ALBERTO RODRIGUEZ-SEDANO
12/04/2019, 08:30
“Por consiguiente, para juzgar su presencia, es fácil ver que la definición estética de falta de espíritu no provee el criterio; nada más normal, por otra parte, ya que la estética no puede definir en qué consiste realmente el espíritu, ¿cómo puede ser capaz de responder a una cuestión que no le concierne?" (Sörel Kierkegaard, La enfermedad mortal)
Lo que vengo a llamar “angustia filosófica” podría verse (*), hablando con claridad, como una crisis de creatividad, una crisis que tiene, según lo veo, un gran interés filosófico, permite saber algo que no podría saber sin crisis (**).
Al filósofo no le pasa que no tenga ideas. El filósofo debe tener ideas; luego, piensa entre lo que tiene; no se siente angustia filosófica ante la falta de ideas, sino ante su exceso. No está, pues, ausente del mundo, volcado, indiferentemente (***), hacia sus adentros; está al acecho, preparado para abalanzarse sobre su presa.
(*) Las resonancias kierkegaardianas no deben distraernos de la cuestión en juego, esta es, si estamos preparados para toda posibilidad. Kierkegaard, ciertamente, no se dejó distraer por los encantos con que envolviera su finísima reflexión estética; mejor visto, lo más valioso de su filosofía está, total y solamente, encaminado a señalar que la oposición entre estética y ética no se resuelve con la simple intervención de la dialéctica. La dialéctica que Kierkegaard criticara era la de la filosofía moderna, cabalmente, la de Hegel y su concepción de la filosofía y la historia (****).
(**) No se trata, sin embargo, de un límite temporal, que lo que es después no es antes sino desde una perspectiva pobre y formal; repite lo que limita despreocupándose de lo que no es limitado, la extensión que no sólo es negada en ese momento (*****), sino, en lo que nos compete respecto a su esencia, en todos los momentos pendientes hasta la resolución de su dialéctica temporal.
(***) La indiferencia es, habitualmente, un compuesto de una diferencia abstraída (******). Hay “tal”, eso que es o, visto más reflexivamente, fuera; y se abstrae, como si abstraer no exigiese un cuidado filosófico extremo, como si lo que fuese tuviese consigo garantía para seguir siendo. Pobre diablo filosófico sería aquél que no sienta inquietud al abstraer. La abstracción sólo es positiva, aporta algo al pensar, no cuando ve el mundo y se abre al pensar, sino, lo que es siempre un progreso, al cerrarlo.
(****) Hegel no fue, de manera ninguna, ajeno a la problemática de la historicidad. Sin ir más lejos, su “Fenomenología del espíritu”, la reflexión del espíritu y el modo de ser ético (*******), es el intento por enmarcar lo que se opone a ser enmarcado y que, por tanto, cuenta con una oposición resuelta.
(*****) En coherencia, la extensión no puede quedar en una disposición a la espera de que las cosas vengan. En la espera está, aun de manera indeterminada, que las cosas vengan; que vengan o lleguen a venir, su dilema, es lo que debiera ocuparnos.
(******) La diferencia no está primeramente diferenciada; al contrario, la diferencia implica una relación, un rechazo u oposición (********).
(*******) Una reflexión para la que no hay categoría ni garantía; está a solas.
.
(********) La oposición, bien vista, esto es, si su recorrido es agotado, se enfrenta, lo primero de todo y para siempre, a sí misma; sólo después, pasa al resto.
Lo que vengo a llamar “angustia filosófica” podría verse (*), hablando con claridad, como una crisis de creatividad, una crisis que tiene, según lo veo, un gran interés filosófico, permite saber algo que no podría saber sin crisis (**).
Al filósofo no le pasa que no tenga ideas. El filósofo debe tener ideas; luego, piensa entre lo que tiene; no se siente angustia filosófica ante la falta de ideas, sino ante su exceso. No está, pues, ausente del mundo, volcado, indiferentemente (***), hacia sus adentros; está al acecho, preparado para abalanzarse sobre su presa.
(*) Las resonancias kierkegaardianas no deben distraernos de la cuestión en juego, esta es, si estamos preparados para toda posibilidad. Kierkegaard, ciertamente, no se dejó distraer por los encantos con que envolviera su finísima reflexión estética; mejor visto, lo más valioso de su filosofía está, total y solamente, encaminado a señalar que la oposición entre estética y ética no se resuelve con la simple intervención de la dialéctica. La dialéctica que Kierkegaard criticara era la de la filosofía moderna, cabalmente, la de Hegel y su concepción de la filosofía y la historia (****).
(**) No se trata, sin embargo, de un límite temporal, que lo que es después no es antes sino desde una perspectiva pobre y formal; repite lo que limita despreocupándose de lo que no es limitado, la extensión que no sólo es negada en ese momento (*****), sino, en lo que nos compete respecto a su esencia, en todos los momentos pendientes hasta la resolución de su dialéctica temporal.
(***) La indiferencia es, habitualmente, un compuesto de una diferencia abstraída (******). Hay “tal”, eso que es o, visto más reflexivamente, fuera; y se abstrae, como si abstraer no exigiese un cuidado filosófico extremo, como si lo que fuese tuviese consigo garantía para seguir siendo. Pobre diablo filosófico sería aquél que no sienta inquietud al abstraer. La abstracción sólo es positiva, aporta algo al pensar, no cuando ve el mundo y se abre al pensar, sino, lo que es siempre un progreso, al cerrarlo.
(****) Hegel no fue, de manera ninguna, ajeno a la problemática de la historicidad. Sin ir más lejos, su “Fenomenología del espíritu”, la reflexión del espíritu y el modo de ser ético (*******), es el intento por enmarcar lo que se opone a ser enmarcado y que, por tanto, cuenta con una oposición resuelta.
(*****) En coherencia, la extensión no puede quedar en una disposición a la espera de que las cosas vengan. En la espera está, aun de manera indeterminada, que las cosas vengan; que vengan o lleguen a venir, su dilema, es lo que debiera ocuparnos.
(******) La diferencia no está primeramente diferenciada; al contrario, la diferencia implica una relación, un rechazo u oposición (********).
(*******) Una reflexión para la que no hay categoría ni garantía; está a solas.
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(********) La oposición, bien vista, esto es, si su recorrido es agotado, se enfrenta, lo primero de todo y para siempre, a sí misma; sólo después, pasa al resto.