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cariátide22
13/09/2002, 11:32
Erzsébet Bathory: La Condesa Sangrienta (esta mujer SI que era horrible!!)


El caso de este personaje resulta verdaderamente interesante para la historia del crimen en serie, partiendo en un principio del hecho que sea una de las pocas mujeres que haya asesinado de una manera tan cruel... a cerca de 650 niñas.
Además de una perversión sádica y sexual, la Condesa Elizabeth Báthory sentía especial atracción por la sangre, y no sólo se contentaba de beberla, como es habitual en los llamados asesinos vampíricos, sino que se bañaba en ella con el fin de impedir que su piel envejeciese al paso de los años.

Nace en 1560 en el seno de una de las más ricas familias húngaras.
Si bien pertenecía a la más ilustre y distinguida aristocracia, siendo su primo Primer Ministro de Hungría, y su tío Rey de Polonia, también existen antecedentes esotéricos entre los miembros de su familia, como pueden ser un tío adorador de Satán y otros familiares adeptos a la magia negra o la alquimia, entre los que se puede contar a la propia Báthory, ya que desde su infancia había sido influida por las enseñanzas de una nodriza que se dedicaba a las prácticas brujeriles.

Cuando sólo contaba con 15 años se casa con un noble, el conde Nadasdy, gran guerrero conocido como "El Héroe Negro", y se van a vivir en un solitario castillo en los Cárpatos.
El conde no tarda en ser reclamado en una batalla, por lo que se ve obligado a dejar sola a Elizabeth por un tiempo.
Al cabo de muchos momentos en espera de su marido, ésta se aburre por el continuo aislamiento al que estaba sometida, y se fuga para mantener una relación con un joven noble al que las gentes del lugar denominaban "el vampiro" por su extraño aspecto. En breve regresa de nuevo al castillo y empieza a mantener relaciones lésbicas con dos de sus doncellas.
Desde ese momento, y para distraerse de las largas ausencias de su marido, comienza a interesarse sobremanera por el esoterismo, rodeándose de una siniestra corte de brujos, hechiceros y alquimistas.

A medida que pasaban los años, la belleza que la caracterizaba se iba degradando, y preocupada por su aspecto físico pide consejo a la vieja nodriza. Ésta, le indica que el poder de la sangre y los sacrificios humanos daban muy buenos resultados en los hechizos de magia negra, y le aconseja que si se bañaba con sangre de doncella, podría conservar su belleza indefinidamente...

En esa época, la Condesa tubo su primer hijo, al que siguieron tres más, y si bien su papel maternal le absorbía la mayor parte del tiempo, en el fondo de su mente seguían resonando las palabras tentadoras de la nodriza: "belleza eterna". Al principio intentó alejarlas de sí, posiblemente no por falta de deseo o valor, sino por temor a las consecuencias de cara a la aristocracia, pero años más tarde cuando su marido fallece no tarda en probar los placeres sugeridos por la bruja.

Al poco tiempo moriría su primera víctima: una joven sirvienta estaba peinando a la Condesa, cuando accidentalmente le dio un tirón. Ésta, en un ataque de ira le propinó tal bofetada que la sangre de la doncella salpicó su mano. Al mirar la mano manchada de sangre, creyó ver que parecía más suave y blanca que el resto de la piel, llegando a la conclusión que su vieja nodriza estaba en lo cierto y que la sangre rejuvenecía los tejidos. Con la certeza de que podría recuperar la belleza de su juventud y conservarla a pesar de sus casi cuarenta años, mandó que cortasen las venas de la aterrorizada sirvienta y que metiesen su sangre en una bañera para que pudiera bañarse en ella.

A partir de ese momento, los baños de sangre serían su gran obsesión, hasta el punto de recorrer los Cárpatos en carruaje acompañada por sus doncellas en busca de jóvenes hembras a quienes engañaban prometiéndoles un empleo como sirvientas en el castillo. Si la mentira no resultaba, se procedía al secuestro drogándolas o azotándolas hasta que eran sometidas a la fuerza. Una vez en el castillo, las víctimas eran encadenadas y acuchilladas en los fríos sótanos bien por un verdugo, un sirviente o por la propia Condesa, mientras las víctimas se desangraban y llenaban su bañera.
Una vez dentro de la pila, hacía que derramasen la sangre por todo su cuerpo, y al cabo de unos minutos, para que el tacto áspero de las toallas no frenase el poder de rejuvenecimiento de la sangre, ordenaba que un grupo de sirvientas elegidas por ella misma lamiesen su piel. Si estas mostraban repugnancia o recelo, las mandaba torturar hasta la muerte. Si por el contrario reaccionaban de forma favorable, la Condesa las recompensaba.

En algunas ocasiones, las víctimas que le parecían más sanas de mejor aspecto eran encerradas durante años en los sótanos para ir extrayendo pequeñas cantidades de sangre mediante incisiones afín que la dueña del castillo pudiera bebérsela.
Por otro lado, las calaveras y los huesos eran también aprovechados por los hechiceros del castillo, convencidos que sólo un sacrificio humano podía dar buenos resultados para realizar sus experimentos alquímicos.

Durante once años, los campesinos aterrados veían el carruaje negro con el emblema de la Condesa Báthory rastrear el pueblo en busca de jóvenes, que desaparecían misteriosamente dentro del castillo y que nunca volvían a salir.
Los cuerpos sin vida eran sepultados en las inmediaciones del castillo, hasta que finalmente, sea por pereza o descuido, tan sólo los arrojaban al campo para que las alimañas acabasen con ellos.

Algunos aldeanos no las tenían todas consigo por los gritos estremecedores que se oían salir del lugar, y se empezaron a extender rumores por todo el pueblo de que algo raro sucedía en el castillo.
Finalmente estos pueblerinos empiezan a rondar por las inmediaciones, en dónde se encuentran con los restos de más de una docena de cuerpos sin vida. Éstos armaron una revuelta insistiendo que el castillo estaba maldito y era además una residencia de vampiros, quejándose ante el propio soberano.

Atacar a una familia de poder en esa época era algo verdaderamente difícil, y sobre todo si como en este caso, el acusado además de ser una persona distinguida entre la nobleza tenía amigos igual de poderosos por todas partes. Por ese motivo, el emperador comienza por no prestar atención a las quejas de su pueblo, pero finalmente envía una tropa de soldados que irrumpen en el castillo en 1610.
Al entrar, los soldados encuentran en el gran salón del castillo un cuerpo pálido y desangrado de mujer en el suelo, otro aún con vida pero terriblemente torturada, que había sido pinchada con un objeto para extraerle la sangre, y una última ya muerta tras ser salvajemente azotada, desangrada y parcialmente quemada. En los alrededores del castillo, desentierran además otros cincuenta cadáveres.

En los calabozos, se encuentran a gran cantidad de niñas, jóvenes y mujeres aún en vida a pesar que algunos de ellos tenían señales de haber sido sangrados en numerosas ocasiones. Una vez éstos liberados, sorprenden a la Condesa y a algunos de sus brujos en una de las habitaciones del castillo en medio de uno de estos sangrientos rituales. Rápidamente son detenidos y conducidos a la prisión más cercana.
Los crímenes sádicos de Báthory habían durado aproximadamente diez años.

En el juicio, sobraban pruebas para condenar a Elizabeth Báthory culpable de los múltiples crímenes cometidos, pues no sólo se habían encontrado ochenta cadáveres sino que los guardias estaban de testigos para declarar que la habían visto matar con sus propios ojos.

Ésta confesaría haber asesinado junto con sus hechiceros y verdugos, a más de 600 jóvenes y haberse bañado en "ese fluido cálido y viscoso afín de conservar su hermosura y lozanía".
Le seducía el olor de la muerte, la tortura y las orgías lesbianas. Decía que todo lo mencionado poseía un "siniestro perfume". Sus cómplices fueron condenados culpables, unos decapitados y otros quemados en la hoguera.

Báthory, aún contando con el privilegio de pertenecer a la nobleza y ser amiga personal del rey Húngaro, fue condenada por éste mismo a una muerta lenta: la emparedaron en el dormitorio de su castillo, dejándole una pequeña ranura por la cual le daban algunos desperdicios como comida y un poco de agua. Murió a los cuatro años de permanecer en esa tumba, sin intentar comunicarse con nadie ni pronunciar la mínima palabra. Fue una especie de suicidio, de repente dejó de tocar alimento alguno y fallece en 1614 cuando contaba con 54 años.

Resulta curioso señalar un paralelismo entre esta mujer y otro vampiro histórico muy conocido: Gilles de Rais, pues aunque éste cometió sus crímenes dos siglos antes, procedían de manera muy similar: ambos pertenecían a la alta nobleza. Él era homosexual y ella lesbiana (de ahí que sus víctimas fuesen principalmente mujeres), y lo más sorprendente e inquietante es que tanto los sirvientes de uno como de otro participaban en los macabros baños de sangre.

cariátide22
13/09/2002, 11:37
Fritz Haarmann: El carnicero de Hannover

El terrible carnicero de Hannover se las arreglaba para llevarse a su casa, mediante engaños, a los adolescentes llegados a la ciudad en busca de empleo. Tras someterlos a horribles vejaciones, los asesinaba y vendía su carne en el mercado negro de la ciudad...

Nació en Alemania en 1879. Desde muy pequeño, su madre le había educado con demasiada permisividad, era muy caprichoso y poco inteligente. El hecho de que mostrase desviaciones de tipo sexual y que su afición preferida fuese el jugar con muñecas desesperaba a su padre, quién se esforzaba en "endurecerlo", hasta el punto de enviarlo a una escuela militar a los dieciséis años.
Fritz nunca le perdonaría, odiándolo toda su vida.

A los 17 años lo acusaron de corrupción de menores, y tras un examen psiquiátrico fue llevado a un manicomio. Pese a sus antecedentes, su conducta fue ejemplar y lo soltaron en 1903, año en que regresó a Hannover. Desde esa fecha pasó varias temporadas en prisión por la comisión de diversos delitos que iban desde abusos a menores, hasta hurtos y robos.

Fue puesto en libertad en 1918, y se unió a una banda de contrabandistas, prosperando en el negocio de la venta ilícita de carne, durante el período en que terminada la guerra y derrotada Alemania, todo el país sufría los efectos de la carencia de alimentos y el "mercado negro" se enriquecía de esa situación.

Haarmann, además, se convirtió en confidente de la policía, lo que le daba mayor confianza y le dejaba libre de sospechas para seguir cometiendo los más diversos delitos.
Solía acudir a la vieja estación central de la ciudad, principalmente hacia la madrugada y haciéndose pasar por inspector de policía, abordaba a adolescentes que se habían fugado de casa o que procedían de algún tren de refugiados por la guerra. Les ofrecía unas palabras amables, un cigarrillo, una comida caliente y alojamiento por una noche... pero 24 horas después la carne de la víctima estaba siendo hervida, asada o frita en muchas de las cocinas de la ciudad, sin que los inocentes cocineros se percatasen que no se trataba de cerdo precisamente...

Uno de los primeros en aceptar su oferta fue un joven de 17 años llamado Friedel Rothe. A los pocos días sus padres denunciaron la desaparición a la policía, y ésta llevó a cabo un registro en la vivienda de Haarmann, pues se le había visto en compañía del chico. Sin resultado. Haarmann había escondido detrás de la cocina la cabeza del joven Friedel envuelta en un periódico.
El Carnicero de Hannover volvió a escapar de las garras de la ley cuando una de sus clientas acudió a las autoridades con un poco de carne que le había comprado y se quejó de que parecía humana. El analista de la policía se limitó a informarle de que podía considerarse afortunada, ya que corrían tiempos difíciles y no todo el mundo estaba en condiciones de adquirir un trozo de cerdo de semejante calidad...
Poco después, el macabro personaje fue detenido y condenado a nueve meses de cárcel por "conducta indecente". Cuando salió, en septiembre de 1919, se instaló en un piso continuando su actividad de carnicero "clandestino". Por aquellas fechas se asoció con otro homosexual, Hans Grans, con el que trabajó desde entonces en complicidad, tanto para asuntos de negocios, como en la satisfacción de sus instintos sexuales y en la comisión de nuevos crímenes, siendo Grans el encargado de es***** a las víctimas, sólo porque le gustaba una camisa en particular, o los pantalones que llevaba puestos en ese momento.

La pareja se trasladó a un piso, en el cual los vecinos vieron entrar con frecuencia a muchos jóvenes, pero nunca veían salir a ninguno.
Por extraño que parezca, no se empezó a sospechar de la conducta de Haarmann hasta el año 1924. En mayo de este año, unos niños que jugaban en las orillas del río Leine encontraron un cráneo humano, y más tarde, al cabo de unas semanas, aparecieron otros dos junto a un estremecedor hallazgo: un saco lleno de huesos humanos entre los que se encontraba otro cráneo...

Comenzaron a correr siniestros rumores por la ciudad: se sabía que muchos jóvenes habían desaparecido sin dejar el menor rastro; por otra parte, había indicios razonables para afirmar que se había estado vendiendo carne humana en el mercado clandestino. La policía, muy alarmada, hizo dragar el río... siendo extraídos en un solo día más de 500 huesos humanos.
Por si fuera poco, el examen de éstos reveló, que sin duda alguna pertenecían a 22 cuerpos distintos, todos ellos de jóvenes adolescentes.
La noche del domingo 22 de junio, Haarmann fue de nuevo detenido bajo la acusación de corrupción de menores. Cuando registraron su piso, los agentes pudieron observar que las paredes estaban manchadas de sangre que resultó ser humana, y no de reses como él trataba de justificar. Además se encontraron ropas y algunos objetos personales de las víctimas, pertenecientes a algunos jóvenes que se consideraban desaparecidos y que el asesino y su cómplice no habían podido vender.
Ante las evidencias, Haarmann decidió confesar, y se dio inicio a un juicio en Hannover que conmocionaría a toda Europa y constituiría tema de conversación y artículos de prensa durante bastante tiempo.

Empezaría el 4 de diciembre de 1924 en el Tribunal de Hannover, prolongándose durante 14 días y en el que prestaron declaración más de 130 testigos.
Se le acusó de 27 delitos de asesinato. La lista de las víctimas, entre los doce y los dieciocho años, era tan larga que cuando se la leyeron a Haarmann, este se vio obligado a admitir en varias ocasiones que "no estaba seguro de ese". El cálculo de las víctimas efectuado por el propio detenido era mucho más elevado, él estimaba que habían sido unas cuarenta, pero no pudo recordar el número exacto...

Haarmann, al parecer, debió excederse en sus declaraciones mientras que los jueces se esforzaban en disipar la reputación de ciudad homosexual que tenía Hannover.
Por su parte, los acusadores públicos intentaban desviar la atención sobre la acusación que recaía en casi todos los habitantes de la ciudad: la acción conjunta de canibalismo, en tanto no habían tenido reparos en adquirir los géneros del carnicero clandestino Haarmann...
Fritz Haarmann, pese a las escenas dolorosas cuando unos padres identificaban algún objeto que había pertenecido a su hijo muerto, no expresó emoción alguna sino su más profundo desprecio. Según las propias manifestaciones del asesino: "mis crímenes no eran para sacar un beneficio con la venta de carne humana, sino que estaba motivado en un momento de frenesí erótico que me conducía a matar para satisfacer mis irrefrenables deseos..."
Lo que finalizaría de asquear a todos los presentes en el juicio, fue cuando narró la manera con la que acababa con los jóvenes:
un fuerte mordisco en la garganta, para después separar la carne de los huesos, vender la carne al mercado y arrojar los huesos sobrantes al río Leine.

Haarmann temía que se le considerase un loco y se le enviase a un centro psiquiátrico, por lo que pidió ser condenado a muerte, y el 15 de Abril de 1925, como era costumbre en Alemania, fue decapitado. En cuanto a su cómplice Hans Grans, se le condenó a cadena perpetua, pena posteriormente reducida a sólo doce años de prisión.

Durante el juicio y hasta el momento de su ejecución, expresó su último deseo: que en su tumba figurase la inscripción "Aquí descansa el Exterminador".

cariátide22
13/09/2002, 15:34
Dicen los psiquiatras y los penalistas que cualquier ser humano puede convertirse, según
las circunstancias, en víctima o asesino de un semejante. Lo que ya no es normal, es que un
ser humano se dedique a asesinar a cuantas personas se crucen en su camino. Cada cierto
tiempo algún nombre pasa a engrosar las ya largas listas de este tipo de homicidas a los que
el mundo anglosajón ha bautizado como "serial killers", los asesinos en serie.




Durante mucho tiempo me satisfacía sólo fantasear con matar, así que no necesitaba seguir adelante. Pero a
veces el impulso se hace tan fuerte que la fantasía no basta. Y después de haber matado, tu fantasía es
todavía mejor, hasta que deja de serlo. Es como un círculo vicioso".

Nadie, en su reducido círculo de conocidos -vecinos, comerciantes, familiares-, habría dicho jamás que la
persona que pronunciaba estas palabras era un psicópata, un asesino en serie, la encarnación del mal,
alguien que mata y vuelve a matar sin un móvil claro, eligiendo a sus víctimas al azar y sin dejar pistas.
Policías, médicos, forenses y psiquiatras intentan buscar respuestas a muchos porqués, aunque en
ocasiones lo único que consiguen es plantearse nuevos interrogantes. Una de las grandes incógnitas es
conocer cuáles son las causas de la violencia y, si existen razones biológicas para ello, porque al parecer de
los expertos la conducta es, en general, el resultado de la interacción de la biología con el medio ambiente;
es decir, la simbiosis de dolencias cerebrales con situaciones como familias desestructuradas o malos
tratos infantiles.




HENRY LEE LUCAS

Es uno de esos asesinos en serie que suscitan infinidad de preguntas, pues se trata de uno de los mayores
homicidas de la historia. Nació el 23 de agosto de 1936, noveno hijo de una prostituta texana, su
padre era un alcohólico apodado Sin piernas (se las cortó un tren cuando dormía una borrachera
sobre la vía) que acabó suicidándose al no soportar el trato abusivo que le daba su esposa.

La infancia de Henry fue dura, muy dura. Su madre le obligaba a mirar cuando practicaba sexo con
sus clientes. La humillación y los malos tratos fueron la constante de su niñez. Comía en el suelo
y era obligado por su madre a acudir a la escuela vestido de niña. Perdió el ojo después de
habérselo herido mientras jugaba porque su madre no le llevó al médico.

Ya adulto, mató a todo el que se cruzó en su camino, de California a Florida pasando por Tennesse. No se
sabe cuántos asesinatos cometió. Se ha barajado la cifra de 600, pero se cree que fueron unos 200, aunque
el número real jamás se conocerá.

La biografía de Henry Lee está ligada a la de otro tipo incluso más extraño que él mismo: Ottis Toole. Algo
debió de notar Henry en Ottis, y viceversa, pues cuando se encontraron, en lugar de matarse se asociaron
formando un combinado infernal. Ottis, travestido ocasional y profundamente psicótico, se sumó a los
instintos homicidas de Henry, aunque añadiendo un hecho más macabro: Ottis se comió a varias de sus
víctimas. La pareja se separó después de que una sobrina de Ottis conviviera con su sádico compañero. La
chica, una menor, fue hallada desmembrada y su cuerpo relleno de fundas de almohada.

Cuenta Steven A. Egger, profesor de Justicia Criminal en la Universidad de Illinois (EE.UU.) y uno de los
más reputados expertos mundiales en estos temas, que poco después de su detención, en octubre de 1982,
por el asesinato de Kate Rich, una mujer de 84 años que le había proporcionado trabajo ocasional, Henry
Lee Lucas "confesó haber matado a 60 personas, aunque más tarde declararía que habían sido 360". Este
relato sobre su vida criminal, que se convirtió en la mayor y más polémica investigación jamás practicada
sobre asesinatos en serie, arrancó el 15 de junio de 1983 cuando llamó al guardián de su celda y le dijo:
"Aquí hay una luz y me está hablando. He hecho cosas bastante malas". Henry le pidió papel y lápiz para
escribir una carta al "sheriff" en la que garabateó: "He intentado durante mucho tiempo conseguir ayuda y
nadie me creerá. He estado matando durante los últimos diez años y nadie me creerá. No puedo continuar
haciendo esto. También maté a la única chica a la que he amado". Fue juzgado y declarado culpable de diez
homicidios por los que fue condenado a seis penas de cadena perpetua, una pena de muerte, dos penas de
75 años de cárcel y otra de 60 años. "Todavía se le considera el principal sospechoso de unos 162
asesinatos más en 27 estados diferentes", explica el profesor Egger.

Hoy, Lucas niega sus crímenes, asegura que es inocente y en algunas ocasiones incluso dice que mató a su
madre en defensa propia. Otras veces niega haberla matado: "No recuerdo haber matado a mamá -dice
Lee-. Solamente recuerdo haberla golpeado...". Sin embargo, la policía asegura que Lee apuñaló a su
madre en la espalda y que la violó después de muerta.

En junio de 1998, después de 13 años de espera en el corredor de la muerte para ser ajusticiado mediante
una inyección letal, George Bush jr., gobernador de Texas, le conmutó la pena de muerte por cadena
perpetua. Su compañero de sentencia, Toole, ya había muerto de cirrosis el 15 de septiembre de 1996.

Casos como el de Henry Lee Lucas son los que mueven a los especialistas a buscar respuestas. Aunque se sepa
poco de las bases biológicas de la violencia, sí que hay información en este sentido. Así, Adrian Raine, del
departamento de Psicología de la Universidad del Sur de California, puso sobre el tapete datos para recalcar
que la violencia está conectada con la baja actividad de las regiones temporales y frontales del cerebro. En
concreto, y empleando técnicas de neuroimagen que facilitan una suerte de radiografía de la actividad cerebral,
Raine explicó que se han detectado múltiples deficiencias en los cerebros de los asesinos, que afectan
primordialmente a la corteza prefrontal, el cuerpo calloso, el giro angular, la amígdala, el hipocampo y el
tálamo. Dichos descubrimientos permitieron a Raine elaborar una conclusión: la explicación a determinados
comportamientos puede que no sea la pobreza de una familia, sino un funcionamiento cerebral pobre.




PEDRO ALONSO LÓPEZ

No se sabe a cuántas personas mató, pero con seguridad fueron más de 300. Es, en principio, el asesino en
serie número uno, el Monstruo de los Andes. Colombiano como Luis Alfredo Garavito, el último
superhomicida descubierto, su madre prostituta lo echó de casa a los 8 años, al parecer por mimar
demasiado a su hermana menor. Según su propia confesión, en 1978 ya había matado a más de 100 mujeres
en Perú. "Disfruté matando ecuatorianas -confesó- porque eran más gentiles, confiadas e inocentes". Su
mortal recorrido se inició en Colombia, siguió por Perú, luego otra vez Colombia para finalizar en Ecuador.

Le descubrieron por una casualidad. Todos creían que las jovencitas que desaparecían por aquellos lugares
eran víctimas de secuestros propiciados por redes de prostitución hasta que, en 1980, las lluvias
provocaron unas inundaciones que desenterraron un cadáver. Pedro Alonso fue detenido y al poco contaba
a la policía su tremenda biografía. Como suele ocurrir, no le creyeron. Sólo vieron que era verdad cuando
el Monstruo de los Andes mostró a los agentes cincuenta tumbas excavadas por él mismo.

Los avances en los diversos estudios fisiológicos dan pie a diversas teorías sobre la maldad, la psicopatía y los
asesinos en serie, como la expuesta en Valencia por el filósofo Norbert Bilbeny, de la Universidad de
Barcelona: "El psicópata tiene la facultad de pensar, pero no sabe ponerla en práctica. Es un idiota moral, no
un imbécil". O sea, que se trata de personas incapaces de reflexionar sobre sí mismas, que no piensan porque
no es un rasgo distintivo de su personalidad.




HENRY H. HOLMES

Quien se supone que cometió más de 200 asesinatos, puede responder a ese perfil. Herman Webster
Mudgett, más conocido como Henry H. Holmes, era un médico que comenzó su carrera estafando a las
compañías de seguros con los cadáveres que robaba en la Universidad de Michigan cuando era estudiante,
para años después pasar a la historia de Chicago, de EE.UU. y de los criminales múltiples como el asesino
de la calle 63. Henry logró graduarse en Medicina y amasar una fortuna gracias a una red de farmacias que
montó posteriormente. Con su dinero, H.H. Holmes hizo construir una auténtica mansión del terror con
100 habitaciones. La llenó de trampas, puertas falsas, pasadizos, cámaras de gas e incluso salas con ácido,
donde torturó, mutiló y asesinó a huéspedes que ocuparon la casa con motivo de la feria universal de 1893.
También mató a algunas incautas mujeres que acudieron confiadas a su casa bajo falsas promesas de amor y
matrimonio. Holmes las obligaba a firmar la donación de sus ahorros y después las lanzaba por el hueco de
un ascensor o las gaseaba hasta la muerte. Más tarde, en los sótanos de su mansión, las desmembraba y
experimentaba con sus cuerpos.

Descubierto por la policía, huyó después de quemar su casa, entre cuyas ruinas calcinadas hallaron los
restos de unas 200 personas. capturado poco después, fue ahorcado el 7 de mayo de 1896. Pese a que
nunca superó en fama a su contemporáneo Jack el Destripador, Holmes dejó tras de sí un impresionante
récord de sangre no superado durante casi 80 años.

Candice Skrape, del departamento de Criminología de la Universidad de California, en Fresno, añade un
detalle más: la diferencia entre un asesino vulgar y uno en serie es que este último no actúa por impulso, sino
que planifica. Robert Ressler, ex coronel del Ejército de Estados Unidos, fundador del programa de detención
de criminales violentos del FBI y asesor de películas como "El silencio de los corderos" o "Copycat", ahonda
más en este particular. Un asesino en serie mata con premeditación: planifica, fantasea y, cuando llega el
momento y se encuentra emocionalmente preparado, elige a su víctima.




FRANCISCO GARCÍA CALERO

El mendigo criminal que asesinó en Madrid a otros 15 sin hogar, se mostró tranquilo cuando fue detenido.
Asesinó "empujado por una fuerza interior", declaró. Tosco pero nada tonto y poseedor
del perfil psicológico típico de los asesinos en serie, el mendigo cortaba la cabeza de
sus víctimas para evitar que las identificasen. Bajo los efectos de Rohipnol y vino,
practicó espeluznantes actos necrófilos en el cementerio de la Almudena de Madrid,
además de incurrir en prácticas de canibalismo. nadie sabe si en realidad siente el lema
que lleva tatuado en su brazo: "Nacido para sufrir".

Los estudios teóricos sobre los asesinos en serie tienen sus aplicaciones prácticas. Por
ejemplo, un psiquiatra elaboró un retrato robot de un psicópata que ayudó a solucionar un asunto que estuvo
en investigación durante 16 años. Tras el estudio del caso, y desconociendo por completo al culpable, dijo a los
policías: "Buscad a un hombre de complexión fuerte. Mediana edad. Nacido en el extranjero. Católico
romano. Convive con un hermano o hermana. Cuando lo encontréis, llevará probablemente un traje cruzado.
Abotonado". Lo cierto es que cometió un error: no convivía con un hermano, lo hacía con dos hermanas
solteras.




ANDREI CHIKATILO

El "Ciudadano X" de la película de Chris Gerolmo, protagonizó un caso similar, pues fue detenido después
de 12 años de crímenes gracias a la intervención de un psiquiatra, que logró desentrañar su atormentada
personalidad. Sólo cuando Chikatilo escuchó qué sucedía en su cerebro
confesó que había asesinado y mutilado a 52 personas, sobre todo niños y
jóvenes.

Hoy en día, los perfiles son básicos para identificar, localizar y detener a los
asesinos en serie, un tipo de psicópata que ahora es reconocido por los
policías y que se halla definido en la casuística criminal. Así, Steven Egger,
que fue el director del primer proyecto para la identificación de asesinos en
serie, trazó las líneas generales de un criminal de este tipo: se trata de
personas que cometen varios crímenes sin que haya relación entre las víctimas
y el agresor y sin que haya vinculación aparente entre el asesinato inicial y los
posteriores. Además, los delitos son cometidos en localizaciones geográficas
distintas y los móviles no son el lucro, sino el deseo del asesino de ejercer el control o la dominación de sus
víctimas.




ZODIAC

El asesino del zodiaco, es un claro ejemplo de la planificación de los crímenes. Zodiac sigue siendo un
desconocido. Sólo se conoce su voz, sus cartas y sus dibujos, que no es poco, pero aún son insuficientes
para detenerle. Este criminal sembró el terror en la ciudad de San Francisco al final de los años sesenta y
principio de los setenta. Su primer crimen fue el asesinato a sangre fría de una pareja de adolescentes que
tonteaban en el interior de un coche. Zodiac se aproximó a ellos y disparó sobre la luna trasera, que estalló
en mil pedazos. Luego puso la boca del cañón tras la oreja de David Faraday, de 17 años, y apretó el gatillo.
La joven Betty Lou, de 16 años, inició la huida aterrorizada. El criminal disparó cinco veces contra su
espalda y Betty cayó muerta a apenas 10 metros del coche. Era el 22 de diciembre de 1968.

En realidad, la policía y la prensa supieron que se encontraban ante un asesino en serie porque el propio
autor lo dijo. En julio de 1969, Zodiac envió la primera de sus cartas al "San Francisco Chronicle", en la
que, entre otras cosas, se atribuía la muerte de David, Betty y de otra joven llamada Darlene. Fue la
primera de una serie de extraordinarias cartas plagadas de códigos y símbolos, manuscritos de forma
precisa y descriptiva. Sus criptogramas, en los que aseguraba que se podía hallar su identidad, fueron
objetos de intensos estudios que sólo sirvieron para demostrar que era muy listo y que su identidad no
estaba en los mensajes codificados que enviaba al diario, que le bautizó como Zodiac por el uso que hacía
de símbolos astrológicos.

No contento con sus cartas, el audaz criminal telefoneó a la policía: "Hola, soy Zodiac", dijo a un atónito
agente, al que le pidió que le pusiera en contacto con dos periodistas. En total habló 35 veces con la policía
y nunca más de nueve minutos. Su acento y su manera de expresarse hicieron pensar que se trataba de un
marino británico. Nunca se comprobó.

En sus cartas amenazó con volar un autobús infantil -cuyos datos precisó- si no se publicaban las cartas, y
llegó a enviar trozos de falda manchados de sangre de una niña a la que asesinó.

Zodiac se río en la cara de la policía de San Francisco y cuando desapareció se le consideraba responsable
con toda seguridad de siete crímenes. No obstante, los investigadores creen que también pudo ser el autor
de un total de 37 asesinatos aún no resueltos. Pero los más pesimistas creen que su lista de muertes
podría elevarse a más de 50. Hoy, la opinión sobre este criminal está dividida. Los hay que creen que ha
muerto, los hay que piensan que volverá a matar un día u otro y los hay que están seguros de que sigue
matando sin ser descubierto.

El profesor de Justicia Criminal Steven A. Egger tiene también su definición de asesino en serie: un individuo
abocado al crimen, que "mata, vuelve a matar y continuará matando si no se le detiene". En su opinión, se
trata de individuos que ni tienen un nivel educativo alto ni poseen un puesto de trabajo cualificado y sus
relaciones sociales y sexuales son escasas. El aspecto no es el de un delincuente, pero son sujetos fríos,
calculadores y sádicos. Además, carecen de remordimientos y son cruelmente indiferentes hacia los
sentimientos, derechos y bienestar de los demás.




ANATOLY ONOPRIYENKO

Es uno de esos asesinos sin ningún remordimiento y que, además, se ufanaba de sus crímenes. Nacido en
1959 en Ucrania, se le consideró autor de la muerte de 52 personas, incluidos 10 niños. Sus andanzas
duraron seis años, hasta que fue detenido. También robaba. De los 52 asesinatos, 43 los cometió entre
octubre de 1995 y marzo de 1996 en la región de Odessa y otras localidades cercanas. Fue detenido en
abril de 1996 y confesó sus crímenes. Onopriyenko dijo a la policía: "No hay mejor asesino en el mundo
que yo. Cualquiera que quiera medirse conmigo siempre puede intentarlo. No lamento haberlo hecho. No
tengo remordimientos y lo haría otra vez su pudiera". Siempre seguía el
mismo ritual:entraba en casas aisladas, mataba primero a tiros a los
hombres y luego a las mujeres y niños con un hacha, un cuchillo o un
martillo.

Estos tipos, en apariencia normales y cuyas formas de actuar no han
cambiado con el tiempo, arguyen tres motivos principales para explicar sus
actos: la justificación, el poder y la vitalidad. Candice Skrapec realizó cinco
largas entrevistas con asesinos en serie y una de las primeras cosas en común
es que hablaron de las cuestiones más atroces con total naturalidad.

Justificación, poder y vitalidad. Estas eran sus excusas. Justificación, porque
ante todo se sienten víctimas. Una afrenta, un problema, disculpaba con creces sus actos. Poder, porque matar
les convertía en seres dominadores, y vitalidad, porque el acto de matar les hacía sentirse vivos, les
proporcionaba un éxtasis eufórico que les daba un gran placer y posteriormente se transformaba en calma,
alivio.

A los asesinos en serie les agrada la fama, incluso uno de los entrevistados gustaba de señalar: "Mis asesinatos
me hicieron famoso". Al matar, el asesino se afirma y casi siente un placer sexual: "Siempre he tenido
necesidad de destruir. Destruir en el sentido de borrar completamente. La destrucción implica para mí mucho
más que matar. Aprendí qué tenía que hacer para conseguir una descarga, como una adicción. Necesitaba
destruir para sentirme completo", dijo textualmente uno de los criminales.




EL ARROPIERO

Es sin duda el principal asesino en serie que se ha dado en España y también responde a este perfil
destructivo: en su haber tiene al menos 22 crímenes, aunque él siempre habló de uno 40, cometidos entre
1963 y 1971. Manuel Delgado Villegas, "el Arropiero", era un tipo
relativamente bien parecido, amable y simpático hasta que estallaba en
un arranque irrefrenable y homicida que le llevaba a matar a hombres,
mujeres, ancianos o jóvenes.

Necrófilo y bisexual, el Arropiero asesinaba sin seguir un patrón. Dice
de él el profesor Sanmartín, catedrático de Lógica y Filosofía de la
Ciencia de la Universidad de Valencia, que era un esquizofrénico con
tendencia al autismo que le aislaba del mundo exterior. Su prodigiosa
memoria fotográfica le permitía revivir las sensaciones que tenía
mientras mataba, hasta el punto de tener un orgasmo cuando
reconstruyó el asesinato de una joven en Ibiza. Su memoria era tal que
años después de cometerlo recordó en qué túnel exactamente lanzó por
la ventanilla de un tren el DNI que arrebató a un cocinero al que asesinó en una playa próxima a Sitges, en
Barcelona. La policía lo encontró. Como en muchos otros casos similares, cuando confesó o, mejor dicho,
cuando sin emoción alguna comenzó a relatar sus crímenes, los agentes que estaban con él no le creyeron.

El Arropiero era un enfermo mental tan grave que fue declarado no justiciable y fue ingresado en un
sanatorio psiquiátrico, un caso único en España. Cuando quedó en libertad acabó mendigando por las calles
de Mataró, cerca de Barcelona, sin que nadie imaginara que aquel hombre avejentado fuera uno de los
asesinos más crueles. Villegas murió el 2 de febrero de 1998 en la residencia de Can Ruti (Badalona), de
una enfermedad pulmonar agravada por el tabaco. Tenía 55 años.