaminar nuestras raíces. Todavía decimos afrocubano para referirnos a cierta música, a cierta religiosidad, a ciertas danzas, a ciertas maneras culinarias o lingüísticas, a ciertas tradiciones culturales como si se tratara de una parte de la cultura cubana, de la nación cubana, acaso un poco avergonzados de esa parte.
Entonces viene Guillén, desde lo alto del pedestal donde aún no hemos podido acomodarlo y protesta: "¿Toda mi piel (debí decir) // toda mi piel viene de aquella estatua //de mármol español?" Y nos enseña la mascarada de nuestra humillación:
¡El apellido, entonces! [...]
¡Ah, no podéis recordarlo!
Lo habéis disuelto en tinta inmemorial.
Lo habéis robado a un pobre negro indefenso.
Lo escondisteis, creyendo
que iba a bajar los ojos yo de la vergüenza.
¡Gracias!
¡Os lo agradezco! [...]
Pero no... ¿Podéis creerlo? No.
Yo estoy limpio.
Brilla mi voz como un metal recién pulido.
Mirad mi escudo: tiene un baobad,
tiene un rinoceronte y una lanza.
Yo soy también el nieto,
biznieto,
tataranieto de un esclavo.
(Que se avergüence el amo).
Otras cercanías esconde a veces el poeta. Entre sus poco leídos y mal celebrados poemas festivos donde la ironía y aun el sarcasmo fustigan ciertas calidades del ser nacional, puede encontrar el lector distraído los [¿humorísticos?] versos con los que encabezamos esta nota.
Cada mañana, durante los primeros nueve o diez años de su escolaridad, cada niño cubano coloca la mano derecha ante sus ojos todavía lúcidos del último sueño, saluda la bandera que ondea elevándose hasta lo alto de su mástil y entona vigorosamente las estrofas del Himno de Bayamo. Nadie piensa, sin embargo, en esos versos. Encerrados en el inhóspito recinto de lo sagrado, piezas de un altar que se venera -junto al escudo, la bandera, la palma real, la mariposa, el colibrí- con la fe patriótica que nos inculcaron nuestros mayores, pero al que la razón no suele acceder, los versos conocidos de memoria y entrañablemente amados del Himno Nacional no constituyen materia de análisis, pertenecen a esa zona de la verdad estática que aceptamos a priori.
Guillén no. Puesto en el escabroso camino de edificar una nueva imagen del ser nacional, mal podían asustarlo los tabúes de lo establecido y lo eterno. Al desplazar la forma verbal desde el imperativo de segunda persona a la primera del plural ejecuta una acción no solo desacralizadora -ya eso era evidente- sino creativamente transformadora: en esos primeros versos del himno -"Al combate corred bayameses // que la patria os contempla orgullosa..."-, desde una postura de arenga político militar, el poeta del Himno se separa de aquellos a quienes impulsa al combate, se coloca por encima del pueblo y, establecido en esa instancia superior y otra, arrastra consigo a la Patria a esa supuesta actitud contemplativa, más alta, pero también extraña al sitio de lucha y de muerte de los combatientes cuya abnegación enciende.
Guillén, entre veras y burlas, desentraña la esencia dominadora de una postura clasista que pretende no solo dirigir el combate desde arriba -y ¿entonces, desde fuera?- sino enajenar la noción de Patria del lugar ocupado por el pueblo. Postura proveniente de otros horizontes culturales, seguramente heredada de otras guerras que en otras épocas y otros continentes libraron otros soldados animados por otros propósitos, pero arengados con los mismos esquemas que hemos recibido dentro de aquel paquete cultural con que la Europa medieval y descompuesta nos colonizó.
"Corramos", pronuncia hoy, desalojándose del pedestal donde intentamos condenarlo. -¿Y por qué no "corramos"?- piensa y seguramente se ríe, con su gran boca abierta, con su boca de labios gruesos, mulatos, con su ancha nariz mulata, con su blanca cabellera al viento, se ríe del susto con que leemos sus versos, siempre revolucionarios, el Poeta Nacional.
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"Canción del Bongó"
Esta es la canción del bongó:
–Aquí el que más fino sea
responde, si llamo yo.
Unos dicen: Ahora mismo,
otros dicen: Allá voy.
Pero mi repique bronco,
pero mi profunda voz,
convoca al negro y al blanco
que bailan el mismo son,
cueripardos o almiprietos
más de sangre que de sol,
pues quien por fuera no es noche,
por dentro ya oscureció.
Aquí el que más fino sea
responde, si llamo yo!
En esta tierra, mulata.