ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
13/04/2019, 07:39
"Con los pensamientos sucede como con las personas: no podemos convocarlas siempre a voluntad; es preciso esperar a que vengan" (Arthur Schopenhauer, Parerga y Paralipómena)
Me cuesta esfuerzo expresarme sin palabras. Resultan cómodas y resuelven, en cierta forma, muchos problemas del pensamiento.
La mayor parte de las veces, los problemas del pensamiento están hechos a la medida del lenguaje, razón de sobra para dudar de que sean o apunten a una solución. Con ver la cuestión un poco al fondo, se topa con que, en el mejor de los casos, no hay nada; no es que no haya respuestas ni nada dispuesto, sino que la pregunta es, primeramente, un obstáculo (*).
Las palabras están, en su mayor parte, hechas, esto es, que están disponibles. No hay que crearlas. Es más, si fuésemos creativos al respecto, si tuviéramos urgencia de nuevas palabras, tardaríamos poco en dejar de entender lo que dijésemos. Toparíamos con un término negativo al que no se llegaría por abstracción, sino que sería una pérdida neta, o, dicho de otra manera, que no hay más, la cantidad se invertiría, sería menos.
El cambio cualitativo por medio de un cambio cuantitativo, una idea que ha tenido más recorrido el que debiera (**), ha sido visto enteramente por fuera. El cambio del cuanto, su infinito dar vueltas, se refiere desde el principio a una misma cualidad; esto es, presupone su permanencia.
(*) La solución no tiene tanto interés filosófico como la pregunta.
(**) No es una idea nueva, pero, hasta cierta época, no se la tuvo en cuenta por no contener nada importante. Fue Hegel, en una de sus reflexiones disparatadas, quien postuló la posibilidad de un cambio interno por medio de algo externo (***). Marx pensó que era una idea muy interesante, aunque fuese intrínsecamente falsa (****).
(***) Es como si pretendo acercar la taza poniéndola más lejos, dicho de una vez, alejándola. La filosofía de Hegel, no obstante, siempre es rica, incluso cuando su reflexión es errada.
(****) Los cambios producidos por el aumento no eran auténticos cambios, sino abstracciones especiales.
Me cuesta esfuerzo expresarme sin palabras. Resultan cómodas y resuelven, en cierta forma, muchos problemas del pensamiento.
La mayor parte de las veces, los problemas del pensamiento están hechos a la medida del lenguaje, razón de sobra para dudar de que sean o apunten a una solución. Con ver la cuestión un poco al fondo, se topa con que, en el mejor de los casos, no hay nada; no es que no haya respuestas ni nada dispuesto, sino que la pregunta es, primeramente, un obstáculo (*).
Las palabras están, en su mayor parte, hechas, esto es, que están disponibles. No hay que crearlas. Es más, si fuésemos creativos al respecto, si tuviéramos urgencia de nuevas palabras, tardaríamos poco en dejar de entender lo que dijésemos. Toparíamos con un término negativo al que no se llegaría por abstracción, sino que sería una pérdida neta, o, dicho de otra manera, que no hay más, la cantidad se invertiría, sería menos.
El cambio cualitativo por medio de un cambio cuantitativo, una idea que ha tenido más recorrido el que debiera (**), ha sido visto enteramente por fuera. El cambio del cuanto, su infinito dar vueltas, se refiere desde el principio a una misma cualidad; esto es, presupone su permanencia.
(*) La solución no tiene tanto interés filosófico como la pregunta.
(**) No es una idea nueva, pero, hasta cierta época, no se la tuvo en cuenta por no contener nada importante. Fue Hegel, en una de sus reflexiones disparatadas, quien postuló la posibilidad de un cambio interno por medio de algo externo (***). Marx pensó que era una idea muy interesante, aunque fuese intrínsecamente falsa (****).
(***) Es como si pretendo acercar la taza poniéndola más lejos, dicho de una vez, alejándola. La filosofía de Hegel, no obstante, siempre es rica, incluso cuando su reflexión es errada.
(****) Los cambios producidos por el aumento no eran auténticos cambios, sino abstracciones especiales.